Título original: The Touchstone
Autora: Edith Wharton
Editorial: Contraseña
Traducción: Laura Naranjo Gutiérrez
Páginas: 152
Fecha publicación original: 1900
Fecha esta edición: enero 2020
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 15 euros
Ilustración de cubierta: Alberto Garmón
Acuciado por graves problemas
económicos, que incluso ponen en peligro su propósito de casarse con su
prometida, Stephen Glennard, el protagonista de esta novela corta de
Edith Wharton publicada en 1900, decide vender a través de un conocido, y
poniendo buen cuidado en que nadie sepa que iban dirigidas a él, todas
las cartas que le escribió una célebre escritora ya fallecida, Margaret
Aubyn, con la que mantuvo una tormentosa relación en el pasado. Gracias
al dinero que le reporta la venta de las cartas, Glennard consigue poner
los cimientos de una nueva existencia en la que todo le sonríe: sus
negocios marchan bien, disfruta de un feliz matrimonio con Alexa Trent,
tiene una intensa vida social... El libro que recoge las cartas de
Margaret Aubyn se convierte, al poco de publicarse, en un éxito de
ventas que continuamente está presente en las conversaciones del círculo
de amistades del protagonista. Debido a esto, pronto son otras
preocupaciones, muy distintas de las económicas, las que empiezan a
proyectar una sombra sobre la plácida vida de Glennard.
Acabo de contarlas, y esta la séptima vez que os traigo a Edith Wharton al blog. Creo que a estas alturas no hace falta que os repita lo muchísimo que me gusta esta autora, y además creo que tenía un talento especial para la novela corta, de las que os he dejado a lo largo de estos años unos cuantos ejemplos. La piedra de toque, recientemente editado por Contraseña, fue uno de los últimos libros que compré antes del inicio del infausto 14M, y estaba deseando hincarle el diente.
El protagonista de la historia es Stephen Glennard, un hombre que lo único que quiere en la vida es casarse con Alexa Trent, la mujer de la que está enamorado, y es lo único que no puede hacer. Ambos tienen escasos recursos económicos, llevan dos años juntos y la relación no parece ir a ninguna parte, hasta que Alexa le informa de que una tía suya le ha pedido que le acompañé en un viaje al extranjero, una ausencia que puede durar hasta dos años. Stephen se desespera, no tiene dinero para casarse con ella pero no puede permitir que se marche tanto tiempo. Y entonces recuerda un anuncio en el periódico en el que se informaba de la redacción de una biografía de la célebre (y ya fallecida) escritora Margaret Aubyn, añadiendo que, dada la escasa correspondencia que se conserva de ella, las cartas que pudiese proporcionar algún amigo íntimo tendrían un valor económico considerable. Da la casualidad de que Margaret estuvo enamorada tiempo atrás de Stephen (un amor no correspondido que derivó en una relación complicada y tormentosa) y que le mandó ciertos de cartas que él todavía conserva. Sabe que estaría traicionando la memoria de Margaret, pero si consiguiese venderlas sin que la identidad de su propietario (y destinatario) se hiciese pública, podría ver cumplido su sueño, casarse con Alexa y comenzar una nueva vida junto a ella. Pero Stephen no prevé las consecuencias futuras de su acción, ni lo infeliz que va a ser por ello.
Si no estoy equivocada, creo que esta fue la primera obra que publicó Edith Wharton (escribió anteriormente Las hermanas Bunner, pero no fue publicada hasta 1916). Es decir, que esto es lo primerísimo que Wharton lanzó al mundo, y llamadme pesada porque siempre digo lo mismo con muchas de estas primeras publicaciones, pero os prometo que si leéis La piedra de toque sin saber este dato, jamás veríais en ella la obra de una autora novel. Toda la complejidad que otorgaba siempre a sus personajes, la confrontación con sus propios actos y errores, sus grises morales y éticos, la prosa precisa y elegante que desbordaba inteligencia y agudeza, ese talento para rascar en la superficie dorada de la gente de la alta sociedad de principios del siglo XX y encontrar debajo tonos cenicientos y sombríos... la Edith Wharton que escribió auténticas joyas solo unos años después ya estaba en esta nouvelle de escritora principiante. Sí, os los digo siempre, sé que sueno poco objetiva... pero es que nadie es objetivo cuando habla de lo que le apasiona. Es lo que hay :)
En cuanto a la trama en sí misma, lo que plantea Wharton es que el protagonista de la novela consigue lo que busca al vender las cartas (dinero, casarse con Alexa y tener una vida acomodada), pero paga un precio muy alto a cambio. Cuando oye hablar a sus conocidos y se da cuenta de la opinión que tienen del hombre que ha traicionado a la escritora vendiendo sus cartas de amor (sentimiento que además no correspondía y que colocaba a Margaret en una situación un tanto trágica), la vergüenza comienza a apoderarse de su estado de ánimo. Cuando cae en la cuenta de lo que pensaría su esposa de él si lo descubriese, esa vergüenza raya en el pánico. Está tan enamorado de ella que no soporta pensar en la eventualidad del descubrimiento de su secreto, y comienza a alejarse de todo lo que le proporciona felicidad. Se refugia en el recuerdo de Margaret, una mujer que despreció en vida y en la que ahora, irónicamente, encuentra sosiego. Se culpa a sí mismo, empieza a desconfiar de cada gesto de su mujer (¿Lo sabe? ¿No lo sabe? ¿Lo sabe y no me lo dice? ¿Por qué no me lo dice si lo sabe? ¿Me desprecia?), sospecha de la única persona que intuye que él es el hombre detrás de las cartas y jamás ha dicho nada... Se podría decir que Stephen Glennard descubre de repente que las artimañas que usó en su momento para conseguir su felicidad son las mismas artimañas que ensombrecen y mancillan esa felicidad. Siente vergüenza de sí mismo, tiene miedo de que se descubra el pastel y los remordimientos le impiden seguir adelante con su vida. Todos sus pensamientos y acciones comienzan a girar en torno a una pantomima (la de hacer creer a todo el mundo que él es la única persona de ese mundo a la que no le interesan esas Cartas), y esa misma pantomina es la que estrecha cada vez más el círculo de su estabilidad emocional.
Otra de las cuestiones esenciales que aborda Wharton en la novela es la del derecho a la privacidad de una persona famosa una vez fallecida, y como el afán morboso de destapar y desnudar al ser humano que se esconde tras la celebridad lleva a un acto editorial moralmente discutible como es el de la publicación de correspondencia privada y personal. La historia trata precisamente de la publicación de cientos de cartas que fueron escritas con la intención de que fuesen leídas exclusivamente por su destinatario. Que esos pensamientos, sentimientos y reflexiones íntimos que jamás fueron concebidos para otros ojos de repente sean de dominio público, discutidos, desmenuzados y dramatizados como si de una novela se tratasen, deshumanizando a la persona real que hay tras ellos, es un hecho que a día de hoy sigue siendo discutible. Y de esto puedo hablar a título personal: para mí es una dicotomía constante y me peleo mucho con esa sensación, porque siento tanto interés como aprensión cuando me dispongo a leer correspondencia personal de un autor. Por poner un ejemplo, es un privilegio leer las cartas de Jane Austen, pero al tiempo pienso que qué derecho tenemos a leerlas (aunque en este caso nos ha llegado lo que su hermana Cassandra quiso que nos llegase; lo que no, lo quemó, así que en ese aspecto me quedo más tranquila xD). Siempre me acuerdo de Henry James, que antes de su muerte se encargó de quemar la correspondencia de cuarenta años: le horrorizaba que fuese de dominio público en un futuro. Dickens también quemó la correspondencia que durante décadas le enviaron sus amistades, Wilkie Collins incluido (ellos no tuvieron tanto remilgo; guardaron todas las cartas del bueno de Charles y hasta nuestros días han llegado miles de ellas). En fin, un tema peliagudo que da para hablar mucho y que Wharton pone sobre el tapete. ¿Tenemos derecho a leer esa correspondencia? ¿Tienen esas personas ilustres derecho a que, una vez fallecidos, sus asuntos privados sigan siendo privados?
Para mí, sin duda, es un vicio, o casi, leer un libro como las Cartas. En ellas va el alma de esa mujer, arrancada por completo desde la raíz; su ser desnudo, entregado a un hombre al que es evidente que no le importaba lo más mínimo. No pienso leer ni una línea más; es como mirar por el ojo de una cerradura. Pero, ¿y si ella quería que se publicaran? ¿Qué? ¿Y cómo podemos saberlo?
En definitiva, La piedra de toque cuenta con apenas 140 páginas, pero Wharton, como buena narradora de fondo que era, se las apaña para introducir con genio y carácter dos temas tan interesantes como son el derecho a la privacidad de una persona famosa tras su muerte y las consecuencias éticas y morales que pueden derivarse tanto de la traición a la memoria de una persona fallecida como del miedo a ser descubierto por un ser querido y que nos juzgue por ello. Al principio hay mucho egoísmo detrás de la vergüenza que siente Stephen, y el camino que tiene por delante pasa por hacer las paces consigo mismo y dejar que ese egoísmo se haga a un lado para que pueda enfrentarse a sus propias acciones. Si lo consigue o no es algo que debéis descubrir por vosotros mismos. Yo no me cansaré de recomendaros a Edith Wharton; sus novelas cortas son pura delicatessen.
Edith Wharton
(Edith Newbold Jones, de soltera) nació en 1863 en Nueva York, en el
seno de una familia de la alta burguesía. Pasó gran parte de su infancia
en Europa, primero en París y luego Alemania y Florencia. Desde pequeña
dio muestras de una inteligencia e imaginación excepcionales. De
adolescente escribió poemas y en 1877 un cuento: «Fast and Loose». Con
23 años se casó con Edward Wharton, doce años mayor que ella, con quien
no compartía ningún interés intelectual ni artístico (acabó
divorciándose en 1913). En 1891 apareció su primer relato, «Mrs
Manstey’s View» en el Scribner’s Magazine, donde se recogerían regularmente sus textos. En 1897 publicaría The Decoration of Houses, en
colaboración con su amigo el arquitecto Ogden Codman, que tuvo un éxito
inmediato. En 1902, se instala en The Mount, la casa que los Wharton
habían construido en Lenox, pero pronto regresará a Europa, y en 1903
conocerá en Inglaterra a su «queridísimo maestro» Henry James, con quien
mantendrá una gran amistad hasta la muerte de éste en 1916. En 1905
aparece La casa de la alegría; en 1907, se instala en París, y ya nunca abandonaría su querida Francia. Durante la Primera Guerra mundial fundó los American Hostels for Refugees,
por lo que fue condecorada con la Legión de Honor. En 1920, La edad de
la inocencia obtiene el Premio Pullitzer. En 1923 se convirtió en la
primera mujer doctor honoris causa por la Universidad de Yale. El 11 de
agosto de 1937 padeció una crisis cardíaca que le causó la muerte. Sus
restos reposan en el cementerio de Versalles. Su última novela,
inacabada, The Buccaners, se publicó póstumamente en 1938.