Título original: Brooklyn Follies
Autor: Paul Auster
Editorial: Anagrama
Traducción: Benito Gómez Ibáñez
Páginas: 320
Fecha de publicación: abril 2006
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 18 euros Diseño de la colección: Julio Vivas
Nathan Glass ha sobrevivido a un cáncer de
pulmón y a un divorcio después de tres décadas de matrimonio, y ha
vuelto a Brooklyn, el lugar donde pasó su infancia. Hasta que enfermó
era un vendedor de seguros; ahora que ya no tiene que ganarse la vida,
piensa escribir El libro del desvarío humano. Contará todo lo que pasa a
su alrededor, todo lo que le ocurre y lo que se le ocurre. Comienza a
frecuentar el bar del barrio y está casi enamorado de la camarera. Y va
también a la librería de segunda mano de Harry Brightman, un
homosexual culto que no es quien dice ser. Y allí se encuentra con Tom,
su sobrino, el hijo de su amada hermana muerta. El joven había sido un
universitario brillante. Y ahora, solitario, conduce un taxi y ayuda a
Brightman a clasificar sus libros... Poco a poco, Nathan irá
descubriendo que no ha venido a Brooklyn a morir, sino a vivir.
Paul Auster, ha sido ponerte en mi vida y cambiarla para siempre.
Todo, o casi, estaba dormido; las neuronas, los patrones mentales, el interés y la chispa habían desaparecido o emigrado (no sé cuándo y no sé adónde), y ni siquiera me había enterado. Solo sé que mi gusanillo lector se encontraba realmente apático, indolente y aburrido (supongo que es una consecuencia sine qua nom de mimarlo y darle bien muy bien de comer).
Él, todo satisfecho y glotón, estaba totalmente desinteresado y desconectado; vivía en la inapetencia total, ya no creía ni le interesaban otras historias y solo podía verse su barriga literata, hinchada y reluciente... muy reluciente... jajaja.
Discúlpame, Paul, por este comienzo un tanto absurdo; es lo que me sale de dentro y, aunque la reseña parezca un tanto divagante, intentaré hacer algo decente y honesto.
Arrancamos. Fue llegar a la página 59 de Brooklyn Follies, y volver a florecer e interesarme.
Paul, ¿has visto lo que has hecho? No hay nada como espabilarse y contagiarse de tu perfecta narrativa y empezar a soltar soliloquios a deshoras y a destiempos. Es lo que toca: el despertar viene acompañado de reacciones extrañas y, en mi caso, Brooklyn Follies ha sido el despertador-avisador de lo que no estaba haciendo y lo que sí debía hacer.
Con su prosa deliciosa, Paul Auster nos sumerge en una aparente cotidianidad donde el costumbrismo alcanza niveles de sublime creación gracias a todo ese fluir de circunstancias, lugares y personas comunes pertenecientes al gremio de los no elegidos, a los desconectados y olvidados. En su sabiduría y buen hacer, es capaz de modelarlos para darles una vida y un propósito, y encontramos la gracia o el quid de todo lo anterior en saber hilar y cohesionar... en definitiva, en transformar lo más trillado y sencillo, lo que no tiene filtros ni dobleces, en lucidez y alma.
En Brooklyn Follies vemos al gran maestro juntando letras y palabras, creando y produciendo vida, luz y energía, haciendo que el lector quede atrapado como una polilla en su historia y en su narración. A partir de aquí la entrega es total; solo quieres saber, escuchar y acompañar a Nathan Glass (personaje principal, maestro-director), ser su humilde lazarillo, absorber su sabiduría y vitalidad... Convertirte en su pequeño saltamontes.
La sipnosis del libro hace un flaco favor a Nathan; parece que vamos a tratar con un individuo que ha vuelto a sus orígenes para morir, que está desahuciado y casi enterrado, que va a ser una carga, que no sirve para nada, que sus historias no interesan. Pues no, todo lo contrario: nuestro Nathan tiene sus achaques como cualquier hijo de vecino, pero él lo es todo en la historia, la columna vertebral, el hilo conductor, el peso de la argumentación, el tronco robusto y fuerte al que agarrarse, la mano en el naufragio. Sin este personaje, Brooklyn Follies no tendría lugar, ni cabida y ni siquiera una pizca de interés.
Las maravillosas coincidencias de Nathan en la historia se transforman en las conexiones necesarias para tejer la red donde los demás personajes conviven a pesar de sus diferencias sociales, religiosas o políticas, situando siempre en un plano superior la tolerancia y el perdón, ingredientes que acompañan y que marcan los destinos (más o menos perdidos) de todos ellos. Estos beberán (con mejor o peor resultado) de los consejos del gran Nathan, descubriendo una sabiduría casi divina representada en la sencillez y la simpleza. La eliminación de la complejidad artificial les hará ver como lo haría un buen Sancho: lo que se ve es lo que hay, y no son castillos en el aire ni gigantes.
El resultado de todo esto es un conjunto a través del cual se percibe claramente un positivismo bondadoso y desprendido, ese que cualifica a los seres extraordinarios. Con ayuda del mentor, Nat, observamos cómo las vidas de los distintos personajes fluyen, se mueven y renacen en su universo particular, el imaginado por el autor y ambientado en el barrio neoyorquino de Brooklyn.
No voy a contar más de la historia; el futuro lector perdería la oportunidad de descubrir a unos personajes vivos, infinitos y profundos, encajados perfectamente en un ambiente real y cotidiano donde lo sencillo es fruto de la elegancia, la precisión y la inteligencia plasmada en escritura.
Imposible embutir lo anterior en una simple elegía de alguien que va a morir; más bien habría que hacerlo en todo lo contrario, una alegoría a la alegría, pues por toda la obra corre el disfrute de la vida y de su ahora. Después que venga lo que tenga que venir; hasta entonces toca celebrar y vivir el presente. Esta es la lección que condensa todo el saber de nuestro buen Nathan Glass.
Brooklyn Follies es deleite y recreación en cada párrafo y en cada palabra. Y mejor que Paul Auster no lo voy a expresar yo.
Todo, o casi, estaba dormido; las neuronas, los patrones mentales, el interés y la chispa habían desaparecido o emigrado (no sé cuándo y no sé adónde), y ni siquiera me había enterado. Solo sé que mi gusanillo lector se encontraba realmente apático, indolente y aburrido (supongo que es una consecuencia sine qua nom de mimarlo y darle bien muy bien de comer).
Él, todo satisfecho y glotón, estaba totalmente desinteresado y desconectado; vivía en la inapetencia total, ya no creía ni le interesaban otras historias y solo podía verse su barriga literata, hinchada y reluciente... muy reluciente... jajaja.
Discúlpame, Paul, por este comienzo un tanto absurdo; es lo que me sale de dentro y, aunque la reseña parezca un tanto divagante, intentaré hacer algo decente y honesto.
Arrancamos. Fue llegar a la página 59 de Brooklyn Follies, y volver a florecer e interesarme.
El gran espectáculo de la falta de honradez. Lo tienes por todas partes donde mires y, te guste o no, es de lo más divertido que se puede ver.Todo el libro es un recorrido interior y exterior, una vomitera de sentimientos, una redención con un resurgimiento. Naturalmente, ante esto no me queda otra que reconocer lo que veo cuando lo leo: la grandeza de la buena literatura y mi amor y devoción por su lectura, esa que te llega al alma, la que persiste y existe; la que siempre se queda, la que nutre tu inteligencia y construye tu ser.
Paul, ¿has visto lo que has hecho? No hay nada como espabilarse y contagiarse de tu perfecta narrativa y empezar a soltar soliloquios a deshoras y a destiempos. Es lo que toca: el despertar viene acompañado de reacciones extrañas y, en mi caso, Brooklyn Follies ha sido el despertador-avisador de lo que no estaba haciendo y lo que sí debía hacer.
Con su prosa deliciosa, Paul Auster nos sumerge en una aparente cotidianidad donde el costumbrismo alcanza niveles de sublime creación gracias a todo ese fluir de circunstancias, lugares y personas comunes pertenecientes al gremio de los no elegidos, a los desconectados y olvidados. En su sabiduría y buen hacer, es capaz de modelarlos para darles una vida y un propósito, y encontramos la gracia o el quid de todo lo anterior en saber hilar y cohesionar... en definitiva, en transformar lo más trillado y sencillo, lo que no tiene filtros ni dobleces, en lucidez y alma.
En Brooklyn Follies vemos al gran maestro juntando letras y palabras, creando y produciendo vida, luz y energía, haciendo que el lector quede atrapado como una polilla en su historia y en su narración. A partir de aquí la entrega es total; solo quieres saber, escuchar y acompañar a Nathan Glass (personaje principal, maestro-director), ser su humilde lazarillo, absorber su sabiduría y vitalidad... Convertirte en su pequeño saltamontes.
La sipnosis del libro hace un flaco favor a Nathan; parece que vamos a tratar con un individuo que ha vuelto a sus orígenes para morir, que está desahuciado y casi enterrado, que va a ser una carga, que no sirve para nada, que sus historias no interesan. Pues no, todo lo contrario: nuestro Nathan tiene sus achaques como cualquier hijo de vecino, pero él lo es todo en la historia, la columna vertebral, el hilo conductor, el peso de la argumentación, el tronco robusto y fuerte al que agarrarse, la mano en el naufragio. Sin este personaje, Brooklyn Follies no tendría lugar, ni cabida y ni siquiera una pizca de interés.
Las maravillosas coincidencias de Nathan en la historia se transforman en las conexiones necesarias para tejer la red donde los demás personajes conviven a pesar de sus diferencias sociales, religiosas o políticas, situando siempre en un plano superior la tolerancia y el perdón, ingredientes que acompañan y que marcan los destinos (más o menos perdidos) de todos ellos. Estos beberán (con mejor o peor resultado) de los consejos del gran Nathan, descubriendo una sabiduría casi divina representada en la sencillez y la simpleza. La eliminación de la complejidad artificial les hará ver como lo haría un buen Sancho: lo que se ve es lo que hay, y no son castillos en el aire ni gigantes.
El resultado de todo esto es un conjunto a través del cual se percibe claramente un positivismo bondadoso y desprendido, ese que cualifica a los seres extraordinarios. Con ayuda del mentor, Nat, observamos cómo las vidas de los distintos personajes fluyen, se mueven y renacen en su universo particular, el imaginado por el autor y ambientado en el barrio neoyorquino de Brooklyn.
No voy a contar más de la historia; el futuro lector perdería la oportunidad de descubrir a unos personajes vivos, infinitos y profundos, encajados perfectamente en un ambiente real y cotidiano donde lo sencillo es fruto de la elegancia, la precisión y la inteligencia plasmada en escritura.
Imposible embutir lo anterior en una simple elegía de alguien que va a morir; más bien habría que hacerlo en todo lo contrario, una alegoría a la alegría, pues por toda la obra corre el disfrute de la vida y de su ahora. Después que venga lo que tenga que venir; hasta entonces toca celebrar y vivir el presente. Esta es la lección que condensa todo el saber de nuestro buen Nathan Glass.
Brooklyn Follies es deleite y recreación en cada párrafo y en cada palabra. Y mejor que Paul Auster no lo voy a expresar yo.
Leer era mi válvula de escape, mi desahogo y mi consuelo, mi estimulante preferido: leer por puro placer, por la hermosa quietud que te envuelve cuando resuenan en la cabeza las palabras de un autor.Gracias, por recordármelo.
Paul Auster nació en 1947 en Nueva Jersey y
estudió en la Universidad de Columbia. Tras un breve período como
marino en un petrolero, vivió tres años en Francia, donde trabajó como
traductor, "negro" literario y cuidador de una finca; desde 1974 reside
en Nueva York.
Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las
Letras en 2006 por su carrera literaria.
Esta vez lo voy a dejar pasar, intente leer algo de esta autor, pero no pude, no soy que digamos muy fan de él.
ResponderEliminarBesos
Quiero retomarlo en algún momento, leí hace años Lulú on the Bridge Y El palacio de la luna, y ahí me quede. Besinos.
ResponderEliminarHace mucho tiempo que no leo a Auster, uno de mis autores favoritos y eso que mi estreno con él, con El libro de las ilusiones, fue un tanto accidentado. Esta novela, que para mí es la menos "austeriana" de todas las que, al menos yo, he leído, me gustó muchísimo y siempre que alguien me pide una recomendación del autor para acercarse a él por primera vez es el título que rápidamente me viene a la cabeza.
ResponderEliminarBesos.
Tengo este libro entre mis deseos desde hace tiempo, espero algún día ponerme con él. Me alegra que lo hayas disfrutado, besitos.
ResponderEliminarHola guapa, se nota que te entusiasma. Creo que no he leído nada de él... pero no sé si me pondría a remediarlo. Eso sí si lo hiciera quizá empezara con esta...
ResponderEliminarUn besazo
Hasta la fecha, y a falta de seguir leyendo más títulos suyos, mi libro favorito de uno de mis autores favoritos. No sabes lo que me alegra que te haya sacado de esa apatía lectora. En ese sentido es una historia estimulante y deliciosa como pocas. Me encantó la reseña, se nota que te caló hondo.
ResponderEliminarUn beso, feliz finde ;)
Me chinchas muchísimo.
ResponderEliminarNo he leído nada de Auster, vale, igual no tengo perdón de dIos, pero me yo también llevo un ritmo lector extraño este mes , y me resulta curioso que con este título hayas resurgido de tus cenizas.
Lo anoto, pues.
Beoss.
Ay, qué súper reseñas pero es que el libro no es para menos. Es mi favorito y además lo tengo firmado. El libro que jamás el prestaré a nadie. Es que Paul pinta la realidad de tal manera que parece fantasía y lo hace de forma muy sencilla. Te conecta y hace que te enamores de él. Con este libro toca techo. Me han entrado unas ganas terribles de volver a leerlo.
ResponderEliminarBesos
Qué bonita tu reseña y la forma de expresarse de su autor! Yo de él leí muy jovencita "Tombuktu" y no me entusiasmó, pero sí que me gustaría darle una oportunidad. Quizás esta podría ser una gran elección ;)
ResponderEliminarBesitos
¡Hola!
ResponderEliminarHe oído hablar mucho de este autor y, aunque me impone un poco, también me apetece mucho leerlo. La verdad es que lo conozco por otros títulos, no por este en particular, pero también me ha llamado mucho la atención el argumento y que te haya transmitido tanto, sin duda me has dejado con el gusanillo.
¡Nos leemos!
Lua.
Uno de mis grandes pendientes. Tengo al menos un libro suyo en casa (el último) y todavía no me he animado. Sé que me gustará, sé que será increíble pero tengo que encontrar ese momento.
ResponderEliminarLo que decís de este libro es justo lo que más me gusta leer. Así es como más disfruta. Así es como se alcanza mi corazón lector.
Me habéis hecho replantearme mis próximas lecturas.
Un abrazo
Pedazo reseña para un súper libro de un gran autor ¿Ha quedado claro que soy fan? He sido muy sutil, por eso lo digo 😅😅😅
ResponderEliminarBesitos carinyet 💋💋💋
Qué reseña más maravillosa! Este libro se la merece! Con él me estrené con Auster, y me rendí ante él. Hace tiempo que no leo nada suyo. A ver si me pongo.
ResponderEliminarBesotes!!
Hola, me gusta "Brooklyn Follies" por el optimismo vital que desprende, porque es un canto a la vida, y a los libros. Por eso es una rareza en la bibliografía austeriana en la que no suele haber tanto buenismo. Yo la he leído un par de veces y también la recomiendo para los que se acercan por vez primera a Auster, y para momentos en los que el animómetro está bajo. Podríamos decir que es una novela "feel-good". Y por eso mismo tuvo ciertas críticas de los austerianos más puristas.
ResponderEliminarGracias por recordarnos esta estupenda novela.
Un abrazo.
A mí me da hasta vergüenza reconocer que no he leído nada de este autor y estoy por la labor de solucionarlo así que me tomo nota.
ResponderEliminarBesos