Título original: Rumpole of the Bailey
Autor: John Mortimer
Editorial: Impedimenta
Traducción: Sara Lekanda Teijeiro
Páginas: 320
Editorial: Impedimenta
Traducción: Sara Lekanda Teijeiro
Páginas: 320
Fecha publicación original: 1978
Fecha esta edición: febrero 2017
Fecha esta edición: febrero 2017
Encuadernación: rústica con sobrecubierta
Precio: 20,95 eurosDiseño de cubierta: Westminster Bank, 41 Lothbury, London (Eric Fenton, 1953)
Insigne defensor de las causas perdidas, Horace Rumpole es un abogado
adorable, un hombre de altos ideales y de gran sentido común, que fuma
cigarros malos, bebe un clarete aún peor, es aficionado a los fritos y a
la verdura demasiado hervida, cita a Shakespeare y Wordsworth a
destiempo y, generalmente, se decanta por los casos desesperados y por
los villanos de barrio. Excéntrico y gruñón, lleva años abriéndose paso
en las salas de justicia londinenses, mientras brega en casa con su
terca mujer, Hilda, a quien él apoda «Ella, La que Ha de Ser Obedecida»,
en un particular universo donde el sarcasmo, el humor y la intriga se
mezclan a partes iguales.
Al modo de P. G. Wodehouse, John Mortimer
construye en sus narraciones un universo demoledor y sarcástico al más
puro estilo British.
Poquito a poco voy leyendo libros que tengo pendientes casi desde el momento de su publicación, y Los casos de Horace Rumpole, abogado llevaba ya cinco años esperando en la estantería (nada menos...).
Horace Rumpole se presenta al inicio del libro diciéndonos que está a punto de cumplir sesenta y ocho años y que, siendo el miembro de mayor edad de su bufete y teniendo algo de tiempo libre, ha decidido poner por escrito sus triunfos (y algún que otro fracaso) más sonados, tanto para su mayor gloria como para entretener al lector... y para conseguir algo de dinero al que no pueda poner las manos encima su mujer (Ella, la que Ha de Ser Obedecida) ni Hacienda, todo sea dicho. Rumpole es letrado del Tribunal Penal Central de Inglaterra y Gales, comúnmente conocido como Old Bailey por la calle en que se encuentra situado, y es experto en manchas de sangre, huellas dactilares, falsificaciones y grupos sanguíneos. Suelta citas famosas cada dos por tres, le gusta el clarete, luce un sombrero zarrapastroso que es el hazmerreír de los pasillos de los juzgados, su peluca ha conocido tiempos mejores y a veces suelta de cada perla por la boca que sube el pan... Pero si algo lo define por encima de cualquier otra cosa es que adora su profesión, adora defender sus casos ante un tribunal y es, ante todo y por encima de cualquier otra cosa, abogado. Además de todo esto es un poco... bueno, digamos que no es un encanto. Las palabras antónimas a esta que se me ocurren son un poco burdas (me las ahorro), pero es que nadie es perfecto.
Las historias que cuenta no se remontan a su juventud cuando ganó los casos que le dieron fama, sino que nos habla de casos de los que se hizo cargo cuando ya era una celebridad del Old Bailey. A su mujer le gustaría que ascendiese a abogado de la Corona (ganaría más y trabajaría menos), pero Rumpole es carne de tribunal, defiende a familias enteras de criminales (aunque no siempre de la manera que ellos quisieran), disfruta con el juego de pillar al principal testigo en un renuncio (con la ayuda de un concierto de los Rolling Stones), se encarga de procesos de divorcio en los que el quid de la cuestión está donde menos se espera, no tiene miramientos en usar la reputación de una mujer si eso le sirve para ganar el caso para su cliente y, como no podía ser menos cuando se es un abogado tan entregado a la causa, también le sale el tiro por la culata a veces cuando los clientes se ponen rebeldes e insisten en declararse culpables si su defensa no es congruente con su forma de ver la vida. De todo un poco, que diría aquel.
Salpimentando todo esto tenemos sus declaraciones sobre su vida familiar, en la que nadie sale bien parado pero donde su mujer destaca como una especie de ser insensible que habita bajo su mismo techo pero con la que no parece tener absolutamente nada en común. Fría, calculadora y escaladora social por principios, tal parece que se casaron sin querer y que ahí siguen, taitantos años después, y así seguirán hasta que anden con bastón: ella como comandante conyugal y él como soldado raso que acata órdenes sin rechistar. De ahí lo de Ella, la que Ha de Ser Obedecida, pero claro, teniendo en cuenta que todo esto se cuenta desde el punto de vista de este señor, que es más caústico que la sosa, pues a saber... Y luego está el hijo, que él pensaba que iba para abogado y que se le hace sociólogo, se va a vivir a Estados Unidos y se busca una esposa a la que le horrorizan los tejemanejes de los abogados (esas ratas que no buscan la verdad, solo que su cliente sea declarado inocente cueste lo que cueste), tirando por el retrete la relación cordial entre suegro y nuera que sería de esperar.
Tengo que reconocer que yo soy mucho de series de abogados (antes más que ahora, cuando sabía lo que era tener tiempo para esas cosas), y que en el colmo del frikismo londinense, soy de esas que se ha pateado el barrio del Strand, la zona de los colegios de abogados de Londres, y que aunque no entré en el Old Bailey (está en la City, no en el Strand), sí lo hice en los Reales Trbunales de Justicia, que me pateé de arriba abajo y merece muy mucho la visita. En fin, que este libro es muy de mi rollo. Entender y explicar cómo funciona la justicia en Inglaterra es complicado (los abogados no son abogados y ya, pueden ser solicitors o barristers con sus correspondientes funciones), y luego están los Silks (abogados de la Corona que pueden lucir togas de seda y que supone la máxima aspiración para muchos de estos abogados... cobran mucho más, claro está). Lo dicho, explicado al trote aquí puede parecer complicado, pero no lo es tanto y en el libro está todo implementado con tanta naturalidad que queda clarísimo desde el principio. El bufete de Rumpole parece una jaula de grillos entre silks, barristers, solicitors, ayudantes, secretarios, los nuevos que llegan, los viejos que no se van, y cuatro o cinco personas trabajando en cada minidespacho. Mortimer lo cuenta de tal manera que parece el camarote de los hermanos Marx, y teniendo en cuenta que sabe de lo que habla, eres consciente de que muchas de esas situaciones que vemos en las series británicas son más auténticas y realistas de lo que nos pensamos.
Y es que ahí está la gracia del libro (al menos en lo que a mí respecta): Rumpole me ha caído regular tirando a mal, me hacía poner los ojos en blanco de vez en cuando (también me ha sacado alguna risa en voz alta, al César lo que es del Cèsar), pero los casos en los que interviene y el modo en que los cuenta me han gustado muchísimo y los he disfrutado de tal manera que espero hacerme con Los juicios de Rumpole, el segundo volumen que publicó Impedimenta un año despues de este.
A todo esto, y hablando de series, los libros de Horace Rumpole tuvieron su correspondiente y exitosa adaptación televisiva en los años 80 que yo no he llegado a ver, pero nunca es tarde. Os dejo de todos modos el tema de la intro por si os interesa, y os invito a leer de paso la biografía del autor que adjunto abajo, que es de lo más interesante y lo explica todo mucho más sucintamente que si me pongo a hablar aquí sobre él (estoy decidida a abreviar las reseñas).
Nacido en Londres en 1923, John Mortimer fue hijo de un abogado
que, a pesar de quedarse ciego, siguió vistiendo la toga durante años.
Estudió leyes en Oxford y se convirtió
en uno de los más grandes defensores de la libertad de expresión, entre
cuyos clientes figuraban la actriz porno Linda Lovelace y el grupo punk
The Sex Pistols. En 1975, la creación del carismático personaje de
Horace Rumpole, basado en la figura de su padre, le consagró como uno de
los más corrosivos escritores de su tiempo. Llevó a la pequeña pantalla
Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh. Aficionado a la buena
vida, «un socialista del champán», se casó en primeras y breves nupcias
con la novelista Penelope Mortimer, que hizo de su tormentoso matrimonio
el tema de la magnífica El devorador de calabazas. Padre de ocho hijos, infatigable enemigo de Margaret Thatcher, es autor de las célebres Rapstone Chronicles, formadas por Un paraíso inalcanzable (1985), El regreso de Titmuss (1990), ambas publicadas por Libros del Asteroide y The Sound of Trumpets
(1998). John Mortimer recibió en 1997 el título de sir a instancias del
Gobierno de Blair, un político a quien apoyó fervientemente y llegó a
odiar. Murió en 2009 en su casa de The Chilterns, después de una larga
enfermedad.
Hola guapísima, a mí no me suelen gustar las novelas de abogados, y menos si hay tantas figuras legales como en Inglaterra, pero lo cuentas de tal forma que te dan ganas de ir corriendo a por un ejemplar. Así que no lo descarto para alguna que otra ocasión.
ResponderEliminarUn besazo
Uys, en mi estantería hay libros que están esperando más años... Pero yo siempre digo que su lectura siempre llega en el mejor momento. Más para consolarme que otra cosa creo yo, que miro la estantería y me da hasta penita. Y sobre este libro, pues me suele gustar las novelas de abogados, aunque por tiempo al final me decanto más por las series de tv, pero tomo buena nota, que pinta muy bien.
ResponderEliminarBesotes!!!
Hola, yo también soy de series de abogados aunque me suelo poner nerviosa en los juicios. Este libro lo vi en la biblioteca, igual me animo con él, pero ya para otro año. Besos.
ResponderEliminarInteresante novela. A mí también me gusta la literatura de abogados y juicios. Visité en Londres el barrio del Temple donde se encuentran los Reales Tribunales de Justicia. Es ciertamente un barrio precioso. Puede que Rumpole no caiga bien, pero al parecer ha dado lugar a unos libros muy divertidos e interesantes.
ResponderEliminarUn beso.
Hola. Yo otra vez. Mira, he leído un libro de Grisham y creo que eso es todo con el género abogados. Las series me gustaban más antes, tuve mi favorita pero no puedo decir cuál es porque entonces sabréis qué edad tengo, jeje. Tontadas aparte, me ha gustado mucho la anécdota de tus visitas a lugares emblemáticos, yo también lo hubiera hecho de gustarme tanto el tema. El libro tiene su punto curioso, también la movida familiar con la señora de armas tomar y el hijo que se descarrila. La editorial es muy hábil rescatando títulos. Le echaré un vistazo.
ResponderEliminarMás besos
Pues te confieso que dejé este libro cuando apenas llevaba unas cincuenta páginas más o menos porque se me hacía bola. No soy muy de abogados, pero ya sabes que me encanta la literatura británica con un humor a lo Wodehouse y que por eso me lo compré cuando salió en su día. Ahora leo lo que comentas sobre Horace Rumpole, que te cayó mal, y me pregunto si fue eso lo que no me funcionó y me invitó a dejar la lectura. Besos.
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