Título original: Rutland Place
Autora: Anne Perry
Editorial: Plaza & Janés
Traducción: Jofre Homedes Beutnagel
Páginas: 305
Fecha publicación original: 1983
Fecha esta edición (3ª): febrero 1998
Encuadernación: bolsillo
Precio: descatalogado (disponible de 2ª mano)Diseño de cubierta: Judit Commeleran
Fotografía de cubierta: Mary Evans Picture Library
No era esta la reseña que pensaba traer hoy pero es la única que me veo capacitada para escribir ahora mismo, así que allá vamos, que lo mismo da un día que otro. Además tengo que avanzar en mi reto de leer la serie de Thomas Pitt en orden, que voy con retraso: me propuse leer seis a lo largo del año y esta que os traigo hoy, Los robos de Rutland Place, es solo la tercera reseña de 2020 (y quinta en la serie, aunque no sé por qué en muchos sitios pone que es la sexta... nonono, es la quinta).
Caroline Ellison, la madre de Charlotte Pitt, acude a su hija para que le ayude a resolver un robo que le trae de cabeza y le puede poner en una situación complicada: no es solo el hecho de que haya desaparecido un medallón, es que ese medallón contiene la imagen de un hombre... que no es su marido... ¡ups! Además las circunstancias hacen difícil que haya sido obra de un criado o de alguien externo: tiene que haber sido un vecino, y eso lo complica todavía más. ¡Menudo escándalo si le da por contarlo! A todo esto se suma que Caroline se siente observada, vigilada, y está muy asustada... Charlotte pronto descubre que otros vecinos de Rutland Place también dicen haber sido víctimas de robos, pero todo se complica cuando una de esas vecinas aparece envenenada en su casa. ¿Suicidio a causa de los remordimientos por haber cometido los robos? ¿Acaso conocía la identidad del culpable y ha sido asesinada? ¿Era la autora de los robos y estaba chantajeando a alguien? ¿De dónde ha salido el veneno si había llegado a su casa quince minutos antes y no aparecen los restos por ningún sitio? Es entonces cuando el inspector Thomas Pitt entra en acción... o algo así.
En Los robos de Rutland Place seguimos con las tres características que forman la base de muchos de estos libros. Una es que los crímenes tienen lugar en barrios de clase alta; la otra es que siempre está involucrado de alguna manera un familiar de Charlotte; la última es que Charlotte parece más detective que su marido. Sin acritud.
En esta quinta novela de la serie, Thomas y Charlotte han subido un poquito en el escalafón social y han pasado de vivir en un piso muy pequeño y oscuro a una casa más grande con un pequeño jardín en un barrio más acomodado. Incluso tienen una criada de quince años que ayuda a Charlotte con las tareas de la casa y con Jemima, que ya tiene dieciocho meses (y que al parecer pronto tendrá un hermanito, aunque es un dato que solo se dice como de pasada en un par de momentos de la novela). Tambien volvemos a saber de los padres de Charlotte, de los que ya no habíamos oído hablar desde la primera novela (y de hecho juraría que en alguna reseña he comentado que me parecía raro que apareciese su hermana Emily con asiduidad pero sus padres no, como si ya no existiesen). Bueno, pues descubrimos que después de los sucesos ocurridos en Los crímenes de Cater Street (y que no desvelaré por si acaso), se han mudado a Rutland Place, barrio igualmente acomodado y que se rige por las mismas convenciones y etiquetas sociales, unas normas no escritas y tan estrictas que impiden algo tan sencillo como denunciar el robo de una joya para que nadie se dé por aludido y no se pierdan amistades.
El misterio en sí mismo avanza como suelen avanzar normalmente en la serie. Por un lado Pitt hace sus pesquisas en unas casas donde no le quieren ni ver, donde los mayordomos arrugan la nariz al ver a un hombre tan desaliñado y carente de clase que tiene la desfachatez de llamar a la puerta principal y no a la de los criados, y con unos sospechosos que responden pocas preguntas pero siempre se sorprenden de lo educado y bien hablado que es ese inspector, a pesar de la pinta pordiosera que tiene (aunque de esa maravillosa voz que tantas veces se elogió en la primera novela no hemos vuelto a saber nada). Por otro está Charlotte, que siempre se las arregla para conocer a alguien que vive cerca de la persona asesinada, y se pasa el libro de visitas sociales para tomar el té intentando averiguar algo entre conversaciones frívolas, pastelitos de nata y pullas que van y vienen... Siempre se entera de muchas más cosas que su marido... Unas veces se las cuenta a Pitt para que las investigue y otras se las calla para ser ella la que ahonde en el asunto... y sí, Charlotte, que te tengo calada: siempre te guardas tú las mejores pistas. Así cualquiera.
Caigo ahora en que quizás a las tres características que comento arriba, se podría añadir una cuarta: casi siempre aparece un personaje que ya conocemos de libros anteriores (más allá de la familia de Charlotte), lo que en realidad tiene mucho sentido porque la alta sociedad londinense era (y sigue siendo) muy elitista y con un número muy concreto de miembros, con lo que por mucho que las tramas cambien de calle, plaza o zona, todos se conocen entre todos y forman un círculo muy cerrado. En este caso aparece de nuevo monsieur Alaric, personaje que ya conocimos en La secta de Paragon Walk y que allá por donde va, causa estragos entre la sección femenina, Charlotte incluida.
Os voy a ser sincera y me quito este sinvivir que me reconcome el alma desde que empecé la serie: por fin he aceptado que el Thomas Pitt de Los crímenes de Cater Street no va a volver. En el libro anterior me hice ilusiones, pero en esta quinta novela Pitt vuelve a ser un inspector poco resolutivo y que pasa casi desapercibido al lado de su mujer. Es lo que hay, tengo que aceptarlo. Cuando comencé el reto, habiendo leído algunos de sus libros de manera suelta y a lo largo de muchos años, no era en absoluto consciente de que iba a pasar esto una vez los fuese leyendo en orden. ¿Me duele? Sí, mucho, porque sigo muy enamorada del Pitt del primer libro. ¿Me va a impedir seguir con la serie? De momento no, porque las intrigas y misterios victorianos son como las pipas, un vicio. Los seguiré leyendo con el corazón un poco roto pero disfrutándolos en igual medida. Soy una contradicción con patas. No sé, ya veremos. Tiempo al tiempo. Ains, Pitt, where are you?
Aun así, y una vez superado todo este dramón lector que yo misma me he buscado, os confieso que es de los que más he disfrutado de la serie (de momento y sin contar el de Cater Street, que siempre será el mejor). Me ha gustado sobre todo la subtrama que introduce la autora con la madre de Charlotte y su enamoramiento de un hombre joven (bastante más joven que ella) y muy atractivo, tanto por lo que supone para ella como mujer casada de la alta sociedad de la época como por el peligro constante que se palpa durante todo el libro en el caso de que ese medallón aparezca. La clase alta londinense no se andaba con chiquitas: haz lo que quieras cuando quieras mientras no se entere nadie, pero como salga a la luz, te desollamos socialmente a ti y a toda tu familia. Por otro lado, también me ha gustado mucho el final; introduce un elemento peliagudo que en un libro de la propia época jamás encontraríamos (o no de manera tan evidente), algo que a la Perry le gusta mucho hacer: sacar los colores a la remilgada sociedad victoriana.
El siguiente será El ahogado del Támesis, del que quiero hablaros en septiembre si no pasa nada. Llevo mucho entre manos pero sigo empeñada en leer y reseñar seis libros de la serie este año. Estoy a medio camino, así que a por ello :)
Caroline Ellison, la madre de Charlotte Pitt, acude a su hija para que le ayude a resolver un robo que le trae de cabeza y le puede poner en una situación complicada: no es solo el hecho de que haya desaparecido un medallón, es que ese medallón contiene la imagen de un hombre... que no es su marido... ¡ups! Además las circunstancias hacen difícil que haya sido obra de un criado o de alguien externo: tiene que haber sido un vecino, y eso lo complica todavía más. ¡Menudo escándalo si le da por contarlo! A todo esto se suma que Caroline se siente observada, vigilada, y está muy asustada... Charlotte pronto descubre que otros vecinos de Rutland Place también dicen haber sido víctimas de robos, pero todo se complica cuando una de esas vecinas aparece envenenada en su casa. ¿Suicidio a causa de los remordimientos por haber cometido los robos? ¿Acaso conocía la identidad del culpable y ha sido asesinada? ¿Era la autora de los robos y estaba chantajeando a alguien? ¿De dónde ha salido el veneno si había llegado a su casa quince minutos antes y no aparecen los restos por ningún sitio? Es entonces cuando el inspector Thomas Pitt entra en acción... o algo así.
En Los robos de Rutland Place seguimos con las tres características que forman la base de muchos de estos libros. Una es que los crímenes tienen lugar en barrios de clase alta; la otra es que siempre está involucrado de alguna manera un familiar de Charlotte; la última es que Charlotte parece más detective que su marido. Sin acritud.
En esta quinta novela de la serie, Thomas y Charlotte han subido un poquito en el escalafón social y han pasado de vivir en un piso muy pequeño y oscuro a una casa más grande con un pequeño jardín en un barrio más acomodado. Incluso tienen una criada de quince años que ayuda a Charlotte con las tareas de la casa y con Jemima, que ya tiene dieciocho meses (y que al parecer pronto tendrá un hermanito, aunque es un dato que solo se dice como de pasada en un par de momentos de la novela). Tambien volvemos a saber de los padres de Charlotte, de los que ya no habíamos oído hablar desde la primera novela (y de hecho juraría que en alguna reseña he comentado que me parecía raro que apareciese su hermana Emily con asiduidad pero sus padres no, como si ya no existiesen). Bueno, pues descubrimos que después de los sucesos ocurridos en Los crímenes de Cater Street (y que no desvelaré por si acaso), se han mudado a Rutland Place, barrio igualmente acomodado y que se rige por las mismas convenciones y etiquetas sociales, unas normas no escritas y tan estrictas que impiden algo tan sencillo como denunciar el robo de una joya para que nadie se dé por aludido y no se pierdan amistades.
El misterio en sí mismo avanza como suelen avanzar normalmente en la serie. Por un lado Pitt hace sus pesquisas en unas casas donde no le quieren ni ver, donde los mayordomos arrugan la nariz al ver a un hombre tan desaliñado y carente de clase que tiene la desfachatez de llamar a la puerta principal y no a la de los criados, y con unos sospechosos que responden pocas preguntas pero siempre se sorprenden de lo educado y bien hablado que es ese inspector, a pesar de la pinta pordiosera que tiene (aunque de esa maravillosa voz que tantas veces se elogió en la primera novela no hemos vuelto a saber nada). Por otro está Charlotte, que siempre se las arregla para conocer a alguien que vive cerca de la persona asesinada, y se pasa el libro de visitas sociales para tomar el té intentando averiguar algo entre conversaciones frívolas, pastelitos de nata y pullas que van y vienen... Siempre se entera de muchas más cosas que su marido... Unas veces se las cuenta a Pitt para que las investigue y otras se las calla para ser ella la que ahonde en el asunto... y sí, Charlotte, que te tengo calada: siempre te guardas tú las mejores pistas. Así cualquiera.
Caigo ahora en que quizás a las tres características que comento arriba, se podría añadir una cuarta: casi siempre aparece un personaje que ya conocemos de libros anteriores (más allá de la familia de Charlotte), lo que en realidad tiene mucho sentido porque la alta sociedad londinense era (y sigue siendo) muy elitista y con un número muy concreto de miembros, con lo que por mucho que las tramas cambien de calle, plaza o zona, todos se conocen entre todos y forman un círculo muy cerrado. En este caso aparece de nuevo monsieur Alaric, personaje que ya conocimos en La secta de Paragon Walk y que allá por donde va, causa estragos entre la sección femenina, Charlotte incluida.
Os voy a ser sincera y me quito este sinvivir que me reconcome el alma desde que empecé la serie: por fin he aceptado que el Thomas Pitt de Los crímenes de Cater Street no va a volver. En el libro anterior me hice ilusiones, pero en esta quinta novela Pitt vuelve a ser un inspector poco resolutivo y que pasa casi desapercibido al lado de su mujer. Es lo que hay, tengo que aceptarlo. Cuando comencé el reto, habiendo leído algunos de sus libros de manera suelta y a lo largo de muchos años, no era en absoluto consciente de que iba a pasar esto una vez los fuese leyendo en orden. ¿Me duele? Sí, mucho, porque sigo muy enamorada del Pitt del primer libro. ¿Me va a impedir seguir con la serie? De momento no, porque las intrigas y misterios victorianos son como las pipas, un vicio. Los seguiré leyendo con el corazón un poco roto pero disfrutándolos en igual medida. Soy una contradicción con patas. No sé, ya veremos. Tiempo al tiempo. Ains, Pitt, where are you?
Aun así, y una vez superado todo este dramón lector que yo misma me he buscado, os confieso que es de los que más he disfrutado de la serie (de momento y sin contar el de Cater Street, que siempre será el mejor). Me ha gustado sobre todo la subtrama que introduce la autora con la madre de Charlotte y su enamoramiento de un hombre joven (bastante más joven que ella) y muy atractivo, tanto por lo que supone para ella como mujer casada de la alta sociedad de la época como por el peligro constante que se palpa durante todo el libro en el caso de que ese medallón aparezca. La clase alta londinense no se andaba con chiquitas: haz lo que quieras cuando quieras mientras no se entere nadie, pero como salga a la luz, te desollamos socialmente a ti y a toda tu familia. Por otro lado, también me ha gustado mucho el final; introduce un elemento peliagudo que en un libro de la propia época jamás encontraríamos (o no de manera tan evidente), algo que a la Perry le gusta mucho hacer: sacar los colores a la remilgada sociedad victoriana.
El siguiente será El ahogado del Támesis, del que quiero hablaros en septiembre si no pasa nada. Llevo mucho entre manos pero sigo empeñada en leer y reseñar seis libros de la serie este año. Estoy a medio camino, así que a por ello :)
Anne Perry nació en Blackheath, Inglaterra, en 1938. Su
escolarización fue interrumpida en varias ocasiones por los frecuentes
cambios de domicilio y sucesivas enfermedades, que la llevaron a
dedicarse apasionadamente a la lectura. Su padre trabajó como astrónomo,
matemático y físico nuclear. Él fue quien la animó a dedicarse a la
escritura. Tardó veinte años en publicar su primer libro. Durante todo
ese tiempo realizó diferentes trabajos para ganarse la vida y dedicarse
a lo que realmente era su pasión: escribir. Su primera novela sobre la
serie del inspector Pitt, editada en 1979, fue Los crímenes de Cater Street.
Anne Perry se ha consagrado como consumada especialista en la
recreación de los claroscuros, contrastes y ambigüedades de la sociedad
victoriana. Su serie de novelas protagonizadas por el inspector Pitt y
Charlotte, su perspicaz esposa, es seguida por millones de lectores en
todo el mundo.