lunes, 4 de abril de 2022

RESEÑA (by MH) ::: ENCENDER UNA HOGUERA - Jack London


 
Título original: To Build a Fire
Autor: Jack London
Editorial: Reino de Cordelia
Traducción: Susana Carral
Páginas: 88
Fecha de publicación original: 1901 / 1907
Fecha esta edición: abril 2018
Encuadernación: cartoné con sobrecubierta
Precio: 17,95 euros
Ilustraciones de cubierta e interiores: Raúl Arias

Pocos relatos resumen con tanta perfección el mundo aventurero y salvaje de Jack London como Encender una hoguera En esta versión Raúl Arias transmite con sus ilustraciones la angustia y la soledad de los protagonistas, la ominosa presencia de lo salvaje o el egoísmo humano ante el acecho de la muerte

He estado mirando y solo os he hablado en una ocasión de Jack London. Fue en 2018 y lo hice con un libro que estoy segura muchos lectores han descubierto a partir de marzo de 2020 buscando lecturas relacionadas con virus, pandemias y apocalipsis. Os hablo de la La peste escarlata (os dejo enlazado el título), y os lo recomiendo muchísimo. El caso es que el año pasado quise volver a hablaros de este autor y leí Colmillo blanco para ese efecto, pero ya sabéis que llevo un año y medio raro en el blog y al final se quedó en el limbo (aprovecho, recomendadísimo también... eso sí, nada que ver con la peli de Disney, que forma parte de mi infancia pero no se parece en nada de nada a la novela. Me sorprendió mucho y para muy bien). El caso es que ya hoy sí vuelve London al blog, y lo hace con un relato que define muy bien tanto su experiencia vital como el modo en que luego la trasladó al papel: Encender una hoguera.

Nunca viajes solo. Esta es la consigna para quien quiera viajar por el norte (siendo aquí ese norte el de Canadá, sobre todo la famosa área del Yukón, fronteriza con Alaska, donde tuvo lugar la fiebre del oro de finales del siglo XIX). Los protagonistas de Encender una hoguera hacen caso omiso de esta frase que va más allá del consejo y grita mera supervivencia. Ellos supuran exceso de confianza y falta de sesera. Se consideran fuertes, jóvenes, totalmente capaces de luchar y sobreponerse a cualquier eventualidad que surja en el viaje. El frío es el frío y ya está, ¿no? ¿Cómo va a hacer tanto frío como para que mueras durante el camino? Pues sí... es lo que tiene la naturaleza salvaje combinada con una temperatura extrema: que el cuerpo es muy frágil y no está preparado para sobrevivir a ella, y cualquier error, una decisión equivocada, acaban con tu cadáver bajo un árbol esperando a ser encontrado cuando comience el deshielo... 
 
Habréis visto que os hablo de protagonistas, en plural, cuando en realidad os estoy diciendo que se adentran solos en este mar sin fin de nieve, hielo y frío... Pues es que esta edicion de Encender una hoguera en realidad contiene dos relatos del mismo nombre, así que os cuento un poco sobre ambos, aunque adelanto ya que están encuadrados en el contexto de la fiebre del oro y la necesidad de recorrer grandes distancias para acudir donde están los yacimientos o ciertos grupos de trabajo.
 
London publicó el relato inicial en 1901
en la revista Youth's Companion, y tal y como indica el nombre del magazine, iba dirigido a un público juvenil, por lo que es bastante más sencillo, menos intenso y menos dramático que el que vendría después, publicado en 1907, ya dirigido al público adulto y con una carga mucho más sobrecogedora, trágica y cruel de lo que puede ser enfrentarse a una temperatura de sesenta grados bajo cero en plena naturaleza salvaje y totalmente aislado de todo y todos. Esta última versión fue publicada en Century Magazine y está considerada como el mejor relato del autor. En esta edición se ha decidido por incluirlos en orden inverso, es decir, que primero leemos la versión de 1907 y después la versión original de 1901, pero yo voy a hablaros de ambos en el mismo orden en que fueron escritos y publicados, ya os explicaré abajo por qué (en cualquier caso son relatos de una duración bastante breve, con lo que intentaré desvelar lo menos posible).

La versón de 1901 nos presenta a un joven orgulloso que debe recorrer 50 kilómetros a pie bajo una temperatura de 50 grados bajo cero completamente en solitario... 50 grados que pronto se convierten en más de 60 grados negativos, pero él desoye todos los consejos: es fuerte, cree que domina los elementos, tanta protección y tanta tontería es cosa de señoritas, no de hombres hechos y derechos, y allá que se pone en marcha. Y todo va bien durante la primera mitad de recorrido hasta que se cruza con una nimiedad absoluta: caer en una de esas trampas que forman el agua, la nieve y el hielo y que te hace meter los pies en quince centímetros de agua helada... y unos pies mojados a sesenta grados bajo cero pueden suponer la muerte si no se hacen las cosas muy bien y muy rápido. Otra regla esencial: Viaja con los calcetines mojados hasta -30º C, más allá de eso, enciende una hoguera. Y aquí viene lo peliagudo, conseguir un fuego que suponga la diferencia entre la vida o la muerte sobre un lecho de nieve utilizando madera helada, con tanta ropa encima que no puedes mover los dedos y con una temperatura que si te quitas los guantes esos mismos dedos se te congelan en el acto. Cualquier error podría ser fatal, cada segundo cuenta... 

Y aquí me detengo; no penséis que os he dicho mucho, no lo he hecho. Además quería introduciros el porqué del título del relato, que solo tiene sentido si os cuento un poco de qué va la cosa. En todo caso, os recuerdo que esta es la versión que London escribió para un público juvenil. Ahora vamos con la versión adulta, escrita y publicada seis años después, con unos parámetros parecidos pero mucho más extensa en páginas, un personaje extra y una carga narrativa y argumental mucho más dramática. Pero antes de comenzar, os pongo una cita del inicio del relato, que explica mucho mejor que yo cómo es su protagonista:

Por todo eso -el camino como una línea delgada, largo y misterioso, la ausencia del sol en el cielo, el extraordinario frío y lo raro y extraño que la suma de todo ello resultaba- no afectó al hombre. No porque estuviese acostumbrado. Acababa de llegar a aquella región, era un chechaquo, y ese, su primer invierno en ella. Su problema era que no tenía imaginación. Era listo y despierto para todo lo cotidiano, pero solo en relación a las cosas y no a su significado. Cuarenta y cinco grados centígrados bajo cero eran muchos grados por debajo del punto de congelación. Ese hecho le indicaba que hacía frío y podia resultar desagradable, pero nada más. No lo llevaba a pensar en su fragilidad como individuo dependiente de la temperatura, ni en la fragilidad del hombre en general, capaz de vivir solo dentro de unos límites estrictos de frío y calor; y, a partir de ahí, tampoco lo llevaba al campo especulativo de la inmortalidad y el lugar que el hombre ocupa en el universo. A 45º C bajo cero la mordedura del frío podía hacer mucho daño y había que protegerse de ella usando manoplas, orejeras, mocasines abrigosos y calcetines gruesos. Para él, 45º C bajo cero eran exactamente 45º C bajo cero. Nunca se le ocurrió pensar que pudiesen significar algo más.

Por el fragmento que he compartido arriba podéis ver que estamos ante un hombre totalmente falto de experiencia tanto en la zona en la que está como con las temperaturas a las que se va a enfrentar. El frío es frío, nada más, en su cabeza no cabe la idea de que puede perecer congelado ante el más mínimo error en su trayecto. Cuando en la cita habla de chechaquo se refiere a que es un recién llegado a Alaska en general o a la zona del Yukón en particular, con lo que tiene todas las papeletas para pasarlo mal en el relato.

A partir de aquí os confieso que mi intención al
hablaros primero de la versión breve de 1901 ha sido la de hablaros muy poquito de la segunda versión, que es la que realmente nos interesa de esta edición, la que tiene realmente el reconocimiento y la que me gustaría que os sorprendiese si os decidís a leerla. Ya os he comentado que es una versión aumentada de la anterior (más larga, más intensa, más dramática, con más suspense y un punto de intriga que la versión inicial no tiene), pero además se suma un personaje que acompaña al hombre protagonista: un husky debilitado por el intenso frío (que como seguramente ya habréis adivinado, no es de 45º C bajo cero como cree el protagonista, sino que alcanza los 60º C bajo cero) que sigue al hombre porque sabe que donde hay un humano puede que haya fuego, y necesita entrar en calor como sea. Así que los dos, humano y animal, se enfrentarán a los peligros de decenas de centímetros de nieve y lo que se esconde bajo ella, que tanto puede ser una masa compacta como otras cosas mucho más peligrosas. Y todo bajo un frío extremo que no perdona un solo error.

Jack London, hijo ilegítimo, pobre, con una adolescencia problemática, varios trabajos de poca monta y un don para meterse en líos allá por donde pasaba, decidió viajar a Klondike en busca de fortuna. Corría el año 1897, tenía 21 años y cero recursos, y aunque su aventura como buscador de oro no dio demasiados resultados en el aspecto monetario, hizo de él el escritor que seguimos leyendo hoy en día. Sus novelas y sus artículos periodísticos beben de sus experiencias allí y de las experiencias de otros, de lo que vio allí y lo que sufrió allí, de las penurias de los demás. El Yukón no le dio pepitas de oro pero sí material para su obra literaria, y aquí seguimos, ciento veinte años después, leyéndolo con el alma partida en dos, porque por un lado estás leyendo ficción y maravillándote por la manera que tiene London de contarla, pero por otro sabes que no lo es, que ese era el pan de cada día en aquellas tierras, la crueldad de la vida que llevaban esclavizados por una fiebre de riquezas que muy pocos realmente conseguían... y que mucha gente no salió con vida de Klondike. Lo de London es pura literatura y ya esbozó lo que muchas décadas después se dio en llamar nuevo periodismo: contaba hechos reales como si fueran mera ficción, y por eso son un testimonio valioso e irremplazable de una época y un modo de vida.
 


Jack London (San Francisco, 1876 – Glen Ellen, 1916). Abandonado por su supuesto padre biológico, un astrólogo ambulante, y criado por su madre espiritista, tomó el apellido de su padre adoptivo, dejó temprano la escuela para huir de la pobreza y conocer el mundo.
 
De trabajador explotado en una fábrica de conservas, pasó a ladrón de ostras, de allí a enrolarse en un barco de pesca que llegó hasta Japón y, a su regreso, recorrió buena parte de su país como vagabundo.
Realizó los cuatro años de estudios secundarios en uno solo e ingresó en la universidad, pero pronto tuvo que abandonarla por falta de recursos. Se sumó a la fiebre del oro en Alaska, de donde regresó enfermo y con experiencias que alimentaron sus primeros relatos.
 
Socialista militante, Jack London estaba convencido, como Herbert Spencer, de la supremacía de los más aptos. «Voy a vivir cien años», anunció una vez, pero solo vivió cuarenta, en los que escribió medio centenar de libros, entre los que destacan La llamada de lo salvaje (1903), Lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906) y Martin Eden (1909), y llegó a ser el escritor norteamericano más exitoso de su tiempo. 

 

viernes, 1 de abril de 2022

RESEÑA (by MH) ::: EL MISTERIO DE LA GUÍA DE FERROCARRILES - Agatha Christie


 
 
Título original: The A. B. C. Murders
Autora: Agatha Christie
Editorial: Espasa
Traducción: José Mallorquí Figuerola
Páginas: 272
Fecha de publicación original: 1936
Fecha esta edición: octubre 2018
Encuadernación: rústica sin solapas
Precio: 14,90 euros



https://inquilinasnetherfield.blogspot.com/p/esta-pagina-la-abro-yo-mh-modo-personal.html
Cuando Hércules Poirot recibe una carta en la que se le desafía a solucionar un crimen inminente, cree que se trata solo de una broma de mal gusto. Pero, aun así, su intuición le hace temer lo peor… Y no se equivoca: Alice Ascher, una estanquera de Andover, es asesinada el día anunciado. Después de ella, el misterioso asesino amenaza a una segunda víctima, esta vez en Bexhill. Y luego, una tercera, en Churston. 

Parece que las víctimas no guardan relación entre sí y que el diabólico criminal, que firma como ABC, las elige siguiendo un riguroso orden alfabético. El mejor detective de la historia está dispuesto a evitar que el misterioso asesino complete el abecedario…
El misterio de la guía de ferrocarriles fue mi última lectura del año pasado, y aquí estamos, en abril y sin reseñar. Si fuese cualquier otro libro ni me planteaba hablaros de él a estas alturas, pero siendo parte de mi reto lector de leer a Agatha Christie en orden de publicación no me queda otra (bueno, a ver, que nadie me obliga, pero ya me entendéis...) y además es de esas novelas realmente famosas de la autora porque introduce un elemento nuevo en su bibliografía, así que vamos a ello (aunque después de tres meses voy a tener que tirar mucho de memoria... no apunto nunca cuando leo, no aprendo).

Estamos en junio de 1935, y nuestro Hastings sale pitando una vez más de su rancho de Argentina para pasar una temporada en Londres con Poirot. Juntos, como no, tendrán que enfrentarse a un nuevo misterio: están siendo asesinadas distintas personas en distintas localidades y sin relación aparente entre ellas, salvo por el hecho de que en los escenarios de los crímenes aparece una guía de ferrocarriles abierta como seña de identidad del asesino. ¿Cómo se ven involucrados Poirot y Hastings en los hechos? Pues porque el criminal manda una carta a Poirot donde lo reta directamente a que descubra quién es y lo detenga. Firma como A.B.C. y rezuma mucha bravuconería...
Señor Hércules Poirot:

Usted se precia de esclarecer todos los misterios que son demasiado difíciles para nuestra estúpida brigada británica, ¿verdad? Pues veamos, inteligente señor Poirot, lo listo que es usted. Quizá esta nuez que voy a ofrecerle le resulte demasiado difícil de cascar. Preste atención el 21 de este mes en Andover. Suyo afectísimo,
A. B. C.

Lo primero que quizás habría que explicar es el título, de donde viene lo de la guía de ferrocarriles y de donde sale esa firma de A.B.C., porque para los lectores británicos tenía todo el sentido del mundo en su momento pero al traducirlo al castellano lo pierde. En el Reino Unido existía lo que se llamaba la A.B.C Rail Guide (Guía ferroviaria A.B.C), y era una de las muchas guías que comenzaron a publicarse mensualmente cuando la red ferroviaria comenzó a expandirse y a ser de uso habitual en el siglo XIX. Esta en concreto inició su publicación en 1853 y tuvo una andadura muy larga, porque no cerró la persiana hasta 2007. ¿Qué tenía de especial esta guía que la convirtió en favorita para el uso diario de los británicos? Pues que contenía los horarios de trenes ordenados de manera alfabética, mientras que las demás guías eran muy complicadas de consultar. De ahí su nombre, A.B.C., que usa el asesino en este libro para anunciar que va a cometer los asesinatos eligiendo las localizaciones de manera alfabética, y de ahí también el título original de libro, The A.B.C. Murders. Que diréis que para qué os cuento esto... pues porque soy una pesada y, dejando lo evidente a un lado, porque estas guías salen en muchas novelas clásicas británicas de la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX (junto con las guías de viaje turísticas de Baedeker y Murray), y aprovecho para contaros el dato por si os interesa.

Prosigo. No sé si ya habréis percibido cuál es ese elemento nuevo (nuevo al menos en la bibliografía de Agatha Christie) que hace de esta una novela muy famosa entre la obra de la autora: ya no tenemos un crimen privado sino que nos enfrentamos a un asesino en serie. Christie deja a un lado el asesinato con un círculo cerrado de sospechosos entre los que realizar la investigación y donde lo importante es la historia de la víctima, y nos topamos con un asesino que avisa desde el primer asesinato de sus intenciones, que también deja claro que es el primero de muchos y que se mueve por toda la geografía inglesa. Pasamos del crimen con motivos desde dentro al crimen frío e impersonal desde fuera. Nuestro asesino podría ser cualquiera, podría actuar en cualquier parte cuya letra inicial coincida con la letra que corresponda del abecedario en ese momento y ante estas circunstancias, lo normal es llegar siempre tarde y cuando el asesinato ya se ha cometido. Aun así para eso está Poirot, para preguntar, indagar en cada escena del crimen, usar sus células grises, descartar falsas pistas y encontrar hilos de conexión donde no parece haber nada de nada. El detective belga está convencido de que saben algo que no saben que saben y que resulta crucial para la resolución del caso, y en ello trabaja durante toda la investigación.
 
Si hablamos de peculiaridades de la novela, realmente hay otra más. Ya sabemos que cuando Hastings acompaña a Poirot, se convierte en narrador del caso cual Watson con su Sherlock, pero en este caso se cuelan de vez en cuando capítulos contados en tercera persona en los que se nos avisa de que son capítulos "aparte del relato de Hastings", y que él explica en un prólogo que se ha visto en la necesidad de introducir para dar a conocer al lector ciertos hechos en los que él no estuvo presente. Y esto hila con lo que os comenté el otro día en la reseña de Yasuhaka-Mura, porque Yokomizo no solo escribió para su novela una serie de asesinatos en serie sino que su narrador se ve obligador a introducir en la narracion hechos que conoció a posteriori (solo que él los implementa en su propia narración en lugar de separarlos, como hace Hastings en El misterio de la guía de ferrocarriles). ¿Casualidad? Lo dudo mucho... pongo la mano en el fuego a que Yokomizo había leído The A.B.C. Murders antes de escribir su novela (por muy diametralmente opuestas que luego sean en el tipo de historia que ofrecen).

¿Más cosas? Pues como pequeños detalles os puedo decir que me hizo mucha gracia ver a estos dos personajes preocupados por los evidentes efectos del paso del tiempo, y ya tenemos a nuestro Poirot tiñéndose el pelo más negro que el tizón. Sigue retirado y dedicado a cultivar calabacines (algo que descubrimos en El asesinato de Roger Ackroyd) pero está deseando que le lleguen casos de esos fantásticos e imposibles que le hagan interrumpir su retiro. Él solo usa las células grises si se le pone por delante un caso de esos que él llama "la flor y nata de los crímenes" y así pasa los días, a la espera de un crimen perfecto. Sabe que cuando Hastings aparece en la puerta de su casa hay muchas posibilidades de que comience la aventura, así que se atusa el bigotón de la impaciencia... y con razón, aunque la dinámica entre estos dos no cambia, y Hastings (hombre de acción, o eso cree él) se pasa (como siempre) toda la trama quejándose de que Poirot no hace nada aparte de pensar (todavía no parece darse cuenta de que a pesar de esas quejas, él es quien resuelve los casos, no los que piensan poco y se mueven mucho).

El misterio de la guía de ferrocarriles es de esos libros que quien lleve leyendo a Agatha Christie desde hace mucho tiempo ha tenido en sus manos en algún momento u otro, y además es de los que yo creo que recuerdas la identidad del asesino. Para mí eso es un plus, porque lees intentando descubrir las pistas de la autora e intentando también pillarla en agujeros negros argumentales. Lo recomiendo si se quiere leer algo diferente de su obra, y la verdad es que lo he vuelto a disfrutar un montón, no creo que haga falta decirlo. Sobre la investigación en sí, ya sabéis que intento decir siempre lo mínimo, así que no os voy a desvelar nada salvo que... bueno, no, va, que no os digo nada :)
 
Ya estoy leyendo Asesinato en Mesopotamia (donde volvemos a encontrarnos con Poirot pero sin Hastings), así que antes de que acabe abril volveré a traeros otra reseña del reto (¡o eso espero!).



Agatha Christie (1891-1976) es conocida en todo el mundo como la Dama del Crimen. Es la autora más publicada de todos los tiempos, tan solo superada por la Biblia y Shakespeare. Sus libros han vendido más de un billón de copias en inglés y otro billón largo en otros idiomas. Escribió un total de ochenta novelas de misterio y colecciones de relatos breves, diecinueve obras de teatro y seis novelas escritas con el pseudónimo de Mary Westmacott.

Probó suerte con la pluma mientras trabajaba en un hospital durante la primera guerra mundial, y debutó con El misterioso caso de Styles en 1920, cuyo protagonista es el legendario detective Hércules Poirot, que luego aparecería en treinta y tres libros más. Alcanzó la fama con El asesinato de Roger Ackroyd en 1926, y creó a la ingeniosa miss Marple en Muerte en la vicaría, publicado por primera vez en 1930.