Título original: Ormond
Autora: Maria Edgeworth
Editorial: Libros de Seda
Traducción: Ana Andreu Baquero
Páginas: 352
Fecha publicación original: 1817
Fecha esta edición: marzo 2024
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 22,25 euros
Siendo solo un niño, Harry Ormond pierde a su madre y su padre lo
abandona. Compadeciéndose de él, Ulick O’Shane, un irlandés acomodado,
lo adopta y lo cría junto a su hijo Marcus. Ambos jóvenes se meten en
muchos líos cuando llegan a la adolescencia pero, tras verse implicados
en un tiroteo en el que casi muere un joven, y viendo que la esposa de
O’Shane no lo quiere en su casa, Ormond se va a vivir con el primo rico
de su tutor, alguien a quien apodan «Rey Corny». Tras este suceso, Harry
Ormond empieza a plantearse de verdad qué quiere ser en la vida. ¿Qué
camino tomará? ¿Logrará construirse un nombre y fortuna?
Maria Edgeworth pertenece a ese selecto grupo de escritoras de las que me da igual lo que se publique porque yo lo voy a leer sin molestarme siquiera en saber de lo que va el libro en cuestión. Es que me da igual, acepto lo que venga encantada de la vida y agradecida por la oportunidad de seguir conociendo su obra. Buena parte de las traducciones de sus libros al castellano están ya descatalogadas, y en la actualidad solo se pueden encontrar sin problemas tres de sus libros, entre los que se encuentran dos publicados por Libros de Seda: uno de ellas es Belinda, y el otro es Ormond, del que os hablo hoy. Ormond fue publicado originalmente en 1817, y antes de comenzar la lectura no sabía más que estaba incluida en su trilogía sobre Irlanda, a la que también pertenecen Ennui y El absentista (del que os hablé aquí hace unos años). En todo caso, como no todo el mundo se lanza a leer libros de una manera tan excéntrica sin saber de qué van, os cuento un poquito sobre Ormond antes de comentaros mis impresiones.
Harry Ormond es un huérfano de madre (y abandonado por su padre) que vive desde niño bajo la protección de sir Ulick O'Shane, un crápula que ha ido alcanzando sus propósitos sociales y económicos en la vida a base de posicionarse siempre donde el viento mejor sopla y usando sus matrimonios como colchones económicos. El caso es que Ulick quiere a Harry más que a su propio hijo, Marcus, pero cuando ocurre cierto suceso que le hace sospechar que Ormond puede interponerse en un matrimonio muy ventajoso para Marcus, no duda en deshacerse de su pobre protegido y mandarlo lejos con un familiar a las Islas Negras. Es aquí cuando empieza realmente la historia de Harry Ormond, que no ha cumplido todavía los dieciocho años cuando comienzan sus peripecias. Marcus nunca ha sido una buena influencia para él, y cuando se ve lejos de esas malas compañías para caer en manos de personas mucho más recomendables, Ormond empieza a florecer como hombre y como persona. Pero no está escrito que Ormond pueda permanecer durante mucho tiempo en el mismo sitio, y lo iremos acompañando a lo largo de varios años durante los que esos avatares, esas aventuras, las personas que conoce y con las que se relaciona, el cambio de su situación económica, las traiciones que sufre y lo que aprende de todas y cada una de esas experiencias, lo irán moldeando de una manera apenas imaginable cuando comienzan las páginas.
Ya
lo comenté en su día cuando os hablé de El absentista, pero se tiende a
unificar la literatura de ciertas épocas bajo unos mismos patrones y
características de un modo bastante erróneo (e injusto en muchos casos
para algunos autores). Maria Edgeworth es una autora que empezó a
escribir muy a finales del siglo XVIII y cuya última etapa literaria
puede encuadrarse dentro de la época de Regencia inglesa... y claro, en
cuanto hablamos de Regencia enseguida acude a la mente la asociación con
la autora de Regencia por excelencia, nuestra queridísima Jane Austen
(bueno, menos para los que se empeñan cada cinco meses en decir que es una
autora victoriana... a esos solo les deseo que les sirvan el té
frío y que se les indigeste el sándwich de pepinillo xD). Claro, lo fácil es pensar que Maria Edgeworth escribía
como Jane, que contaba las mismas historias que Jane y que se movía por
círculos y conocimientos sociales muy parecidos. Qué gran equivocación.
La vida de Maria Edgeworth, desde su nacimiento hasta su muerte, no
podría haber sido más distinta que la de Austen en cualquier matiz que
se os ocurra, pero es que además tenemos un elemento diferenciador que
lo es todo en muchas de sus obras: Irlanda, ese país
en el que ambienta la parte más reconocida de su obra y sobre el que quiso llamar la
atención en muchos aspectos (y denunciar muchos otros que ocurrían en
él). Nada tienen que ver Maria Edgeworth y Jane Austen, ni en estilo, ni en temática, ni en ambientación ni en el trasfondo e intencionalidad de lo que narran, y es algo que se debe tener en cuenta cuando uno se acerca a Edgeworth y se dispone a leerla. Lo digo siempre que hablo de esta autora y no me cansaré de repetirlo para evitar (injustas) decepciones y/o comparaciones.
Hablando del libro en sí que os traigo hoy, creo que Ormond podría catalogarse bajo ese género tan de moda desde hace unos años (literariamente hablando) como es el coming of age (y que prueba lo que siempre digo, que todo en la literatura está inventado desde hace mucho, mucho tiempo, y que simplemente los géneros y subgéneros pasan por muchas etapas tanto creativas como de interés por parte de los lectores). Si nos atenemos a la descripción genérica del coming of age, esta nos dice que es un género que se enfoca en el crecimiento moral y psicológico del personaje principal (que suele ser un adolescente o una persona muy joven al comienzo de la historia), en su evolución ética, su educación y las experiencias vitales que moldean su percepción de la realidad y el modo en que alcanza la madurez. Todas y cada una de estas premisas forman parte de Ormond, y además comparte rasgos muy acusados con otras dos novelas publicadas antes que ella y que pueden encuadrarse sin lugar a dudas dentro del mismo género de maduración y crecimiento del personaje protagonista: por un lado, y de una manera muy evidente porque la propia autora lo introduce en la novela, La historia de Tom Jones, de Henry Fielding (aunque nuestro Ormond no tiene nada de pícaro y ni mucho menos es tan propenso a las infidelidades y los placeres sensuales); y en menor medida, de manera puntual y sobre todo al final, con Cándido, de Voltaire. Pero sobre esto os hablo más adelante.
El caso es que cogemos a un Harry Ormond de apenas diecisiete años que ha recibido una mala educación y una dejadez disciplinaria por parte de su tutor, sir Ulick. Es muy apuesto, tiene buen fondo, es generoso y tiene buena disposición para las cosas, pero no ha sido guiado ni instruido para controlar sus impulsos ni para moderar su libertinaje, así que un adolescente que podría ser muy provechoso para la sociedad se comporta con una disipación y una falta de dominio en sus acciones que le juega muy malas pasadas. Una de esas situaciones (y también la mano desleal de sir Ulick, aunque esto ni lo sabe Ormond ni se lo imagina) es la que le lleva al comienzo del libro a tener que abandonar el castillo de Hermitage, donde ha vivido desde que fue acogido por sir Ulick, para trasladarse a las Islas Negras, donde vive un primo de su tutor (un hombre peculiar tanto en su forma de vivir la vida como en su forma de gobernar sobre la gente de las islas). Allí es donde realmente aflorará el Ormond que se esconde bajo el joven disoluto y consentido que ha sido hasta ese momento. Es aquí donde comienza, tal y como se dice literalmente en la novela, la transformación de "nuestro héroe", porque eso es lo que hace la narradora: contarnos la biografía de Harry Ormond. Desde el principio nos avisa de que Ormond ni es perfecto ni tiene muchos méritos de los que presumir cuando comienza la novela, y ella se va a encargar de hablar tanto de lo bueno como de lo malo, de los avances y los retrocesos en esta carrera hacia el juicio y la sensatez:
La mayoría de los héroes son perfectos por naturaleza, o al menos eso es lo que nos hacen creer sus biógrafos o panegiristas. El nuestro, en cambio, está muy lejos de ese colectivo privilegiado. Los lectores de esta historia no corren el peligro de que los aburra nada más empezar con una lista de sus méritos y logros; tampoco los impresionaré ni los desalentaré con una exhibición de virtudes muy por encima de la humanidad y que nadie puede aspirar a imitar. Más bien al contrario, la mayoría de la gente se sentirá reconfortada y bendecida con la reflexión de que nunca fueron tan insensatos ni tan infames como Harry Ormond.
Sin ser divisiones explícitamente marcadas en la novela, yo diría que se puede dividir de una manera bastante clara en tres partes que nos llevan desde Irlanda y las Islas Negras hasta, ocasionalmente, Inglaterra, para detenerse durante cierto periodo de tiempo en París, y vuelta a casa. Os voy a hablar de las dos que a mí me parecen más importantes e interesantes en lo que respecta al personaje de Harry Ormond en general y a ciertas cosas que creo que Edgeworth quería comentar en particular.
Toda la parte que transcurre en las Islas Negras es, para mí, la mejor de toda la novela. Ormond es recibido allí por el "Rey Corny", un personaje que representa todo lo opuesto a sir Ulick en cuanto a ambiciones, honestidad, integridad y ética. Es un buen hombre que realmente llega a convertirse en un padre para Harry y que vive completamente inmune a convenciones sociales, hipocresías, excesos, problemas de terratenientes y disputas familiares. En realidad, estos dos personajes, sir Ulick y Rey Corny, representan los dos tipos de terratenientes que existían en Irlanda en aquella época, porque además hay resaltar una cosa muy importante que surge constantemente durante todo el libro en diversos aspectos: que uno es católico y el otro protestante. Ulrick, protestante converso, representa a la nueva facción de terratenientes angloirlandeses que dividían sus intereses y sus lealtades entre los dos países, siempre con un ojo puesto en Dublín y el otro en Londres, y siempre intentando sacar provecho económico ya fuese con buenas o no tan buenas artes. Corny, católico, representa al terrateniente irlandés tradicional, más honesto e íntegro, pero sumido en la pobreza al no implementar nuevas técnicas en sus tierras ni aprovecharse políticamente de ningún beneficio. Son formas de administrar las tierras muy diferentes que tienen sus raíces en la propia forma de conducirse en la vida, y Edgeworth lo plantea de manera brillante en el único dialogo al que asistimos entre estos personajes, donde se palpa la tensión y la desconfianza por debajo del humor cortés y las pullas socarronas.
El caso es que en ese ruinoso castillo, del que Corny está tan orgulloso, vive Ormond apartado del mundo, alejado de la sociedad y sus tentaciones, en contacto directo y permanente con la naturaleza y en relación constante con la gente rural y sus problemas. Allí es también donde madura y se convierte en una persona reflexiva, prudente y con la cabeza muy bien asentada sobre los hombros, y allí es donde Ormond, nuestro Harry Ormond, se transforma en el hombre que aprende a moderarse y a conducirse de manera honesta cuando el mundo, más adelante, intente embaucarlo y volver a llevarlo por el mal camino.
Todo esto que os acabo de contar choca frontalmente con la parte de la trama ambientada en París, sobre la que no os puedo contar nada ni el por qué de su presencia en la novela porque transcurre bien avanzado el libro, pero sobre la que sí debo destacar dos cosas. Una es que no tenemos ninguna pista significativa sobre la época en la que está ambientada la novela hasta que llegamos a Francia, porque allí es cuando se empiezan a dar nombres reales sobre la corte de Versalles y los círculos culturales de la época, y el misterio se resuelve en cierto momento cuando se dice explícitamente que la trama está situada durante los últimos años de reinado de Luis XV y la época de madame du Barry ya presentada en la corte. A partir de ese momento ya no hay pérdida: los capítulos de París transcurren en un momento indeterminado entre los años 1769 y 1774, y eso hace que el libro probablemente comience en algún momento que ronda entre 1760 y 1765. Lo dicho, resulta curioso que no sepamos nada de esto casi hasta el final, y de hecho toda la parte ambientada en Francia me ha parecido como un añadido peculiar a la novela que Maria quería incluir a toda costa porque quería hablar (y criticar, la verdad sea dicha) sobre la corte francesa, sus excesos, el lujo, la disipación, la frivolidad, la extravagancia... esa corte de Versalles estúpida e insustancial que vivía en una burbuja absurda y ciega que explotó en 1789.
En realidad, aunque Maria visitó París por primera vez en 1802 (por cierto, en ese mismo viaje le propuso matrimonio un enviado del rey sueco y, a pesar de sentirse atraída por él, lo rechazó para poder volver a su hogar en Irlanda y seguir escribiendo), tenía un vínculo anterior curioso relacionado con la corte de Versalles. El caso es que un primo suyo, el abate Henry Essex Edgeworth, nacido en la propiedad familiar de Edgeworthstown, fue investido con los poderes del arzobispo de París, monseñor Antoine Le Clerc, cuando este huyó de París a Alemania en 1792, y fue por tanto el confesor y el encargado de administrarle la extremaunción a Luix XVI en el cadalso en 1794. Puede que sea simple coincidencia y todo esto no esté relacionado, pero lo
dicho, yo he percibido un interés muy concreto de la autora por hablar de este
periodo en unos capítulos que, de no ser ese el caso, resultan peculiares dentro del conjunto de la novela, y me quedo con muchas ganas de comentar cosas sobre ellos, pero no puedo.
Estoy intentando comentaros mucho sobre lo que podéis encontrar en la novela sin destriparos absolutamente nada de los avatares personales por los que pasa el protagonista, pero aun así resulta inevitable hablar de algo que definía por completo la obra de esta autora. ¿Qué
encontramos del comentario y crítica social irlandeses, tan habituales
en la obra de Edgeworth, en esta novela? Pues aparte de los diferentes tipos de terratenientes que se oponían en el país y de los que os hablo arriba (aún habla más adelante en la historia de un tercer tipo, pero no me voy a detener en ello), en Ormond se trata sobre todo la problemática de la educación, un
reflejo totalmente directo de las propias ideas de la autora, que creía
que la educación era imprescindible para el desarrollo y correcto
funcionamiento de su país y que defendía la necesidad de ilustrarse, instruirse y educarse ya no solo como individuo, sino como elemento enriquecedor de la propia sociedad. Ormond como personaje es un reflejo perfecto de esta idea: no recibe ningún tipo de educación mientras vive en el castillo de Hermitage, y solo cuando se va a vivir a las Islas Negras comienza él mismo a instruirse, a educarse, a aprender y a absorber unos conocimientos, unas normas de conducta y una moral que hasta entonces le habían sido negadas, y es un modo de vida que Ormond ya no abandona en ningún momento, recluyéndose en la lectura y en el estudio en cuanto tiene ocasión. Pero aparte de esto Maria se mete en un charco que en su época levantaba muchas ampollas: la educación conjunta infantil independientemente de la religión que se profesaba. La zona irlandesa en la que ambienta Edgeworth la novela (y que representa a su propio condado) es protestante conversa, pero también hay familias católicas, y la narración aboga de manera evidente y sin cortapisas por la educación infantil conjunta de ambas religiones, idea que provoca un rechazo frontal por parte de muchos personajes relevantes de la zona. No tengo espacio aquí para hablaros sobre este tema porque me estoy extendiendo ya demasiado, pero Maria tenías unas ideas muy claras ya no solo sobre el tema que trata en la novela, sino a nivel pedagógico y el modo en que debía enfocarse la enseñanza para obtener el máximo provecho tanto en las clases como en el rendimiento de los estudiantes.
Y al hilo de lo que comento antes sobre los salones culturales del París de la época y esto último sobre la educación de los irlandeses, no puedo dejar pasar la ocasión de hablaros de un aspecto que no esperaba para nada en la novela y que es muy predominante a lo largo de todas sus páginas: su componente literario y su amor por la literatura. Hay mucha literatura en esta historia, y la primera gran novela que se nombra es La historia de Tom Jones, de Henry Fielding, de la que os hablé al principio, que se nombra muchas veces a lo largo de la novela y que impresiona mucho al protagonista cuando comienza a devorar libros uno tras otro. Pero aparecen más historias y autores de los que va tomando nota e intentando asimilar enseñanzas: Sir Charles Grandison y Clarissa, de Samuel Richardson, las Cartas a su hijo, de Lord Chesterfield... y ya en París, la autora toma filósofos, dramaturgos y novelistas franceses reales de renombre en la época y los usa como personajes ocasionales: Jean-François Marmontel, Jean le Rond d'Alembert, Pierre de Marivaux... también se nombra a Voltaire, pero da la casualidad de que está "de viaje" en ese momento y nuestro protagonista pierde la oportunidad de conocerlo... Pero más allá de los títulos y sus autores, la importancia de la literatura en la novela es predominante por todo lo que aporta a Ormond a nivel personal y el modo en que esas historias apelan a sus sentimientos mas nobles y le enseñan a discernir y tener unos estándares propios tanto éticos como morales.
Y a todo esto, no os he nombrado a ninguna dama como interés amoroso del personaje. ¿Tenemos componente romántico en esta historia? Lo tenemos, pero me reservo el derecho a no desvelar nada sobre este tema y que lo descubráis cuando os adentréis en sus páginas. Ormond es muy joven, enamoradizo, y tiene que aprender poco a poco a distinguir lo que quiere, lo que le conviene y lo que realmente necesita en su vida. Se enamora y desenamora con tremenda facilidad, el encanto de muchas mujeres se desvanece en cuanto descubre que no cumplen los requisitos éticos que ha aprendido a respetar y necesitar y, aunque muchas son las mujeres que llaman su atención en esta novela, solo dos serán predominantes a lo largo de sus páginas. Poco más os puedo decir al respecto, pero sí, entre tanta lectura, cambio de escenario, cambio de posición social y aventuras varias, hay tiempo para el amor.
Voy terminando, que no quiero abusar de vuestra paciencia. Como digo al comienzo, Ormond es la tercera y última novela irlandesa de Maria Edgeworth. La escribió mientras su padre estaba muy enfermo (murió de hecho el año en que se publicó) y la ambientó varias décadas antes de la época tratada por ejemplo en El absentista, donde Irlanda estaba floreciendo y creciendo tras haber abolido su parlamento y haberse unido a Inglaterra formando un solo
reino. En Ormond todavía falta mucho tiempo para eso, así que lo que hace es hablar de como estaban las cosas antes de ese momento: las rencillas religiosas tanto entre los que estaban arriba en la escala social como los que estaban abajo, los distintos puntos de vista para sacar adelante al país y promover su riqueza y la necesidad de una educación abierta que formase al futuro sostén de esa sociedad. También critica a los miembros del entonces parlamento irlandés por servir únicamente a sus propios intereses personales y por arrimarse siempre a lo que más les convenía (congraciarse con Inglaterra) sin pensar jamás en el pueblo al que representaban ni en el bienestar común, y ensalza la vida rural, honrada y enraizada con la naturaleza por encima de la futilidad y volubilidad que la hipocresía social imponía a quienes la frecuentaban y se dejaban llevar por ella.
Entre medias de todo esto, Ormond tendrá que enfrentarse a cosas normales de la vida como la muerte, los desengaños, las traiciones, el amor, el desamor, la amistad, los momentos felices, los que te hacen sentirte bien contigo mismo, los que te enfrentan a sus peores defectos, las tentaciones... Habrá quien vea cierto tono moralizante en esta trilogía irlandesa, esa singladura común mediante la cual sus personajes principales tienen que aprender sobre la marcha a hacer bien las cosas al tiempo que maduran y se convierten en personas honestas y moderadas, pero yo creo que eso es quedarse en la superficie... que en las novelas de Maria Edgeworth hay, como en tantos clásicos, retratos muy certeros de su época y su entorno además de elementos universales que precisamente trascienden esa misma época y los convierten en lecturas que no solo se disfrutan sino que te acompañan y te hacen reflexionar sobre la vida, las decisiones que tomamos en ella y las consecuencias de nuestras acciones.
Leer a esta autora es siempre un placer.
Por cierto, os hablaba del Cándido de Voltaire al principio de la reseña... no he vuelto a nombrarlo porque las páginas que me han recordado tremendamente a esa historia están al final del libro y no puedo hablar sobre ellas, pero el tono inverosímil, exagerado y culebronero es totalmente inconfundible. Sé que habrá lectores que pondrán los ojos en blanco pero a mí me ha hecho mucha gracia ver la referencia (que para mí es obvia, aunque lo mismo le echo mucha imaginación).
Maria Edgeworth (1767-1849) nació en Buckton (Oxfordshire), aunque desde los cinco años vivió en la propiedad
familiar de Edgeworthstown, en Irlanda. Bajo la guía y corrección
paterna empezó a escribir Letters for Literary Ladies y una colección de cuentos para niños, The Parent's Assistant. En 1800 publicó anónimamente su primera novela, Castle
Rackrent, que tuvo un gran éxito y que influiría en Walter Scott. Más
tarde, publicó otras novelas como Belinda (1801) y Leonora (1806).
En 1812 publicó El absentista, que pertenece a la serie que ella tituló «Tales of
the Fashionable Life». Después de la muerte de su padre se dedicó a concluir las Memorias que éste había empezado y que se publicaron en 1820.