Título original: To Build a Fire
Autor: Jack London
Editorial: Reino de Cordelia
Traducción: Susana Carral
Páginas: 88
Fecha de publicación original: 1901 / 1907
Fecha esta edición: abril 2018
Encuadernación: cartoné con sobrecubierta
Precio: 17,95 eurosIlustraciones de cubierta e interiores: Raúl Arias
Pocos relatos resumen con tanta perfección el mundo aventurero y salvaje de Jack London como Encender una hoguera
En esta versión Raúl Arias transmite con sus ilustraciones la angustia y
la soledad de los protagonistas, la ominosa presencia de lo salvaje o
el egoísmo humano ante el acecho de la muerte
He estado mirando y solo os he hablado en una ocasión de Jack London. Fue en 2018 y lo hice con un libro que estoy segura muchos lectores han descubierto a partir de marzo de 2020 buscando lecturas relacionadas con virus, pandemias y apocalipsis. Os hablo de la La peste escarlata (os dejo enlazado el título), y os lo recomiendo muchísimo. El caso es que el año pasado quise volver a hablaros de este autor y leí Colmillo blanco para ese efecto, pero ya sabéis que llevo un año y medio raro en el blog y al final se quedó en el limbo (aprovecho, recomendadísimo también... eso sí, nada que ver con la peli de Disney, que forma parte de mi infancia pero no se parece en nada de nada a la novela. Me sorprendió mucho y para muy bien). El caso es que ya hoy sí vuelve London al blog, y lo hace con un relato que define muy bien tanto su experiencia vital como el modo en que luego la trasladó al papel: Encender una hoguera.
Nunca viajes solo. Esta es la consigna para quien quiera viajar por el norte (siendo aquí ese norte el de Canadá, sobre todo la famosa área del Yukón, fronteriza con Alaska, donde tuvo lugar la fiebre del oro de finales del siglo XIX). Los protagonistas de Encender una hoguera hacen caso omiso de esta frase que va más allá del consejo y grita mera supervivencia. Ellos supuran exceso de confianza y falta de sesera. Se consideran fuertes, jóvenes, totalmente capaces de luchar y sobreponerse a cualquier eventualidad que surja en el viaje. El frío es el frío y ya está, ¿no? ¿Cómo va a hacer tanto frío como para que mueras durante el camino? Pues sí... es lo que tiene la naturaleza salvaje combinada con una temperatura extrema: que el cuerpo es muy frágil y no está preparado para sobrevivir a ella, y cualquier error, una decisión equivocada, acaban con tu cadáver bajo un árbol esperando a ser encontrado cuando comience el deshielo...
Habréis visto que os hablo de protagonistas, en plural, cuando en realidad os estoy diciendo que se adentran solos en este mar sin fin de nieve, hielo y frío... Pues es que esta edicion de Encender
una hoguera en realidad contiene dos relatos del mismo nombre, así que os cuento un poco sobre ambos, aunque adelanto ya que están encuadrados en el contexto de la fiebre del oro y la necesidad de recorrer grandes distancias para acudir donde están los yacimientos o ciertos grupos de trabajo.
London publicó el relato inicial en 1901 en la revista Youth's Companion, y tal y como indica el nombre del magazine, iba dirigido a un público juvenil, por lo que es bastante más sencillo, menos intenso y menos dramático que el que vendría después, publicado en 1907, ya dirigido al público adulto y con una carga mucho más sobrecogedora, trágica y cruel de lo que puede ser enfrentarse a una temperatura de sesenta grados bajo cero en plena naturaleza salvaje y totalmente aislado de todo y todos. Esta última versión fue publicada en Century Magazine y está considerada como el mejor relato del autor. En esta edición se ha decidido por incluirlos en orden inverso, es decir, que primero leemos la versión de 1907 y después la versión original de 1901, pero yo voy a hablaros de ambos en el mismo orden en que fueron escritos y publicados, ya os explicaré abajo por qué (en cualquier caso son relatos de una duración bastante breve, con lo que intentaré desvelar lo menos posible).
La versón de 1901 nos presenta a un joven orgulloso que debe recorrer 50 kilómetros a pie bajo una temperatura de 50 grados bajo cero completamente en solitario... 50 grados que pronto se convierten en más de 60 grados negativos, pero él desoye todos los consejos: es fuerte, cree que domina los elementos, tanta protección y tanta tontería es cosa de señoritas, no de hombres hechos y derechos, y allá que se pone en marcha. Y todo va bien durante la primera mitad de recorrido hasta que se cruza con una nimiedad absoluta: caer en una de esas trampas que forman el agua, la nieve y el hielo y que te hace meter los pies en quince centímetros de agua helada... y unos pies mojados a sesenta grados bajo cero pueden suponer la muerte si no se hacen las cosas muy bien y muy rápido. Otra regla esencial: Viaja con los calcetines mojados hasta -30º C, más allá de eso, enciende una hoguera. Y aquí viene lo peliagudo, conseguir un fuego que suponga la diferencia entre la vida o la muerte sobre un lecho de nieve utilizando madera helada, con tanta ropa encima que no puedes mover los dedos y con una temperatura que si te quitas los guantes esos mismos dedos se te congelan en el acto. Cualquier error podría ser fatal, cada segundo cuenta...
Y aquí me detengo; no penséis que os he dicho mucho, no lo he hecho. Además quería introduciros el porqué del título del relato, que solo tiene sentido si os cuento un poco de qué va la cosa. En todo caso, os recuerdo que esta es la versión que London escribió para un público juvenil. Ahora vamos con la versión adulta, escrita y publicada seis años después, con unos parámetros parecidos pero mucho más extensa en páginas, un personaje extra y una carga narrativa y argumental mucho más dramática. Pero antes de comenzar, os pongo una cita del inicio del relato, que explica mucho mejor que yo cómo es su protagonista:
Por todo eso -el camino como una línea delgada, largo y misterioso, la ausencia del sol en el cielo, el extraordinario frío y lo raro y extraño que la suma de todo ello resultaba- no afectó al hombre. No porque estuviese acostumbrado. Acababa de llegar a aquella región, era un chechaquo, y ese, su primer invierno en ella. Su problema era que no tenía imaginación. Era listo y despierto para todo lo cotidiano, pero solo en relación a las cosas y no a su significado. Cuarenta y cinco grados centígrados bajo cero eran muchos grados por debajo del punto de congelación. Ese hecho le indicaba que hacía frío y podia resultar desagradable, pero nada más. No lo llevaba a pensar en su fragilidad como individuo dependiente de la temperatura, ni en la fragilidad del hombre en general, capaz de vivir solo dentro de unos límites estrictos de frío y calor; y, a partir de ahí, tampoco lo llevaba al campo especulativo de la inmortalidad y el lugar que el hombre ocupa en el universo. A 45º C bajo cero la mordedura del frío podía hacer mucho daño y había que protegerse de ella usando manoplas, orejeras, mocasines abrigosos y calcetines gruesos. Para él, 45º C bajo cero eran exactamente 45º C bajo cero. Nunca se le ocurrió pensar que pudiesen significar algo más.
Por el fragmento que he compartido arriba podéis ver que estamos ante un hombre totalmente falto de experiencia tanto en la zona en la que está como con las temperaturas a las que se va a enfrentar. El frío es frío, nada más, en su cabeza no cabe la idea de que puede perecer congelado ante el más mínimo error en su trayecto. Cuando en la cita habla de chechaquo se refiere a que es un recién llegado a Alaska en general o a la zona del Yukón en particular, con lo que tiene todas las papeletas para pasarlo mal en el relato.
A partir de aquí os confieso que mi intención al hablaros primero de la versión breve de 1901 ha sido la de hablaros muy poquito de la segunda versión, que es
la que realmente nos interesa de esta edición, la que tiene realmente
el reconocimiento y la que me gustaría que os sorprendiese si os decidís a leerla. Ya os he comentado que es una versión aumentada de la anterior (más larga, más intensa, más dramática, con más suspense y un punto de intriga que la versión inicial no tiene), pero además se suma un personaje que acompaña al hombre protagonista: un husky debilitado por el intenso frío (que como seguramente ya habréis adivinado, no es de 45º C bajo cero como cree el protagonista, sino que alcanza los 60º C bajo cero) que sigue al hombre porque sabe que donde hay un humano puede que haya fuego, y necesita entrar en calor como sea. Así que los dos, humano y animal, se enfrentarán a los peligros de decenas de centímetros de nieve y lo que se esconde bajo ella, que tanto puede ser una masa compacta como otras cosas mucho más peligrosas. Y todo bajo un frío extremo que no perdona un solo error.
Jack London, hijo ilegítimo, pobre, con una adolescencia problemática, varios trabajos de poca monta y un don para meterse en líos allá por donde pasaba, decidió viajar a Klondike en busca de fortuna. Corría el año 1897, tenía 21 años y cero recursos, y aunque su aventura como buscador de oro no dio demasiados resultados en el aspecto monetario, hizo de él el escritor que seguimos leyendo hoy en día. Sus novelas y sus artículos periodísticos beben de sus experiencias allí y de las experiencias de otros, de lo que vio allí y lo que sufrió allí, de las penurias de los demás. El Yukón no le dio pepitas de oro pero sí material para su obra literaria, y aquí seguimos, ciento veinte años después, leyéndolo con el alma partida en dos, porque por un lado estás leyendo ficción y maravillándote por la manera que tiene London de contarla, pero por otro sabes que no lo es, que ese era el pan de cada día en aquellas tierras, la crueldad de la vida que llevaban esclavizados por una fiebre de riquezas que muy pocos realmente conseguían... y que mucha gente no salió con vida de Klondike. Lo de London es pura literatura y ya esbozó lo que muchas décadas después se dio en llamar nuevo periodismo: contaba hechos reales como si fueran mera ficción, y por eso son un testimonio valioso e irremplazable de una época y un modo de vida.
Jack London (San Francisco, 1876 – Glen Ellen, 1916). Abandonado por su supuesto padre biológico, un astrólogo ambulante, y
criado por su madre espiritista, tomó el apellido de su padre adoptivo,
dejó temprano la escuela para huir de la pobreza y conocer el mundo.
De trabajador explotado en una fábrica de conservas, pasó a ladrón de
ostras, de allí a enrolarse en un barco de pesca que llegó hasta Japón
y, a su regreso, recorrió buena parte de su país como vagabundo.
Realizó los cuatro años de estudios secundarios en uno solo e ingresó
en la universidad, pero pronto tuvo que abandonarla por falta de
recursos. Se sumó a la fiebre del oro en Alaska, de donde regresó
enfermo y con experiencias que alimentaron sus primeros relatos.
Socialista militante, Jack London estaba convencido, como Herbert
Spencer, de la supremacía de los más aptos. «Voy a vivir cien años»,
anunció una vez, pero solo vivió cuarenta, en los que escribió medio
centenar de libros, entre los que destacan La llamada de lo salvaje (1903), Lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906) y Martin Eden (1909),
y llegó a ser el escritor norteamericano más exitoso de su tiempo.