Título original: The Drowned World
Autor: J. G. Ballard
Editorial: Minotauro
Traducción: Francisco Abelenda
Páginas: 224
Editorial: Minotauro
Traducción: Francisco Abelenda
Páginas: 224
Fecha publicación original: 1962
Fecha esta edición: mayo 1988
Fecha esta edición: mayo 1988
Encuadernación: cartoné con sobrecubierta
Precio: descatalogado (disponible de segunda mano en diversas ediciones)Ilustración de cubierta: Óscar H. Chichoni
El escenario de esta novela son los pantanos,
lagunas y junglas subtropicales que cubren la mayor parte de la
superficie terrestre a causa de un aumento en el calor del sol. La vida
vegetal y animal está regresando a la Edad Triásica... Pero los
acontecimientos principales ocurren en los niveles más profundos de la
mente. Y el mérito principal del libro es el extraordinario poder
imaginativo con que estos niveles son exteriorizados en formas
concretas.
Si os hablo de El imperio del sol, seguro que a casi todos os vendrá a la memoria aquella magnífica película de Steven Spielberg protagonizada por un Christian Bale adolescente y su vida en un campo de concentración durante la ocupación de Japón en China durante la Segunda Guerra Mundial. Esa historia, ficticia pero con experiencias reales del autor, era una adaptación de la novela del mismo nombre de J. G. Ballard, y ese libro, sin leer, lleva años en mi estantería por la misma razón que otros muchos: ya he visto la peli, el libro puede esperar. Por eso hace unos años decidí adentrarme en la experiencia de conocer a este autor con otras novelas, y dejadme deciros que todo lo que yo he leído de Ballard hasta el momento está en las Antípodas del tipo de historia que se narra en El imperio del sol. De hecho lo conocí con Rascacielos, una distopía bastante radical que he leído ya dos veces y que me encantaría leer una tercera vez en un futuro cercano. Tremenda, cruel e imposible de recomendar salvo para lectores con gustos muy concretos. La que os traigo hoy es una novela postapocalíptica muy distinta en cuanto a temática, pero que se adentra igualmente tanto en lo más recóndito como en lo peor de la naturaleza humana.
Estamos en un mundo que, tal como reza el título, está sumergido bajo las aguas. El disco solar ya no es una esfera definida, sino una elipsis que abarca todo el horizonte como una bola de fuego. Los gigantescos cataclismos ecológicos que cambiaron el clima de la Tierra comenzaron unos sesenta o setenta años antes del momento en que arranca la historia. Las capas exteriores de la ionosfera desaparecieron, la Tierra quedó sin protección, la temperatura empezó a subir, los casquetes polares empezaron a derretirse liberando millones de litros cúbicos... y el problema no radicaba solo en la subida del nivel del agua, sino que esa agua arrastraba toneladas de sedimentos y cieno sumergido que los nuevos mares empujaron hacia las costas, cambiando la forma y el contorno de los continentes, adentrándose cada vez más hacia el interior arrastrando todo ese barro y formando lagunas dentro de las ciudades... Empezaron a crecer las formas vegetales y a aumentar el nivel de radiactividad provocando mutaciones. La población se vio obligada a abandonar las ciudades cuando los diques fueron incapaces de controlar la entrada masiva de agua y cieno y a huir y emigrar paulatinamente a lo que antes se conocía como el círculo polar ártico (y que ya es una zona subtropical), y allí están ahora los restos de una humanidad compuesta por apenas cinco millones de personas que está condenada a la extinción, porque tarde o temprano tampoco allí será posible la habitabilidad.
La historia comienza en una ciudad a la que no se da nombre al principio porque el protagonista no lo sabe... los que han nacido en el polo no saben ya de ciudades ni de civilizaciones, solo existe el polo y el mundo sumergido (tarde o temprano averiguaremos que esta ciudad es Londres, aunque no es algo que afecte en nada a la trama). Este protagonista, Robert Kerans, es un biólogo que forma parte de una expedición militar que va recorriendo Europa de sur a norte. El objetivo de su laboratorio es trazar mapas biológicos; el de los militares a los que acompaña es encontrar puertos que puedan usarse en un futuro mejor e hipotético. Desde su llegada hace unos meses a la ciudad Kerans decidió que quería estar alejado del resto y se alojó en una suite situada en una planta muy alta del Ritz (las diez primeras plantas están bajo el agua). Cuando se asoma al balcón lo que ve ante sí es una laguna que, bajo su superficie, es más bien un pantano de desperdicios, y esta laguna es una de las tres principales que hay en la ciudad. Aparte de los miembros de esta expedición, en la ciudad solo permanece una mujer, Beatrice, que vive en el edificio que pertenecía a su familia y con la que Kerans mantiene una relación. Todo sigue su rutina, todo se desarrolla como en cada ciudad que han estudiado y analizado, hasta que dos sucesos lo trastocan todo: uno es la situación límite en la que se encuentra uno de los miembro de la expedición y sus consecuencias; el otro es la decisión que toman Kerans y Beatrice cuando la expedición decide abandonar la ciudad y seguir su camino hacia el norte. Kerans el impertérrito, Kerans el asceta, toma una serie de decisiones impropias de él que se verán complicadas con la entrada de nuevos personajes en escena... y en un mundo como este, todo lo nuevo suele ser para peor.
El mundo sumergido es una novela muy compleja y casi imposible de limitar a lo que pueda contaros en estos pocos párrafos, porque tiene casi tantas capas como ese cieno y esa inmundicia que subyacen bajo la superficie de las lagunas. No voy a pretender que soy capaz de desglosaros todo eso aquí porque no me llega el intelecto, así que me voy a limitar a apuntaros las tres particularidades más importantes que debéis tener en cuenta a la hora de decidir si os interesa leer el libro.
Una es el propio cambio climático que provoca la hecatombe que sumerge el planeta bajo las aguas y empieza a revertir el entorno a un estado propio de hace muchos millones de años. La ciudad vive bajo el yugo y el reinado de las gigantescas iguanas y basiliscos, que una vez más dominan la faz de la tierra. Los únicos edificios que permanecen en pie son los de acero de la zona financiera y comercial, todo lo demás yace bajo el agua; bosques gigantescos y miásmicos surgen de las aguas retornando el entorno y la fauna a las formas que ya tuvieron hace millones de años, en el triásico, cuando las condiciones eran parecidas... el equilibrio ecológico se ha invertido, los mamíferos apenas son capaces de procrear y los anfibios y reptiles, mucho mejor adaptados a un ecosistema como este, son los reyes del cotarro... Es decir, que vemos a esta expedición buscando recursos, investigando, haciendo algo porque HAY que hacer algo, pero desde el primer momento el tono del libro transmite la certeza de que todo eso no sirve para nada, que ya nadie lee esos informes porque para nada sirven, que tarde o temprano todo llegará también al polo, que tienen los días contados y que lo único que no saben es señalar la fecha concreta en el calendario para la extinción. No hay soluciones, no hay propuestas. No hay nada.
Todo esto el autor lo lleva a un terreno filosófico que enlaza con la ciencia y es lo más arduo de asimilar de la novela (y la segunda particularidad que quería comentaros). Si algunos de esos personajes deciden quedarse en esa ciudad lo hacen para morir, porque en apenas unos meses será completamente inhabitable y ya nadie volverá a por ellos, pero es que algunos de esos personajes ya están en un punto de no retorno. Los humanos se están transformando tanto psicológica como físicamente en armonía con un entorno prehistórico para el que no están preparados... pero la evolución inversa, esa que subyace en nuestro subconsciente, tiene mucho que decir al respecto. Todos los miembros de la expedición han tenido el déjà vu de haber visto todo esto antes, recuerdos biológicos que han hibernado y han estado adormecidos durante miles de generaciones... cada uno de ellos tiene la edad de todo un reino biológico, y a medida que el entorno retrocede en el tiempo geofísico, la personalidad se reorienta y puede arrastrar al ser humano hasta hacerle perder la razón. Es en ese momento cuando se empieza a hablar sobre unos sueños,
sueños que tarde o temprano empiezan a afectar a todos los seres humanos
que permanecen en esa ciudad sumergida. Pero ¿son sueños realmente? No, no lo son... son recuerdos orgánicos de millones de años atrás, una memoria biopsíquica que les aterroriza y que solo los restos de dominio consciente mantienen a raya... en algunos casos. Para otros ya no hay esperanza alguna.
Y cuando ya tenemos todo esto claro, cuando ha quedado establecida la parte filosófica de la novela, entra el ser humano en escena. Porque sí, hasta ahora hemos tenido varios personajes, todos distintos, todos con sus miedos, todos con su distinta forma de afrontar la vida que les ha tocado vivir, pero al fin y al cabo pertenecen a una misma comunidad, trabajan por un fin común, colaboran, conviven... pero hay otro tipo de humanos en esta historia, piratas distópicos que vandalizan y saquean las ciudades bajo las aguas en busca de tesoros... y este tipo de individuos dejaron mucho tiempo atrás las convenciones sociales y el sentido moral de lo que está bien o mal. Aquí no puedo entrar porque os estaría contando cosas que no debo contar, pero si algo deja claro siempre Ballard en sus novelas (al menos en las que yo he leído) es que los peores enemigos del hombre son los propios hombres, y que si algo puede salir mal ten por seguro que va a salir peor: no da un paso atrás y no endulza lo que tiene poca solución. En sus libros no contemplas la baza de "a lo mejor no pasa lo que creo que va a pasar": los seres humanos son crueles y aquí hemos venido a empaparnos de un poco de realidad.
Si habéis llegado hasta aquí os habréis dado cuenta de que la narración de Ballard es, más allá de la ambientación postapocalíptica, muy pesimista, y más allá de la acción predominante hacia la segunda mitad de la novela, muy introspectiva. La escasez aparente de páginas puede llevar a engaño, pues no es una novela ligera ni rápida de leer (no al menos si quieres asimilarla y comprender al autor en lo que quiere contar). De hecho la primera mitad funciona a modo de presentación, una exposición que Ballard reparte minuciosamente a lo largo de unos cuantos capítulos donde el lector tiene que asimilar no solo el mundo que rodea a los protagonistas sino a esos mismos protagonistas, su función en la novela y cómo les está afectando el entorno a niveles muy profundos y muy complejos. Y es en cierto momento, cuando se aproxima la hora de abandonar la ciudad, cuando la narración hace clic y Ballard comienza a contarnos la otra subtrama que le interesa: la dicotomía entre las personas que pierden voluntariamente la humanidad en un mundo especialmente apto para esa deshumanización y aquellos que deciden rendirse y claudicar ante esa nueva realidad ambiental, les lleve esa decisión hacia donde les lleve.
No busquéis en El mundo sumergido una novela de acción trepidante, escenas vertiginosas y ritmo febril tan habituales en la literatura de género actual. Más bien al contrario, la narración es muy, muy reflexiva, filosófica, asume teorías científicas y cuestiona constantemente muchos aspectos de la memoria genética y la adaptación al entorno. El calor asfixiante, la pestilencia de las lagunas, las iguanas vigilantes, los mosquitos de tamaño prehistórico, los sueños terroríficos, la sensación implacable de que todo lo que hacen realmente no sirve para nada, que al planeta le quedan dos telediarios pero al ser humano le quedan todavía menos porque antes de que se vaya todo al carajo van a perder todos la cabeza... esas sensaciones impregnan cada una de las páginas de una atmósfera opresiva y una expectación constante que te hace como lector plantearte muchas preguntas, cuestionarte si las cosas podrían ser tal y como Ballard las concibe, si esa regresión biológica sería posible... y realmente no hay respuesta a ninguna de estas cuestiones (y esperemos no tener que descubrirlo nunca, aunque vamos camino de ello). No hay esperanza en este libro, no hay soluciones de última hora que vengan a salvar el día. Cuando el mundo tal cual lo conocemos se arrastra hacia su extinción, poco puede la humanidad hacer al respecto. No somos nada, y Ballard lo sabía.
J. G. Ballard (1930-2009), uno de los grandes nombres de la ciencia
ficción, nació en Shanghái y, tras la invasión japonesa, fue internado
con su familia en un campo de concentración, experiencia que recuerda en
"El imperio del sol". Estudió medicina, pero, después de diversos
empleos, a partir de 1962 se dedicó por completo a la escritura. Ballard
es también autor de numerosos relatos.
Hola guapísima, pues aunque parece un tema muy interesante, la verdad es que no me pondré con ella. Si tú no has podido con la parte filosófica ímaginate yo... además tanto pesimismo no me atrae.
ResponderEliminarUn besazo
Si me topo con ella, la cojo fijo :-)
ResponderEliminarMuchas gracias por la entrada, M. H.
Un beso y feliz semana lectora.
Uys, esta vez no la veo para mí, pero gracias por dármela a conocer.
ResponderEliminarBesotes!!
Pues no conocía al autor, a pesar de que El imperio del sol sea una de mis pelis favoritas de Spielberg. Aunque por lo que veo poco tiene que ver esta historia con la otra. No sé si me gustaría, sobre todo si es así muy filosófica e introspectiva.
ResponderEliminarUn beso ;)
No me llama la atención, demasiado denso y filosófico. Pero tengo una pregunta. ¿Qué aporta ese pesimismo? ¿Qué nos aportan obras que nos dicen que somos un desastre, que nos vamos a cargar el mundo y que no hay nada que se pueda hacer para evitarlo?
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