Título original: For the Major
Autora: Constance Fenimore Woolson
Editorial: Ardicia
Traducción: Julia Osuna Aguilar
Páginas: 208
Fecha publicación original: 1883
Fecha esta edición: agosto 2015
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 17,50 euros
Ilustración de cubierta: Ulrika Kestere
En Far Edgerley, un pequeño pueblo en las montañas de Carolina del
Norte, vive una pacífica comunidad tutelada por la respetada figura del
comandante Carroll, alrededor de la cual orbita también la existencia de
su familia -su segunda esposa y el hijo de ambos-. Pero con el regreso a
casa de Sara, hija de su primer matrimonio, y de un joven artista de
pasado desconocido, empezará a tejerse toda una trama de lazos, secretos
y enredos, que vendrá a rizar la plácida superficie de la aldea...
Por el bien del comandante es una de tantas publicaciones de
la desaparecida editorial Ardicia que tenía pendiente en la estantería y que
poco a poco os voy trayendo por aquí. La cubierta es tan bonita que quizás es
el que más ganas tenía de leer sin haberle echado siquiera un vistazo a la
sinopsis (no suelo leer sinopsis si conozco a la editorial y sé qué tipo de
literatura suele publicar, sobre todo cuando son clásicos. Con literatura
contemporánea sí que miro más de qué va el libro. Manías). El caso es que el
libro me ha gustado mucho, pero por la cubierta (que para mí es muy cuqui) me
esperaba otro tipo de libro… otro tono. Os cuento.
Sara vuelve a casa después de varios años de ausencia.
Huérfana de madre desde que era muy pequeña, se fue a vivir con un tío que
acaba de fallecer, posibilitando su regreso al hogar. Ahora es una jovencita de
veinte años que está deseando volver a vivir con su padre, un hombre al que
tiene completamente idealizado, al que adora y que en su cabeza es la
perfección personificada. Pero esta idea sobre la magnificencia del comandante
(pues el padre de Sara es el comandante del título) no solo es suya, sino que
todo el pueblo de Far Edgerley donde vive lo considera el hombre más eminente
de la localidad, y su hogar, Las Fincas, es el eje de la sociedad del pueblo.
Allí vive el comandante con su segunda esposa, la señora Carroll, mucho más
joven que él, y el recibimiento que recibe Sara no es el que esperaba. Su padre
ni siquiera la espera despierto la noche que regresa, y después apenas parece
querer pasar tiempo con ella. Su madrastra no hace más que poner excusas para
este comportamiento y todo lo achaca a una reciente enfermedad y su
convalecencia. Sara es muy infeliz, no entiende nada, y cuando sepa la realidad
que se esconde tras todo esto, su mundo cambiará para siempre.
Os decía arriba que la cubierta me había llevado a imaginar
un tono muy distinto para la novela, pero es que el comienzo de la narración me
llevó por los mismos derroteros, porque la autora comienza describiendo el
pueblo de Far Edgerley, sus vecinos y la rivalidad con un pueblo situado más
abajo con una ironía, un cierto humor, que me hicieron pensar incluso en
Cranford. Y claro, yo estaba ya haciéndome ilusiones con una historia parecida
cuando el golpe que se lleva Sara y todo lo que viene a continuación me
convencieron de que no, que en esta historia no se alternaban escenas
divertidas con escenas tristes como ocurre en la novela de Gaskell, sino que
aquí, en Por el bien del comandante, la cosa era seria sin espacio para el
humor (salvo alguna pincelada más relajada muy, muy puntual). Es decir, que si la cubierta os da la sensación de novela cuqui y cozy…
no, no van por ahí los tiros.
Tampoco penséis que esto es un dramón del quince, pero sí
que trata temas muy serios y que, además, yo no había visto expuestos de manera
tan explícita en ninguna novela clásica. Y la cosa está en que no puedo deciros
qué ocurre con el comandante y por qué está su esposa intentando encubrir la
situación porque os estaría haciendo un spoiler tremendo… si en alguna otra
reseña os lo dicen, no deberían (de hecho, después de terminar el libro sí que he
leído la sinopsis por si acaso es de las destripadoras… y no, afortunadamente los editores también
fueron muy prudentes al respecto). Y os prometo que me duele no poder hablar
sobre ello porque me encantaría explayarme sobre este problema y cómo se
afrontaba en el siglo XIX, pero es algo que debéis descubrir al leer el libro.
Así que lo dejaremos en que sí, ocurre algo, y todo lo que su esposa hace (y
más tarde su hija su hija también cuando descubre el percal) es por el bien del
comandante y su bienestar. De ahí el título de la novela.
Ya que no os puedo hablar sobre esto os hablo de otra
subtrama que tiene lugar a lo largo de la narración, de la que tampoco puedo
desvelar mucho pero que sí os desgloso por aquí. El caso es que al pueblo llega
un forastero que dice ser artista y que no solo despierta la curiosidad de todos
sus habitantes, sino que se le abren las puertas de Las Fincas de par en par,
cosa sorprendente cuando la situación en la casa no es la más apropiada para
recibir a gente nueva. Pero bueno, por la razón que sea, a la señora Carroll le
cae en gracia este joven y él se pasa los días en la casa familiar… y eso que
su hijastra, Sara, no lo soporta, y es un sentimiento peculiar que solo
comparte el reverendo Frederick Owen , soltero y codiciado por todas las
señoritas en edad de merecer de los alrededores, y que también gusta mucho de visitar
Las Fincas. Owen admira enormemente a la señora Carroll, pero parece que poco a
poco, y sin que él se dé cuenta, esa admiración se va trasladando a Sara… hasta
que los nubarrones empiezan también a aparecer por este lado de la historia,
siempre con el joven forastero artista como núcleo de los problemas.
Y luego está la señora Carroll en sí misma, otro de los misterios
de esta novela, un misterio que será desvelado a su debido tiempo. Por lo
pronto solo sabemos sobre ella que es mucho más joven que su marido, que se
casó con él cuando apenas contaba unos 23 años y él rondaba los 55, que tenía
una hija pequeña que falleció poco después de casarse con el comandante, y que
desde que se instalaron en Las Fincas es la señora del lugar. No se celebra una
fiesta en el pueblo si no es en Las Fincas, todo el mundo sabe que ella recibe
visitas y no está obligada a devolverlas, es el modelo a seguir por cualquier
mujer de la zona y, en fin, que es lo más parecido a la alta sociedad que
existe en el pueblo sin tener realmente mucho dinero ni grandes posibles. Es
bella, casi como una muñeca, y todos los hombres del Far Edgerley la admiran
profundamente. En el momento en que comienza la historia no ha cumplido todavía
los cuarenta, adora a su marido y se desvive por él, su bienestar y su
felicidad. La relación con la hija de su marido, Sara, es cordial y, aunque
esta la llama madre, realmente no se intuye una relación madre-hija. Y así, en
estas condiciones, comenzamos la novela… lo que viene después, la maleta que la
señora Carroll lleva a la espalda, se irá abriendo poco a poco conforme pasan
las páginas.
Me ha gustado el estilo de Woolson, y narrar todo lo
que narra, todos los temas que toca, en tan pocas páginas, dice mucho de lo
claro que tenía lo que quería contar y cómo hacerlo. Y además es de la escuela de
mostrar en lugar de contar, y de muchas de las cosas que están pasando en esa casa y
con esos personajes nos damos cuenta por el modo en que se comportan, por cómo se miran, por lo
que dicen y sobre todo por lo que no dicen, por sus reacciones… no necesita
explicitar lo que ocurre para que el lector sepa en todo momento donde tiene que
centrar su atención. Y luego está Far Edgerley y sus habitantes, que no son
mojigatos pero sí tienen unos valores morales muy altos, y que van de
intelectuales cuando no lo son ni falta que les hace. Solo conocemos a unos pocos
de esos vecinos y realmente, en profundidad, la historia gira en torno a los
residentes de Las Fincas y el reverendo Owen, pero el espíritu del lugar, el
modo en que estas gentes se conducen, piensan y viven, se transmite
perfectamente a través de las páginas.
Por todo esto me ha molestado un poco el tono del posfacio de
mi adorado Henry James, a quien admiro mucho como autor (sé que esto no es
compartido por mucha gente, que no lo soporta… podría mirar a alguien que leerá
la reseña, pero no lo haré xD). En sus palabras sobre Woolson muestra
una condescendencia hacia ella y su obra que me parece bastante fuera de lugar (yo
al menos lo he percibido así… he empezado a leer pensando que encontraría una opinión más amable, pero con muy buenas palabras a mí me ha transmitido esa sensación de mirar por encima del hombro, no sé si me entendéis). Realmente este posfacio nunca fue escrito
como tal para el libro, sino que pertenece a Partial Portraits, un libro de
crítica literaria que James publicó en 1888, cinco años después de la
publicación de Por el bien del comandante. En este libro recopiló ensayos sobre
escritores americanos e ingleses y entre ellos se incluía la semblanza sobre Woolson…
y bueno, la cosa es que ellos tenían una historia
personal, una relación complicada en la que se dice, se cuenta, se rumorea que
James no estuvo a la altura de esa amistad. No voy a entrar aquí a detallar más
sobre este tema que me está quedando largo, pero bueno, ahí queda el apunte.
En definitiva, Por el bien del comandante me ha gustado
mucho. Es una historia costumbrista en algunos de sus aspectos, pero dura
en otros. Trata temas sobre los que hoy en día hay mucha información y se ha
escrito mucho sobre ellos, pero que en un libro de 1883 sorprende encontrarlos (yo al menos
no lo esperaba). También ahonda en temáticas más habituales de la
literatura de la época añadiendo una pizca de secretos y melodrama de por
medio. Y por si fuera poco, habla sobre las expectativas que vuelcan sobre nosotros los
seres que amamos, de cómo queremos hacer honor a esas expectativas, cumplirlas
y ser ante ellos un tipo de persona que realmente no somos, y de cómo esos
engaños, esos artificios, tienen las patas muy cortas y tarde o temprano caen
por su propio peso.
Creo que no hay nada más publicado de Woolson en castellano.
A ver si alguna editorial se anima.
Constance Fenimore Woolson nació en 1840 en Claremont, New Hampshire, pero su familia pronto se trasladó a Cleveland. En 1870, habiendo recorrido ya buena parte del país, comenzó a publicar relatos y artículos en revistas como The Atlantic Monthly y Harper´s Magazine. Sus cuentos y novelas narran en su mayoría historias ambientadas en la región de los Grandes Lagos, o en los estados del Sur, o bien retratan la vida de los expatriados estadounidenses en el Viejo Continente. Con casi cuarenta años, ella misma se trasladó a Europa, donde residió en una serie de hoteles de Inglaterra, Francia, Suiza, Alemania e Italia. También fue allí donde conoció a Henry James, con quien establecería una larga y compleja relación. En 1893, Woolson alquiló un apartamento en el Gran Canal de Venecia, donde al año siguiente, aquejada de una severa depresión, moriría al caer desde una de sus ventanas.