Título original: Period Piece
Autora: Gwen Raverat
Editorial: Siglo XXI
Traducción: Richard García Nye
Páginas: 234
Fecha publicación original: 1952
Fecha esta edición: enero 2009
Encuadernación: cartoné con sobrecubierta
Precio: descatalogado (disponible de 2ª mano)Fecha esta edición: enero 2009
Encuadernación: cartoné con sobrecubierta
Ilustración de cubierta e interiores: Gwen Raverat
«Un retrato del mundo cuando era joven»
Así es como Gwen Raverat, nieta de Charles Darwin, describió Un retrato de época, su clásico recuerdo de infancia en Cambridge, que no ha dejado de editarse desde su primera publicación en 1952. Evoca con intensidad una era pasada. Es un retrato agudo, emotivo y cómico de sus excéntricos parientes y de la sociedad victoriana y eduardiana que incluye una abundancia de anécdotas familiares que ayudan a humanizar la imagen del gran sabio victoriano. Tal como explica Raverat en su prefacio, el libro en realidad no tiene un comienzo o final, sino que uno puede zambullirse en él en cualquier punto. Se trata de una auténtica obra maestra del género humorístico, y los dibujos de la propia autora encajan a la perfección en el trato cariñoso, si bien no beato, que da a sus excéntricos tíos y tías. La autora se revela como una hábil caricaturizadora, y el texto, un gran retrato del Cambridge de finales del siglo XIX.
Este libro llegó a mis manos las pasadas Navidades como regalo de una amiga que conoce bien mis gustos. ¿A quién podrían interesarle las memorias de infancia de la nieta de Charles Darwin en Cambridge? Pues a quien iba a ser... ¡A mí, a mí! Tenía reservada su lectura para este verano, pero el nivel 4 de Todos los clásicos grandes y pequeños ha sido una ruleta constante, he cambiado los libros varias veces por culpa del confinamiento, y cuando ya estaba segura, cuando había decidido arriesgar con una lectura complicada gracias al tiempo libre que tenía... me reincorporaron al trabajo sin previo aviso y se derribó el castillo de naipes. Necesitaba volver a cambiar lecturas, y necesitaba hacerlo con algo que me hiciera desconectar del mundanal ruido por muy diversas circunstancias que no vienen al caso (circunstancias que me tienen muy apartada de esta mi casa y de las vuestras, aunque estoy intentando ponerme otra vez en órbita... con paciencia y una caña), y mi mente voló enseguida a Un retrato de época. He aprendido cosas de un periodo que me entusiasma, y era lo que buscaba. Inyecta costumbrismo pintoresco en vena, y era lo que buscaba. Me ha hecho reír, y era lo que buscaba. Benditos sean el humor y la ironía británicos... y la extravagancia amable y peculiar de la familia Darwin.
Gwen Raverat nació en Cambridge en 1885 y fue la hija mayor de sir George Darwin (astrónomo y segundo hijo del eminente naturalista Charles Darwin) y su esposa Maud, una joven americana que se encontraba de visita en la ciudad inglesa cuando conoció a su marido y que nos deleita en estas páginas sobre su punto de vista totalmente yanqui con respecto a las atildadas costumbres británicas. Hablar de los Darwin es hablar de Cambridge, y en los recovecos de esta emblemática ciudad transcurren las memorias de infancia y temprana adolescencia de la autora. Más tarde Gwen se casó con el pintor Jacques Raverat, junto al que perteneció a varios movimientos artísticos y literarios de la época (el archifamoso Círculo de Bloomsbury entre ellos), se abrió camino por sí misma sin hacer uso de su apellido natal y se convirtió en una reputada ilustradora y grabadora de madera. Esa fue su profesión y de la que vivió toda su vida, y no fue hasta 1952, apenas cinco años antes de su muerte, que publicó estas memorias que hoy os traigo. En Gran Bretaña son todo un clásico y se han vendido como churros desde entonces; aquí en España creo que solo existe esta edición que os enseño, que ya tiene sus añitos pero merece muchísimo la pena.
Esa ausencia de linealidad temporal se traduce en que cada capítulo trata un tema de interés, que puede ir desde la educación que recibían los niños Darwin hasta el tipo de juegos que ideaban junto a sus primos, la sociedad de Cambridge o el decoro, pasando por un capítulo completo dedicado a las muy diferentes personalidades de los cinco hijos varones de Charles Darwin u otro dedicado a Down, casa en la que vivió el propio naturalista hasta su muerte (y en la que escribió El origen de las especies) pero que para ella solo era el hogar familiar, ese donde vivía su abuela y en el que todos los tíos y primos se juntaban en ocasiones especiales cada año (por si a alguien le interesa, Down House pertenece hoy en día al English Heritage y se puede visitar).
Sí que debo incidir en algo. Ese subtítulo español que hace alusión a su relación familiar con Charles Darwin no aparece en el título original del libro, y de hecho en la propia narración apenas da importancia a su pertenencia a una familia ilustre y venerada en la vida universitaria de Cambridge así como tampoco alude apenas a su abuelo Charles, al que ni siquiera llegó a conocer porque murió tres años antes de que ella naciese. Da a entender que cuando era niña sabía que su abuelo era algo así como Dios, pero ya. Habla de sus tíos, tías y primos como cualquiera lo haríamos de los nuestros (si los queremos mucho, claro... y sacándole punta a todo con mucha gracia), e incluso su propio padre George, que era una auténtica eminencia en su campo, aquí no es más que su progenitor, el que ella veía en casa, el que estaba un poco delicado de salud (con tendencia a la hipocondría), que era romántico y apasionado de la historia y los idiomas, al que le encantaba viajar y verlo todo, y que adolecía de un carácter distraído impenitente (al parecer esta entrañable cualidad era compartida por todos los hermanos Darwin... y la no tan entrañable hipocondría también).
De lo que Raverat nos cuenta deducimos que vivió una infancia más libre e independiente de lo que era costumbre en aquellos tiempos (influenciada sin duda por el carácter americano de su madre), rodeada de una familia unida con muchas peculiaridades que los diferenciaban y en la que la sombra del patriarca fue siempre alargada y respetada, y en una época (finales del XIX y principios del XX) en la que el mundo estaba cambiando y evolucionando a marchas forzadas (como en cualquier lectura que se haga sobre aquellos años, no falta la alusión a esa máquina infernal a la que hoy día no le damos ninguna importancia y que marcó un antes y un después en la libertad e independencia de la mujer: la bicicleta).
Ante todo y sobre todo Gwen Raverat nos narra una infancia feliz, diferente tal y como comento a la de muchos niños de su edad en aspectos muy concretos pero que en otros más generales no deja de ser igual que la de cualquier otro niño... Una infancia que ella en algún momento reconoce idealizada, que narra con mucho sentido del humor y mucha ironía desde la perspectiva que dan los años y la nostalgia, pero que desmenuza con una lucidez, precisión y agudeza verdaderamente encomiables. A todo esto se suma que, tal y como comento arriba, Raverat era ilustradora, y son sus propias (y magníficas) ilustraciones las que acompañan a la narración. No puedo dejar de destacar el pie aclaratorio que añadió a cada una de esas imágenes, porque la mayoría te sacan la sonrisa.
Ya os lo comento al principio, no estoy muy fina y me ha costado un mundo escribir esta pobre opinión que seguramente no le hace justicia, pero espero haber transmitido lo especial, entrañable y divertida que me parece esta lectura. Soy muy consciente de que un libro de memorias infantiles en Cambridge a finales del siglo XIX no va a despeinar flequillos de la emoción, pero si alguien se siente mínimamente tentado a acercarse a sus páginas, dudo que se arrepienta. La forma tan personal en que Raverat acomete esos recuerdos es la que hace de esta una lectura fascinante (educativa e ilustrativa en cuanto a la época y la vida en Cambridge, e informativa y reveladora en cuanto a la propia familia Darwin), y la que consigue que este libro sea mucho más que meras anécdotas de reuniones familiares, visitas a tías singulares, fiestas en el jardín o juegos a orillas del río Cam.
Gwen Raverat nació en Cambridge en 1885 y fue la hija mayor de sir George Darwin (astrónomo y segundo hijo del eminente naturalista Charles Darwin) y su esposa Maud, una joven americana que se encontraba de visita en la ciudad inglesa cuando conoció a su marido y que nos deleita en estas páginas sobre su punto de vista totalmente yanqui con respecto a las atildadas costumbres británicas. Hablar de los Darwin es hablar de Cambridge, y en los recovecos de esta emblemática ciudad transcurren las memorias de infancia y temprana adolescencia de la autora. Más tarde Gwen se casó con el pintor Jacques Raverat, junto al que perteneció a varios movimientos artísticos y literarios de la época (el archifamoso Círculo de Bloomsbury entre ellos), se abrió camino por sí misma sin hacer uso de su apellido natal y se convirtió en una reputada ilustradora y grabadora de madera. Esa fue su profesión y de la que vivió toda su vida, y no fue hasta 1952, apenas cinco años antes de su muerte, que publicó estas memorias que hoy os traigo. En Gran Bretaña son todo un clásico y se han vendido como churros desde entonces; aquí en España creo que solo existe esta edición que os enseño, que ya tiene sus añitos pero merece muchísimo la pena.
Este es un libro circular. No empieza al principio para terminar al final; todo ocurre al mismo tiempo, y sale como los rayos del cubo de una rueda, y el cubo soy yo. Por eso no importa qué capítulo se lea el primero o el último.Así presenta Gwen Raverat su libro en un prólogo de apenas unas líneas que lo dicen todo sin necesidad de fanfarrias y que revelan un gusto por contar las cosas sin rodeos y de manera sencilla y cercana. Aun así yo diría que esas líneas se aplican para todo el libro excepto para el preludio, en el que presenta sobre todo a su peculiar madre, cómo conoció a su padre y la confrontación entre la manera directa y avasalladora de los americanos y la retraída y circunspecta de los ingleses. Para contar todo esto que obviamente no vivió en primera persona, la autora tiene que tirar de cartas que reproduce parcialmente y que va introduciendo aquí y allá... pero una vez superada la necesidad de presentaciones y de establecer un punto de partida para la narración, sí que nos adentramos en las memorias puras y duras de Gwen Raverat, y esas, como ella misma dice, no tienen ningún orden concreto.
Esa ausencia de linealidad temporal se traduce en que cada capítulo trata un tema de interés, que puede ir desde la educación que recibían los niños Darwin hasta el tipo de juegos que ideaban junto a sus primos, la sociedad de Cambridge o el decoro, pasando por un capítulo completo dedicado a las muy diferentes personalidades de los cinco hijos varones de Charles Darwin u otro dedicado a Down, casa en la que vivió el propio naturalista hasta su muerte (y en la que escribió El origen de las especies) pero que para ella solo era el hogar familiar, ese donde vivía su abuela y en el que todos los tíos y primos se juntaban en ocasiones especiales cada año (por si a alguien le interesa, Down House pertenece hoy en día al English Heritage y se puede visitar).
Sí que debo incidir en algo. Ese subtítulo español que hace alusión a su relación familiar con Charles Darwin no aparece en el título original del libro, y de hecho en la propia narración apenas da importancia a su pertenencia a una familia ilustre y venerada en la vida universitaria de Cambridge así como tampoco alude apenas a su abuelo Charles, al que ni siquiera llegó a conocer porque murió tres años antes de que ella naciese. Da a entender que cuando era niña sabía que su abuelo era algo así como Dios, pero ya. Habla de sus tíos, tías y primos como cualquiera lo haríamos de los nuestros (si los queremos mucho, claro... y sacándole punta a todo con mucha gracia), e incluso su propio padre George, que era una auténtica eminencia en su campo, aquí no es más que su progenitor, el que ella veía en casa, el que estaba un poco delicado de salud (con tendencia a la hipocondría), que era romántico y apasionado de la historia y los idiomas, al que le encantaba viajar y verlo todo, y que adolecía de un carácter distraído impenitente (al parecer esta entrañable cualidad era compartida por todos los hermanos Darwin... y la no tan entrañable hipocondría también).
De lo que Raverat nos cuenta deducimos que vivió una infancia más libre e independiente de lo que era costumbre en aquellos tiempos (influenciada sin duda por el carácter americano de su madre), rodeada de una familia unida con muchas peculiaridades que los diferenciaban y en la que la sombra del patriarca fue siempre alargada y respetada, y en una época (finales del XIX y principios del XX) en la que el mundo estaba cambiando y evolucionando a marchas forzadas (como en cualquier lectura que se haga sobre aquellos años, no falta la alusión a esa máquina infernal a la que hoy día no le damos ninguna importancia y que marcó un antes y un después en la libertad e independencia de la mujer: la bicicleta).
Ante todo y sobre todo Gwen Raverat nos narra una infancia feliz, diferente tal y como comento a la de muchos niños de su edad en aspectos muy concretos pero que en otros más generales no deja de ser igual que la de cualquier otro niño... Una infancia que ella en algún momento reconoce idealizada, que narra con mucho sentido del humor y mucha ironía desde la perspectiva que dan los años y la nostalgia, pero que desmenuza con una lucidez, precisión y agudeza verdaderamente encomiables. A todo esto se suma que, tal y como comento arriba, Raverat era ilustradora, y son sus propias (y magníficas) ilustraciones las que acompañan a la narración. No puedo dejar de destacar el pie aclaratorio que añadió a cada una de esas imágenes, porque la mayoría te sacan la sonrisa.
Ya os lo comento al principio, no estoy muy fina y me ha costado un mundo escribir esta pobre opinión que seguramente no le hace justicia, pero espero haber transmitido lo especial, entrañable y divertida que me parece esta lectura. Soy muy consciente de que un libro de memorias infantiles en Cambridge a finales del siglo XIX no va a despeinar flequillos de la emoción, pero si alguien se siente mínimamente tentado a acercarse a sus páginas, dudo que se arrepienta. La forma tan personal en que Raverat acomete esos recuerdos es la que hace de esta una lectura fascinante (educativa e ilustrativa en cuanto a la época y la vida en Cambridge, e informativa y reveladora en cuanto a la propia familia Darwin), y la que consigue que este libro sea mucho más que meras anécdotas de reuniones familiares, visitas a tías singulares, fiestas en el jardín o juegos a orillas del río Cam.
Gwen Raverat nació en Cambridge en 1885. Fue la nieta del naturalista
Charles Darwin. Estudió pintura entre 1908 y 1911 llegando a ser una
famosa dibujante y escritora. En 1911 se casó con el también pintor
francés Jacques Raverat con quien formó parte del Bloomsbury Group.
Vivió en el sur de Francia hasta la muerte de su marido en 1925, momento
en que regresó a Inglaterra y finalmente a Cambridge, donde en 1952
publicó sus clásicas memorias de infancia que no se han dejado de
reimprimir desde entonces. Sus grabados e ilustraciones son en la
actualidad muy cotizados en el mercado del arte.