Título original: La condesa sangrienta
Autora: Alejandra Pizarnik
Editorial: Libros del Zorro Rojo
Páginas: 60
Fecha publicación original: 1966
Fecha esta edición: abril 2012
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 10,90 euros
Ilustraciones de cubierta e interiores: Santiago Caruso
Acusada del asesinato de 650 jóvenes, Erzébet Báthory es una de las
criminales más siniestras de la historia. En su castillo de los
Cárpatos, a finales del siglo XVII, la condesa se cierne sobre sus
víctimas para desangrarlas y conservar su juventud. Su leyenda maldita y
fascinante pervive en el tiempo. La condesa sangrienta es una de las
composiciones clave de Alejandra Pizarnik, sus páginas construyen un
retrato perturbador del sadismo y la locura que las estampas del artista
Santiago Caruso recrean con admirable maestría.
Hace años que tenía en el punto de mira La condesa sangrienta, tanto por la autora, Alejandra Pizarnik, a quien nunca había leído, como por el personaje de la condesa Erzsébet Báthory, sobre quien he leído mucho pero de quien siempre se pueden descubrir cosas nuevas o puntos de vista diferentes. La condesa sangrienta realmente debería entrar en la segunda categoría, la del punto de vista de la autora, porque en cuanto a información, tal y como está planteado el libro, no ofrece ni aporta nada nuevo.
Hay gente que cree que el mito de la condesa sangrienta es falso, como si fuese un personaje de ficción o una versión femenina de Drácula, pero nada más lejos de la realidad. Fue una asesina en serie despiadada, sádica y cruel que actuaba en la creencia de que su estatus de pertenencia a la nobleza le otorgaba derecho a hacer lo que quisiera con la gente inferior a ella por rango. Su linaje le ofrecía impunidad ante la ley tanto divina como de los hombres, y jamás confesó haber hecho nada malo por la sencilla razón de que no creía haber hecho nada malo. Algo parecido le pasó a Darya Nikolayevna Saltykova, "La torturadora", que vivió en tiempos de Catalina la Grande de Rusia actuando bajo la misma premisa de impunidad y de total desprecio por la vida humana amparándose tras su rango todopoderoso de nobleza (y a la que Catalina finalmente tuvo que detener aun estando protegida por ese mismo ranto). El caso es que se ha idealizado tanto el nombre de la Báthory, convirtiéndola casi en un símbolo de culto con ilustraciones sexualizadas y vampirizadas, que quedan en el olvido las salvajadas que esta señora perpetró con ayuda de dos criadas. Y digo salvajadas por decir algo, porque sus asesinatos iban mucho más allá del mero hecho de quitar la vida. Su crueldad sanguinaria no tenía límites, sus torturas eran de una barbarie inhumana y su desprecio absoluto por la vida (de los demás... la suya era sagrada) resultaba desnaturalizada.
Para quienes somos aficionados al true crime (literariamente hablando, claro) y que además preferimos adentrarnos en hechos ocurridos antes de mediados del siglo XX (como es mi caso, y no creo que sorprenda a nadie), la condesa Báthory es de esos personajes que nos encontramos cada dos por tres, ya sea en antologías sobre asesinas en serie como en cualquier otro libro dedicado al tema y que se vaya a los primeros casos conocidos. ¿Entonces qué esperaba encontrar en La condesa sangrienta, de Pizarnik? Pues sinceramente, no había pensado en ello. No me había planteado nada sobre esta obra más allá de su temática, así que no sabía si era novela, si era ensayo, el estilo, lo que contaba o lo que dejaba de contar. De esos libros que quieres leer por lo que cuentan y que compras en base a esa misma premisa. Así que por si os ocurre lo mismo, os cuento cómo planteó Pizarnik esta particular biografía de Erzsébet Báthory.
Lo primero que creo que debe quedar claro es que La condesa sangrienta no es una obra de referencia sobre la figura de Báthory, así que quien quiera conocer su historia de manera detallada, documentada y con tintes biográficos, debe acudir a otro tipo de obras. La condesa sangrienta no sirve para ese propósito, y de hecho creo que, aunque puede servir como aproximáción inicial al personaje, solo se valora en su justa medida si ya tienes un bagaje sobre el personaje histórico y eres capaz de contextualizar todo lo que cuenta y de rellenar los huecos sin echar cosas en falta. ¿Por qué? Porque el esbozo biográfico es mínimo y solo aparece en la segunda parte; en la primera cada capítulo se dedica, en una suerte de ensayo redactado con una prosa poética que coquetea peligrosamente con la narrativa de ficción (no sé definirlo de otra manera), a desglosar los distintos métodos de tortura usados por la condesa y sus ayudantes.
Nada más comenzar La condesa sangrienta, Pizarnik hace
alusión a la obra del mismo nombre de Valentine Penrose, publicada cuatro años
antes (en España está editada por WunderKammer y llevo años detrás
de hacerme con ella… de este 2021 no pasa), así que esta obra puede tomarse también como una especie de crítica literaria a la obra de Penrose. Esto es lo que dice:
La perversión sexual y la demencia de la condesa Báthory son tan evidentes que Valentine Penrose se desentiende de ellos para concentrarse exclusivamente en la belleza convulsiva del personaje.
No es fácil mostrar esta suerte de belleza. Valentine Penrose, sin embargo, lo ha logrado, pues juega admirablemente con los valores estéticos de esta tenebrosa historia. Inscribe el reino subterráneo de Erzébet Báthory en la sala de torturas de su castillo medieval: allí, la siniestra hermosura de las criaturas nocturnas se resume en una silenciosa de palidez legendaria, de ojos dementes, de cabellos del color suntuoso de los cuervos.
Como veis, volvemos a lo dicho al principio: búsqueda y exhaltación de la estética y la belleza a partir del horror y la psicopatía. Dice que apartan todo lo malo en beneficio de la belleza, cuando ese supuesto atractivo no existiría sin toda la fiesta perversa que lo rodea. Pero bueno, a lo que iba. Que Pizarnik nos presenta el trabajo de Penrose para adelantarnos que en él basa esta su obra, y después es cuando se mete en materia. Los primeros cuatro capítulos describen distintos métodos de tortura, desde la muerte por agua a la virgen de hierro, pasando por la jaula mortal o un capítulo que abarca las llamadas torturas clásicas (arrancar carne con pinzas, cortar dedos con cizallas o tijeras, quemaduras y posterior punción de las llagas, etc...). Buena parte de estas torturas fueron ejecutadas por criadas como Dorkó o inventadas por la hechicera Darvulia, mientras la dama majestuosa se limitaba a observar y disfrutar; en otras ocasiones era ella misma quien se daba el gusto y se encargaba de mutilar a las jóvenes doncellas... Porque el círculo era siempre el mismo: a la cabeza la condesa, a sus órdenes criadas espantosas y locas como ella, las víctimas siempre jóvenes e inocentes enviadas por sus propias familias para hacerse unas señoritas en el castillo (que desaparecieran una detrás de otra pesaba menos que la posibilidad de ascender socialmente). Si los hechos se producían en los aposentos de la ilustre dama, luego había que esparcir cenizas que posibilitaran su tránsito por la estancia en medio de los enormes charcos de sangre. Y sobre todo y ante todo esa perversión sexual ejemplifica su huida de la vejez, del deterioro, la decrepitud y la muerte. Si ella actúa como la muerte, se convierte en la muerte, ¿y cómo podría entonces morir?
Desnudar es propio de la Muerte. También lo es la incesante contemplación de las criaturas por ella desposeídas. Pero hay más: el desfallecimiento sexual nos obliga a expresiones y gestos del morir (jadeos y estertores como de agonía: lamentos y quejidos arrancados por el paroxismo). Si el acto sexual implica una suerte de muerte, Erzébet Báthory necesitaba de la muerte visible, elemental, grosera, para poder, a su vez, morir de esa muerte figurada que viene a ser el orgasmo. Pero, ¿quién es la Muerte? Es la Dama que agosta y asola dónde quiere. Sí, y además es una definición posible de la condesa Báthory. Nunca nadie no quiso de tal modo envejecer, esto es: morir. Por esto, tal vez, representaba y encarnaba a la Muerte. Porque, ¿cómo ha de morir la Muerte?
El resto de capítulos ya se adentran en breves relatos que conforman la historia de los Báthory (familia ilustre desde los comienzos de Hungría con fama de sádicos y lujuriosos y de cuya rama parece ser Erzsébet una digna sucesora) hasta el momento en que, según cuenta la historia, fue emparedada en su aposento principal con una única ranura para que entrase el alimento por ella y donde murió cuatro años después, estando prohibido aludir a su nombre en toda Hungría y ocultando su lugar de enterramiento, desconocido hasta nuestros días. También se nos narra su matrimonio a los quince años con Ferencz Nadasdy, guerrero con el que compartía gusto por la tortura y que la dejó viuda a la edad de 44 años, momento en que conoció a la hechicera Darvulia. Fue entonces cuando comenzó su espiral de sadismo, perversión y asesinato.
La magia negra de Darvulia se inscribió en el negro silencio de la condesa: la inició en los juegos más crueles; le enseñó a mirar morir y el sentido de mirar morir; la animó a buscar la muerte y la sangre en un sentido literal, esto es: a quererlas por sí mismas, sin temor.
Cabe decir que en los últimos tiempos está surgiendo una revisión de este personaje y su historia, aduciendo que todas estas acusaciones no fueron más que una excusa para acabar con ella y quitársela de en medio dado el poder que tenía en toda la comarca. Como dudo mucho que surjan pruebas en este sentido a estas alturas, ya queda al arbitrio de cada cual decidirse por aquello de "cuando el río suena agua lleva" o "la historia la escribieron los vencedores". En todo caso, en cuanto a lectura, que es lo que hoy nos ocupa, solo cabe estremecerse ante las salvajadas descritas en estas páginas, que por muy poético, bucólico e inspirado que sea el estilo de Pizarnik, no dejan de ser hechos horribles... aunque haya quien llame a esto belleza.
No puedo recomendar ni dejar de recomendar La condesa sangrienta porque, más allá del carácter, intensidad y método que su autora imprime a la narración (narración al parecer muy rompedora dentro de la obra de Pizarnik que, sin embargo, ella misma escogió como mejor representante de su estilo literario y que, dada su obsesión con la muerte, resulta evidente que usó como forma de expresión de su atormentada vida interior), tiene que interesar mucho el personaje de Erzsébet Báthory al tiempo que hay que ser consciente de que en este libro importa más la forma en que se narran las andanzas de la condesa que las propias andanzas, sobre las que no se cuenta nada nuevo. Tal y como digo anteriormente, quizá funcione como modo de acercarmiento al personaje, pero sin esperar más que eso mismo: un acercamiento. Y si no os gusta leer sobre cosas desagradables, pues no, tampoco es vuestro libro. Eso sí, no puedo terminar sin añadir que esta edición no sería lo que es sin las ilustraciones del argentino Santiago Caruso, que otorgan una fuerza manifiesta a los relatos de Pizarnik y complementan su palabra con unas imágenes que en absoluto loan la figura de Báthory.
Alejandra Pizarnik (1936-1972), fue hija de un matrimonio de inmigrantes judíos de Europa del este. A
los diecisiete años inició estudios de filosofía y periodismo; más tarde
se inscribió en la carrera de letras, que también abandonó. Asistió a
clases de pintura en el taller de Juan Batlle Planas y a los diecinueve
años publicó su primer libro, La tierra más ajena. A este le siguieron
La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de
Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra
de la locura (1968) y El infierno musical (1971). Entre 1960 y 1964
vivió en París, donde hizo amistad con Julio Cortázar, Octavio Paz y
André Pieyre de Mandiargues. Al regresar a Buenos Aires obtuvo el Premio
Fondo Nacional de las Artes y la Beca Guggenheim. La condesa
sangrienta, su prosa más extensa, entreteje la poesía y la reseña
literaria. En un pasaje de sus diarios dejó escrito: «¿Cuál es mi
estilo? Creo que el del artículo de la condesa. Insisto, una y otra vez,
en la fascinación por el tema de mi nota. Nunca después volvió a
sucederme algo parecido». Alejandra Pizarnik murió a los treinta y séis
años tras haber forjado una de las obras más profundas y perdurables del
siglo XX.