Páginas: 228
Fecha esta edición: febrero 2017
Imagen de cubierta: Betty Grable and her Great Dane Genghis Khan (1938)
Lo primero es lo primero. Un libro llamado Historias de Hollywood promete un viaje a la época dorada del celuloide, con sus estrellas de cine, guionistas, directores, productores, agentes... glamour y todo lo contrario, la oscura cara de la moneda cuando los focos están apagados, pero... ¿habíais oído hablar de su autor, Daniel Fuchs? Y lanzo esta pregunta al aire porque servidora es una apasionada del cine clásico, de la magia que desbordaba Hollywood en sus orígenes, pero en mi ignorancia jamás había oído hablar de él. Tampoco es que tuviera una carrera de relumbrón como guionista a pesar de vivir y trabajar durante décadas en la meca del cine, pero llegó a ganar un Oscar en 1956 por la película Quiéreme o déjame (protagonizada por Doris Day y James Cagney), y era un magnífico escritor, que es lo que nos interesa aquí.
Fuchs era un maestro que todavía no había cumplido los treinta años cuando decidió dar el salto a Hollywood. Llevaba siete años trabajando como sustituto permanente en una escuela pública de Brighton Beach (en Brooklyn) y estaba harto: mismas obligaciones que los maestros con plaza fija pero ninguno de sus beneficios y un salario paupérrimo por horas. Había escrito tres novelas con muy buenas críticas pero que apenas se habían vendido salvo entre sus conocidos y no habían tenido mayor trascendencia. Entonces apareció Jed Harris, un productor de Broadway interesado en adaptar a los escenarios su novela Tributo a Blenholt (esa misma sobre la que Undine os habla hoy en su blog), y aunque Fuchs sabía que sería demasiada suerte que todo acabase bien (spoiler: no salió... esa adaptación jamás vio la luz), decidió hacer el petate, dejar su trabajo y marcharse a Hollywood. Corría el año 1937, y allí en Los Ángeles pasó el resto de su vida trabajando como guionista, escribiendo para revistas y periódicos, y fue, a todas luces, feliz.
Feliz... Curiosa palabra para describir la vida de alguien en un lugar que encumbraba y hundía personas y carreras con la misma facilidad con que se lanza una moneda al aire. Pero sí, Fuchs fue un rara avis que jamás alzó la voz contra la mano que le dio de comer, que fue dichoso en el sur de California, que allí vio crecer sanos a sus hijos, que conservó a sus amigos durante toda la vida y que siempre agradeció a la industria cinematográfica la vida desahogada de la que pudo disfrutar, los momentos ociosos al sol que casi ningún otro trabajo regala y la oportunidad de trabajar con tanta gente a la que admiraba y respetaba. Pero claro, esa es la vida que él vivió allí, lo que no quiere decir que no fuese consciente de todo lo que le rodeaba, de la desesperación por sobresalir, del desgaste emocional en la constante lucha por cumplir expectativas y seguir siendo rentable, de la facilidad con que pasabas de ser el rey del mambo a un apestado por una salida del tiesto o unos cuantos fracasos seguidos... Ahí radica la diferencia entre las dos vertientes que ofrece este libro: la de ficción y la de no ficción, su experiencia y la de los demás.
Aparte de su labor como guionista, Fuchs publicaba relatos de manera regular en The New Yorker, The Saturday Evening Post y Collier's. Si hacemos caso a uno de los alter egos que usa en sus relatos de ficción, lo vendía casi todo de una manera o de otra y se forjó una carrera asentada que le dio quizás más alegrías (laboralmente hablando) que su labor como guionista. Historias de Hollywood ofrece una selección de esos relatos (uno de ellos es en realidad una novela corta y se publicó como tal) además de tres ensayos autobiográficos. Os hablo primero de estos últimos y luego me voy a la obra de ficción.
El caso es que los guionistas pasaban de un estudio a otro, estaban divididos en varias categorías que conformaban su estatus dentro del estudio (él estaba en la zona media, ni mediocre ni un guionista reputado), se pasaban los meses muertos del asco en su oficina esperando a que sus agentes les encontraran una película en la que trabajar, y cuando conseguían el trabajo y escribían el guión, la mayor parte de las veces volvían a la casilla de salida porque no gustaba el guión, porque no estaba en la categoría suficiente para darle caché a la película o porque simplemente otros intereses se cruzaban de por medio. A veces se sentía mal por estar cobrando y no estar haciendo nada, pero pronto se dio cuenta que la maquinaria funcionaba así y se adaptó a ella. No os puedo relatar todo lo que cuenta Fuchs en sus ensayos, la gente que nombra en sus anécdotas, las reflexiones que hace sobre el cine en general y la industria cinematográfica en particular porque esto se haría eterno, pero sí os puedo decir que estos tres ensayos son claves para entender la mayor parte de los relatos de ficción que los acompañan en esta edición, porque ves al propio Fuchs en los personajes principales que los protagonizan y en la gente que le rodea.
Sí os dejo esta cita que resume un poco su enfado ante el ataque que estaba sufriendo en aquel momento el sector (hablamos de finales de los cincuenta- principios de los sesenta) y su defensa de aquellos años de esplendor, creatividad y magia como parte de la esencia misma del espíritu norteamericano (atención a los nombres que aparecen, directores de culto hoy en día que en su época tiraban a los pies de los caballos):
¿No es cierto que gran parte de lo que sabemos del mundo proviene de estos hombres, de sus películas y su inteligencia? ¿No es cierto que tienen un efecto sorprendentemente penetrante?, ¿que gente de todos los países del planeta corre deseosa a ver sus películas para compartir su virilidad, su realismo, su entusiasmo y su capacidad de manejar la vida? Creo que es una vergüenza, una estupidez, que tengamos, como está de moda en la actualidad, el hábito de ridiculizar a estos hombres y a su sector. ¿Es apropiado ignorar con tanta indiferencia a Ford, Stevens, Wilder, Mankiewicz, Huston, Zinnemann, William Wellman, Howard Hawks, Sam Wood, Clarence Brown, Victor Fleming, William Van Dyke, King Vidor, Raoul Walsh, Henry Hathaway, Henry King, Chaplin, Lubitsch, Goldwyn, Selznick, Milestone, Capra, Wyler, Cukor o Kazan? Eran una tropa chabacana, pendenciera y ensimismada. Lo que produjeron una fiesta continua en aquellos días repletos de sol, brillantes, fue un fenómeno desbordante de vitalidad y pasión, algo tan nuestro como los automóviles, los rascacielos o las autopistas, e igualmente irrefutable. Las generaciones próximas, al echar la vista atrás, sin duda descubrirán que los mejores y más sólidos esfuerzos creativos de nuestras décadas fueron destinados al cine, y es hora de que alguien dé un paso adelante y lo diga.
Escribir para las pantallas: una carta desde Hollywood (1962)
Me está quedadon esto muy largo, lo siento de veras, pero espero que me perdonéis si dedico otro par de párrafos a los relatos. Seis en total, algunos de apenas quince páginas, otros que alcanzan las casi ciento treinta y que tienen peso y consistencia propios de novela corta. Tal y como os decía arriba, muchas veces podemos reconocer en el narrador de la historia o en el protagonista a un alter ego de Fuchs, ya sea como guionista en busca de una oportunidad mientras sufre porque cobra sin hacer nada, ya sea como un maestro al que un productor de Broadway excéntrico y poco fiable saca de la vida anodina y le da el empujón para mudarse a Hollywood. Al ver en esos personajes a Fuchs y reconocerlo, inconscientemente el centro de interés se traslada a todos los personajes con los que interactúa, a sus descripciones, sus personalidades, sus excentricidades, las batallas dialécticas que presenciamos y las batallas que se pelean fuera de plano y contra las que no se puede hacer nada, la vida en los estudios, las fiestas, las cenas, quién era tal y quién era cual, quién está en la cresta de la ola y quién ya no es bien recibido, a quién hay que arrimarse y quién ha pasado a la historia... Muchos de los personajes y las situaciones los reconoces de su vida real porque los nombra en los ensayos; otros sabes que están basados en hechos totalmente verídicos pero te quedas con las ganas de saber quienes fueron sus protagonistas reales. En esos relatos están volcados los conocimientos, experiencias, conocidos y situaciones de muchas décadas de vida en la meca del cine, y no puedes evitar sonreír cuando te encuentras la misma frase usada en dos relatos completamente distintos, porque sabes que alguien le dijo esa frase a Fuchs en alguna ocasión y no la olvidó jamás, hasta el punto de repetirla y ponerla en boca de personajes de historias completamente diferentes (esa frase, por si os interesa es "Nunca escribas sobre personas que no pueden manipular sus destinos").
Al oeste de las Rocosas, esa novela corta que os he comentado antes, trata este tema. Fuchs se mete de tal manera en la cabeza de sus extenuados protagonistas que el lector acaba tan agotado como ellos; me parece una inmersión realmente fascinante en la mente de una actriz sola, vapuleada emocionamente y totalmente perdida.
Adele había comentado el particular vértigo, esa emoción extrema, grotesca, quizá un delirio, que en ocasiones se apoderaba de los artistas y los desquiciaba en pleno trabajo. Claris sabía a qué se refería. Lo había visto de vez en cuando: el artista agotado, titubeando y bañado en sudor, completamente enfervorizado, con los ojos desbocados y tensos. Provenía del pánico, del puro temor al fracaso y a la humillación.
Al oeste de las Rocosas (1971)
No sé si para disfrutar de Historias de Hollywood tienes que ser una apasionado del cine clásico y la época dorada de Hollywood... aunque si me preguntáis a mí, os diría que sí. No me imagino a alguien que no sienta mariposas en el estómago cuando aparece en la pantalla el logo de RKO, de la Paramount o de Metro Goldwyn Meyer, disfrutando de un viaje como este a las tripas que las vieron nacer. Tampoco me imagino disfrutando de este libro a alguien que no se trague de principio a fin esos títulos de crédito iniciales, larguísimos, donde solo vemos nombres y más nombres acompañados de una banda sonora que ya en muchas ocasiones promete gloria y que no da paso a la acción propiamente dicha hasta que toca, ni un segundo antes (si eres de los que adelantan los créditos, tres velas negras). Tienes que vivir la magia del cine y estar interesado en las excentricidades, sombras, luchas de egos, vidas desenfrenadas y dinámicas extravagantes que hacían posible esa magia.
Aquí no hay nada bueno. Toda esta pantomima falsa, el correr de un lado para otro, las apuestas y el alcohol, los bichos raros y los locos que ves por aquí: todo eso hace pensar a la gente que Hollywood es una gran broma, cuando en realidad no tiene ninguna gracia. Esto no pasa porque sí. Todo el mundo está muerto de miedo todo el tiempo. Las grandes estrellas, los guionistas, los productores, incluso los peces gordos: todos temen levantarse una mañana y descubrir que han perdido el toque mágico con el público. Es miedo. Y echa a perder todo lo que es normal y sencillo.
Florida (1939)
Lo
dice Fuchs, estas películas nacieron de batallas que enfrentaban a todo
el equipo creativo involucrado en cada película, cada uno peleaba por
lo suyo, todo lo mejor que podían hacer acababa en la cinta y luego
quedaba esperar la reacción del público, ese público que buscaba una vía
de escape tras la depresión financiera y se asomaba a las pantallas anhelando esos momentos que cortan la respiración y parecen de otro mundo. Voy a leer sin duda Tributo a
Blenholt, me he quedado con muchas ganas de Fuchs, y aunque él dice en
cierto momento de estos textos que sabe que sus novelas no eran especialmente buenas,
que simplemente estaban bien, he leído lo suficiente de él aquí para
saber que no se daba la importancia que merecía y que estaba muy alejado
del prototipo prepotente y egocéntrico hollywoodiense. Vamos, que no me creo ná, seguro que es un libro fantástico (a ver qué nos cuenta Undine -> reseña aquí).
Os dejo el tráiler de la película con la que ganó el Oscar al mejor guión en 1956, Quiéreme o déjame (Love me or leave me)... el nombre de Daniel Fuchs no aparece, dicho sea de paso.