sábado, 30 de octubre de 2021

RESEÑA (by MH) ::: LA CONDESA SANGRIENTA - Alejandra Pizarnik


 
 
Título original: La condesa sangrienta
Autora: Alejandra Pizarnik
Editorial: Libros del Zorro Rojo
Páginas: 60
Fecha publicación original: 1966
Fecha esta edición: abril 2012
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 10,90 euros
Ilustraciones de cubierta e interiores: Santiago Caruso

Acusada del asesinato de 650 jóvenes, Erzébet Báthory es una de las criminales más siniestras de la historia. En su castillo de los Cárpatos, a finales del siglo XVII, la condesa se cierne sobre sus víctimas para desangrarlas y conservar su juventud. Su leyenda maldita y fascinante pervive en el tiempo. La condesa sangrienta es una de las composiciones clave de Alejandra Pizarnik, sus páginas construyen un retrato perturbador del sadismo y la locura que las estampas del artista Santiago Caruso recrean con admirable maestría.

Hace años que tenía en el punto de mira La condesa sangrienta, tanto por la autora, Alejandra Pizarnik, a quien nunca había leído, como por el personaje de la condesa Erzsébet Báthory, sobre quien he leído mucho pero de quien siempre se pueden descubrir cosas nuevas o puntos de vista diferentes. La condesa sangrienta realmente debería entrar en la segunda categoría, la del punto de vista de la autora, porque en cuanto a información, tal y como está planteado el libro, no ofrece ni aporta nada nuevo.
 
Hay gente que cree que el mito de la condesa sangrienta es falso, como si fuese un personaje de ficción o una versión femenina de Drácula, pero nada más lejos de la realidad. Fue una asesina en serie despiadada, sádica y cruel que actuaba en la creencia de que su estatus de pertenencia a la nobleza le otorgaba derecho a hacer lo que quisiera con la gente inferior a ella por rango. Su linaje le ofrecía impunidad ante la ley tanto divina como de los hombres, y jamás confesó haber hecho nada malo por la sencilla razón de que no creía haber hecho nada malo. Algo parecido le pasó a Darya Nikolayevna Saltykova, "La torturadora", que vivió en tiempos de Catalina la Grande de Rusia actuando bajo la misma premisa de impunidad y de total desprecio por la vida humana amparándose tras su rango todopoderoso de nobleza (y a la que Catalina finalmente tuvo que detener aun estando protegida por ese mismo ranto). El caso es que se ha idealizado tanto el nombre de la Báthory, convirtiéndola casi en un símbolo de culto con ilustraciones sexualizadas y vampirizadas, que quedan en el olvido las salvajadas que esta señora perpetró con ayuda de dos criadas. Y digo salvajadas por decir algo, porque sus asesinatos iban mucho más allá del mero hecho de quitar la vida. Su crueldad sanguinaria no tenía límites, sus torturas eran de una barbarie inhumana y su desprecio absoluto por la vida (de los demás... la suya era sagrada) resultaba desnaturalizada.
 
Para quienes somos aficionados al true crime (literariamente hablando, claro) y que además preferimos adentrarnos en hechos ocurridos antes de mediados del siglo XX (como es mi caso, y no creo que sorprenda a nadie), la condesa Báthory es de esos personajes que nos encontramos cada dos por tres, ya sea en antologías sobre asesinas en serie como en cualquier otro libro dedicado al tema y que se vaya a los primeros casos conocidos. ¿Entonces qué esperaba encontrar en La condesa sangrienta, de Pizarnik? Pues sinceramente, no había pensado en ello. No me había planteado nada sobre esta obra más allá de su temática, así que no sabía si era novela, si era ensayo, el estilo, lo que contaba o lo que dejaba de contar. De esos libros que quieres leer por lo que cuentan y que compras en base a esa misma premisa. Así que por si os ocurre lo mismo, os cuento cómo planteó Pizarnik esta particular biografía de Erzsébet Báthory.
 
Lo primero que creo que debe quedar claro es que La condesa sangrienta no es una obra de referencia sobre la figura de Báthory, así que quien quiera conocer su historia de manera detallada, documentada y con tintes biográficos, debe acudir a otro tipo de obras. La condesa sangrienta no sirve para ese propósito, y de hecho creo que, aunque puede servir como aproximáción inicial al personaje, solo se valora en su justa medida si ya tienes un bagaje sobre el personaje histórico y eres capaz de contextualizar todo lo que cuenta y de rellenar los huecos sin echar cosas en falta. ¿Por qué? Porque el esbozo biográfico es mínimo y solo aparece en la segunda parte; en la primera cada capítulo se dedica, en una suerte de ensayo redactado con una prosa poética que coquetea peligrosamente con la narrativa de ficción (no sé definirlo de otra manera), a desglosar los distintos métodos de tortura usados por la condesa y sus ayudantes.

Nada más comenzar La condesa sangrienta, Pizarnik hace alusión a la obra del mismo nombre de Valentine Penrose, publicada cuatro años antes (en España está editada por WunderKammer y llevo años detrás de hacerme con ella… de este 2021 no pasa), así que esta obra puede tomarse también como una especie de crítica literaria a la obra de Penrose. Esto es lo que dice:

La perversión sexual y la demencia de la condesa Báthory son tan evidentes que Valentine Penrose se desentiende de ellos para concentrarse exclusivamente en la belleza convulsiva del personaje.

No es fácil mostrar esta suerte de belleza. Valentine Penrose, sin embargo, lo ha logrado, pues juega admirablemente con los valores estéticos de esta tenebrosa historia. Inscribe el reino subterráneo de Erzébet Báthory en la sala de torturas de su castillo medieval: allí, la siniestra hermosura de las criaturas nocturnas se resume en una silenciosa de palidez legendaria, de ojos dementes, de cabellos del color suntuoso de los cuervos.

Como veis, volvemos a lo dicho al principio: búsqueda y exhaltación de la estética y la belleza a partir del horror y la psicopatía. Dice que apartan todo lo malo en beneficio de la belleza, cuando ese supuesto atractivo no existiría sin toda la fiesta perversa que lo rodea. Pero bueno, a lo que iba. Que Pizarnik nos presenta el trabajo de Penrose para adelantarnos que en él basa esta su obra, y después es cuando se mete en materia. Los primeros cuatro capítulos describen distintos métodos de tortura, desde la muerte por agua a la virgen de hierro, pasando por la jaula mortal o un capítulo que abarca las llamadas torturas clásicas (arrancar carne con pinzas, cortar dedos con cizallas o tijeras, quemaduras y posterior punción de las llagas, etc...). Buena parte de estas torturas fueron ejecutadas por criadas como Dorkó o inventadas por la hechicera Darvulia, mientras la dama majestuosa se limitaba a observar y disfrutar; en otras ocasiones era ella misma quien se daba el gusto y se encargaba de mutilar a las jóvenes doncellas... Porque el círculo era siempre el mismo: a la cabeza la condesa, a sus órdenes criadas espantosas y locas como ella, las víctimas siempre jóvenes e inocentes enviadas por sus propias familias para hacerse unas señoritas en el castillo (que desaparecieran una detrás de otra pesaba menos que la posibilidad de ascender socialmente). Si los hechos se producían en los aposentos de la ilustre dama, luego había que esparcir cenizas que posibilitaran su tránsito por la estancia en medio de los enormes charcos de sangre. Y sobre todo y ante todo esa perversión sexual ejemplifica su huida de la vejez, del deterioro, la decrepitud y la muerte. Si ella actúa como la muerte, se convierte en la muerte, ¿y cómo podría entonces morir?

Desnudar es propio de la Muerte. También lo es la incesante contemplación de las criaturas por ella desposeídas. Pero hay más: el desfallecimiento sexual nos obliga a expresiones y gestos del morir (jadeos y estertores como de agonía: lamentos y quejidos arrancados por el paroxismo). Si el acto sexual implica una suerte de muerte, Erzébet Báthory necesitaba de la muerte visible, elemental, grosera, para poder, a su vez, morir de esa muerte figurada que viene a ser el orgasmo. Pero, ¿quién es la Muerte? Es la Dama que agosta y asola dónde quiere. Sí, y además es una definición posible de la condesa Báthory. Nunca nadie no quiso de tal modo envejecer, esto es: morir. Por esto, tal vez, representaba y encarnaba a la Muerte. Porque, ¿cómo ha de morir la Muerte?

El resto de capítulos ya se adentran en breves relatos que conforman la historia de los Báthory (familia ilustre desde los comienzos de Hungría con fama de sádicos y lujuriosos y de cuya rama parece ser Erzsébet una digna sucesora) hasta el momento en que, según cuenta la historia, fue emparedada en su aposento principal con una única ranura para que entrase el alimento por ella y donde murió cuatro años después, estando prohibido aludir a su nombre en toda Hungría y ocultando su lugar de enterramiento, desconocido hasta nuestros días. También se nos narra su matrimonio a los quince años con Ferencz Nadasdy, guerrero con el que compartía gusto por la tortura y que la dejó viuda a la edad de 44 años, momento en que conoció a la hechicera Darvulia. Fue entonces cuando comenzó su espiral de sadismo, perversión y asesinato.

La magia negra de Darvulia se inscribió en el negro silencio de la condesa: la inició en los juegos más crueles; le enseñó a mirar morir y el sentido de mirar morir; la animó a buscar la muerte y la sangre en un sentido literal, esto es: a quererlas por sí mismas, sin temor.

Cabe decir que en los últimos tiempos está surgiendo una revisión de este personaje y su historia, aduciendo que todas estas acusaciones no fueron más que una excusa para acabar con ella y quitársela de en medio dado el poder que tenía en toda la comarca. Como dudo mucho que surjan pruebas en este sentido a estas alturas, ya queda al arbitrio de cada cual decidirse por aquello de "cuando el río suena agua lleva" o "la historia la escribieron los vencedores". En todo caso, en cuanto a lectura, que es lo que hoy nos ocupa, solo cabe estremecerse ante las salvajadas descritas en estas páginas, que por muy poético, bucólico e inspirado que sea el estilo de Pizarnik, no dejan de ser hechos horribles... aunque haya quien llame a esto belleza.

No puedo recomendar ni dejar de recomendar La condesa sangrienta porque, más allá del carácter, intensidad y método que su autora imprime a la narración (narración al parecer muy rompedora dentro de la obra de Pizarnik que, sin embargo, ella misma escogió como mejor representante de su estilo literario y que, dada su obsesión con la muerte, resulta evidente que usó como forma de expresión de su atormentada vida interior), tiene que interesar mucho el personaje de Erzsébet Báthory al tiempo que hay que ser consciente de que en este libro importa más la forma en que se narran las andanzas de la condesa que las propias andanzas, sobre las que no se cuenta nada nuevo. Tal y como digo anteriormente, quizá funcione como modo de acercarmiento al personaje, pero sin esperar más que eso mismo: un acercamiento. Y si no os gusta leer sobre cosas desagradables, pues no, tampoco es vuestro libro. Eso sí, no puedo terminar sin añadir que esta edición no sería lo que es sin las ilustraciones del argentino Santiago Caruso, que otorgan una fuerza manifiesta a los relatos de Pizarnik y complementan su palabra con unas imágenes que en absoluto loan la figura de Báthory.

 
Alejandra Pizarnik (1936-1972), fue hija de un matrimonio de inmigrantes judíos de Europa del este. A los diecisiete años inició estudios de filosofía y periodismo; más tarde se inscribió en la carrera de letras, que también abandonó. Asistió a clases de pintura en el taller de Juan Batlle Planas y a los diecinueve años publicó su primer libro, La tierra más ajena. A este le siguieron La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y El infierno musical (1971). Entre 1960 y 1964 vivió en París, donde hizo amistad con Julio Cortázar, Octavio Paz y André Pieyre de Mandiargues. Al regresar a Buenos Aires obtuvo el Premio Fondo Nacional de las Artes y la Beca Guggenheim. La condesa sangrienta, su prosa más extensa, entreteje la poesía y la reseña literaria. En un pasaje de sus diarios dejó escrito: «¿Cuál es mi estilo? Creo que el del artículo de la condesa. Insisto, una y otra vez, en la fascinación por el tema de mi nota. Nunca después volvió a sucederme algo parecido». Alejandra Pizarnik murió a los treinta y séis años tras haber forjado una de las obras más profundas y perdurables del siglo XX.

miércoles, 27 de octubre de 2021

RESEÑA(by MH) ::: LA MÁSCARA DE LA MUERTE Y OTRAS HISTORIAS - H. D. Everett


 
 
Título original: The Death Mask and Other Ghosts
Autora: H. D. Everett
Editorial: La Biblioteca de Carfax
Traducción: María Pérez de San Román
Páginas: 192
Fecha publicación original: 1920
Fecha esta edición: enero 2019
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 16,50 euros
Ilustración de cubierta: Rafael Martín Coronel



La presente edición incluye los siguientes relatos de fantasmas de la autora inglesa H.D. Everett: «La máscara de la muerte», «Los dedos de una mano», «El teléfono», «El pequeño fantasma de Anne», «La cortina carmesí», «El camino solitario», «La bruja del agua», «Los gaiteros de Mallory» y «La pared susurrante».
La Biblioteca de Carfax es de esas editoriales muy presentes en mis lecturas anuales (tres son ya los libros suyos que he leído este año) y también suele aparecer en mis semanas especiales de Halloween, pero dado que este año he decidido no hacerla (una de tantas cosas que he tenido que descartar este 2021 en el blog), me alegra muchísimo que el proyecto de Reseñas Cruzadas que comparto con mi querida Undine me permita hablaros de una de sus publicaciones. El libro que hemos escogido es la antología de relatos La máscara de la muerte y otras historias, de la escritora británica H. D. Everett, y aunque va a ser una reseña cortita, espero poder transmitiros lo mucho que me han gustado la mayoría de los relatos que incluye.
 
Os diría que es Everett es una autora inédita para mí, pero lo cierto es que hace unos meses leí un relato suyo incluido en la antología Cuentos de brujas de escritoras victorianas. Ese relato era La bruja del agua, que también aparece en el libro que hoy os traigo, pero por lo demás, y aunque había oído hablar de ella, es una autora bastante nueva para mí. Y no es de extrañar, porque no solamente se sabe poco de ella sino que su obra apenas está traducida al castellano (como la de tantas otras escritoras de la época). Sí se sabe que empezó a escribir ya bien cumplidos los cuarenta años y que en apenas catorce llegó a publicar más de veinte novelas de temática muy dispar; lo mismo se adentraba en la novela histórica que se acercaba a la temática sobrenatural que flirteaba con la ciencia ficción. Aunque buena parte de ellas fueron publicadas bajo el seudónimo de Theo Douglas (no fue hasta 1910, trece años antes de su fallecimiento, que se desveló su identidad), La máscara de la muerte y otras historias sí fue publicado con su verdadero nombre en 1920. Muy conocida en su tiempo, autores como M. R. James y Lovecraft cantaban alabanzas sobre ella (este último en un ensayo que justo hace poquito me regalaron, El horror sobrenatural en la literatura), y de hecho vivió de manera muy holgada gracias a los ingresos que percibía por sus libros. ¿Por qué ha quedado en el olvido el nombre de H. D. Everett? Pues eso me pregunto yo sobre muchas autoras que no sobreviven a la escabechina temporal literaria, y las causas son muchas, pero no es ese el tema que nos ocupa. Yo hoy vengo a hablar de mi libro.
 
La máscara de la muerte y otras historias contiene nueve relatos en total que no solo comparten su temática fantasmagórica y sobrenatural, sino que se mueven por terrenos similares y comparten puntos en común muy apegados no solo a la presumible vinculación de la autora con Escocia, sino a la época en que fueron escritos y publicados.

Los fantasmas forman parte del folclore escocés y, de estar en el ánimo del turista, se pueden hacer rutas por Escocia en pos de fantasmas de todo tipo y condición. Por eso no resulta extraño encontrar muchos relatos góticos clásicos ambientados en Escocia, ya sean casas encantadas, bosques embrujados, las Highlands hechizadas o lagos con unos habitantes un tanto sobrenaturales. Pero ya no solo son tierras aojadas por los espíritus, sino que los propios escoceses tienen fama de supersticiosos y de creer en apariciones, fantasmas, facultades paranormales y avisos de cualquier tipo que anticipen la muerte de alguien o, pro el contrario, intenten evitarla. Con todos estos antecedentes, nada más fascinante que una Escocia sobrenatural, y aunque Margaret Oliphant es mi autora favorita en este terreno (la he traído ya varias veces al blog con lo poquito de su obra que está traducido... la misma historia de siempre), Everett también se me ha descubierto como una autora a tener en cuenta en este aspecto y, de hecho, mi relato favorito de todo el libro, Los gaiteros de Mallory, está ambientado precisamente en las Highlands escocesas. Se dice en la breve biografía de la editorial que se cree que la autora nació o vivió en Escocia dada su especial vinculación literaria con ese país, pero ni siquiera eso se sabe seguro sobre ella. Sea como sea, y aunque quizás su prosa no es tan evocadora ni tan atmosférica como la de Oliphant, sí desprende ese ambiente sugerente y firme que no pone en duda en absoluto la existencia de lo paranormal y que por ello no pretende explicarlo en modo alguno, sino que, como diría aquel, así son las cosas y así se las hemos contado. 
 
Pero sobre esto volveré luego. Ahora quiero hablaros de la otra característica predominante en muchos de los relatos: la guerra. Y es que, tal y como digo arriba, el libro se publicó en 1920, dos años después del fin de la Primera Guerra Mundial, y los vestigios de la contienda son casi un personaje más en varios de los relatos. Aunque todos difieren entre sí y cuentan historias muy diferentes, al menos cuatro de los relatos tienen lugar durante la guerra (y para mí dos de ellos son de los mejores de la compilación, el ya nombrado Las gaitas de Mallory y El teléfono). Todos representan en mayor o menor medida las características ya nombradas anteriormente del imaginario supersticioso sobrenatural, pero más allá de eso, resulta innegable la época a la que pertenecen, unos años en los que Gran Bretaña se vio supeditada por entero a una contienda que ellos presumían al principio breve y trivial y que sin embargo truncó las vidas de más de dos millones y medio de soldados británicos (entre muertos, desaparecidos y heridos). Soldados en batalla, soldados de permiso, soldados licenciados, soldados enamorados... todo eso tiene presencia en los relatos, pero también vemos a las mujeres de la guerra, ya sea como víctimas de ella o dando visibilidad a las que se incorporaron al mercado laboral o actuaron como voluntarias.
 
Así pues, si recopilamos, ¿qué tenemos en La máscara de la muerte y otras historias? Pues tenemos fantasmas de todo tipo, guerra de fondo, algunas casas encantadas, alguna familia maldita, espíritus buenos que quieren proteger de desgracias, espíritus malos de esos que rezuman mala leche, espíritus que simplemente avisan y ahí te las compongas... sin querer ir más allá, de todo un poco. Y llegados a este punto tengo que hablar de otro denominador común, y con ello retomo lo que os decía un par de párrafos atrás: no busquéis explicaciones a los fenómenos paranormales en ninguno de los relatos. Y esto os lo comento porque sé que hay lectores que necesitan que se les explique el porqué de la aparición, o por qué hace lo que hace, o qué pasó después de tal y pascual... No, Everett no estaba interesada en eso. La estructura de sus relatos se basa primordialmente en la exposición de los hechos y, una vez narrados, suele ponerle fin sin más fanfarria. No está interesada en ofrecer pruebas ni en buscarle un sentido al hecho sobrenatural que narra (que está ahí sin más y así hay que tomarlo), sino que lo suyo es relatar cuadros: tengo esta escena y estos personajes dentro del marco y os voy a contar lo que les pasó; lo que ocurra más allá de lo que se ve en esos trazos no es de la incumbencia del lector, por mucho que sí sea de la incumbencia del personaje... si eres capaz de percibir todo lo que esconde, bien; si no, también.
 
Os pongo a modo de ejemplo una cita extraída de uno de los relatos, El pequeño fantasma de Anne, que parece toda una declaración de intenciones de la autora y sirve para resumir su forma de contar sus historias:
Recuerdo una cosa que me dijo un amigo creyente con el que una vez discutí de asuntos psíquicos: «Siempre sé como distinguir una historia de fantasmas verdadera de una falsa. La verdadera nunca tiene un sentido, y la falsa siempre se empeña en proveerte de uno». Esta historia mía de fantasmas, aunque no es falsa, sí que tiene un sentido, pero puede que sea uno que el lector pase por alto y yo no insistiré en ello.
A todo esto, apenas os he hablado de los relatos en sí mismos, ¿no? Tampoco quiero hacerlo porque son muy cortitos y en este tipo de historias, cuanto menos sepáis, mejor, así que me limitaré a deciros que, curiosamente, el que menos tilín me ha hecho es el que da título al libro, La máscara de la muerte, que tiene como protagonista a un hombre viudo, y no porque no me haya gustado, sino porque comparado con los demás, pues no brilla (pero vamos, que si es el que da título al libro seguramente sea el más famoso... yo es que voy siempre a contracorriente, ya lo sabéis). Por otro lado ya os he nombrado como favoritos Las gaitas de Mallory (gaitas, Highlands, maldiciones... marvellous!!) y El teléfono (que, aunque previsible, no deja de estar muy bien contado y de hacer una alusión muy velada pero valiente a algo que sufren muchas mujeres en conflictos bélicos). El camino solitario es un relato muy sencillo pero, para mí, muy tierno, y tiene un protagonista que lo hace muy especial. Los dedos de una mano me ha hecho buscar en Google una y otra vez a ver si está basado en hechos reales y no he encontrado nada... tengo que seguir buscando. ¿Qué me queda? El pequeño fantasma de Anne, del que os he puesto una cita arriba; La bruja del agua, que como ya os he comentado leí hace unos meses en una antología dedicada a las brujas (no tiene nada que ver con brujas, como tantos otros en esa antología... es una historia de fantasmas); La cortina carmesí, que está narrada en dos tiempos, con su protagonista siendo un niño y luego veinte años mayor viviendo el mismo fenómeno paranormal; y La pared susurrante, que va de casas encantadas y algo más que no os puedo contar.
 
En definitiva, me ha gustado mucho La máscara de la muerte y otras historias, ya sabéis que las historias clásicas de misterio, fantasmas, etc... me pirran, pero los árboles no me impiden ver el bosque y sé que a muchos lectores actuales les cuesta despegarse de su visión contemporánea del terror y el miedo y en este tipo de relatos no ven nada que les interese porque están acostumbrados a sensaciones mucho más fuertes, a tramas mucho más elaboradas o a escenas que buscan impactar y epatar. Siempre os digo lo mismo, eso está muy bien, pero sin estos relatos clásicos no existiría el terror moderno, y nunca está de más acercarse a las bases del género y descubrir de donde viene todo. De todos modos cada cual sabe el tipo de lectura sobrenatural que le gusta leer y, si sois de los miedosos, entonces sí que os recomiendo este tipo de relatos. Hay fantasmas, pero no son de los que ponen los pelos como escarpias... o al menos no lo hacen siempre :)
 
Reseña en casa de Undine -> aquí
 


Henrietta Dorothy Everett (1851-1923), nacida Huskinson, es una autora casi desconocida que escribió a caballo entre el final de la época victoriana y el principio del siglo XX. Los datos biográficos sobre ella son escasos: muchos de sus relatos están ambientados en Escocia, por lo podríamos suponer que nació o vivió allí. Comenzó su carrera literaria a la edad de cuarenta y cuatro años y escribió más de veinte obras bajo el seudónimo de Theo Douglas.