Título original: La sangre de los crucificados
Autor: Félix G. Modroño
Editorial: Algaida
Páginas: 352
Fecha publicación original: 2007
Fecha esta edición: 2016
Fecha esta edición: 2016
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 18 euros Diseño de cubierta: masgrafica.com
Zamora, 1682. Don Fernando de Zúñiga,
doctor en medicina por la Universidad de Salamanca, acude a la llamada
del obispo. Monseñor Balmaseda le encarga averiguar la procedencia de la
talla de un Cristo crucificado, hallada en extrañas circunstancias y
que parece estar relacionado con la trágica muerte de un herrador. El
doctor Zúñiga pronto averigua que aquel suceso oculta una trama de
terribles asesinatos, cuya investigación le llevará en un periplo por la
Salamanca universitaria, la Corte madrileña y una Sevilla antes
opulenta y ahora tan agonizante como los crucificados que procesionan
por sus calles.
La sangre de los crucificados es un thriller histórico magníficamente ambientado en la España de finales del siglo XVII, cuyos protagonistas se mezclan con reyes, religiosos o artistas. Una novela que convierte el esplendor artístico del Barroco y las intrigas políticas en torno al último rey de los Austrias en una trepidante aventura.
Yo, como siempre, a mi aire. Cuando muchos estáis leyendo la última y recién publicada novela de Félix G. Modroño, aquí que vengo yo con una que tiene ya sus trece añitos. Ya lo dije cuando os hablé de Secretos del Arenal hace un par de años: estaba empeñadísima en conocer la narrativa de este autor con el famoso doctor Zúñiga, pero finalmente no fue así. Es más, el libro que hizo que me pudieran las ansias de adentrarme en las aventuras de este personaje fue el tercero de la serie, Sombras de agua, porque si a mí me dicen Venecia y siglo XVII, qué queréis que os diga... lo dejo todo. Pero soy muy cuadriculada para estas cosas, para llegar a ese tercer libro tenía que leer los dos primeros y conocer al personaje desde el principio, como está mandao. Y a eso vengo hoy, a hablaros de La sangre de los crucificados, el primer libro protagonizado por don Fernando de Zúñiga.
Zamora, 1682. En la puerta de la casa del obispo de Zamora aparece la escultura de un Jesucristo crucificado. ¿Su peculiaridad? Ya no solo la calidad de la talla (que ningún artista castellano sería capaz de realizar), sino el sorprendente rostro de la escultura, en el que muchos vecinos han reconocido sin dudarlo a Manuel Beltrán, un herrador que apareció asesinado tres meses atrás. Por este motivo el obispo, monseñor Balmaseda, solicita los servicios de don Fernando de Zúñiga, vizconde del Castañar y doctor en Medicina, que posee fama de ser un experto resolviendo enigmas. Zúñiga, con la ayuda de Pelayo, un joven siriviente de monseñor, se pone manos a la obra, y sus pesquisas le llevarán de Zamora a Sevilla pasando por Salamanca, el valle de Las Batuecas o la corte real de Madrid. ¿Su objetivo? Un asesino que mata a sus víctimas para plasmar su agonía en las tallas de Jesucristo en la cruz, y que además se enorgullece de su obra e inteligencia y no puede evitar proclamar su autoría y retar, por medio de anagramas, a quien ose seguirle la pista.
Sé que estas novelas son ampliamente conocidas por estos lares y que poco puedo aportar yo a estas alturas, así que sin más dilación os voy a hablar de los que, para mí, son los tres puntales que hacen de la historia una fantástica lectura.
El primero es la ambientación histórica. Modroño tiene una forma tan envolvente y hechicera de describir cada paso que dan los protagonistas que, cuando abres las páginas, ya estás allí con los cincos sentidos, oliendo la mierda y el incienso en las calles, observando las estrellas que iluminan la nocturnidad del valle o las obras de arte que honran muchas de nuestras iglesias, saboreando bizcochos y chocolate caliente o soportando el vino aguado... Ya sea cuando nos movemos por las distintas ciudades como cuando recorremos el camino para llegar a ellas y nos deleitamos con el paisaje, la narración es tan precisa como evocadora, sin filigranas. Se lo pone muy fácil al lector para que este se imagine campando por esos mundos de Dios a finales del siglo XVII, y eso es muy díficil hacerlo bien sin caer en el exceso descriptivo.
Por otro lado están los personajes, y cuando hablo de personajes sin duda lo hago de Zúñiga y de Pelayo. Todos, más o menos relevantes en la trama (y además reales en algunos casos, entremezclados con los ficticios), están magníficamente perfilados, pero los protas son los que son. Con el transcurrir de las páginas vamos conociendo el pasado de Fernando de Zúñiga, un pasado en el que no tengo ninguna intención de adentrarme aquí porque hay que descubrirlo en la lectura, pero que en conjunto moldea a un hombre que no solo es muy inteligente sino que es muy inquieto intelectualmente (ambas cosas, por desgracia, no siempre van unidas), y que tiene una forma de entender y vivir la vida que hace que el lector se quede totalmente cautivado por él. Es un buen hombre, íntegro, honrado y justo, pero como todo buen personaje que se precie de serlo también es tridimensional, y entre tanta virtud se cuelan grises que guarda en lo más recóndito de su corazón y que le dan una pátina de autenticidad y verosimilitud.
Pelayo, por su parte, es como un libro en blanco que va rellenando sus páginas con conocimientos a marchas forzadas. A mí me ha producido mucha ternurna, a ratos me lo imaginaba con los ojos como platos conociendo el mundo más allá de las murallas de Zamora y absorbiendo todo lo que puede de las perlas que va dejando caer Zúñiga. Y cuando se puede apuntar un tanto y ser el primero en caer o resolver algo, la cara satisfecha no se la quita nadie. Es un chaval espabilado y un gran acompañante para Zúñiga; forman una pareja entrañable y el lector es testigo de cómo va creciendo la confianza y el afecto entre ellos. Pelayo nunca tuvo un padre y Zúñiga sabe reconocer las virtudes del adolescente y le coge cariño. Se complementan a la perfección y esa química traspasa las páginas.
En tercer lugar, pero no menos importante, están la narración, el trabajo y el estilo del propio autor. Mi conocimiento sobre la obra de Félix G. Modroño es limitado pues este es solo el segundo libro que leo suyo, pero ya lo dije en Secretos del Arenal: este señor escribe muy bien, su prosa es tan sencilla de leer como cuidada y pulcra en la forma, y además se nota que sabe de lo que escribe y que el trabajo que hay detrás es enorme. Os confieso una cosa: conforme leía y me daba esos paseos por ese patrimonio histórico tan magnífico que tienen las ciudades que aparecen en la novela (entonces y ahora, porque buena parte sigue todavía en pie), me parecían tan detalladas y pormenorizadas las descripciones, tan personales los puntos de vista a la hora de hablar de esas iglesias, conventos, calles y edificios, que me imaginaba al autor conociendo, visitando y revisitando cada uno de ellos para documentarse. Por eso no me ha sorprendido nada encontrarme navegando por estos mundos de internet con una página dedicada a esta serie (que no había visitado nunca) y ver en ella un montón de fotografías de los lugares que aparecen en el libro y que fueron hechas por él en su momento. Se palpa ese trabajo documental mientras lees la novela, trabajo que invita a seguir los pasos de los lugares que pisan los personajes... y de eso tiene gran parte de culpa el buen hacer del autor en todos los sentidos.
No me enrollo más, que me conozco. Solo os confirmo que ya tengo en la estantería Muerte dulce, la siguiente aventura de Zúñiga, por si quedaba alguna duda de lo mucho que he disfrutado de La sangre de los crucificados.
Zamora, 1682. En la puerta de la casa del obispo de Zamora aparece la escultura de un Jesucristo crucificado. ¿Su peculiaridad? Ya no solo la calidad de la talla (que ningún artista castellano sería capaz de realizar), sino el sorprendente rostro de la escultura, en el que muchos vecinos han reconocido sin dudarlo a Manuel Beltrán, un herrador que apareció asesinado tres meses atrás. Por este motivo el obispo, monseñor Balmaseda, solicita los servicios de don Fernando de Zúñiga, vizconde del Castañar y doctor en Medicina, que posee fama de ser un experto resolviendo enigmas. Zúñiga, con la ayuda de Pelayo, un joven siriviente de monseñor, se pone manos a la obra, y sus pesquisas le llevarán de Zamora a Sevilla pasando por Salamanca, el valle de Las Batuecas o la corte real de Madrid. ¿Su objetivo? Un asesino que mata a sus víctimas para plasmar su agonía en las tallas de Jesucristo en la cruz, y que además se enorgullece de su obra e inteligencia y no puede evitar proclamar su autoría y retar, por medio de anagramas, a quien ose seguirle la pista.
Sé que estas novelas son ampliamente conocidas por estos lares y que poco puedo aportar yo a estas alturas, así que sin más dilación os voy a hablar de los que, para mí, son los tres puntales que hacen de la historia una fantástica lectura.
El primero es la ambientación histórica. Modroño tiene una forma tan envolvente y hechicera de describir cada paso que dan los protagonistas que, cuando abres las páginas, ya estás allí con los cincos sentidos, oliendo la mierda y el incienso en las calles, observando las estrellas que iluminan la nocturnidad del valle o las obras de arte que honran muchas de nuestras iglesias, saboreando bizcochos y chocolate caliente o soportando el vino aguado... Ya sea cuando nos movemos por las distintas ciudades como cuando recorremos el camino para llegar a ellas y nos deleitamos con el paisaje, la narración es tan precisa como evocadora, sin filigranas. Se lo pone muy fácil al lector para que este se imagine campando por esos mundos de Dios a finales del siglo XVII, y eso es muy díficil hacerlo bien sin caer en el exceso descriptivo.
Por otro lado están los personajes, y cuando hablo de personajes sin duda lo hago de Zúñiga y de Pelayo. Todos, más o menos relevantes en la trama (y además reales en algunos casos, entremezclados con los ficticios), están magníficamente perfilados, pero los protas son los que son. Con el transcurrir de las páginas vamos conociendo el pasado de Fernando de Zúñiga, un pasado en el que no tengo ninguna intención de adentrarme aquí porque hay que descubrirlo en la lectura, pero que en conjunto moldea a un hombre que no solo es muy inteligente sino que es muy inquieto intelectualmente (ambas cosas, por desgracia, no siempre van unidas), y que tiene una forma de entender y vivir la vida que hace que el lector se quede totalmente cautivado por él. Es un buen hombre, íntegro, honrado y justo, pero como todo buen personaje que se precie de serlo también es tridimensional, y entre tanta virtud se cuelan grises que guarda en lo más recóndito de su corazón y que le dan una pátina de autenticidad y verosimilitud.
Pelayo, por su parte, es como un libro en blanco que va rellenando sus páginas con conocimientos a marchas forzadas. A mí me ha producido mucha ternurna, a ratos me lo imaginaba con los ojos como platos conociendo el mundo más allá de las murallas de Zamora y absorbiendo todo lo que puede de las perlas que va dejando caer Zúñiga. Y cuando se puede apuntar un tanto y ser el primero en caer o resolver algo, la cara satisfecha no se la quita nadie. Es un chaval espabilado y un gran acompañante para Zúñiga; forman una pareja entrañable y el lector es testigo de cómo va creciendo la confianza y el afecto entre ellos. Pelayo nunca tuvo un padre y Zúñiga sabe reconocer las virtudes del adolescente y le coge cariño. Se complementan a la perfección y esa química traspasa las páginas.
En tercer lugar, pero no menos importante, están la narración, el trabajo y el estilo del propio autor. Mi conocimiento sobre la obra de Félix G. Modroño es limitado pues este es solo el segundo libro que leo suyo, pero ya lo dije en Secretos del Arenal: este señor escribe muy bien, su prosa es tan sencilla de leer como cuidada y pulcra en la forma, y además se nota que sabe de lo que escribe y que el trabajo que hay detrás es enorme. Os confieso una cosa: conforme leía y me daba esos paseos por ese patrimonio histórico tan magnífico que tienen las ciudades que aparecen en la novela (entonces y ahora, porque buena parte sigue todavía en pie), me parecían tan detalladas y pormenorizadas las descripciones, tan personales los puntos de vista a la hora de hablar de esas iglesias, conventos, calles y edificios, que me imaginaba al autor conociendo, visitando y revisitando cada uno de ellos para documentarse. Por eso no me ha sorprendido nada encontrarme navegando por estos mundos de internet con una página dedicada a esta serie (que no había visitado nunca) y ver en ella un montón de fotografías de los lugares que aparecen en el libro y que fueron hechas por él en su momento. Se palpa ese trabajo documental mientras lees la novela, trabajo que invita a seguir los pasos de los lugares que pisan los personajes... y de eso tiene gran parte de culpa el buen hacer del autor en todos los sentidos.
No me enrollo más, que me conozco. Solo os confirmo que ya tengo en la estantería Muerte dulce, la siguiente aventura de Zúñiga, por si quedaba alguna duda de lo mucho que he disfrutado de La sangre de los crucificados.
Félix G. Modroño es un escritor vizcaíno, afincado en Sevilla. Tras publicar Villalpando, paisajes y rincones (2002), en homenaje al pueblo zamorano de sus padres, se animó a emprender la aventura de su primera novela, La sangre de los crucificados
(2007), protagonizada por el doctor Zúñiga, un peculiar investigador
del siglo XVII, que también sería el personaje central de sus obras Muerte dulce (2009) y Sombras de agua (2016).
Con La ciudad de los ojos grises (2012) cosechó un gran éxito de ventas y el reconocimiento de los lectores.
Secretos del Arenal obtuvo el XLVI Premio de Novela Ateneo de Sevilla.
Uno de mis pendientes, eso hay que remediarlo ya. Saludos
ResponderEliminarHola, mirar que a este autor quiero leerlo, pero nunca le encuentro el tiempo, tengo unos cuantos titulos apuntados, este me lo anoto también. Gracias por la recomendación. Besos.
ResponderEliminarHola, esta novela esta entre mis eternos pendientes. Algún día la leeré.. Besinos.
ResponderEliminar¡Hola! Me alegro de que sea una lectura de la que has disfrutado y que te haya dejado con ganas de leer otras cosas del autor. Personalmente no lo veo como una novela para mí por el género en el que se enmarca, pero gracias por la reseña.
ResponderEliminar¡Nos leemos!
Me encanta este libro. Guardo un recuerdo estupendo de él. Me has hecho rememorar el momento de la lectura y me ha encantado jejeje. Besos
ResponderEliminarNo conocía este libro pero tiene muy buena pinta. No suelo leer mucho histórica pero creo que me puede gustar.
ResponderEliminarUn beso!
Hola.
ResponderEliminarMe encantó la ciudad de los ojos grises, es precioso. Es una historia bucólica y evocadora. Pero luego Secretos del arenal no llegó a ese nivelón. Aun así me apetecía mucho volver cuando salió el de Venecia pero ahí se ha quedado. Por otro lado me llamaban la atención estos de la serie y el nuevo me da que va a ser como el de la ciudad de ojos grises pero no me gusta la época. No sé si me animaré con la serie. Me gustan cuando son tan realistas que te llevan de viaje.
Besos
Yo soy una de las que están leyendo la última novela de Félix. Pero es que ya ha leído todas las demás, incluidas las de esta serie
ResponderEliminarBesos