martes, 29 de marzo de 2022

RESEÑA (by MH) ::: YATSUHAKA-MURA (EL PUEBLO DE LAS OCHO TUMBAS) - Seishi Yokomizo

 
 
 
Título original: 八つ墓村 (Yatsuhaka Mura)
Autor: Seishi Yokomizo
Editorial: Quaterni
Traducción: Kazumi Hasegawa
Páginas: 412
Fecha publicación original: 1949
Fecha esta edición: noviembre 2018
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 19,95 euros 
Diseño de cubierta: Rafael Soria



A finales del período Sengoku, uno de los más sangrientos de la historia de Japón, un grupo de samuráis se refugia en un pueblo entre montañas huyendo de sus enemigos. Llevan consigo tres mil monedas de oro, una verdadera fortuna que despierta la codicia de los lugareños. Cegados por la avaricia, los aldeanos asesinan a los samuráis, que en su último aliento maldicen la estirpe de sus verdugos. Casi cuatro siglos después, Yozo Tajimi, descendiente del instigador de aquella matanza, enloquece y asesina a treinta y dos personas antes de desaparecer sin dejar rastro. Han pasado veinte años y la historia parece repetirse. Una misteriosa serie de asesinatos atrae la atención de Kosuke Kindaichi, un detective cuya desharrapada apariencia contrasta notablemente con su prodigiosa capacidad de deducción. ¿Será capaz de resolver el misterio que se oculta tras la aterradora maldición lanzada por los guerreros samuráis? Esta es la tercera entrega de la serie sobre Kosuke Kindaichi, el detective favorito de los japoneses, considerado un icono de la novela negra actual.

Hoy os hablo por tercera vez en el blog de Seishi Yokomizo y su personaje estrella, Kosuke Kindaichi (en 2019 os traje Asesinato en el Honjin y otros relatos, y en 2020 os hablé de
Gokumon-tō). Sé que la novela oriental en general y la clásica en particular no es del gusto de todo el mundo, pero cuando ya se habla de clásica oriental de misterio o detectivesca, la cosa se vuelve todavía más peliaguda. Mi misión en esta vida es hablaros de libros que seguramente luego me digáis que no terminan de llamaros, pero yo no pierdo la fe y perservero en el intento, que para algo me dice mi madre que soy muy cabezona. El libro que traigo hoy es la cuarta novela protagonizada por este detective, y la he disfutado igual o más que sus novelas anteriores.
 
Nos vamos a los inicios de esta historia. Se cuenta que Yatsuhaka (que puede traducirse como El pueblo de las ocho tumbas) recibió su nombre por un incidente que sucedió hace más de trescientos ochenta años. En aquella época llegaron a la villa ocho hombres que no solo se habían rebelado contra el señor feudal de aquellas tierras sino que habían robado tres mil monedas de oro, y decidieron esconderse en ese lugar apartado rodeado de montañas, donde vivieron en armonía con sus vecinos durante meses. Pero había un precio por sus cabezas y cuando esos mismos vecinos se enteraron decidieron acabar con los samuráis fugados para cobrar la recompensa. Los asesinaron, pero antes de morir el jefe del grupo maldijo al pueblo y sus habitantes... y empezaron a suceder cosas muy raras. Se decidió entonces poner fin a la maldición enterrando los cuerpos en ocho tumbas, que se convierten en lugar sagrado.
 
¿Os he contado mucho? Nada. Ni media página del libro, porque es que ahora viene lo interesante. La acción real de la novela tiene lugar en 1949, en plena posguerra, con una Japón perdedora en la contienda y muchas heridas que lamer y curar. El protagonista (y narrador) de esta historia se llama Tatsuyo Terada, un joven que vive en Kobe y que nunca conoció a su padre, cuya identidad su madre se llevó a la tumba. De repente alguien pregunta por él, y descubre no solo de quien es hijo ilegítimo, sino que también es heredero de una millonada. Y sus pasos lo llevan a Yatsuhaka, donde es bien recibido por su familia paterna pero donde también percibe el odio que le tiene todo el mundo sin conocerlo. ¿Por qué? Pues porque la historia de su padre es una historia de muerte, locura y sangre, y la superstición en su día asoció aquellos horribles hechos con la maldición de los samuráis. La aparición del hijo perdido en la villa alimenta nuevos temores, los vecinos tienen miedo de que vuelva a morir gente... y con razón, porque es asomar la patita Tatsuyo y empezar a caer como moscas.

Repito, ¿os he contado mucho? Repito también. Nada. De hecho me he cortado mucho para no desvelaros la historia del padre de Tatsuyo, que se cuenta en las primerísimas páginas. Pero digamos que Yokomizo tenía ganas de escabechina en esta novela, se escapa el apuntador y de milagro. Me lo imagino sonriendo complacido mientras pensaba quién sería el siguiente en morder el polvo.
 
Estos libros protagonizados por Kosuke Kindaichi siempre tienen como narrador al propio Yokomizo, que funciona como biógrafo oficial de Kindaichi (al que trata como si fuese un personaje real) y que cuenta las cosas según el propio Kindaichi se las ha revelado y/o gracias a documentos de distinto tipo que supuestamente han llegado a su poder. En El pueblo de las ocho tumbas el libro comienza del mismo modo, pero solo durante el primer capítulo, que nos introduce en la leyenda de los ocho samuráis, las ocho tumbas y los hechos trágicos protagonizados por Yozo, el padre del narrador, veinte años atrás. A partir de ese punto cede la palabra al protagonista de la historia, que desde el primer momento nos dice que no es escritor y que por tanto, florituras las mínimas. Va a contar las cosas a su modo tal y como sucedieron y las recuerda sin preocuparse por narrar como lo haría un escritor de novelas de misterio. De hecho en cierto momento se disculpa ante el narrador porque él no puede contar las cosas desde el punto de vista del detective. Apenas estuvo con él, así que no tenía ni idea de como iba la investigación en ningún momento, pero por deferencia hacia los lectores a los que les gusta adivinar el misterio conforme leen, introduce (cuando lo considera pertinente) datos de la investigación de los que solo tuvo constancia mucho tiempo después de los hechos. Eso hace que a veces pare la narración de lo que hizo él para hablar de algo que descubrió mucho después cuando se resolvió el caso. Esta estructura que el autor se saca de la manga funciona y podemos leerlo como un misterio más sin que se nos birle información ni luego dé la sensación de que el final está sacado de la manga (de hecho yo adiviné la identidad del asesino bastante pronto, pero os aseguro que eso no afecta para nada al interés que despierta la historia).

Y al hilo de todo esto, aquí viene la otra peculiaridad de esta novelas con respecto a las anteriores que he leído protagonizadas por Kindaichi... y es que Kindaichi sale muy, muy poco. El narrador solo nos puede contar lo que él ha vivido y los sucesos que él ha protagonizado, así que Kosuke Kindaichi solo aparece cuando los caminos de ambos se cruzan, que sucede en muy escasas ocasiones. Por tanto nos reencontramos con el mismo Kindaichi de siempre (desastrado en su aspecto, con los pelos alborotados de tanto mesárselos con la mano, su tartamudez, sus frases ambiguas que no sueltan prenda al más puro estilo Poirot...) pero en dosis muy pequeñas.

¿Qué más tenemos en este libro? Asesinatos y muertes a tutiplén. Como os decía, aquí casi muere hasta el apuntador, y George R. R. Martin debió tomar buena nota, porque nadie está a salvo por muy importante o protagonista que parezca a priori. Es decir, que El pueblo de las ocho tumbas se aleja un poco del whodunit, tónica predominante en occidente y que Yokomizo usaba también en muchas de sus novelas. Esto no va de un solo asesinato que nos pasamos todo el libro investigando... aquí muere alguien cada dos capítulos y llega un momento en que te preguntas quién será el siguiente, porque nadie parece estar seguro a excepción del narrador.

Yatshuhaka-Mura comparte muchas de las características de la obra de esta época del autor (al menos de la que yo he leído, claro): la ambientación y la atmósfera son predominantes, con esa aureola de tradiciones y supersticiones que retrotraen a épocas muy anteriores a cuando realmente está ambientada la historia. Una villa pequeña, aislada y rodeada por montañas, un grupo pequeño de habitantes donde todos se conocen o están relacionados de alguna manera, secretos familiares, desconfianza hacia todo y hacia todos, personajes extraños que están ahí para actuar de manera sospechosa, una comunidad cerrada a todo lo que venga de fuera y la sensación constante como lector de que todos esos personajes que se mueven por las páginas tienen una historia común que no conoces y unos lazos que los unen (ya sean positivos o negativos) ocultos tras un rostro pétreo y unas sobrias costumbres milenarias. Por eso, y a pesar de la parquedad con que el narrador lo cuenta todo, estás de su lado en todo momento: te imaginas llegando a Yatsuhaka, donde no solo no conoces a nadie sino que todo el mundo te mira con odio, y encima se te muere alguien casi al minuto de pisar tu nueva casa (más las que vendrán...), dando motivos a los recelos de esos que te miran mal. Él saldria corriendo si pudiera y tú como lector harías lo mismo si estuvieras en su situación.
 
Os acabo de decir que todas las obras que he leído de Yokomizo tienen elementos muy comunes, pero la verdad es que también tienen elementos que las diferencian, porque Yokomizo experimentaba con todo lo que llegaba desde occidente en cuanto a novela de misterio y detectivesca y lo aplicaba en sus propias obras. En Asesinato en el Honjin y otros relatos usó los tres tipos de misterio predominantes en la Golden Age británica (misterio de habitación cerrada, víctima sin cara no identificable y el impostor); en
Gokumon-tō optó por idear un whodunit de manual en el que la mitología japonesa se entremezclaba con la muerte dando lugar a escenarios bellos y espantosos por igual; y en Yatsuhaka-Mura opta por casi lo que podría ser asesinato en serie aunque no parece haber un método que defina a ese asesino (y qué casualidad que esta misma semana os hablaré, si no pasa nada, de un libro de Agatha Christie publicado en 1936 que usaba este mismo tipo de trama). Todos tienen como nexo de unión al detective Kosuke Kindaichi, pero su presencia en cada uno de ellos aumenta o disminuye según conviene y, como ya digo, en este último es casi testimonial (por mucho que al final sea él, obviamente, quien destape el cotarro).
 
Qué queréis que os diga, es que yo disfruto mucho de estas novelas, la atmósfera me parece siempre fantástica, me encanta ver cómo la sociedad nipona era mucho menos timorata que la occidental de la época (aquí se habla de abusos sexuales, líbidos enormes y sexo fuera del matrimonio sin mayores complicaciones, y eso que hablamos de un pueblo pequeño y muy, muy cerrado) y las tramas que ocurren en lugares apartados que se retroalimentan con sus tragedias y supersticiones sin apenas contacto con el exterior me pirran. Mi única pena es que Kosuke Kindaichi protagonizó un porrón de historias (cuando digo un porrón son muchas de verdad... decenas) pero Quaterni no ha publicado nada sobre este personaje desde que salió este libro que hoy os traigo hace ya casi cuatro años. No me leerán, obviamente, pero yo por si acaso imploro desde aquí un nuevo caso de Kosuke, que he intentado estirar los tres libros todo lo que he podido en el tiempo pero se acabó lo que se daba.
 




Seishi Yokomizo (1902-1981) fue un famoso escritor de novelas detectivescas y de misterio que vivió uno de los periodos más interesantes de Japón (la época antes a la II.G.M. y la posterior). De niño era lector de novelas de misterio. Siendo todavía muy joven, con veinte años, publicó su primera obra en la revista “Shin Seinen”. Siempre tuvo claro que su género literario era el policiaco, su primera novela fue Onibi. Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo grandes dificultades para continuar su labor de escritor por las condiciones de tal coyuntura. El éxito vendría después de la guerra, cuando publicó sus obras en la revista Kōdansha, publicación que sigue funcionando en la actualidad. 
 
Estudió farmacia en la Universidad de Osaka pensando dedicarse al negocio familiar pero otro escritor, Edogawa Ranpo, le animó a que siguiera escribiendo. También trabajó en un banco. Estuvo enfermo de tuberculosis, de hecho su primera novela la escribió estando casi tuberculoso (durante su convalecencia en las montañas de Nagano). Su tumba se encuentra en el cementerio Seishun-en de Kawasaki (Kanagawa).

El premio Yokomizo Seishi, como su nombre indica, es un galardón en honor de tan señero escritor y está dotado con un importe de diez mil yenes, se concede a la mejor novela de misterio. Muchas de sus obras se han llevado al cine. Se le considera el escritor de novelas de misterio más famoso de Japón. El estreno en el cine de “El clan Inugami” en 2006 fue uno de los más exitosos que se recuerdan.

jueves, 24 de marzo de 2022

RESEÑA (by MH) ::: EL DÍA DE LA LANGOSTA - Nathanael West


 

Título original: The Day of the Locust
Autor: Nathanael West
Editorial: Hermida Editores
Traducción: José Luis Piquero
Páginas: 182
Fecha publicación original: 1939
Fecha esta edición: enero 2022
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 18 euros
Ilustración de portada: Eva Vázquez

 

 

 

Tod Hackett es artista y ha llegado a Hollywood para trabajar en los estudios como diseñador de vestuario, mientras sueña con pintar su obra maestra, La quema de Los Ángeles. Faye Greener busca triunfar como actriz y entre tanto se vende a quién pueda pagar un precio no muy elevado. Homer Simpson, abúlico y sin un objetivo en la vida, vino por motivos de salud y se limita a existir y a consumirse de amor por Faye. Earle y Miguel son vaqueros sin trabajo, viven en una chabola y organizan peleas de gallos. Adore Loomis, típico niño repelente al que su madre arrastra de casting en casting, ejerce con entusiasmo de típico niño repelente. Todos estos personajes y algunos más conviven en el Hollywood hortera y soleado de los años 30, siempre al margen del éxito, siempre en medio de la insatisfacción, configurando un pequeño universo de deseos frustrados y ambiciones engañadas en el centro mismo de la fábrica de los sueños de cartón piedra.
 
Quien más quien menos ha oído hablar de la Generación Perdida, esa que acuñó Ernest Hemingway como término para referirse a toda la generación que sobrevivió a la Primera Guerra Mundial con la mochila llena de traumas, desilusiones y sueños rotos. Hoy en día es un concepto principalmente literario en el que, aparte del propio Hemingway, se encuadran reputadísimos autores como Francis Scott Fitzgerald, John Steinbeck, William Faulkner, T.S. Eliot, Gertrude Stein... y otros que no son tan conocidos por estos lares pero que en la literatura norteamericana sí tienen su nombre escrito en letras de oro. Un claro ejemplo es Nathanael West, autor de El día de la langosta, inédita hasta ahora en castellano y que, sin embargo, ha aparecido a lo largo del tiempo en varias listas que la incluyen entre las cien mejores novelas escrita en inglés de todos los tiempos.
 
¿Y qué tenemos en el El día de la langosta? Pues a un grupo de personajes de esos que te gustaría tener muy (muy) lejos en la vida real viendo la vida pasar en el Hollywood que no aparece en las películas (ni en las películas sobre las películas) en un momento indeterminado posterior al crack de 1929. Es decir, personajes muy perdidos, baqueteados, grotescos y deleznables durante la Gran Depresión norteamericana sobreviviendo en el mundillo que mejor conocía su autor: el de la trastienda sucia, árida, desesperada y descarnada de la meca del cine. Os lo estoy pintando crudo, ¿no? Es que me da que West no estaba para tonterías cuando escribió esta novela. Estos personajes no fueron creados para gustar, ni para buscar la empatía del lector ni para brillar entre las bambalinas de unas páginas que van directas al corazón de la podredumbre y el fracaso del sueño americano... nop, son unos personajes odiosos que hacen cosas odiosas y se comportan de manera odiosa desde el principio hasta el final. Y quien no es odioso acaba mordiendo el polvo porque no es capaz de soportar la presión. Así son las cosas y así se las hemos contado. Pero dejadme que os hable brevemente de ellos para ponernos en situación.

Tenemos al que podríamos llamar protagonista, Tod Hackett, cuyas idas, venidas e interacciones suelen ser las ventanas por las que accedemos a las distintas escenas que se nos narran. Todd lleva tres meses en Hollywood, es pintor y eso hace en su casa, pintar, aunque se gana el sueldo principalmente trabajando como diseñador de vestuario. El cuadro en el que trabaja en el momento en que transcurre la historia se llama La quema de Los Ángeles (¡póngame una de alegorías, por favor!), y la mujer desnuda que corre en él tiene su alter ego de carne y hueso: Faye Greener, aspirante a actriz que no pasa de extra. Todd está obsesionado con Faye, se dedica a perseguirla durante toda la novela, y como ella pasa de su estampa, le rondan pensamientos de violación recurrentes (tal cual). El caso es que Faye tiene otro interés amoroso: el cowboy Earle Shoop, que trabaja muy de vez en cuando en pelis de vaqueros y el resto del tiempo gorronea a quien puede. Este cowboy tiene un colega llamado Miguel, que cuando no está embelesado con sus gallos de pelea embelesa a Faye con sus bailes sensuales. Y luego tenemos a Homer Simpson, un pobre hombre (por llamarlo de alguna manera) enamorado (¡también!) de Faye pero mucho más inofensivo, sensible, dañado y vulnerable... carne de cañón para toda esta panda de buitres. Y Faye está a verlas venir con todos ellos y con lo que se tercie, porque de actriz le sale poco trabajo, pero practica en la vida real cada minuto del día. Y así nos ha quedado una troupe la mar de estupenda paseando por las calles hollywoodienses, esas calles donde, en palabras del propio Todd, deambula esa gente que ha acudido a California a morir, zombis que caminan sin rumbo fijo, que observan como si de una película en tiempo real se tratase a los que sí sobreviven y pelean por cumplir su sueño y que al final, fracasados, no rezuman más que odio.

Inciso antes de continuar... al parecer el Homer Simpson de esta novela fue inspiración del Homer Simpson amarillo con dos pelos en la calva que todos conocemos... imagino que será el Homer muy, muy primerizo de la serie, porque me cuesta asociar al Homer animado más conocido con el Homer de la novela. Pero tampoco soy de las que se han visto treinta y cinco veces cada capítulo de Los Simpson, así que a saber.

Sigo. Nathanael West es el segundo guionista de la época dorada de Hollywood que os traigo en poco tiempo. El otro fue Daniel Fuchs con sus Historias de Hollywood, y aunque ambos tratan temas similares, la forma de abordarlos, de exponerlos y de usarlos para contar sus historias son diametralmente opuestas. Fuchs no solo fue feliz en Los Ángeles, sino que siempre estuvo muy agradecido a un mundo que le permitó vivir con holgura, criar a sus hijos de manera segura y sana y vivir una vida cómoda que de otro modo jamás hubiese estado a su alcance... pero eso no quiere decir que no fuera consciente de lo que le rodeaba. Por eso separó su narrativa en dos vertientes: la de no ficción, en la que hablaba de sus experiencias personales, y la de ficción, en la que se sumergía en ese mundo de egos destruidos, inocencias interrumpidas, expectativas insatisfechas y carreras sin fondo contra el olvido y el desgaste emocional. Esta segunda vertiente es la que Nathanael West aborda en El día de la langosta, pero mientras que a Fuchs se le escapaba la empatía, la indulgencia y una cierta querencia por unos personajes rotos que muchas veces imploraban un abrazo más que un desprecio, West no tiene compasión alguna con sus personajes. No la tiene.
 
Lo que hace West es coger su entorno, donde él vivía, de lo que dependía para comer, y machacarlo. Cuando nos habla de los propios estudios de Hollywood y nos escenifica como se rueda una película (la que sea) lo hace desde la sátira, la burla y la ridiculización de lo mal que se hacían muchas veces las cosas. Cuando deja a ese Hollywood en el centro y se va alejando de él como si de una espiral se tratase, nos lleva hasta lo más mísero de la ciudad que se creó a su alrededor, nos traslada hasta las colinas que lo rodean, y nos narra episodios de violencia, lujuria, turbiedad, sangre o maltrato animal sin despeinarse, y lo sientes mucho más real que toda la parafernalia del celuloide privilegiado al que todos estos personajes intentan aferrarse cual moscas. Esa langosta del título no se refiere al crustáceo, sino al insecto que aparece varias veces en la Biblia en forma de plaga, y cuando se lee el libro, donde la desolación, la aridez, el agostamiento y la destrucción real y metafórica pululan a sus anchas a lo largo de todas y cada una de sus páginas, se entiende por completo la elección. Porque eso es la novela: desdicha, nostalgia, crueldad, soledad, fracaso y un vagar sin rumbo de miradas perdidas donde todos se aferran a todos como si fueran un salvavidas pinchado.
 
En definitiva, yo he disfrutado mucho de la lectura de El día de la langosta, tanto por la temática (me encanta leer sobre el lado mísero de los focos rutilantes) como por el estilo, que es crudo, directo y nada complaciente. Y no he hablado del final porque no puedo, pero lo dicho un poco más arriba, entre alegorías anda el juego. Eso sí, ya para recomendar me hago a un lado, que cada cual saque sus conclusiones con lo dicho hasta ahora. Para mí es una lectura imprescindible para entender la realidad de una época donde no hacía siquiera falta rascar para que saliera la mugre... la miseria estaba a la orden del día, se acudía allí donde se pensaba que las cosas irían mejor para encontrarse más de lo mismo solo que viendo a otros brillar desde la barrera. Así que sálvese quien pueda y la ética y la integridad si eso las dejamos para otro día.
Muchas de las cosas que se narran en esta novela están basadas en experiencias reales vividas por el propio autor, y esa indigencia moral y material que supura toda la novela es la indigencia moral y material que se respiraba en la Norteamérica de los años 30. Esta historia no se podía contar con personajes de buen corazón, necesitaba de protagonistas que lo dieran todo ante el lector sin hipocresías ni actuaciones de cara a la galería, que te resultaran antipáticos y hasta repulsivos y que no te desilusionasen cuando tomaran decisiones muy cuestionables.
 
Por cierto, antes de terminar, una curiosidad. Francis Scott Fitzgerald murió el 21 de diciembre de 1940 de un ataque al corazón. Solo un día después, Nathanael West fallecía en la carretera junto a su mujer tras un accidente de tráfico (se saltó un stop). Fitzgerald y West amigos íntimos, y las leyendas hollywoodienses, que tanto gustan del drama y momentos para la posteridad, cuentan que West estaba tan destrozado por la muerte de su amigo que iba medio trastornado al volante de ese coche y que esa fue la causa del despiste que provocó el accidente mortal... que queda muy trágico y tal, pero teniendo en cuenta que al parecer era un conductor espantoso y que daba miedo subirse con él a un coche, digo yo que sería más bien un cúmulo de circunstancias, aunque suene menos melodramático. Pero la leyenda persiste y, en realidad, a saber si es verdad o no... el caso es que se fueron los dos al tiempo, uno siendo ya muy, muy famoso en vida; el otro, siendo más bien desconocido hasta después de su muerte y pasándolo mal económicamente, como tantos otros de su época... como tantos de sus personajes.



Nathanael West (1903-1940) es uno de los autores a los que suele encuadrarse en la mítica «Generación Perdida», junto a Ernest Hemigway, Gertrude Stein o Francis Scott Fitzgerald. Autor de novelas como Miss Lonelyhearts o A cool million, trabajó como guionista en Hollywood, un mundo que reflejó en obras como El día de la langosta. Su prematura muerte en un accidente de coche, sin haber alcanzado en vida el éxito como novelista, no impidió que su obra se revalorizase con el tiempo, inspirando a autores como Saul Bellow o Vladimir Nabokov. El poeta W. H. Auden acuñó el término «la enfermedad de West» para referirse a la pobreza espiritual del ser humano perdido en una sociedad despiadada y carente de valores.

lunes, 21 de marzo de 2022

RESEÑA (by MH) ::: LA MÁQUINA DEL TIEMPO - H. G. Wells


 
Título original: The Time Machine
Autor: H. G. Wells
Editorial: Austral
Traducción: José C. Vales
Páginas: 224
Fecha publicación original: 1895
Fecha esta edición: junio 2019
Encuadernación: cartoné
Precio: 11,95 euros
Ilustración de portada e interiores: Adrià Molins

 

 

 

 

La máquina del tiempo fue la primera obra de éxito de G. H. Wells y pionera en los Viajes en el tiempo. A finales del siglo XX, un hombre idea una máquina con la que asegura poder viajar en el tiempo. Ante la incredulidad de los científicos de la época, el Viajero del Tiempo consigue llegar al futuro, donde, tras una serie de aventuras, aterrizará a un mundo aterrador habitado por unos seres extraños llamados Eloi y Morlocks.
 
Dos meses y medio después vuelvo a asomar la patita en Netherfield, y lo hago con La máquina del tiempo, que es lo que casi os hará falta para rememorar la última vez que os hablé de un libro. No sé cómo se va a dar el año, la inconstancia se ha vuelto una constante en este blog y se hace lo que se puede a costa de perder (más) horas de sueño y sacar fuerzas de debajo de las piedras. En fin, hablemos de Wells y de esa fascinante y privilegiada cabecita suya cuyo legado sigue dando de comer a muchos escritores de hoy en día (haciendo amigos, como siempre xD).

El año pasado os traje La guerra de los mundos, que me gustó muchísimo; a finales de año leí El hombre invisible, del que no os hablé pero que también disfruté un montón, y hoy, como os decía, os traigo La máquina del tiempo, que me ha parecido una lectura fascinante que va mucho más allá de lo que esperaba. ¿Por qué recalco que me han gustado mucho los tres libros? Porque en los últimos tiempos suele pasar que cuando oigo o leo una opinión sobre un libro de este autor a menudo sale a relucir la palabra decepción, que se esperaban otra cosa, que es aburrido... y (opinión personalísima) creo que la culpa la tienen el cine, la televisón y las expectativas que generan, porque si algo tienen estos libros son adaptaciones para dar y tomar. Claro, si se coge una historia y se le añade tanta fanfarria que la base original se pierde o se aleja eones del resultado final, dar valor luego a esa base original cuesta mucho. Es como cuando te dan el helado sin todos los extras (el cacahuete, la galletita, el chocolate líquido...), que el helado (lo que realmente importa) parece más insulso y aburrido y no mola tanto. Que yo soy la primera que disfruta de la fanfarria cuando es menester, pero también me gusta saborear simplemente del sabor del helado sin tanto topping que desvíe la atención... ergo por eso me gustan tanto los libros de Wells y nunca me decepcionan. ¿A que echábais de menos mis metáforas lowcost? No respondáis, apiadaos de mí.
 
¿Qué tenemos entonces en La máquina del tiempo? Pues tenemos a un grupo de caballeros que suele reunirse en casa de uno de ellos, y entre esos caballeros tenemos a nuestro narrador. Nos cuenta que el dueño de la casa, tras una disertación sobre el tiempo, la velocidad y las dimensiones espaciales, confiesa a sus invitados que está creando una máquina del tiempo. Podéis imaginar la incredulidad... hasta que en la siguiente reunión este señor aparece de repente en la sala sangrando, con la ropa hecha jirones y diciendo que acaba de volver de un viaje en el tiempo. Tras reponer fuerzas comienza a contarles su historia... una historia que nos lleva nada menos que al año 802000 d.C., que es cuando decide detener la máquina del tiempo para descubrir en qué se ha convertido la humanidad, hacia qué ha evolucionado la sociedad, la predominancia y el uso de la tecnología en un mundo futuro, qué sistema político, económico y social impera... si hemos aprendido de nuestros errores y hemos alcanzado un conocimiento tal que permita al fin la existencia utópica que muchos anhelan. ¿Qué creéis que encuentra? Pues para esto tendréis que leer el libro, pero digamos que el viajero tiene tiempo de descubrirlo y formarse su propia opinión porque su máquina del tiempo desaparece y debe encontrar el modo de recuperarla.
 
Lo primero que me ha sorprendido del libro es la distancia temporal hacia la que viaja el protagonista. Hace tanto que vi alguna adaptación sobre el tema que sinceramente no recuerdo si mantienen las fechas que maneja el libro o no, pero no sé por qué tenía la idea de que era mucho más cercana. Y no, nos vamos ochocientos mil años hacia delante, que no sé a vosotros pero a mí me vuela un poco la cabeza, soy totalmente incapaz de imaginar la vida en la Tierra para entonces... si es que existe un planeta llamado Tierra para entonces, claro. Pero nuestro protagonista sí tiene sus ideas sobre lo que puede encontrar en base a su conocimiento sobre la vida en la época que él vive (recordemos que La máquina del tiempo se escribió y publicó en plena era victoriana), y la visión que tiene Wells de la evolución de la humanidad no es demasiado halagüeña.

Sin querer (ni poder) desvelar demasiado de la trama, y sin querer (ni poder) desglosar aquí de manera pormenorizada la corriente de pensamiento y las reflexiones filosóficas y existencialistas que se esgrimen durante toda la lectura, sí voy a intentar resumir lo que espera el viajero del tiempo en la novela antes de aterrizar con su máquina, más allá de la más que probable incapacidad para comunicarse, el tipo de alimentos que se consumen, la evolución arquitectónica o la reacción de los seres que encuentre al ver aparecer a un hombre de la nada dentro de una máquina (que puede ser tanto agresiva como amigable).
 
Él espera que, lo que a finales del siglo XIX y principios del XX son avances espléndidos pero todavía muy limitados por la falta de conocimientos, se conviertan en algo desarrollado a su máxima expresión, y que la inteligencia, la educación y la solidaridad formen parte inherente de todos y cada uno de los seres humanos, no algo que unos poseen y otros no; que el control de la Naturaleza sea tal que la vida animal y vegetal convivan en un equilibrio perfecto que se amolde a las necesidades humanas; que las enfermedades hayan sido erradicadas porque la medicina preventiva sea una realidad exacta y perfecta en todas sus dimensiones; que la actividad económica como tal no exista y que, al no haber clases sociales que dependan de ella, hayan desaparecido las luchas de poder, económicas y sociales. Muchas más cosas se discuten en esta novela, pero hacia donde quiere ir su corriente de pensamiento es hacia este punto: si no hay que preocuparse por nada, si la existencia se convierte en no hacer nada, si no tienes que ir a trabajar ni ganarte la vida, si no tienes que cuidar ni preocuparte por tus seres cercanos ni por nada de lo que te rodea... Si esta nueva existencia se basa, en definitiva, en el equilibrio perfecto entre la comodidad y la seguridad tanto físicas como intelectuales, con todos los peligros y enfermedades extintos, toda las motivaciones personales erradicadas, la existenca per sé se convierte simplemente en respirar, alimentarse, existir y poco más... 
 
En resumen, si al ser humano se le quita todo aquello que hace que su cabeza y su intelecto trabajen, ¿hacia dónde evolucionará ese intelecto? ¿O es que más que evolucionar, involucionará ante la falta de estímulos? ¿Es esta realmente la utopía que todos anhelamos alcanzar, la de una existencia carente de todo estímulo y una inteligencia ausente porque ya no es necesaria, o no entendemos que el ser humano necesita precisamente de esos estímulos y de esa versatilidad intelectual para poder desarrollarse y evolucionar?

Y luego está la otra parte de la historia, esa de la que no os puedo adelantar mucho, pero en ese año 802000 a orillas del Támesis donde aterriza nuestro protagonista no existe solamente una especie humana. Están los eloi, esos seres que lo reciben a plena luz del día, pero también están los morlocks, y aunque no os voy a decir el papel que juega cada uno de ellos en la historia, sí os puedo decir que estos últimos propician las escasas escenas de acción que se producen de la mitad del libro en adelante y que quizás es lo que más echarán de menos algunos lectores durante el resto de la lectura... pero es que La máquina del tiempo no va de eso. Durante toda la novela resulta patente la crítica de Wells a la sociedad victoriana, esa crítica que tan evidente resulta en otras novelas del autor (ya lo comenté en La guerra de los mundos y también me pareció evidente en El hombre invisible), y esta obra es su manera de desmontar el engreimiento de una sociedad que se consideraba el culmen de la evolución intelectual, tecnológica y social, y su manera de avisar en qué se convertiría el ser humano de existir en esa sociedad utópica y perfecta que tantos idealizan. El propio epílogo pone negro sobre blanco todo esto en una reflexión final: el pesimismo de Wells ante el progreso de la Humanidad, las insensateces que se cometen en su nombre y la incapacidad del hombre de responsabilizarse de sus actos de cara al futuro. Aun así también deja espacio al desconocimiento absoluto de lo que sucederá en realidad conforme la existencia siga su curso y los seres humanos actúen sobre ella e interactúen con ella. En fin, que saber no sabemos nada, pero resulta inevitable ser optimistas o pesimistas según el prisma con el que se miren las cosas.

Me estoy enrollando mucho, sorry. ¿Me ha gustado? Sí, mucho. ¿Es una lectura para todo el mundo? Creo que de las tres obras más famosas de Wells a las que he aludido a lo largo de toda la reseña, La máquina del tiempo es la menos cómoda, la que hace trabajar más al lector por su alta significancia reflexiva y filosófica, porque además expone muchas teorías sociales y políticas de la época. En cualquier caso no penséis por todo lo que os estoy contando que es pesada o densa de leer, no lo es en absoluto y conforme avanza la trama lo es todavía menos, pero es una lectura que obliga a pensar y a especular, e incluso a decidir si estamos de acuerdo o no con la visión de Wells. En resumen, tiene todo lo que tienen los libros de Wells a nivel crítico social y político entremezclado con dosis de aventuras y una pizca de intriga y suspense, solo que en esta ocasión la dosis de aventuras quizás no es tan predominante. Además, aun siendo la primera novela del género, para mí Wells le da menos importancia a la propia máquina del tiempo como artilugio o mecanismo (sobre el que apenas da unas pinceladas vagas y tampoco se detiene demasiado) que al viaje en sí mismo y las reflexiones, decepciones y descubrimientos que comporta, que es lo que realmente interesa.

Antes de terminar, un comentario sobre la edición, que me ha parecido peculiar... está llena de notas que son simplemente definiciones de palabras, cual diccionario de la RAE, muchas de ellas totalmente comprensibles y conocidas para cualquier lector más o menos avezado (leproso, antaño, lesivo, chelín, renglón...). Las ediciones de Austral Intrépida supuestamente son de literatura juvenil, pero es que La máquina del tiempo dista mucho de ser un libro juvenil, y esta edición concretamente corresponde al texto íntegro y en absoluto adaptado a ese efecto, así que sinceramente creo que si la explicación para tanta definición de diccionario es que un niño no comprende todo este vocabulario, deberían haber empezado por adaptar el libro en sí mismo, que dudo mucho comprenda un niño de 12 años por su enorme trasfondo político, filosófico y existencialista... no sé, me ha desconcertado un poco hacia qué público va dirigida la edición, la verdad. He leído más libros de esta colección con un vocabulario al mismo nivel o incluso más complicado, y ninguno incluye estas notas. 

Lo dejo aquí. Prometo ponerme las pilas y visitaros ya mismo, que he echado mucho de menos leeros, y también prometo contestar vuestros comentarios aquí en Netherfield, que es algo que dejé de hacer en su día y quiero retomar. Eso implicará probablemente menos entradas, pero de momento así van a ser las cosas :)


 
Herbert George Wells nació en Bromley, Inglaterra, en 1866. A los ocho años, un accidente que lo obligó a permanecer en reposo propició el descubrimiento de la lectura y su temprano deseo de escribir. Apasionado por la ciencia, en 1884 obtuvo una beca para estudiar biología en la Normal School of Science de Londres y más tarde se convirtió en uno de los fundadores y el primer presidente de la Royal College of Science Association. Esta influencia del discurso científico se advierte en su legado como novelista y en su convicción de que la especie humana podría ser mejorada gracias a los avances técnicos; pero sus armas fueron otras: la imaginación y la escritura. Del encuentro de estos elementos nació uno de los padres de la ciencia ficción. Perlas del género son La máquina del tiempo (1895), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898). Al envejecer, Wells comenzó a tamizar su fe en la ciencia con una mirada ética que cuestionó las desmesuras del avance y uso de la tecnología: en su novela El mundo liberado (1914), por ejemplo, imaginó la creación y las consecuencias de la bomba atómica. Wells también criticó la hipocresía de la época victoriana, así como el imperialismo británico. En un pasaje sobre el triunfo marciano, escribe: «El imperio del hombre y el terror que inspira eran cosas pasadas para siempre». Falleció en Londres en 1946.