Título original: The Halloween Tree
Autor: Ray Bradbury
Editorial: Minotauro
Traducción: Matilde Horne
Páginas: 160
Diseño de cubierta: Opalworks BCN
Estamos en un pueblecito de Illinois, donde ocho amigos se reúnen la tarde de la Noche de Brujas. Expectantes, nerviosos, engalanados con sus mejores disfraces (¡qué importantes son estos disfraces para lo que está por venir!), están deseando comenzar su periplo casa por casa recitando el consabido ¿Truco o trato?... pero falta uno de ellos, el mejor de todos, tendrían que ser nueve. ¡Falta Pipkin! La Noche de Brujas no es Noche de Brujas si no está Pipkin. Y van a buscarle a casa, y está raro, no parece él mismo, anda como un viejo, ¡ni siquiera está disfrazado! Les dice que se adelanten, que se reunirá con ellos en la cañada, en la casa de los Fantasmas, y allá que se dirigen los ocho amigos. Lo que encuentran allí no tiene desperdicio: un árbol del que cuelgan miles de calabazas, y un hombre (¿es realmente un hombre?) extraño vestido de negro que dice llamarse Carapacho Clavícula Mortajosario. Y entonces ven a Pipikin andando hacia ellos, pero ya no está, de repente ya no está. ¿Dónde ha ido Pipkin? Si quieren encontrarlo (¡si quieren salvarlo!) no tendrán más remedio que colgarse de la Cometa que Mortajosario ha creado de la nada y acompañarle a conocer los orígenes de la Noche de las Brujas. ¡Oh, menudo viaje y cuántas emociones diferentes esperan a estos amigos!
Una magnífica noche. ¡Y toda la historia larga, profunda, oscura y salvaje de la Noche de las Brujas esperando para devorarnos de un solo bocado!
Pues así, de la mano de Mortajosario, viajamos en el tiempo, nada menos que cuatro mil años atrás (dos mil años antes de Cristo), y ahí comienza nuestro aprendizaje. ¿Dónde estamos? En el Antiguo Egipto, y la primera lección que recibirán estos niños será la de Osiris, rey de los Muertos, y los egipcios y su celebración de la muerte porque creen en la vida después de ella. Y desde allí un vistazo a los cavernícolas hace millones de años. Y después las islas Griegas y su Fiesta de las Vasijas y su melaza en los dinteles para que los fantasmas no pudiesen penetrar en sus casas, la Edad Media y sus miles de brujas escondidas por toda Europa, México y su Día de Muertos, París y su Notre Dame infestada de gárgolas y simbología, el todopoderoso y temible Samhain con su guadaña y los romanos apropiándose de la festividad celta, y después los cristianos... de acá para allá conociendo, descubriendo, aprendiendo la celebración que se hace de la vida y la muerte en diferentes partes del mundo desde que el hombre es hombre y a lo largo de los años, cientos de años, miles de años. Y en cada una de esas aventuras Pipkin se les escapa de las manos, lo ven y dejan de verlo en un instante, les pide ayuda pero jamás consiguen llegar hasta él. Pipkin en forma de gárgola, Pipkin embalsamado como una momia, Pipkin sobre una escoba... ¿Salvarán a Pipkin?
Y es que la forma que tiene Bradbury de contarnos la historia es, simplemente, una delicia, pero en absoluto elemental. Usa las palabras como quiere, juega con ellas como si fueran hechizos, y eso es lo que hace con el lector, embrujarle y trasladarle con ellas al otoño, a sus colores, a sus olores, y cuando nos sube a esa Cometa sentimos y vivimos cada viaje, cada lugar, cada época... La forma de contar la historia tiene reminiscencias juguetonas, traviesas y bulliciosas, pero no deja de lado en ningún momento una prosa elaborada, casi poética, ni el uso casi exuberante de vocabulario en frases que nada tienen de sencillas ni facilonas y sí mucho de riqueza estilística y despliegue narrativo. Si a todo esto sumamos que la historia en sí misma esconde conceptos e ideas complejas, pues que me reitero en lo que decía arriba: compro lo de infantil, pero con muchas reservas. De diez-doce años para arriba según qué casos y con adulto que comparta la lectura.
El árbol de las brujas es, en definitiva, un viaje fascinante a la celebración de la Noche de las Brujas más primigenia, esa en la que lo que importa es la celebración de la muerte y la vida que va indisolublemente unida a ella, los ritos en sí mismos y su significado: vida y muerte, noche y día, invierno y verano... Cómo el ser humano ha necesitado miles de años para aprender a vivir todo esto con menos miedo y a dedicar unos días a festejarlo, cada cultura a su manera, con un nombre diferente, pero siendo siempre lo mismo, significando siempre lo mismo. Pero estos ocho niños además nos dan una lección de amistad, se enfrentan a decisiones difíciles de tomar, viven mil aventuras que les hacen pasar de la risa más jubilosa al temblor más inesperado, se agotan de tanta sorpresa y vuelven a colmarse de alegría en la siguiente parada, pero nunca jamás se les pasa por la cabeza abandonar a Pipkin.
Si os digo la verdad, conforme leía mis vibraciones eran que Tim Burton se había cruzado con las historias protagonizadas por niños de Stephen King (mucho antes de la era King y la era Burton, lo cual no deja de tener su aquel), todo ello narrado con la magia, imaginación, fantasía, inteligencia y genio de Bradbury. No sé si esto os da una idea de lo que podéis encontrar en El árbol de las brujas, pero yo lo he disfrutado mucho. Ya tengo otro de sus libros infantiles en la estantería, aunque no creo que La feria de las tinieblas llegue sin leer al próximo 31 de octubre.
Señor Mortajosario, ¿quién es usted?
Creo que tú lo sabes, muchacho, creo que lo sabes.
Oh, señor Mortajosario, ¿dejaremos de tenerle miedo alguna vez a la noche y a la muerte?
Cuando lleguéis a las estrellas, muchacho, sí, y viváis para siempre allí, todos los miedos desaparecerán, y la Muerte misma morirá.