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jueves, 1 de diciembre de 2022

RESEÑA (by MH) ::: LOS VECINOS DE LADY CHESTER - Emily Eden


 
 
Título original: The Semi-Detached House
Autora: Emily Eden
Editorial: Libros de Seda
Traducción: Tatiana Marco Marín
Páginas: 256
Fecha publicación original: 1859
Fecha esta edición: septiembre 2022
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 19,95 euros
Diseño de cubierta: Gemma Martínez Viura



Blanche, lady Chester, una joven bella, recién casada y embarazada, y también un poco engreída, se traslada a regañadientes junto con su hermana Aileen a una casa adosada de las afueras mientras su marido, Charles, se encuentra de misión diplomática en Berlín. Al llegar, descubre horrorizada que sus vecinos, los que ocupan la casa adosada a la suya, son de una clase social inferior a la suya. Sin embargo y a pesar de las reticencias, acabará por entablar amistad con la señora Hopkinson y sus dos hijas. Entre fiestas, pícnics y obras de caridad, ambas familias se irán conociendo y ampliando su círculo social. Pero, al mismo tiempo, deberán guardarse de aquellos que solo las buscan por el interés y la posibilidad de medrar socialmente.

 

Hace cosas de tres años, la editorial dÉpoca publicó Una pareja casi perfecta, de Emily Eden (The Semi-Attached Couple en inglés; MB la reseñó en su día aquí), libro que tenía una especie de companion llamado The Semi-Detached House, que es el que acaba de publicar ahora Libros de Seda bajo el título Los vecinos de lady Chester. Hablo de companions porque se llaman prácticamente igual y en inglés se suelen publicar juntos en un mismo volumen, pero realmente son historias independientes, la autora las escribió en etapas de su vida totalmente distintas y no comparten ningún personaje entre ellas (al menos hasta donde yo he podido ver y recordar). El caso es que tenía muchísimas ganas de leerla desde que la editorial anuncio hace meses su publicación, y ha sido comprarla y ponerme con ella (que me perdonen mis tropecientos pendientes). Os cuento.

Blanche (lady Chester) es una jovencita de apenas dieciocho años que se ha casado muy recientemente, que está embarazada y que acaba de enterarse de que a su marido lo trasladan durante varios meses a Berlín. Este desafortunado hecho implica no solo los celos de la recién casada, que cree que su Arthur se encaprichará de cualquier alemana que se cruce en su camino, sino que debe trasladarse a un lugar donde tenga paz y tranquilidad en su estado de buena esperanza mientras espera el regreso de su marido. El lugar elegido es Pleasance, alejado del bullicio de Londres, cuyo único fallo consiste en ser una casa adosada. Blanche, quisquillosa y llena de prejuicios, ya ha dedicido que habrá un niño insoportable, que la madre del niño será entrometida y también insoportable, que habrá gente tocando el piano molestando a todas horas y que llevarán mitones negros (¡horror!). El caso es que da igual lo negro que vea el futuro que finalmente acaba trasladándose a Pleasance junto a su hermana, Aileen, y pronto es testigo de que efectivamente tiene por vecinos a un niño, a su madre y a unas damiselas que cantan y tocan el piano, pero todo lo demás que ocurre a continuación no lo espera ni por asomo.
 
Quizá debería empezar por comentar qué significa realmente semi-detached house, que no es realmente una casa adosada (o no lo que entendemos por casa adosada en España), y eso es muy importante para entender el concepto mismo de la novela. Aquí, una casa adosada es la que se encuentra adosada a la izquierda por una casa y a la derecha por otra casa, es decir, que comparte ambos costados con otras dos casas correspondientes, formando así una hilera de casas de mayor o menor extensión. En inglés, a eso se le llama terraced houses. Cuando se habla de semi-detached house, lo importante precisamente está en ese semi, es decir, que la casa solo comparte uno de los costados con otra casa, el otro costado queda libre. En resumen, son agrupaciones de solo dos casas (de dos plantas normalmente) unidas por una pared, y son muy típicas en el Reino Unido. Este tipo de casa es la que se describe en la novela y la que tanto disgusta en un principio a lady Chester, porque por mucho que quieras, resulta inevitable relacionarse con la familia que vive pared con pared y con la que muchas veces se comparte incluso jardín trasero y demás. Es como un solo edificio dividido por la mitad, y hay más independencia en vivir en una casa en hilera con otras diez casas que en vivir en un conjunto aislado de dos casas unidas. Espero que entendáis a qué me refiero porque me explico fatal :)

Dicho todo esto, vamos al meollo del asunto :)
 
Los vecinos de lady Chester se asienta sobre todo en tres puntales: los personajes y sus diálogos, el conocimiento que tenía la autora de la aristocracia y la nueva burguesía que se estaba abriendo camino en la sociedad de la época y, por último, el sentido del humor fino y constante que impregna cada página de la historia. Todo esto se combina para dar vida a una historia sencilla pero adorable, de esas que no albergan mayores pretensiones pero que hace falta leer de vez en cuando simplemente por el gusto de leer y disfrutar. Si os digo la verdad, yo he visto a la autora más suelta y confiada en Los vecinos de lady Chester que en Una pareja casi perfecta (algo también normal, se escribieron con unos treinta años de diferencia), como si se lo hubiese pasado en grande escribiéndola, sin presiones, divirtiéndose al recrear a esta gama tan peculiar de personajes y poniéndolos en situaciones y conversaciones donde podía sacar a pasear su ingenio y su ironía. Creo que cuando un autor disfruta dando forma y vida a una historia consigue trapasar el papel y trasladarle al lector ese sentimiento de gozo y satisfacción, y eso he sentido yo leyendo este libro: desde el principio hasta el final he tenido la sonrisa danzando en la boca.

Os hablaba de los personajes, y es que no falta de nada en la novela. En la casa principal de Pleasance tenemos a lady Chester (caprichosa, prejuiciosa pero de buen corazón) y a su hermana Aileen (que es más buena que el pan), con las visitas ocasionales de tía Sarah, que es la voz de la razón y sabe muy bien como llevar a su antojadiza sobrina; luego tenemos a la familia Hopkinson en la casa adosada, compuesta por la señora Hopkinson (matrona que se hace querer por todo el mundo aunque no quiere ir a ninguna parte por no molestar), sus dos hijas, Janet y Rose (educadas, modestas y muy bien avenidas), y el pequeño Charlie, sobrino de ambas e hijo del señor Willis (no os quiero liar con relaciones familiares, pero este señor, que es viudo y jamás amó a su esposa en vida, ahora parece el viudo de Inglaterra... bien le hace falta una mujer que le cante las cuarenta). ¿Quién es el señor de esta casa? El capitán Hopkinson, y como por no faltar no faltan ni las casualidades pilladas con pinzas, resulta que tiene una relación muy directa con lord Chester, el marido ausente de nuestra protagonista. ¿Qué más? Pues también tenemos a los imprescindibles aristócratas arrogantes que les falta cuello para estirarlo cuando están con la plebe y que solo están pendientes de aparentar, a una jovencita que va de frívola y borde cuando es muy sensata y tiene muy buen corazón, un coadjutor rompecorazones (aunque sea de manera involuntaria), un médico de esos que te ayuda a nacer y luego ayuda a nacer a tus hijos, jovencitos encantadores enamorados de jovencitas encantadoras... Hay tanto personaje que esto parece el camarote de los hermanos Marx, pero todos tienen su sitio y, aunque al principio parezca un poco lioso, la madeja se va desenredando adecuadamente.
 
Los vecinos de lady Chester trata, en definitiva, de la relación entre tres familias (los Chester, los Hopkinson y los Sampson, que son los aristócratas estirados esos de los que os hablo), y de las escenas que comparten, las conversaciones y diálogos que cruzan y los enredos que inevitablemente surgen. Entre ellos evoluciona la amistad (en unos casos) y la antipatía (en otros), aprenden a confiar y a saltarse barreras de clase y convenciones sociales, se ayudan los unos a los otros, evolucionan como personas y, al final, cuidan unos de otros como si fueran una sola familia (menos los estirados, claro, no lo digo más veces). Hay romance, es inevitable, pero sin cursilería ni gazmoñería, que en este libro todo tiene encanto; algunos aman en secreto, de manera platónica que luego no lo es tanto; otros amores nacen de no se sabe donde, como en contra de los deseos de uno, pero pisando fuerte y con raíces muy hondas. Hay complicidad, comadreo, un poco de lengua viperina cuando es menester, y hasta se nos cuela una especie de misterio que no lo es tanto porque se ve venir desde la conchinchina, pero da absolutamente igual porque aquí hemos venido a tomarnos un té y unos sándwiches de pepinillo, no a devanarnos los sesos.

Y a todo esto, a mí lo que me ha gustado el estilo de la autora, que como ya digo está menos encorsetado que en su anterior novela. Busca la complicidad del lector, su sonrisa, su camaradería, hacerle pasar un rato entretenido y agradable, y lo consigue con creces. Sé que no todo el humor es igual, que no todo el mundo comulga con la ironía británica sutil y amable, pero Emily Eden lo despliega de una manera natural y deliciosa, nada forzada y con mucho encanto y exquisitez. Los vecinos de lady Chester es de esos libros de los que algunos dirán que no pasa nada, que solo son un grupo de ingleses reuniéndose para tomar el té, celebrando fiestas en el jardín, sorteando malos entendidos, enamorándose en secreto, siendo carismáticos cada vez que abren la boca, descubriendo el amor donde menos se espera, dejando atrás prejuicios, haciendo y devolviendo visitas... y sí, es todo esto, y a mucha honra. Todo se ve según los ojos con que se mire. Si buscas una joya de la literatura universal, pues no, la verdad, mejor abre otro libro. Si te apetece una lectura tranquila, amable, con chispa, personalidad y mucho encanto, la vas a disfrutar sin lugar a dudas, porque la autora te lo pone fácil para conectar tanto con la historia como con los personajes.
 
Y que no se me olvide mencionar la importancia que da Emily Eden a los marinos que comenzaron a hacer carrera y fortuna en Inglaterra desde principios del siglo XIX y que, aun no perteneciendo a la clase alta social británica, tenían lo que muchos de esos aristócratas no tenían: dinero, y creedme si os digo que este dato es muy importante en el devenir de la novela, aunque no pueda decir más al respecto. Con este personaje (el capitán Hopkinson), y dada su admiración por Jane Austen, yo creo (quiero creer) que Emily Eden hace un claro homenaje al capitán Wentworth de Persuasión, que bien recordaréis regresa rico muchos años después a la vida de Anne Elliot tras ser despreciado por no tener oficio ni beneficio... pero vamos, que probablemente me ciegue mi amor por Persuasión... y por el capitán Wentworth.

Si no os ha interesado el libro hasta aquí ya no os va a interesar, así que voy terminando. Qué pena que Emily Eden no escribiese más novelas que Una pareja casi perfecta y Los vecinos de lady Chester, porque estoy segura de que nos hubiese regalado muchos momentos cozy y divertidos. Aun así debemos dar gracias por estas dos obras y por poder disfrutar ya de ambas en castellano. La paciencia es una virtud, y con los clásicos que se alejan de lo trillado hay que tener mucho, pero que mucho aguante mientras se espera. Que por cierto, sus cartas en inglés sí están publicadas, pero no me hago ilusiones de una traducción al castellano.
 




Emily Eden (1797-1859) fue una poeta y novelista inglesa. Séptima hija del barón William Eden y su esposa Eleanor Elliot, permaneció soltera durante toda su vida, algo poco habitual en la época. Sin embargo, su situación económica fue lo suficientemente holgada como para que se lo pudiera permitir, por lo que la escritura no fue para ella una forma de ganarse el sustento, sino algo que hacía por pasión. Cuando estaba cerca de los cuarenta, viajó a la India junto a su hermana Fanny, colonia de la que en aquel entonces su hermano, George Eden, primer conde de Auckland, era gobernador general. De esa época es Up The Country: Letters Written to Her Sister from the Upper Provinces of India (1867). Sin embargo, sus dos obras más exitosas fueron novelas: Los vecinos de lady Chester (The Semi-Detached House,1859) y Una pareja casi perfecta (The Semi-Attached Couple, escrita en 1829 pero que no se publicó hasta 1860). En ambas destaca la ironía y el humor de otras autoras más conocidas, como Jane Austen, su favorita.

martes, 29 de noviembre de 2022

RESEÑA (by MH) ::: MENDEL EL DE LOS LIBROS - Stefan Zweig


 
 
Título original: Buchmendel
Autor: Stefan Zweig
Editorial: Acantilado
Traducción: Berta Vias Mahou
Páginas: 64
Fecha publicación original: 1929
Fecha esta edición: enero 2009
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 9 euros
Ilustración de cubierta: Fragmento de La bibliotèque (1921), de Félix Vallotton



Escrito en 1929, Mendel el de los libros narra la trágica historia de un excéntrico librero de viejo que pasa sus días sentado siempre a la misma mesa en uno de los muchos cafés de la ciudad de Viena. Con su memoria enciclopédica, el inmigrante judío ruso no sólo es tolerado, sino querido y admirado por el dueño del café Gluck y por la culta clientela que requiere sus servicios. Sin embargo, en 1915 Jakob Mendel es enviado a un campo de concentración, acusado injustamente de colaborar con los enemigos del Imperio astrohúngaro. Un breve y brillante relato sobre la exclusión en la Europa de la primera mitad del siglo XX.
Ya lo comenté en la única otra ocasión en que os hablé de Stefan Zweig: es un autor que admiro muchísimo y al que conocí en su faceta biográfica. Luego vinieron las novelas y sobre todo los relatos y cuentos, que son tantos que aún me faltan muchos por leer (y por adquirir, que es el principal problema xD). El caso es que me ha dado por releer lo que ya tengo, y entre esas historias muy cortitas está Mendel el de los libros. Me gusta tanto que
sigo conservando esta edición aislada de Acantilado a pesar de estar incluido en una recopilación de varios relatos del autor que también tengo. No sabía si traerlo o no al blog porque es un relato muy famoso y del que se ha hablado ya muy extensamente, pero bueno, me he decidido a hablaros de él muy brevemente y de paso invito a Zweig a tomar el té en Netherfield por segunda vez.
 
La historia comienza en Viena en los años 30. El narrador nos cuenta como se refugia en un café huyendo de un chaparrón y pronto empieza a tener la sensación de encontrarse en un sitio familiar, conocido, pero que no consigue localizar en su memoria. No es hasta un rato después que recuerda que está en el café Gluck, el cuartel general de Jakob Mendel... Mendel el de los libros, una leyenda de la ciudad, muy admirado y respetado en su día, a quien incomprensiblemente había olvidado por completo. Es entonces cuando empieza a narrarnos cómo conoció a Mendel, a perfilar la figura de tan peculiar personaje, y también lo acompañaremos cuando intente descubrir qué fue de él.

Jakob Mendel es un personaje complejo, excéntrico y trágico, con una de esas personalidades tan literarias en su concepción y tan extraordinarias en su ejecución que, una vez hechas las presentaciones, resulta muy poco probable que el lector llegue a olvidarlo. Un emigrante judío de la Polonia rusa que vive durante décadas (salvo para dormir) en un café, donde se dedica a leer libro tras libro completamente aislado del mundo. Es librero de viejo, pero no tiene una librería ni unas estanterías llenas de libros. ¿En qué consiste entonces su negocio? En su cerebro, literalmente. Quienes acudían a Mendel lo hacían esperando que les diese un listado de libros sobre un tema, o pidiendo que les buscase un libro especial o dificílisimo de encontrar, o que le hablase de tal o cual libro, quien lo vende, quien lo compra... y para todo esto solo disponía de su cabeza y memoria prodigiosas. Apenas se ganaba unas monedas con cada transacción (de hecho se ofendía en asuntos de dinero) y volvía a sus libros. El ensimismamiento era tan omnipresente, tan drástico y tan hermético, que cuando estalla la guerra (la primera mundial) no es consciente de lo que sucede a su alrededor, y cuando van a buscarlo responde a lo que le preguntan con una inocencia y un candor que conmueven por su ingenuidad.

Realmente en este relato largo puede parecer que no hay más trama que el desarrollo negro sobre blanco de un personaje, que no da tiempo a más en apenas unas decenas de páginas, pero quien haya leído alguna vez a Zweig sabe la capacidad que tenía para desarrollar personajes, ambientación y contexto histórico con unas pinceladas de genio y mucha maestría en el recurso narrativo. Por eso, en estas sesenta páginas contadas, Zweig aprovechó para mostrarnos la caída del personaje de Mendel en paralelo con la caída de Europa tal y como se conocía hasta aquel momento. O dicho de otra manera, Europa se quebró ante el estallido de la Primera Guerra Mundial, y Mendel hizo lo propio como ser humano. Es tan corto el relato que no puedo adentrarme más en esto, pero en la ceguera de Jakob Mendel ante lo que se vino encima con la guerra yo veo un símil con la ceguera de muchos millones de personas que al principio no dieron mayor importancia a lo que estaba sucediendo, y la estupefacción posterior de Mendel es la estupefacción de quien vive en una burbuja y de repente ve que esa burbuja no lo protege de nada.

Por ello, para multiplicar la sensación de aislamiento, ignorancia e ingenuidad, para hacer creíble a un hombre adulto que sigue adelante con sus excentricidades en medio de un conflicto bélico del que no es en absoluto consciente, Zweig dibuja un personaje enroscado sobre sí mismo, solitario, cuyo norte es la mesa del café donde ha establecido su cuartel general y que no mantiene ningún tipo de contacto humano salvo las ocasionales peticiones literarias de ayuda. El autor llama la atención al lector sobre las consecuencias de cerrar ojos y oídos a lo que nos rodea, a los tambores que avisan del peligro y las trompetas que llaman a la cautela. Mendel se encierra en sus libros, se cobija en su memoria prodigiosa y cierra a cal y canto su existencia a cualquier estímulo proveniente de la realidad, y eso supone su ruina. Este relato podría ser un canto de amor a los libros si uno se dejase llevar por el romanticismo idealizado que nos lleva a amar la literatura, pero no lo es; Mendel el de los libros es una advertencia a mantener los ojos bien abiertos, a luchar contra la comodidad de vivir en la ficción y la necesidad de tener siempre un pie en el mundo real. Todos sabemos cómo murió Zweig, en qué circunstancias; cuando se publicó Mendel el de los libros todavía faltaban unos pocos años para el ascenso del nazismo en Alemania y la consecuente Segunda Guerra Mundial, pero Zweig ya cargaba en la mochila con la Gran Guerra, el antisemitismo que comenzó a germinar en ella, y seguía alerta (toda su obra fue prohibida en Alemania en 1936 por el gobierno nazi).

Pero además de todo esto, a Zweig aún le da tiempo a lanzar su último mensaje: que toda existencia es transitoria y está abocada al olvido, y que precisamente deberíamos sumergimos en los libros para huir de esa fugacidad y sentir una conexión con otros seres humanos, que es todo lo contrario a lo que hace el propio narrador al olvidar a Mendel en un primer momento, y de lo que hace el propio Mendel durante sus treinta años de existencia en Viena. El bueno de Mendel, el pobre de Mendel, que se hace un hueco en el corazón del lector... porque no puedes sino sentir piedad y dolor cuando entiendes lo desvalido e indefenso que está, lo vulnerable que es y lo doloroso que resulta siempre la injusticia contra los inocentes que nada comprenden y todo lo sufren.
 
Lo voy dejando aquí. Tal y como digo al principio, es una historia tan conocida que simplemente he decidido intentar explicar lo que a mí me dice, lo que yo siento cuando la leo, que puede estar muy equivocado pero cada lector somos un mundo y es mi visión del libro. El final siempre me emociona, siempre consigue transmitirme la agonía tanto de la soledad más absoluta como de la ausencia de huella en este mundo, la melancolía de la existencia vacua sin memoria futura... una posteridad en la que nadie te recuerda y tu estela se desvanece, mientras que los libros siempre permanecen y son testigos de tu esencia efímera.
Dejando a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia solo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían esterilizado.

 

 


 
Stefan Zweig (Viena, 1881 – Petrópolis, Brasil, 1942) fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo como en la de novelista. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras líneas. En Acantilado se ha publicado la mayor parte de su obra narrativa y ensayística.

martes, 15 de noviembre de 2022

RESEÑA (by MH) ::: LOS MILLONES - Mijaíl Artsybáshev


 
Título original: Миллионы
Autor: Mijaíl Artsybáshev
Editorial: Ardicia
Traducción: Enrique Moya Carrión
Páginas: 176
Fecha publicación original: 1908
Fecha esta edición: febrero 2015
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 16,90 euros 
Ilustración de cubierta: Alice Potter




Fiodor Ivanovich Mizhuyev, temido y envidiado millonario moscovita, parece tenerlo todo. Sin embargo, hace tiempo que ni su vida junto a la atractiva Maria Sergueyevna, ni la relación con su hermano Stepan Ivanych, consiguen sustraerle de la constante sensacion de ser un hombre anhelante y solitario a la búsqueda de algo. Será durante unas apaticas vacaciones en Yalta cuando el momento de enfrentarse a sus propios demonios y encontrar una salida a su situación se presente de una vez por todas.
 
El protagonista de Los millones (1908), figura que, desde otro angulo, reelaboraria pocos años mas tarde Irene Nemirovsky en su David Golder, persigue sin cesar y siempre en vano una felicidad incomprensiblemente esquiva para el y cuantos le rodean; un sentimiento que ni todos los lujos y placeres que permite el dinero pueden proporcionarle.
Qué pena que haya desaparecido la editorial Ardicia, porque era precisamente mi tipo de editorial: clásicos desconocidos de autores más desconocidos todavía y casi todos ellos en novela corta. Eran unos auténticos arqueólogos de la literatura del siglo XIX y primera mitad del XX totalmente alejada de lo habitual y con autores de múltiples y diferentes nacionalidades inéditos en castellano o muy poco traducidos. Una apuesta muy arriesgada, y no sé si ese riesgo habrá tenido que ver o no con el cierre de la editorial, pero el caso es que me parece muy injusto. Para mí sus libros hoy en día son de coleccionismo, de esas editoriales que quiero tener todo lo que han publicado, y en ello estoy. Tengo muchos pero aún me quedan otros cuantos por conseguir (que haya desaparecido su página no ayuda a hacer el seguimiento de lo que me falta, pero bueno, me voy apañando...). He apoyado a esta editorial desde el principio, la he traído varias veces al blog y, aunque ya poco se puede hacer para darla a conocer, seguiré trayendo sus libros por aquí. En fin, que a este heteredoxo y fascinante catálogo pertenece Los millones, de Mijaíl Artsybáshev, libro del que voy a intentar hablaros hoy.

El protagonista absoluto de la historia es Fiódor Ivánovich Mizhúyev, millonario ruso que vive atrapado en una crisis existencial de la que no sabe cómo salir. Da vueltas y vueltas sobre sí mismo, gira en círculos rumiando su propia desdicha pero no sabe (o no quiere saber) rozar esa vorágine con la punta del pie para romper el hechizo e intentar hacer algo de provecho con su vida. ¿La culpa de todo? El dichoso dinero, o eso dice él. El dinero tiene la culpa de su melancolía, de su abatimiento, de sus inseguridades, de sus acciones y de todo lo que hace mal, que es mucho y además imperdonable en alguna que otra ocasión. Porque este señor se autocompadece al tiempo que abusa de mujeres solo porque cree que ha pagado por hacerlo, y seduce a mujeres casadas con la promesa de mil lujos a las que luego menosprecia y humilla por haberse dejado seducir por esa misma promesa de mil lujos. Quiero lo que no tengo y cuando lo tengo lo pateo porque no se ha resistido a mi dinero. Todo lo puedo comprar y por tanto lo compro, pero cuando lo tengo lo desprecio por haberse dejado comprar y lloro porque claro, solo me quieren por mi dinero. Mizhúyev es un ser atormentado que toma muchas decisiones equivocadas y muy, muy discutibles, y yo particularmente he tenido mis más y mis menos con él, pero en ningún sitio está escrito que un personaje principal tenga que caerte bien.

Antes de seguir os pongo un fragmento del libro, en el que un personaje pone voz a los pensamientos del propio lector sobre la vida de muchos millonarios (o de una lectora como servidora, vaya, tampoco voy a generalizar):
Considero incongruente la vida de unas personas que acumulan una descomunal cantidad de dinero que no les pertenece. Además, son incapaces de reconocer que, por sí mismos, no son nada, que sin sus millones nadie les necesita. Lo inevitablemente lógico en esa situación es desaparecer o valerse de ese capital. Pero ¿cómo es posible hacerlo? ¿qué puede proporcionar el dinero en esas ingentes cantidades? Libertinaje, poder, lujo... Sería extraño pensar que un hombre pudiera rechazar eso que tan solícitamente se le ofrece. Así pues, se entrega a ello y se vuelve un tirano...

Mizhúyev se rebela ante esta sentencia, no está dispuesto a aceptar lo inútil que es para la sociedad ni tampoco el prejuicio del millonario que no se reprime ante nadie ni ante nada, pero lo cierto es que cada paso que da en la novela no solo confirma estas aseveraciones, sino que la espiral en la que se va hundiendo es cada vez más profunda y opaca, impidiéndole ver todas las innumerables salidas que están a su alcance precisamente porque puede permitírselas. En realidad Mizhúyev es un personaje muy contradictorio, y esa incoherencia marca el destino de un personaje que no conmueve por mucho que lo intente. Se queja de su vida de riqueza y privilegios, de que la gente solo se acerque a él por dinero, de ser el objeto de atención allá donde va porque todo el mundo sabe quién es, de ser tratado de manera diferente por su posición social... pero luego hace cosas que confirman precisamente el abuso que hace de su poder adquisitivo y su estatus social privilegiado. Esta paradoja se hace más absurda hacia el final del libro, cuando se presenta una situación de la que no os puedo concretar nada, pero que él intenta resolver haciéndose el héroe benefactor y cuando las cosas no salen como él espera, se revuelve contra la chusma desagradecida que está muy por debajo de él. Quiere ser algo más que un millonario, pero no sabe ser otra cosa porque siempre ha visto el mundo desde la perspectiva que da estar en el primer escalón social y mirar a todos los escalones que están por debajo como si estuvieran en deuda con él o tuvieran que aplaudir cada gesto condescendiente.

El eje que usa Artsybáshev para sostener y apuntalar la trama es, por un lado, el hundimiento de la relación entre Mizhúyev y Maria Sergueyevna. Nada más comenzar la historia descubrimos cómo nació esta relación (ella era la humilde esposa de un amigo de Mizhúyev) y las aprensiones del millonario una vez cazada la presa. Sergueyevna abandonó a un marido pobre al que amaba y respetaba para convertirse en la amante de un millonario al que no ama pero a quien es fiel y está dispuesta a complacer a cambio de la vida de comodidades y lujos que le proporciona. Una vez agotada la pasión y la excitación de haber conseguido llevarse a la cama a una mujer que se opuso a sus insinuaciones hasta que no quiso (o no supo) oponerse más, comienza la espiral de inseguridades, acusaciones, autocompasión y desconfianza. Y la situación es peliaguda, porque en estos momentos Maria solo está protegida por su relación con Mizhúyev; si él la abandona, ante la sociedad no será más que una cualquiera abandonada por su amante millonario y su vida quedará destruida. Aunque este hilo de la trama tiene relevancia durante toda la novela, ejerce todo su peso argumental en la primera parte de la historia.
 
El otro eje, que predomina durante la segunda parte de la novela (en la que cambiamos de escenario) es la época en la que fue publicada y la agitación social del momento. Los millones vio la luz en 1908, solo tres años después de la revolución rusa de 1905, en la que se produjeron revueltas, manifestaciones y huelgas por parte de obreros y campesinos, motines militares (donde estaría englobado lo que sucedió en el acorazado Potemkin, que seguro que os sonará), actos terroristas y disturbios de todo tipo. Aquí nos interesa sobre todo la manifestación pacífica que la clase obrera llevó a cabo en lo que se conoce ahora como "domingo sangriento", en la que participaron familias enteras, niños incluidos, todos desarmados, y que acabó con dos mil muertos y centenares de heridos a manos del ejército del zar Nicolás II (y sería el principio del fin de la familia imperial rusa). Pues bien, esto es lo que nos concierne para el devenir de la novela, porque
Artsybáshev cambia radicalmente el tono y el objetivo de la primera parte y en la segunda nos lleva a una fábrica inmersa en un grave conflicto en el que los trabajadores amenazan con la huelga si no les suben los salarios y reducen las jornadas laborales, y el comité de empresa no está por la labor de dar su brazo a torcer. Poco más os puedo decir a partir de aquí, pero resulta evidente que para el autor era muy importante tratar este tema y, aunque choca el modo en que lo introduce, cumple su cometido y nos ofrece una sombra más de este peculiar personaje que es Mizhúyev.
 
Los millones es el retrato de un personaje complejo, nihilista, celoso, inseguro, aturdido, contradictorio, autodestructivo, violento, melancólico, hastiado y errado en las decisiones que toma porque piensa una cosa y luego hace la otra (siempre para mal), y a cada paso que da en ese sentido, dos pasos más se aleja del lector. No os voy a mentir, no considero que sea una novela redonda, y de hecho sigo dándole vueltas a la historia y al poso que me ha dejado como lectura, pero sin duda es una obra muy interesante de un autor al que me gustaría seguir conociendo, y aunque está considerado como exponente del naturalismo en sus últimos coletazos, a mí en algunas cosas me ha recordado al Dostoeivski que renegaba de la razón como excusa para llevar a cabo ciertas conductas.

Mijaíl Artsibáshev (24 de octubre de 1878 - 3 de marzo de 1927) fue un escritor ruso, uno de los principales exponentes del estilo literario conocido como naturalismo. Era el bisnieto de Tadeusz Kościuszko y el padre de Boris Artzybasheff, quien emigró a los Estados Unidos y se hizo famoso como ilustrador. Después de la Revolución rusa, en 1923 Artsibáshev emigró a Polonia, donde murió en 1927.

lunes, 7 de noviembre de 2022

RESEÑA (by MH) ::: LA HIJASTRA - Caroline Blackwood


 

 
Título original: The Stepdaughter
Autora: Caroline Blackwood 
Editorial: Alba
Traducción: Íñigo F. Lomana
Páginas: 112
Fecha de publicación original1976
Fecha esta edición: mayo 2021
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 16 euros
Imagen de cubierta: @Michiru13 / Shutterstock

  
Una mujer en la treintena escribe mentalmente, firmando con la inicial «J», cartas sin destinatario concreto. Suele despedirse con una fórmula del tipo «Tuya, hecha una furia» o «Tuya, sin levantar cabeza». Arnold, con quien está en trámites de divorcio, es un renombrado abogado que la ha dejado por una «francesita» y se ha instalado en París; le pasa dinero sin escatimar y le paga un lujoso piso con magníficas vistas en Manhattan. Allí vive ella ahora con Renata, la hija de trece años que Arnold tuvo en un matrimonio anterior, además de con Sally Ann, su propia hija de cuatro, y una interna francesa llamada Monique. Todas se llevan fatal, apenas se hablan. Renata hace bizcochos de sobre. Monique escribe cartas a gente de verdad. «J» la envidia por eso. Por lo demás, no sale nunca: se refugia en la soledad, la rabia, el resentimiento y el engaño que, con lengua viperina, recrea en sus cartas.
La hijastra (1976) fue la primera novela de Caroline Blackwood. Además de la crónica de una guerra de nervios, es un estudio a la vez pulcro y sarcástico de la «silueta hostil y tenebrosa» de una mujer abandonada y, especialmente, de un marido desleal cuya ausencia gobierna la casa, como una manipulación más. El matrimonio, la maternidad y la familia construyen una cárcel de cristal para la protagonista y dan pie a una fábula casi gótica, enloquecida e irreverente.

Hace varios años, en una época del blog que me parece muy, muy lejana, os hablé de La anciana señora Webster, de la escritora Caroline Blackwood, obra de la que había leído excelsos parabienes y que a mí me dejó bastante tibia... creo que en aquel momento dije que no había tenido feeling con el libro y creo que no hay mejor manera de expresarlo. Aun así yo no decaigo ni me desmoralizo, y me he juntado con otros dos libros de la autora en la estantería, ya que Alba en su colección Rara Avis ha decidido recuperar varias de sus obras. Una de ellas es La hijastra, de la que hoy os hablo, que además fue su primera obra de ficción. Si no conecté con su novela más archifamosa, ¿cómo creéis que me ha ido con su debut literario? Os saco de dudas.
 
La situación que plantea la novela es la de una mujer ("J") encerrada en su ático de lujo en Nueva York junto a Monique, la niñera francesa (que no habla ni una palabra en inglés), su hija pequeña, Sally Ann,  y la hija preadolescente de Arnold, su marido (fruto de una relación anterior)... marido que, por cierto, la ha abandonado por otra mujer mucho más joven a la que ha conocido en Francia. Y cuando digo encerrada es que esa es la reacción de "J" ante el abandono: aislarse de todo y de todos en su ático-prisión mientras se enfrenta a la soledad, la humillación, el resentimiento y el bucle mental en el que está atrapada y que le hace comportarse como una auténtica tirana con todo el mundo: no soporta a su hija pequeña, odia a la niñera francesa que no deja de escribir cartas a sus amigos y familiares y siente un profundo asco por la hija de su marido. Para desahogarse decide escribir cartas mentales dirigidas a una tal "Fulanita" donde no solo vuelca sus sentimientos ante la traición de su pronto exmarido, sino que demuestra una crueldad inusitada hacia su hijastra y una rabia que, conforme las cartas avanzan, se convierte en lucidez y comprensión de su situación real. Todo cambia un día, pero de ese día aquí no os puedo hablar... (y de hecho he borrado la alusión a esta parte en la sinopsis oficial).

La hijastra es una novela epistolar atípica, porque las cartas que la protagonista escribe en su cabeza van dirigidas realmente a sí misma como una manera de estructurar, proyectar y poner nombre a todo lo que bulle en su cabeza. Surgen de la pura envidia que siente hacia las numerosas cartas que Monique escribe a diario, no solo porque Monique tiene a quien escribirle, sino que "J" sabe que esas misivas deben estar llenas de quejas hacia ella y su trato despótico. Y por eso, en un principio, parece que el objeto de sus iras, críticas y mala baba será la niñera (regalo póstumo de su fallecido matrimonio)... pero no, pronto descubrimos la verdadera depositaria de su rencor y protagonista casi exclusiva, junto a su marido, de todas sus críticas: Renata, su hijastra... Arnold se ha largado a Francia con su nuevo amorcito y ha dejado a su hija de trece años a cargo de la mujer de la que está en trámites de divorcio. La relación entre las dos es apenas existente, llevan dos años viviendo juntas y jamás se han dirigido una frase de más de cinco palabras. Pero lo peor no es eso, lo peor es el asco, la repulsión física y mental que esta mujer en la treintena siente por una niña sin padres que se ocupen de ella y que aun así, con sus escasos medios emocionales de preadolescente, lucha por levantarse cada día y salir adelante. Pero antes de seguir con esto os explico una cosa.

Tanto La anciana señora Webster, de la que os hablé en su día (tal y como os comento al principio), como La hijastra, tienen tintes autobiográficos, pero mientras que la señora Webster se basaba en la historia de las mujeres importantes en la familia de la autora, La hijastra bebe de su experiencia personal (muy personal), y eso hace que a pesar del tono con el que está contada (sarcástico, cínico, autocompasivo pero con un humor ácido que intenta rebajar las burradas que suelta), se sienta mucho más real que La anciana señora Webster. Porque sí, el de la Webster es su novela más laureada, casi ganadora de un Booker (que no se llevó porque Philip Larkin consideró que era demasiado autobiográfica para considerarla una obra de ficción), pero a mí me ha parecido mejor novela La hijastra: es más valiente, tiene más entrañas, su brevedad obliga a economizar y disparar frases sin desperdiciar ni una sola palabra, y su tono fluctúa entre la provocación y la sensación extraña que produce ver negro sobre blanco esas emociones que nos suscitan personas que instintivamente nos repelen pero que son tan extremas que jamás las diríamos en voz alta. Nuestra protagonista, "J", no se corta un pelo, y aun así, quizás porque sabes que todo lo que dice no está escrito en aras de la literatura sino que pone voz a sus propios demonios, acabas compadeciéndote de su necedad, de su egoísmo y de su ceguera... y compadeciéndote aún más de la destinataria de esas "excelsas cualidades".

Quizás convendría poneros un poco en antecedentes, pero voy a ser muy breve al respecto para no destapar ciertos acontecimientos (de hecho os aconsejo no buscar nada información sobre este tema si pensáis leer la novela). Se cree que La hijastra está basada en la tormentosa relación que Caroline Blackwood tenía con su hija mayor, Natalya, que tenía diecisiete años en el momento en que fue publicada la novela. No puedo ir más allá, y ya os digo que os aconsejo no buscar nada sobre el tema, pero sí puedo adelantar que el final de La hijastra, una vez conoces las posibles raíces de la trama, es de un discernimiento sorprendente.

Todo esto se traduce en una narración concisa, mordaz, carente de sentimentalismo y afilada como un cuchillo. Precisamente esa frialdad seca que no me funcionó del todo en La anciana señora Webster, le sienta como un guante a esta historia desnaturalizada que rezuma aversión, desprecio y saña de una mujer adulta hacia un ser humano vulnerable, una menor completamente sola en el mundo a quien por edad, por responsabilidad y mera humanidad debería proteger porque depende, por sentido común, de ella. Sin embargo las palabras monstruosa, gorda, tétrica, perturbada, patética... salpican muchas de las páginas de esta novela, y estos sentimientos espantosos se acrecientan cuando "J" se da cuenta de que Renata, esa adolescente que aborrece, realmente es su precio a pagar por manener las comodidades que disfruta y seguir viviendo en su ático de lujo con todas sus necesidades cubiertas. Pero como ya digo todo cambia en cierto momento; esta novela está dividida en dos partes, y esa segunda parte lo pone todo del revés, y cuando en ese ático deshumanizado sobreviene el primer acto de civismo en semanas, las consecuencias resultan demoledoras.

No quiero decir más, que la novela es cortísima, pero sí, confirmo que me ha gustado mucho. Los oscuros recovecos interiores de la elegante, estilizada, refinada y sofisticada "J" (alter ego de la autora) sometiendo implacablemente a los seres vulnerables que la rodean (Monique, la niñera que no es más que una adolescente sola en un país extraño, y sobre todo Renata, obesa, sola, tremendamente sola, dependiente de una persona que la aborrece) me han removido muchas cosas, y esa es la magia de la literatura. Sobre el final no puedo hablar, pero la última frase tiene un eco que sigue resonando semanas después de concluida la lectura, y si alguien me preguntase por un libro para comenzar a leer a Caroline Blackwood, recomendaría este (dentro de mi limitada experiencia con la autora, claro). Probablemente te guste o la odies sin término medio, pero sin lugar a dudas te provocará emociones, y es de lo que va el tema. 
 
Y repito, que nadie piense en un dramón; narra una situación complicada, menos claustrofóbica de lo que pudiera parecer por la sinopsis, con un tono corrosivo totalmente libre de prejuicios. La lectura es ágil, embaucadora a pesar de (o gracias a) la mordiente de sus sentencias; pone el dedo en la llaga de esas familias creadas sobre cimientos de plastilina y condenadas al abismo desestructurado desde su mismo comienzo, y muestra la impotencia, inmadurez y egoísmo de muchas personas adultas a la hora de afrontar sus fracasos y sus responsabilidades. De que te quieres dar cuenta ya lo has leído porque cuesta soltarlo, y los dos personajes principales se quedan en tu cabeza... para bien o para mal. Seguramente lo relea en un futuro cercano, pero mientras tanto ya tengo preparado Últimas noticias de la duquesa, donde habla de Wallis Simpson. Cruzo los dedos para que me guste tanto como este.
 


Lady Caroline Blackwood nació en 1931, en el seno de la aristocracia angloirlandesa. Su padre, que murió cuando ella tenía trece años, era Basil Blackwood, cuarto marqués de Dufferin y Ava; íntimo amigo de Evelyn Waugh, formaba parte del círculo descrito en Retorno a Brideshead. Su madre, Maureen Guinness, era una de las cuatro herederas de las célebres cervezas Guinness. 

Sin embargo, Caroline, bohemia y desafecta, siguió otro destino que el que la familia le tenía asignado: a los veintidós años se casó con el pintor Lucian Freud, con el consiguiente escándalo por la "boda judía". Posteriormente se casaría con el compositor Israel Citkowitz y con el poeta Robert Lowell. El crítico Cyril Connolly, el guionista Ivan Moffat y el fotógrafo Walker Evans se contaron también entre sus relaciones.

No contenta con ser, como la llamó su biógrafa Nancy Schoenberger, una "musa peligrosa", mecenas de artistas, maestra de la anécdota y gran bebedora, ejerció el periodismo y en la década de 1970 se dedicó a la literatura.

A su primer libro, For all that I found here (1974), que reunía ficción y no ficción, siguieron las novelas de corte autobiográfico The stepdaughter (1976) y La anciana señora Webster (1977), que fue un gran éxito y quedó finalista del premio Booker. Posteriormente publicó, entre otras obras, The fate of Mary Rose (1981), Corrigan (1984) y The last of the duchess (1995).

Murió en Nueva York en 1996.