Título original: La scrittrice abita qui
Autora: Sandra Petrignani
Editorial: Gatopardo
Traducción: Romana Baena Bradaschia
Páginas: 264
Fecha publicación original: 2002
Fecha esta edición: septiembre 2019
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 19,90 euros
Imagen de cubierta: Rungstedlund, casa de Karen Blixen
La escritora vive aquí es un
largo viaje por las casas y lugares de algunas de las escritoras más
importantes del siglo xx. De la Cerdeña de Grazia Deledda a la América
de Marguerite Yourcenar, de la Francia de Colette al Oriente de
Alexandra David-Néel, de la Dinamarca de Karen Blixen a la Inglaterra
de Virginia Woolf. Un peregrinaje por las casas-museo de todas ellas, en
las que, a través de los muebles, objetos, habitaciones y jardines, su
autora, Sandra Petrignani, nos introduce en la vida de estas mujeres,
en sus secretos, temores y fragilidades.
Entrar en sus casas es entrar en sus vidas, como si las propias
protagonistas nos abrieran sus puertas y nos mostraran su mundo más
íntimo. El viaje como reconocimiento, la reconstrucción de un
territorio delimitado por unos muros, en cuyo interior se oye «la voz de
las cosas», una voz que Petrignani ha sabido convertir en historias que
nos revelan cómo fueron y vivieron estas escritoras que contribuyeron
con sus obras a engrandecer la historia de la literatura europea.
Cuando vi que Gatopardo publicaba La escritora vive aquí pensé que era un título que parecía haber sido escrito para esta editorial, porque quienes tenemos sus libros en la estantería sabemos que muchos de ellos suelen comenzar con una imagen de la casa del autor o autora en cuestión o, en su defecto, del estudio o despacho donde solían escribir. O a lo mejor soy yo que me fijo mucho en estas cosas, pero para mí es una de las señas de identidad de sus ediciones. Y claro, eso me lleva a la segunda cosa que pensé cuando vi el libro: que, precisamente, me fijo mucho en estas cosas porque soy de las que no pierden la oportunidad de visitar la casa de aquellos escritores que admiro allá donde voy de vacaciones (o de un pintor, o de un músico... me fascina y emociona a partes iguales, no sabría explicarlo. De hecho muchas veces planifico parte de los viajes con la perspectiva en mente de alguna de estas visitas). No he estado en ninguna de las casas de las escritoras que aparecen en esta obra de Sandra Petrignani, probablemente no lo haga nunca (¡quién sabe!), pero el camino ha sido igual de interesante que si hubiera puesto mis pies en ellas.
Sandra Petrignani no revela en ningún momento (no al menos en el propio contenido del libro) qué motivos tuvo para escoger a estas seis escritoras en concreto a la hora de dar forma a este viaje tan personal, pero sí se nota que las admira mucho y que lo que nos cuenta lo hace con mucho respeto. Para adentrarnos en sus casas-museo se mueve por buena parte del globo (Estados Unidos, Italia, Inglaterra, Dinamarca, Francia, Oriente...), ya sea acompañada de amistades, reuniéndose con las personas encargadas de velar por esas casas o con familiares de algunas de estas escritoras (con los que no siempre coincide en sus apreciaciones sobre la autora en cuestión). Siempre comienza llegando a su lugar de destino, ya sea por esta carretera de aquí, ya sea parando a pedir indicaciones allá, ya sea cogiendo tal tren, y te cuenta, como si fueras una amiga que estuviera sentada frente a ella con una taza de té en las manos, lo que pensó de esto o de lo otro al llegar allí, sus primeras impresiones al avistar la casa, la sensación que le produjo entrar en ella, si identificó lo que veía con la imagen que tenía de la mujer a la que pertenecían esos objetos. Y entonces, como quien no quiere la cosa, se zambulle en lo que de verdad le interesa: la vida personal de estas autoras y su recorrido intrínsecamente unido y entrelazado con su vida literaria.
En realidad, y bajo mi punto de vista, estas visitas a las casas-museo de las autoras no son más que una excusa para hablarnos sobre ellas, su recorrido sentimental y como esas experiencias (y el modo en que vivieron el amor y el sexo) influyeron en su obra como autoras. Para ello se sirve de los propios datos biográficos, de citas extraídas tanto de sus obras como de entrevistas o de personas que les conocieron y, en menor medida, de las estancias y objetos de sus casas. Va y viene hacia atrás y hacia delante en el tiempo dependiendo de lo que quiera contar, y aunque al principio la estructura narrativa pueda parecer algo desordenada (tal y como digo arriba, persiste todo el rato esa sensación de narración anárquica que tenemos las personas cuando estamos contando algo y vamos hilando temas conforme surge el momento adecuado), pronto se le coge el punto y se asimila sin problemas el estilo de la autora que, por otro lado, es tan cercano y libre de imposturas que al final acabas agradeciendo que te lo haya contado justo así, sin pedantería ni academicismos. Algunas de estas autoras son de sobra conocidas, otras no lo son tanto, pero creo que Petrignani consigue acercarnos a todas ellas desde un ángulo diferente que consigue que tengamos la sensación de no estar leyendo lo de siempre, que las conocemos un poco más y que tenemos una visión más amplia del recorrido vital que hizo posible el reconocimiento del que gozan hoy en día.
Dice Petrignani en cierto momento que la tesis de este libro es que una casa dice la verdad de quien la habita, y conforme a este sacro principio, deambula por estas casas como buscando el eco de aquellas mujeres que lo fueron todo entre unas paredes que ya solo cumplen su función de contener retazos de vida que quedaron atrás, y de salvaguardar recuerdos que ahora solo son objeto de adoración de sus admiradores. Lo que a mí me ha quedado claro leyéndola es que, durante esos recorridos por habitaciones mudas y eternas en el tiempo, lo que realmente descubre es que estos edificios son en ocasiones fiel reflejo de la imagen pública de sus dueñas, sea cual fuere esa imagen, pero en otras ocasiones parecen hablar de personas diferentes, de una dicotomía inaudita entre el personaje público y la mujer que se refugiaba en su hogar.
A todo esto, todavía no os he dicho qué autoras reinan en este libro, ¿no? Son seis, y para hablar con justicia del retrato vital que se ofrece de ellas en el libro y su simbiosis con las casas que habitaron tendría que extenderme largo y tendido. Como no creo que me perdonéis otros seis párrafos como los que llevo hasta ahora escritos, pondré a prueba mi capacidad de síntesis para presentarlas (spoiler: lo consigo a medias).
La autora comienza fuerte y abre su particular periplo con Grazia Deledda, escritora italiana galardonada en 1926 con el premio Nobel de Literatura (y de la que, a día de hoy, en castellano apenas podemos leer dos o tres de sus obras, el resto está descatalogado o inédito). Para adentrarnos en su vida nos trasladamos hasta su casa natal de Nuoro (Cerdeña), y nos pinta a una mujer ordenada, sencilla y de pasiones exaltadas, que llegó a lo más alto de las letras con apenas unos estudios primarios y mucha humilde confianza en su talento narrativo. Desde Italia cruzamos el charco y visitamos Petit Pleasance, la casa que Marguerite Yourcenar habitó en la isla Mount Desert, frente a las costas de Maine, junto a su pareja durante años, Grace. La autora incide en la personalidad fuerte, autoritaria, egocéntrica y huraña de puertas para dentro, y la radiante, simpática y arrolladora que mostraba de cara a la galería. Y se adentra también en su última pasión, Jerry, un hombre homosexual mucho más joven que ella que no la trataba bien y del que se enamoró perdidamente al final de su vida. Y de aquí volamos otra vez a Europa, a la casa francesa de Saint-Sauveur-en Puisaye (a unos 50 kms de París) donde nació la que hoy conocemos como Colette, una escritora a la que, sorprendentemente, no le gustaba escribir y que consideraba sus manuscritos campos de batalla; una mujer que siempre protegió y preservó sus emociones, contradictoria a la hora de afrontar las relaciones sexuales y las relaciones de pareja, que no tenía ningún reparo en desnudarse en público y que se lamentaba de que las mujeres eran débiles por culpa de su tendencia a lo sentimental. Colette fue una mujer de personalidad intrincada a la que le atemorizaba la escritura y con complejo de inferioridad, y que aun así, o a pesar de ello, vivió su vida tal y como quiso vivirla.
Sigo en nuevo párrafo pero no nos movemos de Francia. Cogemos carretera para ir hasta Samten Dzong, hogar de Alexandra David-Néel en Digne-les-Bains. Escritora, cantante de ópera, antropóloga, fotógrafa, orientalista... quizás estamos ante la gran desconocida de entre las seis autoras recogidas en el libro, y también la más sorprendente. Alexandra consideraba el sexo una pérdida de tiempo, así que una vez casada, se marchó hacia su verdadera pasión, Oriente; allí pasó catorce años y abrazó el budismo, experiencia y filosofía de vida que plasmó en sus libros y ensayos, y que se respira por los cuatro costados en su casa. Durante su estancia en Oriente se hizo cargo de Aphur, un adolescente de catorce años que lo dejó todo para acompañarla; este fue realmente su compañero en el viaje de la vida y acabó adoptándolo una vez de vuelta en Francia. Escribió hasta los 96 años, y cuando ya no pudo escribir más, dictó sus libros, conservando una lucidez envidiable hasta sus últimos días, e incluso dice Petrignani de ella que "vivió para escribir (o quizá escribió para vivir) y, sobre todo, viajó para escribir". ¿Adónde viajamos ahora? A Dinamarca, a Rungstedlund, hogar de Karen Blixen hoy convertido, gracias a sus esfuerzos, en una reserva natural de aves migratorias. Para quien no la ubique con este nombre, Blixen es la autora de la novela autobiográfica Memorias de África y responsable de obras muy conocidas con su seudónimo, Isak Dinesen (El festín de Babette entre ellas). Estamos de nuevo ante una mujer muy compleja, megalómana, con problemas de salud permanentes, obsesionada con la delgadez extrema y que, a su vuelta de África, lucía siempre en su rostro una sonrisa de superioridad irónica que da buena prueba de su carácter. Creo que este fragmento, de entre los seis que componen el libro, es el menos equitativo en cuanto a la triada casa-literatura-vida personal, siendo su obra literaria la que claramente queda a un lado; por eso creo que es la casa que mejor conocemos en el libro. No volvió a ser feliz tras tener que abandonar África y su plantación, y jamás se recuperó de la muerte del amor de su vida, el cazador Denys Finch-Hatton, pero la frase También esto pasará, que hizo suya hacia el final de sus días, explica su actitud tanto para lo bueno como para lo malo que le ofreció la vida.
Y nos queda Virginia Woolf, cuya obra, vida y personalidad han sido objeto de un resurgir mediático en los últimos años. Petrignani comienza realmente presentándonos otra casa, Charleston Farmhouse, perteneciente a Vanessa Bell, hermana de Virginia, que era toda color, equilibrio, alegría y fuente de expresión artística. El contraste con Monk's House (el propio nombre lo dice todo), es evidente. El hogar de los Woolf era intelectual, sobrio, algo incoherente debido a los muchos anexos que le hicieron y, sobre todo, tranquilo, como lo fue el matrimonio entre Virginia y Leonard y como la propia salud mental de la autora exigía. Allí construyó su habitación propia con las ganancias obtenidas por Orlando, y no fue capaz de acomodarse a ella, por lo que terminó siendo un dormitorio. Acabó encontrando su lugar para escribir en una caseta para las herramientas que había en el jardín. Y entre medias de todo esto se nos esbozan su relación con Vita Sackville-West y las diversas circunstancias que pudieron llevarla a suicidarse. En realidad este fragmento pertenece a las tres V, tal y como se dice en el libro (Virginia, Vita y Vanessa), y en menor medida a los tres hombres con los que se casaron y que las sobrevivieron.
Lo que os cuento es apenas un esbozo del conjunto que construye Petrignani sobre ellas: fueron mujeres muy complicadas y con muchas aristas imposibles de plasmar en una opinión que ya está siendo demasiado extensa. La escritora vive aquí es de esos libros que supongo que llama la atención a primera vista de lectores con unos gustos muy definidos más allá de la literatura en sí misma, incluyendo entre esos gustos el de visitar los hogares de aquellos autores que admiran en un intento por encontrar entre sus cuatro paredes, entre los objetos que una vez fueron suyos, algo que les haga vislumbrar una imagen real de la persona más allá del escritor. Pero en realidad esta obra intenta ir más allá y poner sobre la mesa las numerosas piezas que componen el puzzle de estas seis mujeres que otorgaron la misma intensidad y pasión a las difíciles tareas de vivir y escribir, y no solo merece mucho la pena, sino que en numerosas ocasiones sorprende. La escritora vive aquí es una manera diferente de construir sus biografías, un libro de viajes en el que viajar implica adentrarse en otras existencias que hoy ya solo forman parte de la memoria.
Los viajes a las casas son los viajes a las vidas. O puede que sea al contrario. Pero no importa. Una casa es un destino de todas formas.
Sandra Petrignani nació en Piacenza en 1952 y vive entre Roma y Umbría. Ha colaborado
como periodista y editora en varios periódicos y semanarios italianos.
Es autora, entre otros, del libro de viajes Ultima India (1996), los cuentos recogidos en Catálogo de juguetes (1988), las novelas Navigazioni di Circe (Premio Elsa Morante, 1987) y Care presenze (2004). Su libro más reciente es La Corsara. Ritratto di Natalia Ginzburg (2017). Con La escritora vive aquí, la autora quedó finalista del premio Strega en 2006.