Título original: Moon Palace
Autor: Paul Auster
Editorial: RBA
Traducción: Maribel de Juan
Páginas: 310
Fecha de esta edición: 2009
Encuadernación: cartoné
Precio: Descatalogado (Edición normal Anagrama -> 12 euros) Diseño de portada: Julio Vivas y Estudio A.
Marc Stanley Fogg (por Marco Polo, por el Stanley que encontró a Livingstone y por el Phileas Fogg de La vuelta al mundo en ochenta días)
está a las puertas de la edad adulta cuando los astronautas ponen el
pie en la luna. Hijo de padre desconocido, muerta su madre cuando él
tenía once años, Marc Stanley fue educado por su tío Víctor, un
excéntrico que se ganaba la vida tocando el clarinete en orquestas de
mala muerte. Ahora, en el comienzo de la era lunar, muerto su tío, Marc
Stanley Fogg tiene dinero para sobrevivir unos pocos meses más.
Gradualmente, per sin pausa, va cayendo progresivamente en la
indigencia, la soledad y una suerte de tranquila locura de matices
dostoievskianos, donde su vida se reduce a explorar los gozosos
infiernos del despojamiento absoluto.
Vive ya como un animal en una cueva del Central Park, en un semidelirio provocado por el hambre, cuando la bella Kitty Wu le rescata. Fogg se salva y decide, por primera vez en su vida, buscar un trabajo. El destino, y una compleja red de significantes en torno a la luna, lo lunar y la luz, le llevan a trabajar como lector y acompañante de Thomas Effing, un viejo pintor paralítico. Y escribiendo la biografía de Effing, que éste quiere legar a Salomon Barber, el hijo al que nunca conoció, Marc Stanley Fogg descubrirá, en un viaje que le lleva desde el Palacio de la Luna, un restaurante chino de Nueva York, a los lunares paisajes del Oeste americano, los misterios de su propio origen, el nombre y la identidad de su padre.
Paul Auster ya había utilizado, en Ciudades de cristal y en El país de las últimas cosas, las convenciones de la novela de género —la policíaca y la de ficción científica, respectivamente—. En El Palacio de la Luna puede ser leído como un elegantísimo folletín contemporáneo sobre la paternidad y la impostura, pero también como una espléndida novela de aventuras sonre la aventura de crear.
Vive ya como un animal en una cueva del Central Park, en un semidelirio provocado por el hambre, cuando la bella Kitty Wu le rescata. Fogg se salva y decide, por primera vez en su vida, buscar un trabajo. El destino, y una compleja red de significantes en torno a la luna, lo lunar y la luz, le llevan a trabajar como lector y acompañante de Thomas Effing, un viejo pintor paralítico. Y escribiendo la biografía de Effing, que éste quiere legar a Salomon Barber, el hijo al que nunca conoció, Marc Stanley Fogg descubrirá, en un viaje que le lleva desde el Palacio de la Luna, un restaurante chino de Nueva York, a los lunares paisajes del Oeste americano, los misterios de su propio origen, el nombre y la identidad de su padre.
Paul Auster ya había utilizado, en Ciudades de cristal y en El país de las últimas cosas, las convenciones de la novela de género —la policíaca y la de ficción científica, respectivamente—. En El Palacio de la Luna puede ser leído como un elegantísimo folletín contemporáneo sobre la paternidad y la impostura, pero también como una espléndida novela de aventuras sonre la aventura de crear.
En El Palacio de la Luna encontramos la esencia incandescente de Paul Auster, una novela hilada y construida con las particularidades y peculiaridades inherentes a la obra de este autor. En su texto descubrimos todos sus rasgos significativos: la búsqueda de la identidad personal, la introspección más descarnada, un poquito bastante de existencialismo absurdo, el sentido de la vida, la polarización entre el espiritualismo y el materialismo, las extrañas y sorprendentes filiaciones, la lucha... Todo ello envuelto en un debate filosófico-trascendental contextualizado y ambientado en su ciudad, esa que tan bien conoce y que nos invita a recorrer cada vez que leemos sus maravillosas novelas: Nueva York.
Resulta muy difícil encajar temas tan controvertidos y profundos en una novela y que al mismo tiempo fluyan naturalmente a través de sus páginas, convergiendo en sustancia y materialidad, creando una historia verosímil aunque venga cargada de situaciones extrañas y de azares casi imposibles. Por eso nos creemos su genialidad narrativa a pies juntillas, sin cuestionarle ni debatirle absolutamente nada. Esto es lo que me ocurre con Paul Auster, del que quedé totalmente obnubilada tras nuestro primer encuentro literario con Brooklyn follies, y he de contaros que todavía sigo en ese estado de enganche y entrega.
El Palacio de la Luna es una novela temprana, publicada en 1989, en la que hallamos al autor en su estado primigenio y en toda su explosión narrativa, cuando todos sus elementos característicos imploraban por salir y crear una composición inteligible, brillante y límpida. Y soltando todo esto como si nada, arrancamos con la reseña.
Marco Stanley Fogg (o, como él se denomina, M. S. Fogg) es un estudiante de la Universidad de Columbia. Huérfano de madre y con un padre desconocido y ausente, fue criado y educado por su tío, Victor Fogg, músico inteligente y culto pero de escasos medios. Desde el deceso de su madre cuando era un niño, su tío se convirtió en su única familia, su referente y su anclaje en la sociedad. Los dos supieron construir un vínculo profundo y familiar que daba sentido y significado a sus vidas. Pero también su tío muere, y lo anterior desaparece de un plumazo. M. S. Fogg pierde todos los referentes, invandiéndole en todos los sentidos (ya sean físicos o metafísicos) una soledad y un abandono que lo arrastrarán primeramente al retiro y la incomunicación social, para pasar después a otro plano superior, el destierro vital, un aislamiento donde solo dejará entrar a la tristeza, la añoranza y la melancolía.
Entonces nuestro protagonista entra en barrena y se impone una cuenta atrás para dejarse desaparecer y de esta forma eliminar el dolor, al tiempo que mina su salud y su existencia. Parece que la flagelación da sentido a su calculada vida, pues es la forma que elige para expiar y aliviar su intolerable torrente existencial y emocional, emprendiendo un viaje alucinatorio en el que el dolor se junta con el hambre, provocándole ensoñaciones e irrealidades que le dan la vida y la muerte al mismo tiempo, aunque esto sea un tanto utópico y quimérico. Mirando esto con perspectiva, no llegamos a entender del todo por qué este personaje, sin luchar, se entrega al caos (tal y como él dice) para que sea este el que decida si debe morir o vivir.
Pero conforme nos vamos acercando a su persona y comenzamos a rascar las capas que conforman esos trágicos sentimientos, entendemos algunos (no todos) de sus razonamientos: parece que simplemente se siente huérfano y solo, no encuentra anclajes fuera ni dentro de su persona, no tiene referentes que le aferren y sujeten a la sociedad, y por ello intuye que la soledad es la única salida y su deseo es dejarse morir y desaparecer. Para llevar a cabo este destino emprende un viaje, un descenso en el que concretará su fin... pero claro, nada esta firmemente atado: hay otras personas y circunstancias que tienen algo que decir.
Es a partir de este momento cuando las coincidencias y causalidades del autor, sus marcas lingüísticas, señalan los pasos del camino que M. S. Fogg debe seguir. Descenderá a los infiernos y de alguna manera será rescatado, para así encontrarse (como buen lazarillo) en una situación de pupilaje al entrar a trabajar como ayudante del anciano Thomas Effing. Con él encontrará cierto sentido a su vida, pues mientras escribe la biografía de Sr. Effing, se da cuenta de que esta contiene ciertos paralelismos con la suya. Así entiende que su soledad tiene una parte grande de impostura engañosa, pues a su alrededor hay personas que le aprecian y le tienen en cuenta.
En El Palacio de la Luna, Paul Auster escribió una gran historia continente de otras tantas donde el personaje principal, el narrador omnisciente, vertebra todas ellas hilándolas con su pasado, su presente y su futuro. A través de estas historias viajamos y recorremos el Nueva York de finales de los 60 y principios de los 70, el de principios del siglo XX con sus peculiares personajes, y también el Salvaje Oeste además de otras ciudades norteamericanas. Todo envuelto en una extraordinaria e inexorable narrativa cuya brillantez y autenticidad comulgan con el existencialismo más doloroso que engendra y da sentido a esta excepcional novela.
Seguiré leyéndote.
Resulta muy difícil encajar temas tan controvertidos y profundos en una novela y que al mismo tiempo fluyan naturalmente a través de sus páginas, convergiendo en sustancia y materialidad, creando una historia verosímil aunque venga cargada de situaciones extrañas y de azares casi imposibles. Por eso nos creemos su genialidad narrativa a pies juntillas, sin cuestionarle ni debatirle absolutamente nada. Esto es lo que me ocurre con Paul Auster, del que quedé totalmente obnubilada tras nuestro primer encuentro literario con Brooklyn follies, y he de contaros que todavía sigo en ese estado de enganche y entrega.
El Palacio de la Luna es una novela temprana, publicada en 1989, en la que hallamos al autor en su estado primigenio y en toda su explosión narrativa, cuando todos sus elementos característicos imploraban por salir y crear una composición inteligible, brillante y límpida. Y soltando todo esto como si nada, arrancamos con la reseña.
Marco Stanley Fogg (o, como él se denomina, M. S. Fogg) es un estudiante de la Universidad de Columbia. Huérfano de madre y con un padre desconocido y ausente, fue criado y educado por su tío, Victor Fogg, músico inteligente y culto pero de escasos medios. Desde el deceso de su madre cuando era un niño, su tío se convirtió en su única familia, su referente y su anclaje en la sociedad. Los dos supieron construir un vínculo profundo y familiar que daba sentido y significado a sus vidas. Pero también su tío muere, y lo anterior desaparece de un plumazo. M. S. Fogg pierde todos los referentes, invandiéndole en todos los sentidos (ya sean físicos o metafísicos) una soledad y un abandono que lo arrastrarán primeramente al retiro y la incomunicación social, para pasar después a otro plano superior, el destierro vital, un aislamiento donde solo dejará entrar a la tristeza, la añoranza y la melancolía.
Entonces nuestro protagonista entra en barrena y se impone una cuenta atrás para dejarse desaparecer y de esta forma eliminar el dolor, al tiempo que mina su salud y su existencia. Parece que la flagelación da sentido a su calculada vida, pues es la forma que elige para expiar y aliviar su intolerable torrente existencial y emocional, emprendiendo un viaje alucinatorio en el que el dolor se junta con el hambre, provocándole ensoñaciones e irrealidades que le dan la vida y la muerte al mismo tiempo, aunque esto sea un tanto utópico y quimérico. Mirando esto con perspectiva, no llegamos a entender del todo por qué este personaje, sin luchar, se entrega al caos (tal y como él dice) para que sea este el que decida si debe morir o vivir.
Pero conforme nos vamos acercando a su persona y comenzamos a rascar las capas que conforman esos trágicos sentimientos, entendemos algunos (no todos) de sus razonamientos: parece que simplemente se siente huérfano y solo, no encuentra anclajes fuera ni dentro de su persona, no tiene referentes que le aferren y sujeten a la sociedad, y por ello intuye que la soledad es la única salida y su deseo es dejarse morir y desaparecer. Para llevar a cabo este destino emprende un viaje, un descenso en el que concretará su fin... pero claro, nada esta firmemente atado: hay otras personas y circunstancias que tienen algo que decir.
Es a partir de este momento cuando las coincidencias y causalidades del autor, sus marcas lingüísticas, señalan los pasos del camino que M. S. Fogg debe seguir. Descenderá a los infiernos y de alguna manera será rescatado, para así encontrarse (como buen lazarillo) en una situación de pupilaje al entrar a trabajar como ayudante del anciano Thomas Effing. Con él encontrará cierto sentido a su vida, pues mientras escribe la biografía de Sr. Effing, se da cuenta de que esta contiene ciertos paralelismos con la suya. Así entiende que su soledad tiene una parte grande de impostura engañosa, pues a su alrededor hay personas que le aprecian y le tienen en cuenta.
En El Palacio de la Luna, Paul Auster escribió una gran historia continente de otras tantas donde el personaje principal, el narrador omnisciente, vertebra todas ellas hilándolas con su pasado, su presente y su futuro. A través de estas historias viajamos y recorremos el Nueva York de finales de los 60 y principios de los 70, el de principios del siglo XX con sus peculiares personajes, y también el Salvaje Oeste además de otras ciudades norteamericanas. Todo envuelto en una extraordinaria e inexorable narrativa cuya brillantez y autenticidad comulgan con el existencialismo más doloroso que engendra y da sentido a esta excepcional novela.
Seguiré leyéndote.
Paul Auster nació en 1947 en Nueva Jersey y
estudió en la Universidad de Columbia. Tras un breve período como
marino en un petrolero, vivió tres años en Francia, donde trabajó como
traductor, "negro" literario y cuidador de una finca; desde 1974 reside
en Nueva York.
Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las
Letras en 2006 por su carrera literaria.
Lo leí hace años y me gustó, luego no me anime a continuar con el autor. Besinos.
ResponderEliminar“El Palacio de la Luna” es de mis favoritas de Auster. La he leído dos veces. Me encanta el tono, los personajes, los temas, el azar, Nueva York, el juego de nombres... Es un viejo fantástico.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola MB, la verdad es que no recuerdo si he leído algo de Paul Auster... quizá hace años...
ResponderEliminarPero la verdad es que esta novela no me llama mucho la atención... Eso sí, debo decir que tu reseña es magnífica, muy bien analizada... Pero la historia no me llama...
Un besazo
No me he estrenado con el autor y eso que compré hace tiempo un libro suyo porque pretendía hacerlo. Sé que no puedo dejarlo mucho más tiempo, tengo mucha curiosidad.
ResponderEliminarUn beso
He leído casi todas las novelas de Paul Auster y me encanta. Esta la leí hace mucho (2002) y la verdad es que recuerdo muy poco de ella, salvo que no fue de las que más me han gustado del autor. Aunque tratándose de Paul Auster, eso no quita para que sea una muy buena novela.
ResponderEliminarUn beso.
Lo he intentando con este autor, pero sigue sin ser para mí.
ResponderEliminarBesos
Lo de folletin contemporáneo me ha llegado hondo, es que creo que me he olvidado de todo lo demás 🤗 me gusta Auster, ¡Y lo sabes!
ResponderEliminarBesitos 💋💋💋
Este lo tengo en casa y todavía sin leer. Se ha ido quedando atrás por culpa de las novedades del autor pero es el Paul que más me gusta. Así que me parece buena idea para este verano.
ResponderEliminarBesos
Buenas tardes:
ResponderEliminarAunque me avergüenzadecirlo, aún no he leído a Auster, sí a su esposa, Siri, a la cual adoro :)
Quizá este sea el momento de ponerme con él. Gracias por traerlo y recordarme todo lo que desconozco.
Un besazo, Inquilinas!!
Fue el primer libro que leí de Auster, y desde entonces me quedé atrapado a sus azarosas historias llenas de personajes solitarios. Recuerdo que un amigo me lo regaló, y que cuando empecé a leerlo no entendía adónde me llevaría el autor, simplemente me dejé llevar. Gracias a ello descubrí a uno de mis autores favoritos. Aún recuerdo la anécdota del encargo que le hace el anciano al prota, acerca del cuadrito de un museo.
ResponderEliminarUn beso ;)
En mi caso "El palacio de la luna" fue también mi entrada en Paul Auster. Me costó; así y todo lo culminé; no es la novela que más me guste del autor, es más tras su lectura tiempo estuve sin acercarme a él. Quizás sea esa atmósfera absurda e irreal que a veces predomina en el relato lo que me lo hizo más difícil. Ya sabéis, queridas amigas, que las lecturas dependen muy mucho del momento elegido para encararlas. Y es evidente que en los años en que la leí no estaba yo muy centrado. Quizás debiera de darle 'un altra opportunitá'-
ResponderEliminarBesos
Con Paul me quedé en mi primer acercamiento hace ya muchos años, y no he vuelto porque no me convenció. Aunque creo que ahora, mucho más madura y con más bagaje creo que sí disfrutaría de sus historias. Así que no descarto para nada leer esta ;)
ResponderEliminarbesitos