lunes, 18 de julio de 2022

RESEÑA (by MH) ::: EL CASO DE BETTY KANE - Josephine Tey


 
Título original: The Franchise Affair
Autora: Josephine Tey 
Editorial: Hoja de Lata
Traducción: Pablo González-Nuevo
Páginas: 384
Fecha de publicación original: 1948
Fecha esta edición: junio 2017
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 22,90 euros 
Ilustración de cubierta: Gathering the Marsh (Dee Nickerson, 2016)


Robert Blair, abogado en un pequeño y apacible pueblo británico, da ya por terminada su tranquila jornada laboral en el despacho cuando suena el teléfono. Es Marion Sharpe, ve- cina de la localidad, una mujer de pocas palabras que vive con su madre en una decrépita hacienda a las afueras del pueblo. Las Sharpe acaban de ser acusadas de secuestrar a una recatada jovencita llamada Betty Kane. Las declaraciones de la chica, al principio bastante improbables, cobran fuerza con las minuciosas descripciones del desván de los horrores donde supuestamente la tuvieron retenida. Y Robert Blair, convertido a la fuerza en detective amateur, deberá desentrañar este paradójico caso, que ni tan siquiera el Inspector de Scotland Yard, Alan Grant, es capaz de comprender.

Con lo que me gusta Josephine Tey y lo tranquilamente que me estoy tomando la lectura de sus libros... es que prefiero tener ahí siempre un par esperando en la estantería a quedarme sin ninguno, y aunque la editorial Hoja de Lata edita una novela suya todos los años con puntualidad inglesa, lo cierto es que la bibliografía de Tey es bastante corta y ya no queda mucho para decir aquello de "se acabó lo que se daba", así que ahí voy, estirando el chicle. Pero bueno, la capacidad de resistencia tiene un límite y como ya habéis visto, aquí vengo con El caso de Betty Kane que, como no podía ser menos, he disfrutado un montón (para qué os voy a dejar con la intriga...).
 
La existencia de Robert Blair, abogado en la pequeña población de Milford, es tranquila, rutinaria y apacible en grado sumo, y le gusta, es el modo de vida que ha escogido... pero a veces se pregunta qué pasaría si algo llegase para trastornar esa placidez existencial carente de sorpresas. Pronto lo descubre, pues una llamada de Marion Sharpe, vecina que no se relaciona con nadie del pueblo a quien solo conoce de vista, pone su vida patas arriba. Marion le ruega que, en calidad de abogado, acuda inmediatamente a su casa. Allí lo esperan Hallam, policía local, y el inspector Grant, de Scotland Yard, que le cuenta una historia asombrosa: una joven de quince años, Betty Kane, acusa a Marion Sharpe y a su madre, ya anciana, de haberla secuestrado durante un mes en La Hacienda, la aislada casa donde viven ambas, y de haberla maltratado y golpeado. Sabe cosas de la casa que no deberia saber de no haber estado en ella y, aunque las Sharpe niegan rotundamente las acusaciones, tampoco tienen manera de demostrar que miente. El inspector Grant no parece tener muy claro el caso, pero el cotilleo, la murmuración y los prejuicios de todo un pueblo contra un par de mujeres independientes que no socializan y que por tanto, tienen que ser culpables porque sí, pueden hacer más daño que cualquier sentencia en firme.

El personaje más famoso de Josephine Tey fue el inspector Grant, protagonista de una media docena de libros (mi favoritísimo siempre será La hija del tiempo por la temática histórica en general y de Ricardo III en particular), pero con El caso de Betty Kane no todo el mundo se pone de acuerdo: algunos lo consideran dentro de la serie protagonizada por el personaje aunque apenas haga acto de presencia un par de veces junto con algunas menciones a su nombre (en ese caso y por orden sería el tercer libro dentro de la serie), mientras que otros no lo consideran como tal y su aparición apenas se toma como algo anecdótico. En cualquier caso, en esta novela descubrimos que hace apenas doce meses que Grant pertenece a Scotland Yard y que ya es conocido por ser un juez infalible del carácter humano... aun así, Grant en particular, junto a Scotland Yard en general, deja el pabellón policial por los suelos, y no deja de tener su gracia porque este es el personaje estrella de la autora y aun así no tiene miramientos en hacerle morder el polvo. Y es que en El caso de Betty Kane los protagonistas absolutos son los habitantes de Milford: el abogado Blair como la máquina que hace avanzar la historia, y sus familiares y amigos como los engranajes que hacen que todo funcione como la seda. 
 
El investigador aquí es, por tanto, Robert Blair, que aun no siendo abogado penalista decide hacerse cargo del caso tras conocer a las Sharpe y parecerle que son incapaces de hacer algo como lo que se les acusa. Y eso que se enfrentan a la susodicha Betty Kane, típica rosa inglesa que parece que mea agua bendita (que decimos por aquí), sin tacha alguna en su comportamiento y con una apariencia tan inocente e inmaculada que los periódicos llegan a encontrarle parecido con santa Bernadette... porque aquí es donde se complica la trama: cuando se mete de por medio la prensa sensacionalista. No puede haber acusación en firme porque no hay pruebas firmes (solo circunstanciales) que corroboren la declaración de Betty, pero si un periódico acusa a dos mujeres raras que viven aisladas de secuestrar a una adolescente virtuosa, ya sabemos lo que va a pensar el pueblo llano: nada, no piensan ni razonan nada, simplemente se dejan llevar por lo que les dicen y se comportan como borregos. Así que aquí empieza la cruzada imposible de Robert Blair que, aun sin saber si habrá acusación oficial o no, decide que las Sharpe no pueden vivir bajo la sombra de la sospecha en un pueblo tan pequeño, y se lanza a investigar dónde se metió realmente Betty Kane durante el mes que estuvo desaparecida. No lo tendrá fácil (para ser una adolescente se muestra muy escurridiza en sus andanzas), pero este caso se ha convertido en la ambición de su vida: no solo está dispuesto a refutar la historia de Betty y pillarla en sus mentiras, sino que sabe que hasta que no muestre su verdadera cara ante el público que la adora y todos vean quien se esconde tras ese rostro angelical, las Sharpe no estarán a salvo.

Como no podía ser menos, mientras Tey construye esta trama, cuyo interés va in crescendo conforme se van complicando las cosas para las Sharpe y se va agotando el tiempo, también nos muestra la vida de un pueblecito como Milford y nos presenta a algunos secundarios que son los que dan vidilla a la historia. Desde la tía Lin (con quien vive Robert) hasta la cocinera de la casa (digno ejemplo inglés de que en una casa con criada, la que manda es la criada), pasando por Stanley, mecánico que se destapa como un sol de hombre con patas, y Kevin Macdermott, abogado irlandés con una personalidad arrolladora y mejor amigo de Robert. También hay que hacer mención (que para eso son las sospechosas) a las Sharpe, ese tipo de personas que la gente automáticamente descarta y acusa solo porque no se pasan el día invitando a tomar el té a sus vecinos y deciden vivir su vida de manera independiente y autosuficiente. Si son culpables o inocentes es algo que aquí obviamente no puedo comentar, pero de lo que se trata es de que la presunción de inocencia muchas veces nos la ponemos de sombrero, y aquí va una pullita de Tey hacia los prejuicios y las injusticias que cometemos con personas de las que no sabemos nada solamente basándonos en las apariencias y (en este caso) la manipulación de los medios de información.

El caso de Betty Kane es un libro muy inglés y muy de su época, y se mete en charcos con doble ración de guasa e ironía porque puede y porque quiere (que si los irlandeses, que si la moralidad dudosa de algunas mujeres...). Es muy divertido a ratos y, entre dimes y diretes, va avanzando el caso (que no es de asesinato, cosa rara en este tipo de novelas) y vamos conociendo a los personajes gracias a las interacciones entre ellos, impensables cuando comienza la lectura y que son las que realmente van dando forma y personalidad a la historia. Los diálogos son punzantes, ingeniosos, mordaces y, sobre todo, creíbles desde el punto de vista de  los personajes. Tey escribía muy, muy bien, y en sus historias despliega una inteligencia emocional y sutil que atrapa al lector sin que este se dé apenas cuenta. Al menos en mi caso llegó un punto que no podía soltar el libro, y cruzaba los dedos para que las Sharpe no fueran culpables, que no nos hubiesen dado gato por liebre tanto a Robert Blair como a mí y que la máscara de Betty Kane cayese al suelo hecha añicos. ¿Surtieron efecto mis plegarias? Pues no os lo voy a decir, obviamente. A leer el libro se ha dicho.

No creo que pueda ni deba decir más. Si os gusta Josephine Tey, debéis leerlo. Si os gustan los misterios clásicos británicos, debéis leerlo. Si os gusta el costumbrismo irónico y british de tacita de té y personajes peculiares y adorables, debéis leerlo. Si os gusta ese tipo de literatura que se lee con avidez y una sonrisa en la boca mientras se investiga un crimen, debéis leerlo. Algunos libros de Josephine Tey cuesta encuadrarlos de lleno en el subgénero del cozy mystery, pero El caso de Betty Kane es una muestra perfecta y cumple todos los requisitos, así que ya sabéis más o menos lo que podéis esperar de él. Muy recomendable.




Josephine Tey (Inverness, 1896 – Londres, 1952) es el seudónimo de la escritora escocesa Elizabeth Mackintosh. Fue una mujer independiente y adelantada a su época; jamás se casó y empezó ganándose la vida como profesora de educación física hasta la muerte de su madre, en 1926, cuando tuvo que regresar a casa para hacerse cargo de su padre inválido. Fue entonces cuando, por pura diversión, comenzó a escribir.
 
Entre sus obras más elogiadas por la crítica y el público destaca La hija del tiempo, declarada en 1990 la mejor novela de misterio de la historia por la Crime Writers’Association. 
 
Fue también autora de una docena de piezas teatrales  (escritas bajo seudónimo distinto: Gordon Daviot), y siempre será recordada por haber creado al inspector Alan Grant de Scotland Yard, protagonista de sus mejores historias.

viernes, 8 de julio de 2022

RESEÑA (by MH) ::: CARTAS SOBRE LA MESA - Agatha Christie


 
 
Título original: Cards on the table
Autora: Agatha Christie
Editorial: Molino
Traducción: Ángel Soler Crespo
Páginas: 237
Fecha de publicación original: 1936
Fecha esta edición: diciembre 1980
Encuadernación: bolsillo
Precio: descatalogado (disponible de segunda mano)



https://inquilinasnetherfield.blogspot.com/p/esta-pagina-la-abro-yo-mh-modo-personal.html
El señor Shaitana es famoso como anfitrión de sus fiestas. Sin embargo, se trata de un hombre del que todos desconfían. Así, cuando expone a Poirot su teoría sobre el asesinato como forma de arte, el detective tiene sus reservas sobre aceptar la invitación para ver la colección privada de Shaitana. Convocado con otros tres criminólogos y cuatro supuestos asesinos, inician tras la cena una partida de bridge. Pero al final de la partida descubren que el anfitrión ha sido asesinado por uno de sus invitados...
 
Termino el año 1936 en mi reto de Agatha Christie con Cartas sobre la mesa, una novela que no recuerdo haber leído antes (lo que no quiere decir que no la haya leído, es que hace décadas que empecé a leer a esta mujer y a veces se confunden las tramas... ahora es cuando la estoy leyendo con plena conciencia y discernimiento) y que me ha gustado mucho. Aún me quedan casi cinco décadas por delante de bibliografía por leer (que se dice pronto), pero a día de hoy, y con lo leído hasta ahora desde que comencé el reto (25 lecturas en total entre novelas y libros de relatos), creo que estamos en la mejor época de esta autora desde que comenzó su andadura literaria (y me froto las manos ante lo que viene, todas relecturas y todas fantásticas).

El señor Shaitana es un hombre peculiar, de apariencia mefistofélica y con tendencia a hacer sentir incómoda a la gente por muchas y diversas razones. Aun así es un anfitrión de renombre y muy poca gente, por mucho que le teman, se resiste a asistir a una de sus fiestas en caso de ser invitado. La fiesta en la que sucede el asesinato alrededor del cual gira la historia se realiza, podría decirse, en honor a Hércules Poirot. Tras un encuentro casual entre ambos personajes, Shaitana se ríe en cierto modo de la reprobación que Poirot siente hacia el asesinato y le asegura que él colecciona asesinos perfectos, esos que cometen su crimen de manera tan perfecta que no solo quedan impunes sus crímenes, sino que dichos crímenes no son considerados como tales. Lo convida a una fiesta para demostrárselo, fiesta a la que acuden ocho personas: cuatro que están de parte de la ley de cuatro maneras muy diferentes, y otros cuatro que, a pesar de su impecable y en apariencia honorable vida, si hacemos caso a Shaitana, deben ser los asesinos perfectos de los que tanto presume conocer su crimen. El caso esque las cosas no salen como Shaitana espera, porque debemos presuponer que no esperaba ser asesinado por una de esas cuatro personas a las que pretende dejar en evidencia. Una de ellas se siente amenazada por el curso de la fiesta y las miguitas en forma de pullas que va dejando Shaitana y en unas circunstancias muy concretas, cerradas y definidas como es una partida de bridge se comete el asesinato. Así pues las cosas están claras: cuatro personas de parte de la ley deben descubrir cual de los cuatro sospechosos ha cometido el crimen. ¿Son realmente asesinos jamás descubiertos? ¿Tenía razón Shaitana o era uno de sus juegos? En caso de ser asesinos, ¿quién de ellos tiene móvil, oportunidad y una personalidad compatibles con este asesinato en particular? ¡Comienza la partida!

Una sinopsis larga, pero es que Agatha Christie rizó un poco el rizo en esta novela... y porque todavía no os he contado la particularidad principal: que esos cuatro representantes de la ley son todos veteranos en la obra de la autora (o con al menos una aparición en alguna de sus novelas anteriores). Sí, para Cartas en la mesa decidió recuperar a varios investigadores de novelas precedentes para que acompañasen a Poirot en las pesquisas. Por un lado tenemos al superintendente Battle, del que ya os he hablado en El secreto de Chimneys y El misterio de las siete esferas, y por otro al coronel Race, que aparece en El hombre del traje color castaño aunque jamás os lo nombré, pero sí os dije que en la historia había tintes de espionaje y ahí entraba en juego este personaje. ¿Quién es el cuarto investigador en liza? Una mujer, Ariadne Oliver, escritora de novelas de misterio que hizo su debut literario en uno de los relatos contenidos en Parker Pyne investiga (concretamente en el de El caso del militar descontento) y que con el tiempo, después de Cartas sobre la mesa, apareció en varias novelas acompañando a Poirot en sus investigaciones.
 
Así pues, Agatha Christie reunió a varios de sus investigadores y los puso a trabajar juntos al servicio de un caso que ya desde el principio se anticipaba peculiar, rasgo que la propia autora avisa en el prólogo a su novela. Antes de que nadie le dijese nada ya dice que esto no va de varios personajes sospechosos y de averiguar quien de ellos puede ser un asesino con un móvil... en Cartas sobre la mesa hay cuatros sospechosos inamovibles desde el primer momento, todos ellos son asesinos si hacemos caso a las insinuaciones del asesinado y el trabajo de los investigadores consiste, mediante un proceso psicológico, en averiguar qué clase de personas son y qué asesinato esconden en su pasado para establecer las semejanzas pertinentes con el asesinato que nos ocupa. Es decir, no hay un asesino oculto entre los personajes, hay cuatro, lo sabemos desde el principio, y lo que hay que saber es quien de ellos se asustó lo suficiente durante la cena como para asesinar al anfitrión, y para eso hay que rebuscar en su pasado y encontrar los asesinatos escondidos en él.
 
¿Cómo se organizan los otros cuatro personajes que ejercen de investigadores? Hacen cada uno sus averiguaciones por su cuenta y con su propio estilo, y se comprometen a compartir toda esa información con los demás sin guardarse nada. Las cartas siempre sobre la mesa, tal y como reza el título. Teniendo en cuenta que uno de ellos pertenece a Scotland Yard (Battle), otro al Servicio Secreto (Race), otro es investigador privado (Poirot) y la última es escritora de literatura policíaca (Oliver), los métodos, caminos, subterfugios y triquiñuelas para obtener pistas y averiguar cosas serán muy diferentes pero, como no podía ser menos, imprescindiblesen su conjunto para el descubrimiento del culpable.
¿Puede equivocarse Hércules Poirot?

Nadie puede tener razón siempre.

Pues yo sí —replicó Poirot—. Yo siempre la tengo. Es una cosa tan invariable que hasta me estremece.

Además de todo esto, la Christie aprovecha para hablar de muchos temas que no solía tratar en su obra. Sí, de vez en cuando metía una cuña sobre algún asunto en particular, pero tampoco se puede considerar que la bibliografía de Agatha sea especialmente reivindicativa. Aun así, y mediante el personaje de la escritora de novelas de misterio, desmitifica su propia profesión y le saca los colores al mundillo literario. Por otro lado en cierto modo los investigadores abren un interesante debate sobre los asesinatos y su pertinencia y/o justificacion. Los hay que lo reprueban tajantemente (como Poirot) y los hay que creen que existen personas que merecen ser asesinadas; por ello se habla de si una persona está moralmente autorizada a juzgar a un semejante y tomarse la justicia por su mano o en qué lugar moral quedan los soldado en una guerra. No es que se meta en charcos profundos, todo se comenta de pasada, pero lo deja encima de la mesa, como las cartas del título.

Más cositas antes de terminar... alude nueva y veladamente a Asesinato en el Orient Express y lo que ocurrió en ese caso. Ya lo hizo en Asesinato en Mesopotamia, del que os hablé justo antes de este libro, y vuelve a hacerlo aquí. Se nota que fue un éxito enorme en su carrera y que estaba muy orgullosa de ello. Pero lo que más curioso me ha resultado es que en cierto momento se habla de uno de los libros escritos por la señora Ariadne Oliver, y se titula nada menos que Un cadáver en la biblioteca... Sip, exactamente igual que el título de la novela que supondría el regreso de la señorita Marple a la ficción seis años después de esta. ¿Debemos suponer que a Agatha le gustó el título y lo reutilizó o que ya le rondaban título y tema en la cabeza con tantos años de anticipación? A saber, pero mola (y no, no es una licencia del traductor por esta vez... en el texto original aparece igual, que lo he comprobado).

En definitiva (y ahora sí que termino), un duelo entre cuatro asesinos y cuatro sabuesos que un anfitrion reúne para hacerse el listo en lo que se presume una interesante velada y que acaba con un cadáver y mucha tela que cortar. ¡Ah! Confieso que se habla mucho de ese (supongo) fascinante juego de naipes que es el bridge del que no tengo ni pajolera idea, así que esas partes se me han hecho un poco pesaditas porque andaba muy perdida cada vez que se explicaba un juego y todas sus rocambolescas idas y venidas, pero bueno, que es lo de menos. Eso sí, se nota que la dama del crimen controlaba el tema que daba gusto.

¿Siguiente parada? El testigo mudo.... y más pronto que tarde, porque ya está leído :)




Agatha Christie (1891-1976) es conocida en todo el mundo como la Dama del Crimen. Es la autora más publicada de todos los tiempos, tan solo superada por la Biblia y Shakespeare. Sus libros han vendido más de un billón de copias en inglés y otro billón largo en otros idiomas. Escribió un total de ochenta novelas de misterio y colecciones de relatos breves, diecinueve obras de teatro y seis novelas escritas con el pseudónimo de Mary Westmacott.

Probó suerte con la pluma mientras trabajaba en un hospital durante la primera guerra mundial, y debutó con El misterioso caso de Styles en 1920, cuyo protagonista es el legendario detective Hércules Poirot, que luego aparecería en treinta y tres libros más. Alcanzó la fama con El asesinato de Roger Ackroyd en 1926, y creó a la ingeniosa miss Marple en Muerte en la vicaría, publicado por primera vez en 1930.

miércoles, 6 de julio de 2022

RESEÑA (by MH) ::: AQUEL SOFOCANTE VERANO - Eduard von Keyserling


 

 
Título original: Schwüle Tage
Autor: Eduard von Keyserling 
Editorial: Ediciones Invisibles
Traducción: Clara Formosa Plans
Páginas: 112
Fecha de publicación original: 1904
Fecha esta edición: mayo 2022
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 14 euros



 
Una novela breve en la que el enfant terrible de la literatura alemana pone en evidencia la doble moral de la alta sociedad de 1900. Bill, hijo de una familia aristocrática, ha suspendido los exámenes de acceso a la universidad. Como castigo, durante el verano, en lugar de pasar las vacaciones junto al mar con su madre y sus hermanos, tendrá que quedarse estudiando en la finca familiar, en compañía de su padre, con quien casi no tiene trato. A medida que van pasando los días, en un ambiente de calor asfixiante, Bill empieza a intuir el verdadero carácter de su padre, que dista mucho de la imagen que esconde detrás de las convenciones sociales.

Intensa y adictiva, Aquel sofocante verano es una de las pocas obras que este autor salvó del fuego cuando quemó su producción literaria.

Con la que está cayendo ahí fuera, mientras Ra decide mostrarse inmisericorde y yo me pregunto una y otra vez cómo puede gustarle a alguien el verano mientras caen casi 40º a la sombra (unos cuantos más al sol... ¡qué maravilla, oiga!), nada mejor que sumergirse en una lectura cuyo título promete exactamente lo mismo que la vida real pero sin sufrir las devastadoras consecuencias. Más bien al contrario, leer a Keyserling es siempre un maravilloso placer, y con Aquel sofocante verano le hago huequecillo en Netherfield por tercera vez (y las que quedan, espero).
 
El narrador de la historia es Bill, un joven de dieciocho años que ha suspendido el examen de bachillerato (la culpa es de los profesores, dice...), provocando el enfado de su padre quien, en lugar de dejarle pasar el verano junto al resto de su familia como siempre, se lo lleva a Fernow, la hacienda familiar. Y si algo desagrada al narrador no es que lo alejen de su familia, si no estar a solas con esa figura paterna ausente la mayor parte del tiempo a la que teme y le resulta totalmente desconocida... pero las penas con promesas de aventuras amorosas en ciernes son menos penas. Cerca de Fernow viven las chicas Warnow: Ellita, la mayor, resulta excitantemente inalcanzable; Gerda, la pequeña, es el objeto de los suspiros del protagonista. Y aunque se supone que Bill debe aprovechar la estancia en Fernow para estudiar, pronto descubre que su verdadero aprendizaje tomará otros caminos muy diferentes y que el verano que tiene por delante cambiará su vida para siempre.

Cuando leer a Keyserling tiene tintes de reincidencia, se perciben enseguida esos temas y esas sendas que tanto le gustaba recorrer en su literatura. La convivencia en el campo entre los señores y sus trabajadores (cuyas existencias se entrecruzan constantemente y cuyos límites de interacción social son difusos y borrosos en muchas ocasiones a pesar de los muchos escalones que los separan), la naturaleza omnipresente en la que siempre zambulle al lector con sus descripciones vivas, visuales y profusas, y sobre todo sus personajes, que parecen sacados de un molde imperfecto bañado en grises que les mueve a buscar su sitio tropezando a cada paso, equivocándose en cada recodo e intentando avanzar como pueden por una existencia que les hastía, les abruma, les enfurece, les confunde y les regala destellos de felicidad y dicha a partes casi iguales. 
 
Cuando se habla muchas veces de un autor se corre el riesgo de hablar siempre de lo que más nos gusta de su estilo, de resaltar siempre las mismas virtudes o de poner siempre el énfasis en las mismas particularidades inherentes a su carácter como literato. Soy consciente de que cuando hablo de Keyserling incido mucho tanto en esos cuadros que pinta con palabras sobre la naturaleza y los paisajes que ponen marco a sus historias como en sus personajes, pero es que estas dos cosas son puntales en su narrativa y en su forma de concebir la literatura, así que me vais a permitir que transite caminos ya recorridos con anterioridad.

Como ya os he comentado en otras ocasiones Keyserling solía usar como escenario la campiña báltico-alemana que él había conocido desde niño y en la que pasaba buena parte de su tiempo ya como adulto, y en ese marco colocaba a sus personajes arcaicos, aristócratas que caminaban a tientas, perdidos y asustados, en la entrada de un nuevo siglo repleto de cambios tan sugerentes como inciertos que, mientras para ellos representaban desconcierto y la pérdida progresiva de su estatus prevalente, para las clases humildes e inferiores supuso el derribo de las murallas que los separaban de sus señores y una libertad para interactuar con ellos que antes resultaba impensable. En las escasas cien páginas que componen este excelente adagio estival llamado Aquel sofocante verano, su autor se las compuso para volver a capturar, desde esa ventana que era su propia experiencia vital, una imagen llena de nostalgia, vulnerabilidad, melancolía, inquietud, turbación y sensualidad, todo silueteado por praderas serenas salpicadas de tilos, olmos y sauces que desprenden aromas y susurros y que, de tanto en tanto, se iluminan durante la noche bajo los relámpagos dorados de las tormentas veraniegas. Keyserling se asoma a la hacienda familiar de Fernow para observar desde allí sus tierras, nos monta en carruaje y nos lleva a visitar a las vecinas, nos invita a comer con ellas, nos pasea por caminos que huelen a rocío y a sol, nos detiene bajo la sombra de altos árboles que son testigos de conversaciones prohibidas y nos transmite la proximidad de cuerpos calientes que buscan, tantean.. pero no siempre encuentran lo que más les conviene.

Aquel sofocante verano está narrado desde el punto de vista de Bill, y esto sí que ha supuesto una novedad para mí, pues ya son unos cuantos los libros que he leído del autor y este es el primero en el que he encontrado una narración en primera persona. Esta perspectiva nos muestra a un Bill todavía inocente a pesar de que él cree saber más de lo que realmente sabe, hasta el punto de que muchas veces ve y escucha pero no entiende, yendo el lector por delante de él a la hora de interpretar conversaciones y hechos de los que él es protagonista o testigo. El caso es que Bill no solo pertenece a la alta sociedad, sino que además tiene apenas dieciocho años, y su voz resulta imprescindible e interesante por dos motivos. Uno es el de la relación que tiene con su padre, la falta de comunicación entre ellos y la rabia que le invade ante cualquier palabra suya, el desasosiego ante lo que se espera de él como primogénito de una familia como la suya, la contención que se le exige, la imagen que tiene de ese progenitor desconocido que se sienta con él a la mesa y que se pierde en mundos y reflexiones que lo alejan, sin prisa pero sin pausa, de su hijo... Pero sobre todo resulta interesante el otro punto de vista, el que desborda al adolescente que quiere saber, conocer, aprender... que cree amar y al tiempo quiere experimentar, y que solo puede hacerlo a través de su relación con la gente humilde de los alrededores o  los trabajadores de la hacienda, que por su parte lo respetan poco o nada. Ambos enfoques se complementan y se nutren el uno al otro durante toda la narración, y Bill conseguirá su objetivo: sabrá, aprenderá, experimentará... pero probablemente no del modo que él esperaba al llegar a la hacienda a comienzos de ese sofocante verano.

Lo voy a ir dejando aquí. No creáis que os he contado mucho porque apenas he esbozado la trama, y ni siquiera os he hablado de personajes que resultan cruciales en ella y en los acontecimientos que provocan el final de la historia... porque sí, lo digo siempre: en la obra de Keyserling muchos dirían que no ocurre gran cosa, y nada más alejado de la realidad. Sí que pasa, la misma vida pasa... pero siempre de una manera velada, asomándose por las contraventanas mientras asienta los cimientos de unos desenlaces que nunca dejan indiferente al lector.

Lo digo y lo repito siempre, se habla poquísimo de Eduard von Keyserling, y creo que se merece mayor reconocimiento y llegar a un número mucho más vasto de lectores. Son lecturas sencillas en su forma pero que invitan a la reflexión sobre el mundo interior que escenifican y, como sé que es algo importante para muchos lectores, también son breves en cuanto al número de páginas. Muchas veces me quejo de que hay autores apenas traducidos al castellano y sin embargo tenemos la suerte de poder encontrar buena parte de la obra de Keyserling traducida, así que es cuestión de ponerse. Aquel sofocante verano es una fantástica opción para empezar.


Eduard Graf von Keyserling nació en el castillo de Paddern, cerca de Hasenpoth (Aizpute), Curlandia, en 1855. Miembro de una antigua y noble familia alemana del Báltico, y familiar del filósofo Hermann Keyserling, estudió en la Universidad de Dorpat, pero fue obligado a abandonar sus estudios debido a un incidente que le alejó de los círculos aristocráticos. Tras mudarse a Viena, continuó estudiando y empezó a familiarizarse con las ideas sociales del naturalismo. Fue entonces cuando comenzó a publicar.
 
Posteriormente se trasladó a Múnich, de donde, a excepción de una corta estancia en Italia, ya no saldría. Allí frecuentó nuevos círculos artísticos, entre los que se encontraban L. Corinth, M. Halbe, R. Kassner y F. Wedekind. Durante esta etapa escribiría muchas obras de teatro, pero lo que le condujo al verdadero reconocimiento fueron sus novelas. 
 
Ya enfermo de sífilis, en 1904 publicó la novela Un ardiente verano (Nocturna, 2010). En 1908 se quedó ciego y hubo de dictar sus últimas novelas a sus hermanas, hasta su muerte en 1918.

lunes, 4 de julio de 2022

RESEÑA (by MH) ::: LAURA - Vera Caspary



Título original: Laura
Autora: Vera Caspary
Editorial: Alianza
Traducción: Pilar de Vicente Servio
Páginas: 320
Fecha publicación original: 1942
Fecha esta edición: junio 2016
Encuadernación: bolsillo
Precio: 12,50 euros
Ilustración de cubierta: Gene Tierney en Laura, de Otto Preminger

Una hermosa mujer, Laura, aparece asesinada de un tiro en su lujosa mansión de Nueva York. En el escenario del crimen, donde un gran cuadro da fe del enigmático atractivo de la víctima, comparece el duro y baqueteado detective Mark McPherson, encargado del caso. Su investigación se centra principalmente en Waldo Lydecker y Shelby Carpenter, sospechosos por sus vínculos sentimentales con ella. Pero la atracción y el misterio de Laura pueden seguir actuando desde más allá de la tumba...

Creo que buena parte de los aficionados al cine clásico hemos visionado Laura (joya del cine negro dirigida por Otto Preminger en 1944), al menos una vez en nuestra vida cinéfila. Además es de esas películas de las que no olvidas ni los giros de la trama ni su final, con lo que imagino que puede parecer innecesario acercarse a la novela original de la que parte la historia... craso error. Bueno, en mi caso yo siempre abogo por leer el libro aunque ya haya visto la adaptación cinematográfica, así que no suelo tener ese problema, pero si sois de esos de "para qué leer el libro si ya he visto la película" pensadlo dos veces en este caso. Laura, de Vera Caspary, no solo es una muy buena novela que merece ser leída y sobre todo conocida (porque creo que muchos lectores ni siquiera saben que existe), sino que creo que aunque la película es fantástica, en ciertos aspectos funciona mejor la novela. Y ya, ya sé que eso es lo habitual, que la novela sea mejor que su adaptación, pero sé que en este caso no todo el mundo estará de acuerdo conmigo y pondrá la película por encima... yo creo que se complementan y que ambas son fantásticas, pero que cada una tiene sus puntos fuertes.
 
¿Cómo comienza la novela? Con Laura Hunt ya asesinada. No la conocemos, no nos la presentan, no se nos introduce a un elenco de personajes para que cuando Laura fallezca tengamos un amplio abanico entre el que escoger a nuestros sospechoso. No, Laura ha muerto, alguien a quien le acababa de abrir la puerta de su propia casa le ha pegado un tiro en la cara. Iba a casarse en unos días, pero le había pedido a su prometido unos días de alejamiento y soledad; había quedado a cenar con su mentor y también había anulado esa cena. Sea por la razón que sea, el caso es que estaba en su casa, que ha muerto, y que ahora lo que toca es reconstruir a un personaje que fascina a unos, atrae a otros, que empezó siendo nada y nadie y llegó a ser todo un personaje de la sociedad neoyorquina gracias a la mentoría de un señor enamorado de ella platónicamente, pero que para nuestro investigador no es otra cosa que una "tipa infiel más". Quiere terminar pronto y marcharse a un partido de baloncesto, pero las cosas en la alta sociedad, con sus dobles existencias, sus poses y sus fachadas sociales nunca son rápidas, y Laura, su vida, sus relaciones, su misma esencia, resultan complicadas, escurridizas y difíciles de encuadrar de un solo vistazo. ¿Quién mató a Laura? ¿Por qué? Y sobre todo... ¿quién era ella realmente?
 
Lo que hace Caspary es contar la historia en cinco partes narradas desde el punto de vista de distintos personajes (algunos repiten, otros no). La primera parte está narrada por el señor Waldo Lydecker, novelista (que desprecia la literatura de misterio o policíaca, y para ello sirva de ejemplo el fragmento que cito abajo) e íntimo amigo de la fallecida Laura, además de su mentor; él es quien, por así decirlo, convirtió a una chica provinciana que se ganaba la vida trabajando como comercial de puerta en puerta en la mujer exitosa y sofisticada que era en el momento de su muerte. La narración de la segunda parte corre cargo de teniente Mark McPherson, detective especializado en delitos políticos a quien le han endosado un crimen como este, sencillo y simplón en apariencia, solo porque su superior quiere fastidiarle un poco. Para él, Laura es una mujerzuela como tantas otras con todas las trazas de ser infiel que no le provoca la más mínima conmiseración, pero cuando empieza a indagar en su vida se obsesiona con ella, con la persona que era y los motivos que la impulsaban a actuar como lo hacía... y comienza a sentirse perdido en su propia investigación. Y aquí lo tengo que dejar. 
Me mantengo fiel a mis prejucios. Sigo considerando la historia de misterio convencional como un exceso de ruido y de furia, que lejos de no significar nada, representa una necesidad bárbara de violencia y venganza en esa horda tímida que se conoce como el público lector. La literatura de investigación de asesinatos me aburre tan profundamente como su práctica irritaba a Mark McPherson. Y aun así, me siento obligado a contar esta historia, igual que él se vio obligado a continuar con sus pesquisas, por una implicacón emocional profunda con el caso de Laura Hunt. Ofrezco este relato no como un cuento detectivesco, sino como una historia de amor.
Os digo desde ya que si os encontráis con alguien que os hable más allá de todo esto que yo os he contado, debéis huir en dirección contraria, porque en esta segunda parte se revela el giro argumental que le da una vuelta de 180º a la trama. Si habéis visto la película sabréis cuál es, pero si no la habéis visto hay que llegar a él totalmente in albis. Así que no os puedo decir qué otros narradores cuentan y hacen avanzar la historia ni lo que eso supone para la investigación, pero sí os puedo decir que la autora intentó huir de la literatura de género que se publicaba en la época, con policías corruptos y deshonestos, personajes femeninos unidimensionales (o muy buenos o muy malos) y tramas demasiado rocambolescas. Su intención fue darle un giro a todo esto y, sobre todo en el caso de los personajes femeninos, dotarles de una complejidad y unos grises que en aquellos momentos brillaban por su ausencia literariamente hablando.

Dicho todo esto, no puede sorprender que en un principio le costase colocar su idea. Primero quiso venderla como obra de teatro, y tras no conseguirlo lo intentó como guión de cine. Cuando vio que ninguna de las dos vías fructificaba fue cuando surgió la Laura literaria que le dio fama, cuya narración a varias bandas y en primera persona nos permite esbozar (gracias a lo que otros opinaban de ella) un retrato psicológico tanto del personaje de Laura (cómo llegó al lugar que ocupaba socialmente, las diferencias entre la Laura en compañía y la Laura hogareña, lo que buscaba en la vida, sus metas, sus anhelos, su determinación a tomar sus propias decisiones y desligarse de aquellos que querían tomarlas por ella) como de los dos personajes masculinos protagonistas, que establecen una especie de rivalidad que en un principio parece basada en sus diferentes estatus sociales (por un lado Lydecker, novelista perteneciente a la alta sociedad, hedonista, gourmet sibarita y coleccionista de antigüedades; por el otro McPherson, detective con reputación e inquietudes intelectuales que no deja de ser un poli, por muy listo que sea) pero que luego deriva en un círculo que no deja de girar en torno a Laura y en el que parecen dar vueltas constantes tanto el que parece que la amaba en vida como el que parece haberse enamorado de ella en la muerte.

He revisionado la película tras leer el libro, y aunque no voy a haceros una reseña combo de esas que hacía años ha, sí que quiero comentar que se distancia en cierto modo de la novela. Quizás no en lo esencial, en la base que lo mueve todo, pero tras haber leído la novela y visto la adaptación casi de manera consecutiva, las diferencias saltan a la vista. Y ya no hablo de los muchos cambios que son de esperar al pasar el papel a la pantalla, sino que algunos de los personajes se me han quedado a medio camino, algo que he sentido sobre todo con el teniente McPherson, al que me costaba reconciliar en mi cabeza con el McPherson literario (eso, sí, físicamente Dana Andrews da totalmente el pego). Sé que, tal y como digo arriba, estaré cometiendo sacrilegio, pero aun pareciéndome maravillosa la película de Otto Preminger, casi que os diría que en algunos aspectos me ha gustado más todavía la novela, porque tiene ventanas al interior de los personajes que en la película ni se intuyen. Pero vamos, que ambas por sí mismas son totalmente recomendables, y el tándem Gene Tierney/Vincent Price siempre es un lujazo (creo que, ahora que estoy de vacaciones, voy a revisionar Dragonwyck en cuanto pueda... otra vez).
 
En fin, que quien guste de la novela policíaca americana de los años 30 y 40 con regusto clásico (y muy alejada del hardboiled de Chandler o Hammett, que era precisamente la intención de la autora), disfrutará mucho de Laura. Los personajes son carismáticos, el giro que pone la novela patas arriba ocurre bien pronto cambiando todas las tornas de la investigación, y a eso se suma que la intención teatral y cinematográfica inicial de la historia sobrevivió a su transformación en novela y visualmente, en cada uno de sus escenarios y en cada uno de sus diálogos, es una película en sí misma aunque nunca hayas visto la adaptación. En definitiva es una muy buena novela con unos interrogatorios y conversaciones inteligentes en los que todos se tantean entre sí y bregan por descubrir lo que cada cual esconde bajo la manga. Es una pena que se haya traducido tan poquísimo a Vera Caspary, la verdad, a ver si alguna editorial se anima, que lo que se puede encontrar por ahí son traducciones del año de maricastaña.

Antes de terminar, una tontería. Hay una escena muy, muy concreta en el libro que si no fue el germen o la idea de la que partió la película Único testigo (la de 1985, con Harrison Ford y los amish y tal...), lo parece. Lo parece mucho. No es exactamente lo mismo, claro, pero resulta imposible no ver las similitudes (o será que he visto muchas veces Único testigo xD). Tengo que investigarlo, porque me he quedado con la duda (también es verdad que yo le echo mucha imaginación a estas cosas, pero alguna vez tendré que acertar).




Novelista, dramaturga y guionista, Vera Caspary nació en Chicago en 1899. Publicada en la época dorada del género, "Laura" (1942) es un clásico indiscutible de la novela negra que conoció el favor del público desde el primer momento y fue llevada al cine con gran éxito por Otto Preminger.