Fecha esta edición: enero 2009
Diseño de cubierta: Juan Pablo Cambariere
El camello, que fascinó a Stravinski y era uno de los libros favoritos de Dalí, puede leerse como un guión de Trollope filmado por Buñuel; párrocos y percances nimios, suspenso surrealista.
Qué acertadísima me parece esta frase del autor del prólogo, Matías Serra Bradford (escritor, traductor y crítico argentino). La ambientación parece sacada de esas crónicas de Barsetshire tan costumbristas de Anthony Trollope (que en español siguen sin estar traducidas y publicadas al completo, dicho sea de paso), llenas de párrocos, de vecinos ricos y pobres, de destellos de la vida en provincias y, en definitiva, de escenas de la vida parroquial (que diría George Eliot, que quizás falta en ese párrafo de arriba para hacer un símil completo), pero al mismo tiempo, desde que aparece ese camello en la puerta de la vicaría, y desde que la narración avanza a partir de ahí, sabes que no estás delante de una historia amable ni costumbrista en absoluto, que pasan cosas que oscilan entre el surrealismo y la extravagancia, que te están contando cosas que a poco que te propongas racionalizarlas, fracasarás en el intento... que lo que pasa no puede ser, y porque no puede ser pasa, y ahí está la gracia. Y todo barnizado con un humor negro que roza la mala leche a veces y que va derivando poco a poco en algo muy diferente, oscuro, corrosivo y con un toque malévolo. Por si fuera poco, aviso a aquellos navegantes que les gusta tenerlo todo bien atadito cuando cierran un libro: El camello no tiene ninguna intención de explicaros el comienzo de la historia, se pasa por el arco del Triunfo que el lector necesite saber qué hace ese camello ahí y cómo ha llamado a la campanilla. Que la historia no va de eso, y dicho queda. Luego no quiero quejas.
Si tengo que resumir lo que para mí ha sido El camello, sería algo así: esta es la historia en la que, en lugar de adoptar una mujer a un camello, un camello adopta a una mujer, y lo que ocurre a continuación, por muy sorprendente que parezca; una historia en la que el lector se imagina cien cosas sobre ese camello, la razón de ser de ese camello, quedando todas ellas sin respuesta; sobre lo poco que le importa a dicho lector todo lo sorprendente, todo lo que queda sin respuesta, porque se lo pasa pipa en el proceso de lectura y no le hace falta nada más. ¿Cómo consigue Gerald Berners esa conexión con el lector? A base de buenos personajes, de situaciones inverosímiles narradas con tal inteligencia que induce al lector a aceptar camello como animal de compañía, de una sutileza descarada (sí, Berners se las apaña para contar cosas de manera sutil que son de un atrevido impensable para la época en general pero no para él en particular, que hizo de la osadía excéntrica su modo de vida) que se abre paso para ser muy claro cuando no puede pero quiere (y consigue) serlo, y, sobre todo, a base de ese aire juguetón, caprichoso, singular y soberbio que impregna una narración llena de ironías, dobles sentidos, malentendidos y situaciones rocambolescas que realmente ejemplifican a la perfección la vida en la campiña inglesa a principios del XX pero con un satírico giro de tuerca.
Os lo decía arriba, este libro huele a antojo del autor, sin más pretensión que la mera diversión extravagante, y el resultado es una delicatessen que se disfruta precisamente por su brevedad y la justa medida en que usa todos los elementos. Poco más puedo añadir sin adentrarme en una trama que apenas se extiende durante cien páginas, he intentado no desvelar absolutamente nada de lo que ocurre en el libro porque perdería toda la gracia, y en su capacidad de sorprender está su valía. Si tenéis la suerte de toparos con un ejemplar, no lo dudéis (esta edición está descatalogada y es de una editorial argentina. Que yo sepa en español no hay ninguna otra). Eso sí, no quiero terminar sin comentar un guiño que sé que a Undine no le habrá pasado tampoco por alto, y es que en el prólogo de El camello se hace alusión a otro camello que aparecerá precisamente en otra novela que leeremos y reseñaremos en este proyecto de Reseñas Cruzadas sin que tuviésemos ni idea sobre el particular cuando escogimos ambas lecturas. Una coincidencia así, con la de miles de libros que teníamos para elegir, no deja de ser un buen augurio y una serendipia literaria. En mayo descubriremos si se cumplen las expectativas :)
Reseña en Lecturas de Undine de El camello -> aquí
Gerald Tyrwhitt-Wilson mejor conocido como Lord Berners, nació en Apley, Shropshire, Inglaterra, en 1883. Fue compositor de música clásica, pintor, escritor y un excéntrico nato. Stravinski lo calificó como el compositor británico más interesante del siglo xx, “el Satie inglés”. Como autor se ganó la admiración de figuras de la talla de Evelyn Waugh, H. G. Wells, Isaiah Berlin y Jean Cocteau. Se educó en el Eton College. En su juventud viajó por Europa, ocupó cargos diplomáticos en Constantinopla y Roma, y obtuvo su título nobiliario en 1919.
Escribió dos autobiografías (First Childhood y A Distant Prospect), relatos y novelas como The Girls of Radcliff Hall, Far from the Madding War, The Romance of a Nose y Count Omega.
Se rodeó de escritores y amigos notables: Ronald Firbank, Max Beerbohm, John Betjeman, Maurice Bowra y Nancy Mitford, entre muchos otros. Mark Amory, biógrafo de Berners, cuenta que el médico que lo atendió los últimos años se negaba a cobrarle porque “su compañía era retribución suficiente”. Murió en su legendaria mansión de Faringdon en 1950.