miércoles, 27 de mayo de 2020

RESEÑA (by MH) ::: JUDITH FÜRSTE - Adda Ravnkilde




Título original: Judith Fürste
Autora: Adda Ravnkilde
Editorial: Alba
Traducción: Blanca Ortiz Ostalé
Páginas: 296
Fecha publicación original: 1884
Fecha esta edición: septiembre 2015
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 17,90 euros
Ilustración de cubierta: Una joven leyendo (Maren Sofie Olsen, 1885)


«Y ¿de qué ha servido tanto orgullo?», le pregunta su padrastro a la heroína de esta novela ya en la primera página. Judith Fürste, desposeída mediante argucias legales de su herencia paterna por el hombre que se ha casado con su madre, una mujer acomodaticia y convencional, vive en una situación de dependencia y desamparo en una casa que ya no es su casa. Desea educarse, trabajar, valerse por sí misma, pero el orden familiar no tiene previsto para ella más que el matrimonio. Cuando Johann Banner, el noble más ilustre de la región, pone sus ojos en ella, la joven lo acepta como una tabla de salvación. Pero el matrimonio entre el orgullo de una joven desesperada y el orgullo de un aristócrata celoso de sus privilegios no es precisamente fácil. La propia institución tiene sus normas; y cada contrayente sus prejuicios y su carácter. 

Adda Ravnkilde escribió Judith Fürste poco antes de quitarse la vida en 1883, a los veintiún años, y en ella parece que condensó una experiencia autobiográfica. Es ésta una novela profunda y tormentosa sobre el amor y la generosidad, y el auténtico via crucis de errores, vanidades y humillaciones que hay que vencer para conseguirlos. Un clásico de la literatura danesa.

Judith Fürste llegó a mis manos a modo de regalo hace unos años (voy a decir esto mucho próximamente porque todas los libros que me quedan por reseñar del nivel 4 me llegaron en su momento en forma de regalos), y ha estado a la espera en la estantería desde entonces, y no por falta de ganas de leerlo. No sabía nada sobre la autora y menos sobre la historia, pero la colección de Rara Avis en la que está incluida para mí ya es sinónimo, como mínimo, de interés. Y nunca me decepciona.

Judith es una joven que vive con su madre y su padrastro en un pequeño pueblo. Judith es infeliz, lo único que desea es poder disponer de la herencia que le dejó su padre para ser independiente y poder buscarse la vida de una manera o de otra, pero su padrastro tiene otros planes para ese dinero: usarlo todo para sus propios negocios. Y Judith se siente atrapada, odia tener que depender de un padrastro que no soporta, odia no poder ser libre para estudiar y aprender un oficio, odia verse desposeída de lo que le pertenece por derecho propio. Cuando Johan Banner, fascinado por esa jovencita que se le resiste y se muestra orgullosa y despectiva, le propone matrimonio, acepta casarse con él. No le ama, pero es su tabla de salvación, su huida hacia delante. Mejor casada con un potentado de la zona que le abre las puertas a la vida que siempre ha soñado que languidecer sin remedio en su casa. Pero Judith no ha nacido para conformarse con lujos y vestidos bonitos; pronto se da cuenta de que tiene la vida que quería, y que aun así es completamente incapaz de ser feliz.

Judith Fürste es la historia de una joven a la que le cuesta resignarse a su suerte y que encuentra la única salida a su situación en un hombre que desprecia. Acepta casarse con él, pero siente que ha vendido su alma a cambio de nada y eso le parece humillante. No le ama, se lo dice a la cara, y desde el primer momento se convierte en rival y enemiga de un hombre que tampoco sabe cómo acercarse a ella. Esta es una relación de orgullo y dignidad mal entendidos, de autosabotaje emocional, de frustración y desesperanza, de soberbia y rabia. Judith creía que buscaba paz e independencia, y cuando las tiene se da cuenta de que no era eso lo que quería, que quería amor, pero que ha levantado murallas tan altas a su alrededor que ni ella misma sabe cómo traspasarlas. Vive un infierno en la tierra, un infierno que se ha autoimpuesto ella y solamente ella, y en la búsqueda de una salida a ese infierno el lector asiste a un viaje de redención y autoconocimiento que sorprenderá a la propia Judith... una Judith que suscita en el lector muchas reacciones distintas, porque no siempre compartes su forma de hacer las cosas ni de comportarse con su marido. Sabes que ella es la única que sufre las consecuencias, pero te rebelas ante su ofuscación muchas veces injustificada. Jamás se ha sentido amada por nadie, o no al menos del modo en que ella necesita ser amada, de manera absoluta e incondicional. Pero lo que más le duele es que ella tampoco ha sido capaz de amar a nadie de esa manera. Y todo lo que cuenta esta novela, aunque Judith no parezca darse cuenta, es consecuencia de esa falta de amor y de esa incapacidad de amar.


Os quiero hablar sobre una cosa ajena al libro en sí mismo... más o menos. Adda Ravnkilde murió cuando tenía solo veintiún años. Se suicidó. Y quería morir sin dejar margen al fracaso; para conseguirlo tuvo que ingerir veneno, cortarse las venas y, finalmente, pegarse un tiro. Estaba a la espera de que un profesor suyo, el excelentísimo crítico literario Georg Brandes (adalid del movimiento cultural conocido como Eclosión Moderna), le diese su opinión sobre la novela que unas semanas antes había puesto en sus manos. Brandes tardaba en darle una respuesta, y ella no pudo aguantar la presión ni la demora, y se quitó la vida tras asistir a una de sus clases. O al menos así nos lo cuenta Brandes, todo importante él, en el prólogo original de la novela, prólogo que he leído dos veces porque en la primera lectura detecté cierto tono condescendiente hacia la autora que no me gustó nada, y quería estar segura; en la segunda lectura he sentido lo mismo. 

Siendo más precisa, el prólogo me estaba pareciendo fantástico y muy interesante porque ofrece un acercamiento único y un retrato muy preciosista de la autora y de las circunstancias en las que nació este libro; pero hacia el final de ese prólogo parece como si el orgullo profesional de Brandes asomase la patita y casi pidiese perdón por publicar una historia que a todas luces él consideraba menor... y me ha molestado, qué queréis que os diga. Me ha molestado por la propia Adda. Da a entender que este libro vio la luz un poco por pena, como homenaje póstumo y para que la muerte de Adda no fuese en vano, pero no porque lo considerase un buen libro. Y digo yo... ya que lo publica usted y ya que decide que Adda Ravnkilde tenga su lugar en la literatura danesa en particular y en la literatura universal en general, entregue este libro al lector de otro modo, con más cariño y menos justificaciones. Usted lo publicó por piedad, lo dice tal cual, para que esa muchacha dejase su huella en el universo. Pues no sienta vergüenza por ver su nombre ligado a esa huella, señor Brandes, no tiene motivos: Judith Fürste se ha convertido por méritos propios en un clásico de la literatura danesa (esta soy yo toda indignada con un señor que murió hace no sé cuántos años... en fin...).

¿Si Adda Ravnkilde no se hubiese suicidado a los 21 años este libro hubiese visto la luz? Nunca lo sabremos. Igual que no sabremos cómo hubiese sido su desarrollo y crecimiento como escritora, y si ese talento en ciernes tenía buenas raíces o estaba destinado a vagar por el inmenso desierto de los que quisieron ser y nunca fueron. Lo que sí sabemos es que Judith Fürste, a pesar de no ser una novela perfecta y de adolecer de un ritmo en ocasiones irregular, detenta unos personajes complejos que crecen, mutan, se reinventan y se desnudan ante el lector de una manera que no son capaces de abordar al relacionarse entre ellos mismos. Se resisten a sus propios sentimientos, se obcecan en su negativa a ser felices, necesitan del dolor para saber lo que quieren y en el orgullo encuentran su mejor escudo. Y leer el devenir de estos personajes apocados, su empeño casi vocacional por negarse el cariño y afecto de otros, su incapacidad para traspasar el umbral de la empatía... es una experiencia única porque todo ese mundo interior atormentado y desdichado salió de la pluma de una mujer de apenas diecinueve años que bregaba con sus propios demonios interiores.

Sí, me ha dado mucha rabia el final de ese prólogo (supongo que soy una ignorante y estaré cometiendo sacrilegio al criticar a tan insigne figura... me da igual, como podréis imaginar), así que me perdonáis las parrafadas anteriores. Y sí, es una novela temprana de una autora que todavía estaba buscando su sitio, pero eso no quita para que sea una buena novela escrita con una prosa sencilla y muy cuidada que persigue con ahínco ofrecer una historia de amor original y diferente, una historia en la que los personajes demuestran una complejidad y una búsqueda de sí mismos constante que deriva en un final que no sé si sorprenderá o no a muchos lectores, pero que yo hasta cierto punto esperaba. Y me ha encantado porque la autora no da del todo su brazo a torcer, es un final con condiciones, con límites, y creo que la define muy bien a ella como persona: Adda Ravnkilde era una mujer que amaba la vida, valiente, moderna, ávida de nuevas experiencias, pero que se ahogaba en la melancolía y caminaba de la mano de dudas y sombras. Y esas contradicciones, esa búsqueda de la felicidad que jamás se presenta como la esperamos, son la base de esta novela, aunque esté tachonada de piedras dramáticas y pintada con tonos grises.



Adele (Adda) Marie Ravnkilde, mayor de los cinco hijos de una familia burguesa, nació en 1862 en la isla de Lolland, al suroeste de Copenhague. Celebrada por su talento en la escuela local, continuó sus estudios en una prestigiosa escuela privada de Copenhague. Sin embargo, preocupados por el interés que despertaban en la joven las ideas en boga en los círculos intelectuales de la capital, sus padres le encontraron una colocación como institutriz en un entorno más rural. En 1881 Adda se reunió de nuevo con su familia en Sæby, un pueblecito costero de la costa de Jutlandia donde tuvo una oscura y tormentosa relación con un terrateniente casi veinte años mayor de la que dejó constancia en sus tres únicas novelas, todas en torno a la búsqueda de una mujer de una identidad sexual y social: Una victoria pírrica, Penas de Tántalo y Judith Fürste. Ninguna de ellas llegó a verlas publicadas. En 1883 regresó a Copenhague para completar su formación y acudió en busca de consejo al crítico literario Georg Brandes. El 30 de noviembre de ese mismo año, tras asistir a una de las clases de Brandes en la universidad, regresó a la casa de huéspedes donde se alojaba y se encerró en su habitación, donde ingirió veneno, se cortó las venas y, finalmente, se pegó un tiro. Tenía veintiún años. Brandes publicó Judith Fürste y sus otras novelas al año siguiente.

lunes, 25 de mayo de 2020

RESEÑA (by MB) ::: SHINRIN YOKU (EL ARTE JAPONÉS DE LOS BAÑOS DE BOSQUE) - Héctor García y Francesc Miralles





Título original: Shinrin Yoku. El arte japonés de los baños de bosque 
Autor: Héctor García y Francesc Miralles
Editorial: Planeta
Páginas: 192
Fecha de publicacion: abril 2018
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 5,95 euros
Ilustraciones de portada e interiores: Jun Matsuura




 
El ser humano siempre ha estado íntimamente ligado a los bosques, que le han procurado alimento, cobijo y serenidad espiritual. Vivir en laberintos de hormigón nos ha apartado de nuestro hábitat natural, desatando toda clase de trastornos del cuerpo y de la mente.

Tal como han demostrado las últimas investigaciones en Japón, el shinrin-yoku, los «baños de bosque», eleva el estado de ánimo y desactiva el estrés y la ansiedad, a la vez que promueve cambios muy positivos en todas las áreas de nuestra existencia.

Este libro inspirador, tan ameno como práctico, nos enseña cómo volver a los bosques puede salvar nuestra vida y devolvernos a la senda de la felicidad.

Caminábamos lentamente, observando los juegos de la luz solar entre las ramas, atentos a la sutil sinfonía de sonidos y aromas de la naturaleza. Una cigarra obstinada ejercía de música solista, acompañada por el piar de los pájaros y por la delicada sección de vientos de una brisa suave y constante.

El arte japonés de los baños de bosque (Shinrin, "bosques", y yoku, "bañarse") nos invita a sumergirnos con los cinco sentidos en la naturaleza como terapia curativa para nuestro cuerpo y nuestra alma.

Cuando MH escogió este libro para mí, su sabiduría y clarividencia le decían que me iba a encantar. Sabe que tengo una sutil atracción por la naturaleza y por la cultura japonesa, y tanto Héctor García como Francesc Miralles hilan ambas cosas en este libro, que recibí con gran agradecimiento sabiendo que mi amiga y compañera de blog había pensado en mí cuando lo escogió. 

Una vez que el libro llegó a mí solo tenía que esperar el momento adecuado para leerlo, ese en el que, además de disfrutarlo, me aportase algo y me marcase de alguna manera. Y ese momento es ahora, en plena pandemia, cuando las circunstancias sanitarias nos impiden abrazar a nuestros seres queridos y la única naturaleza (como es mi caso) que podemos palpar (o casi) son las hojas de las plantas que tenemos en casa o los setos y los árboles que vemos desde la ventana.

Este libro se convierte en un camino que te dirige a los bosques milenarios y a la naturaleza primigenia donde, junto a los océanos, se esconden los secretos, los motivos y las causas. En definitiva, los depósitos de vida. Reconozco que ya había leído algo sobre esta terapia, pero también es verdad que si el libro había llegado a mí es porque de alguna forma lo iba a necesitar. Así, con todo y con esto, vámonos al bosque.

En un libro muy sencillo y concreto. Los autores nos relatan cómo la palabra Shinrin-yoku comenzó a ser usada en 1982, cuando el director de la Agencia Japonesa de Bosques sugirió que los baños en los mismos proporcionaban grandes beneficios terapéuticos, hecho comprobado y verificado por las instituciones sanitarias japonesas.
El sakura, cuando los cerezos florecen en primavera y ofrecen una explosión de flores blancas que inundan los corazones de los ciudadanos.
Además de regular los biorritmos y estimular nuestro sistema inmunitario, el contacto con la naturaleza nos abre los canales de la sutileza y la percepción, en los que las emociones son las protagonistas. Pero para que esto se produzca la entrega ha de ser total, con los cinco sentidos. No podemos acudir a la naturaleza cargando nuestra mente y nuestro corazón con las inquietudes y problemas que nos desbordan: debemos de alguna manera aprender a aparcarlos para poder disfrutar del baño natural y que este comience a producir los efectos deseados. 

A través de su libro, Héctor García y Francesc Miralles nos guian de un manera fácil y sencilla por este camino especial, ya sea mediante cuentos, leyendas o investigaciones, y sin darnos cuenta tenemos nuestro baño especial gracias a la magia de los libros, que nos trasladan donde sea y cuando sea.
Con independencia de donde viva, en lo más profundo de cada ser humano hay un anhelo de reencuentro con la naturaleza. Descubrimos el amor y la religiosidad de los japoneses por su naturaleza, el espíritu del sintoísmo.
Al tiempo se nos recuerda cómo otras grandes personas ( John Muir y mi queridísimo Henry David Thoreau, entre otros) ya intuyeron y defendieron la importancia de conservar y preservar la naturaleza, que nos viene dada pero no regalada.
Abandonar nuestra inútil ansia de control y salir al bosque puede marcar la diferencia entre el afán de perfeccionismo que nos hace sufrir y la libertad de dejar que la vida se despliegue a su manera bajo nuestros pies.
Replegándome a la tentación de desvelar más de este paseo espiritual por los bosques y por la naturaleza, cierro la reseña diciendo que ahora, más si cabe, estoy agradecida a mis plantas (que me han regalado maravillosas flores) y a este libro, con el que he practicado una inmersión plena y liberadora en la naturaleza.

Un paseo consciente y descubridor, bálsamo para estos y otros tiempos. 




Héctor García y Francesc Miralles crearon tendencia en todo el mundo tras su trabajo de campo en Okinawa con su ensayo pionero Ikigai: los secretos de Japón para una vida larga y feliz, traducido a 36 idiomas, con gran éxito en Estados Unidos y Reino Unido. Un año y medio después publicaron el manual práctico El método Ikigai.

Este es su tercer libro juntos.

lunes, 18 de mayo de 2020

RESEÑA (by MB) ::: EL TIEMPO DE LA LUZ - Silvia Tarragó





Título original: El tiempo de la luz 
Autora: Silvia Tarragó 
Editorial: Umbriel  
Páginas: 256
Fecha de publicación: mayo 2016
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 5,95 euros 
Diseño de cubierta: más!gráfica






 
Una novela ambientada en las primeras galerías comerciales subterráneas de Barcelona (y Europa). Retrata con gran acierto y realismo la Barcelona de los años 40 hasta los 90, momento en el que se cerró La Avenida de la Luz. . En El tiempo de la Luz, la Avenida es un lugar que aporta ese toque de magia cotidiana que puede encontrarse en la estación de tren de la película La invención de Hugo. Desde su inauguración en 1940 como las primeras galerías subterráneas en Europa, la lujosa Avenida de la Luz es un espejo de los cambios de la Barcelona de posguerra. 

Julia, una joven criada recién llegada a la ciudad, iniciará un romance con un revisor del tren de Sarriá y, años después, una pasión prohibida que le traerá terribles consecuencias. Ella será testigo de la evolución a lo largo del tiempo de la galería y de algunos de sus comerciantes como Rosita, hija de los dueños de la pastelería, que vivirá su primer amor con el acomodador del cine Avenida de la Luz, mientras sueña con el aprendiz de barbero, implicado en actividades políticas. Una dama de misteriosa fortuna que abre una tienda de máquinas de escribir. Una perfumera que se relaciona con hombres poderosos del régimen. Un ferroviario que escribe poemas mientras pasea entre las columnas. Estos son los personajes que configuran un mundo que va cambiando, década a década, siguiendo el emocionante latido de Barcelona desde la posguerra hasta el final de los ochenta.

Con aquellas historias fabulosas, Coral había conseguido iluminar la terrible realidad que estallaba alrededor de su mundo infantil. Gracias a esa magia, había liberado también a sus compañeros del peso de una ciudad que se derrumbaba.
Un espacio, Barcelona. Un año, 1940.

El 31 de octubre de 1940, una jovencísima Julia llega procedente del tren de Sarriá a la Avenida de la Luz, las primeras galerías comerciales subterráneas que se construyeron en Europa. Antes de llegar a su destino (la casa del Doctor Artiaga, donde va a comenzar a servir) y con un equipaje de lo más humilde pero cargado de ilusión, se pasa por el nuevo faro subterráneo que ilumina Barcelona. Un tanto perdida, Julia ha dejado a su familia en Martorell, y de alguna forma entiende que ha iniciado su camino, un destino que, aunque incierto, está lleno de posibilidades.

Paseando por esos maravillosos locales comerciales, conoce a Rosita, la hija del dueño de la pastelería, que le da a probar un pastel. Julia se siente tan agradecida que le promete volver a por más (esta vez pagando) cuando cobre la primera paga. Y por supuesto que nuestra golosa vuelve a por más bocados deliciosos que supondrán el comienzo de una gran amistad que durará décadas. 

Ya tenemos a Julia y a Rosita en el mismo espacio; nos falta Coral, que también trabaja en la Avenida de la Luz. Su padre es el dueño de una perfumería, y tanto Coral como Rosita se conocen desde siempre; las dos fueron juntas a los mismos colegios y ambas pertenecen al mismo círculo comercial de Barcelona. Para ambas, Julia es una más de ellas; la esperan en su día libre para hablar de sus cosas, de sus ilusiones y de su futuro. Son jóvenes y, a pesar de las circunstancias, están llenas de esperanza y anhelan el futuro cada vez más cercano y asequible.

En El tiempo de la luz, Silvia Tarragó narra la historia de estas tres mujeres a lo largo del siglo XX, el modo en que sus vidas se entrecruzan al tiempo que lo hacen sus amores, y como ellas, movidas en algunos momentos por la ambición y la envidia, se olvidan de la vieja amistad que las hacía invencibles frente al mundo.
Pero aquella mañana de febrero la perfumera prefería mirar adelante, hacia el futuro, mientras metía su equipaje en el maletero del taxi. Se acomodó en el vehículo junto a Rosita, que estaba casi más emocionada que ella. Se la veía espléndida con su abrigo de lana cruzado, de solapas anchas, abrochado con un cinturón de hebilla redonda.
Los años van transcurriendo para nuestras protagonistas y para la Avenida de la Luz. Tanto unas como otras se integran perfectamente, las luces de los escaparates son el motor que moviliza sus vidas: si les sacas del subterráneo, pierden el sentido y la direccionalidad. Cada una de ellas tendrá sus propias vivencias, ya sean sus amores o sus hijos, pero de alguna manera todo será compartido. A pesar de la opresión social, de los distintos sentimientos y de las diferentes dificultades sabrán construirse una historia alternativa situada bajo el suelo de Barcelona, en la antigua Avenida de la Luz.

Julia parece el personaje de más peso en la novela y se relata su vida más pormenorizadamente. Sabremos como le fue en la casa del doctor Artiaga, que se trajo de ella, sus amores con el revisor-poeta del tren de Sarriá y su decisión... o, mejor dicho, indecisión.

En cuanto a Rosita y Coral, veremos como su antigua amistad tiene raíces muy profundas excavadas en el tiempo. Comparten mucho más de lo que suponen, tal y como vemos en el gusto y la elección de sus parejas (que siempre gira en torno a la otra amiga), donde también caben la envidia, los celos y la ambición.

Sí algo hay que agradecer a Silvia Tarragó es como, usando un lenguaje, claro y cristalino, ha sabido integrar las distintas épocas históricas, los hechos y los datos en la ficción sin sentir que abruman y ahogan las distintas tramas con sus personajes. Se percibe la fluidez natural del paso del tiempo desde el recuerdo de las protagonistas, aligerando con ello la novela y su lectura.

Tres mujeres, un espacio y toda una vida durante la que compartir experiencias (unas agradables y otras tremendas), amores y desamores, ilusiones y desesperanzas... peroo con un solo hilo conductor: el sentido de la verdadera amistad.




Silvia Tarragó nació en Barcelona en 1968, fue librera durante 14 años. Es autora de la saga juvenil Top Fairies (Edebé), de la novela La veu del roure (Premio de narrativa juvenil de la Vall d'Uixó 2008), y del libro de relatos Ciutats de l’impossible. Emocionante relato que tiene como trasfondo medio siglo de la historia de Barcelona, El tiempo de la luz es su primera novela de adultos.

jueves, 14 de mayo de 2020

RESEÑA (by MH) ::: LOS BUENOS - Hannah Kent




Título original: The Good People
Autora: Hannah Kent 
Editorial: Alba
Traducción: Laura Vidal  
Páginas: 432
Fecha de publicación: noviembre 2017
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 19,90 euros 
Ilustración de cubierta: Detalle de Donegal, Irlanda (Rockwell Kent, 1882-1971)

Inspirada en un caso real de infanticidio, Los Buenos se sitúa en el año 1825 en un remoto valle de Irlanda. Allí viven tres mujeres a las que unirán una serie de acontecimientos extraños y trágicos. Nóra Leahy ha perdido a su hija y a su marido el mismo año: solo le queda su pequeño nieto Michael, que no sabe andar ni hablar, y al que tiene oculto para que los vecinos no crean que ha sido víctima de una maldición sobrenatural. Mary Clifford es la joven contratada para cuidarlo y Nance Roche es la vieja curandera que alivia con hierbas y consejos los males inexplicables. La vida de estas tres mujeres se complicará con la llegada al pueblo de un nuevo sacerdote empeñado en limpiar el valle de supersticiones.

En un marco completamente distinto al de Ritos funerarios, la nueva novela de Hannah Kent ya se considera otro gran éxito internacional. Con Los Buenos nos ofrece de nuevo una novela histórica con una trama misteriosa y emocionante.

Hace justamente un año os hablé de Ritos funerarios, una de mis mejores lecturas de 2019 sin lugar a dudas. La narrativa y el estilo de Hannah Kent me llegaron tanto que esta autora pasó a engrosar las filas de mi reducida lista de autores contemporáneos imprescindibles, esos de los que sé que leeré hasta la lista de la compra si se deciden a publicarla. Leer Los Buenos era solo cuestión de tiempo.

Condado de Kerry, Irlanda, 1825. Martin ha caído fulminado en la encrucijada de los suicidas sin razón aparente. Estaba bien, una mano al pecho, muerto. Su mujer, Nóra, no es capaz de hacerse a la idea. Pocos meses antes también perdió a su hija, Johanna, por culpa de una extraña enfermedad. Su nieto de cuatro años ha vivido desde entonces con ellos y ahora le toca hacerse cargo a solas de él. Y para Nóra no es plato de gusto. Micheál no es un niño normal... lo fue durante sus primeros dos años de vida, nació como un niño sano sin problemas, pero empezó a cambiar al mismo tiempo que su madre empezó a enfermar: dejó de hablar, dejó de comunicarse, dejó de andar... y se ha convertido en un tullido. Un médico le ha diagnosticado cretinismo, pero el cretinismo es congénito, y Micheál nació bien. A Nóra no le cuadran las cosas, a sus vecinos tampoco, y de una manera o de otra se lo hacen notar. Demasiadas desgracias desde que llegó el niño a la aldea, y las que quedan por venir. El cura que visita el valle se niega a ayudarla, da al niño por perdido sin remedio, así que Nóra tiene que mirar hacia otro lado, el lado de los espíritus, aquel que comienza allá por el espino blanco que marca la frontera con la tierra de las hadas. ¿Y si Micheál fuese un niño postizo... un niño cambiado? ¿Y si al niño original se lo hubiesen llevado los Buenos dejando a un duende en su lugar? Todos lo creen y llega un punto que Nóra también empieza a creerlo. Se convence de ello. Y Nóra quiere a su nieto de vuelta cueste lo que cueste, porque esa cosa que llora, grita, no crece y tiene piernas inútiles no es su nieto. Los Buenos tienen que llevarse lo que es suyo y devolverle al verdadero Micheál. Y ese es el comienzo del fin para el niño.

La primera frase de la sinopsis lo dice todo, la novela cuenta un caso real de infanticidio, así que en Los Buenos no hay cabida para sorpresas ni giros de trama. Por mucho que tarde en llegar el momento (y Hannah Kent se toma su tiempo), esa muerte llega: ese niño muere. Y lo que hace la autora es lo mismo que hizo en Ritos funerarios, prepararnos para ese momento sin prisa pero sin pausa poniendo sobre la mesa las cartas que tan bien se le da barajar: una ambientación simplemente magnífica y un trabajo profundo y exahustivo con los personajes. Con esos dos elementos, una prosa rica y evocadora, y una historia que ya de por sí es sumamente interesante por las circunstancias que la rodean y la terrible consecuencia que se deriva de ellas, Kent construye una vez más un libro que cuesta soltar, que atrapa al lector y que lo envuelve. Sabe que el lector anticipa y conoce el desenlace del libro y que tiene que ofrecerle algo muy bueno para mantenerle aferrado a las páginas, y lo hace con una soltura y una madurez narrativa sorprendentes.

La aldea donde se ambienta la historia se ubica en un valle aislado y constantemente inmerso en lluvia, frío, barro y niebla, donde sus habitantes viven de poco más que patatas y poitín (bebida destilada altamente alcohólica y típica de Irlanda). Todos se conocen, gran parte de ellos están emparentados de un modo u otro y en un grado u otro, y los secretos no lo son en absoluto y escapan de la contención que suponen las cuatro paredes del hogar. Estas gentes viven sus vidas a medio camino entre la devoción a Dios y las supersticiones, y esa ambigüedad, ese andar por la vida con un pie en el cristianismo y el otro en el paganismo, marca el tempo absoluto de la historia. El padre Healy ha proclamado la guerra a las viejas costumbres ancestrales tan arraigadas en aquellas tierras, quiere eliminar los vestigios de ritos paganos, las tradiciones supersticiosas, pero lucha contra molinos de viento: lo que no hay que hacer en año nuevo, lo que sí hay que hacer los primeros nueve meses del nacimiento de un niño, los ritos cuando muere alguien, quien puede estar presente en un parto o en un velatorio, qué puede provocar mal de ojo, mujeres que se transforman en liebres y le chupan la sangre a las vacas, luces que aparecen donde viven los espíritus, los pelirrojos hijos del diablo... 

Los duendes y hadas, esos Buenos del título, viven entre ellos, deciden a quien se llevan o, si no se lo llevan, a quien desgracian o perjudican. Tienen su hogar justo ahí, donde comienza el bosque en la Tumba del Gaitero, y hay que tenerlos contentos si no quieren sufrir su ira. Por eso, por mucho que en misa alaben al Señor y sean fervientes católicos, no pueden dejar de mirar hacia el otro lado, de escupir cuando ven a una pelirroja, de ver señales agoreras, de hablar sobre ellas, de presionar con ellas, de hacer daño con ellas y provocar pensamientos, reacciones y, en último término, consecuencias. La ambientación opresiva, sofocante y malsana es admirable, se mete en los huesos y consigue un aura de misterio y de anticipación sorprendentes para una historia que ya se sabe hacia donde se dirige.

En la sinopsis os he hablado de Nóra, la abuela de Micheál, pero lo cierto es que en esta historia son tres las mujeres sobre las que orbita buena parte de la narración y el otro puntal sobre el que se sostiene además de la ambientación. Nóra Leahy es una mujer que se ha quedado viuda y ha perdido el rumbo, que malvive carcomida por el infortunio y la pena y que permite que, en el inmenso hueco que ha dejado la muerte de su marido, se cuelen las supersticiones que le rodean y el profundo temor que tiene a ese ser que supuestamente es su nieto pero al que no reconoce en absoluto. Mary Clifford es una adolescente de apenas catorce años a la que Nóra contrata para que le ayude con la casa y con su nieto. El rechazo que Mary siente al principio por Micheál se transforma primero en pena y compasión y finalmente en un instinto protector que le hace sufrir y rebelarse contra el desprecio hacia su nieto que va creciendo poco a poco en el corazón de Nóra. Y luego tenemos a Nance Roche, quizás el gran personaje de esta novela, una anciana que llegó veinte años atrás al valle y que vive en una choza justo en la frontera con la tierra de las hadas. Nance es partera y plañidera, su existencia gira entre dar la bienvenida a la vida y llorar la muerte. Tiene el don de curar y el saber concedido por los Buenos, y debe usarlos para sanar a la gente; si no lo hace, los perderá. Es Nance quien le confirma a Nóra que su nieto Micheál es un niño cambiado, postizo, y quien le asegura que puede traer al auténtico de vuelta. El destino de estas tres mujeres estará, a partir de ese momento, indisolublemente entrelazado.

A partir de aquí asistimos a una lucha de poderes entre el folclore ancestral pagano, las supersticiones, la religión, la fe, la ignorancia, la oscuridad y el miedo mientras el destino de un niño de cuatro años ya está decidido. El camino se vuelve tortuoso, claustrofóbico. La aldea bulle, los rumores se arrastran de casa en casa, las acusaciones traspasan los murmullos y se pronuncian en voz alta. Llegamos a conocer bastante bien a muchos personajes, sus motivaciones, sus recelos, sus rencores... algunos hay honestos, que van de frente y contrapesan el oscurantismo imperante, pero son los menos y sus acciones apenas relevantes.

¿Y qué hace Hannah Kent con todo esto? Justamente lo contrario a lo que quizás se podría esperar pero que ya anticipamos quienes hemos leído Ritos funerarios: no juzgar, no intentar influir en el lector, no dar nada por sentado. Da dos pasos atrás y lo narra todo con un tono que puede parecer aséptico pero que en realidad no es más que respeto por la historia real y sus protagonistas. Ni Nóra está loca, ni Nance es una bruja. O sí, quien sabe. O quizás son solo producto de una época, una sociedad y unas circunstancias y no se les puede culpar por ello. Repito, no las juzga, no las demoniza, simplemente las acompaña, y eso hace que el lector atraviese por muchas fases durante la lectura y que, en el caso sobre todo de Nance y Nóra, albergue muy distintas opiniones sobre ellas: tan pronto piensas que solo son personas buenas pero ignorantes y asustadas (muy buena gente en el caso de Nance), como no entiendes qué carajo se les está pasando por la cabeza ni cómo pierden de vista el hecho de que tienen entre manos la vida de un niño.

En definitiva, Hannah Kent vuelve a hacer uso de un hecho real para novelar no solo lo que pudo ocurrir y cómo, sino el porqué, sin entrar en juicios paralelos ni diatribas morales. Se aleja de la Islanda del siglo XIX para adentrarse en la Irlanda del mismo siglo, y su sorprendente talento para ambientar sus historias no se resiente en lo más mínimo. Si a ello se suma que escribe muy, muy bien sin tropezar en el escalón de la prosa excesivamente florida, y que tiene una inteligencia especial para concebir personajes ambiguos sin enjuciarlos ni censurarlos, obtenemos Los Buenos, una novela magnífica.




Hannah Kent nació en Adelaida (Australia) en 1985. Con Kate Morton, es una de las grandes figuras de la literatura australiana actual. Doctorada por la Universidad de Flinders, es cofundadora y subdirectora de la revista literaria Kill Your Darlings. En 2011 ganó con su primera novela, Ritos Funerarios, el Writing Australia Unpublished Manuscript Award y, en 2014, el Premio del Público de los Victorian Premier Awards. Fue traducida a más de veinte idiomas, galardonada con una larga lista de premios y distinciones y publicada en España por Alba (2013) en esta misma colección. Los Buenos es su segunda novela.

lunes, 11 de mayo de 2020

RESEÑA (by MB) ::: SUCEDIÓ EN LARKSWOOD - Valerie Mendes





Título original: Larkswood
Autora: Valerie Mendes
Editorial: Lumen
Traducción: Aurora Echevarría Pérez
Páginas: 480
Fecha de publicación: abril 2018
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 5,95 euros
Diseño de cubierta: Sophie Güet
 
Hay secretos que destruyen a una familia porque nos empeñamos en enterrarlos, sin darnos cuenta de que en ese silencio muere también parte de nuestra vida.

La mansión de Larkswood, una elegante y preciosa villa familiar situada en la campiña inglesa, es el lugar donde los tres hermanos Hamilton -Edward, Cynthia y Harriet- disfrutan de la juventud, la libertad y los privilegios de la riqueza.

Pero todo se desmorona cuando, en el verano de 1896, ocurre algo trágico e inesperado. Aquel lugar idílico es ahora una cárcel siniestra, las alondras que poblaban el lugar enloquecen, y los tres hermanos tienen que dejar el hogar donde nacieron en busca de nuevos destinos.

Durante años la familia continúa rota hasta que, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, Louisa Hamilton se traslada de Londres a la mansión para recuperarse de una enfermedad. Allí conoce a su abuelo Edward, un hombre de pocas palabras que se niega a hablar del pasado. Pero esa chiquilla inteligente y terca intuye que la verdad está muy cerca de aquella mansión fastuosa: sus muros ocultan un misterio que no tiene nombre y nos mantiene en vilo hasta las últimas páginas.
Al despertar en Larkswood aquella primera mañana Edward se había maravillado del silencio. Estaba acostumbrado al ajetreo de las primeras horas del día en la India. El almuecín llamando a la oración desde la mezquita del bazar. Los gallos cantando en el patio del servicio. Los cuervos graznando en los árboles. El pájaro mynahj con su furioso silbido. Los jardineros barriendo los caminos. El reconfortante tintineo de las tazas en manos de los criados.
Edward ha vuelto a Larkswood después de cuarenta y dos años. Como él mismo dice, no es el hijo pródigo que regresa al seno familiar. En 1897, los hermanos Hamilton (Edward, Cynthia y Harriet) se separaron. Aquel año se tambalearon las estructuras familiares de tal forma que casi destruyeron a la adinerada familia. El té y el jerez formaban parte de sus negocios haciendo que sus padres viajaran por todo el mundo, mientras que Edward y sus hermanas se quedaban solos en la mansión Larkswood. Los tres eran jóvenes y bellos, admirados por la aristocracia rural. Tenían un mundo de posibilidades a su alcance, pero aquel año sus destinos los llevaron por derroteros inesperados y distintos, teniéndose que construir otras vidas y, en algunos casos, otra identidad.
Por un lado nos encontramos una trama situada a finales de la época victoriana, donde se nos narran los últimos meses en los que los tres hermanos estuvieron juntos bajo el techo protector de Larkswood, y desde el principio se insinúa que hubo un acontecimiento terrible en la familia que provocó su separación. De 1896 pasamos a 1939 realizando un salto temporal y generacional, pues en este último año conocemos a Louisa Hamilton, la nieta de Edward que, junto a su hermana Millicent, ha sido presentada en sociedad, algo que a la primera no le hace especial ilusión pero que acepta y asume de la mejor manera posible. Louisa contrae por desgracia unas fiebres glandulares altamente contagiosas por las que debe aislarse. Arthur, su padre, decide que la mejor opción es que se vaya con su abuelo, al que no conoce, a Larkswood. Allí los cuidados y el aire puro harán que se recupere en pocos días para poder seguir así con su recientemente adquirida vida social.
Una vez recuperada de la recaída, Louisa empezó a salir todas las mañanas a pasear por los jardines de Larkswood con Betsy. Flotaba el aire fresco y fragante de comienzos de primavera. Las nubes pasaban raudas y altas. Las alondras -los mismos pájaros que habían dado nombre a Larkswood, que anidaban en el prado florido y cuyo maravilloso trino la despertaba del sueño celestial- revoloteaban y llamaban.
Louisa encuentra en el seno familiar una atmósfera distinta a la que encuentra en casa de su abuelo, donde siente que es bien recibida y que ha llegado a su hogar. Su sentido de pertenencia le hace investigar los porqués de haber estado lejos de su abuelo y de Larkswood y, como una buena heroína literaria, no se queda con la versión oficial: quiere saber, entender y conocer a su familia. Con la salud recuperada y las fuerzas renovadas, Louisa comienza a recorrer y a conocer tanto la mansión como los jardines que la rodean. No siente la atmósfera perturbadora llena de culpas de su abuelo. Para ella la mansión supone libertad y pertenencia a partes iguales, además de una tranquilidad y autenticidad lejos de la mascarada social en la que siguen inmersos sus padres y su hermana en plena temporada londinense. Louisa y Edward (nieta y abuelo) empiezan a conocerse, a desplegar los lazos familiares, y tanto la una como el otro crean los vínculos inexistentes hasta ese momento a causa del tiempo y la distancia. Así, el abuelo pondrá todo al servicio de su nieta, al tiempo que ella llena con su inteligencia y tenacidad la vida un tanto vacía del anciano.

Nos encontramos en 1939 con una Europa que se prepara para otra guerra, pero esto no quita para que la vida siga su curso. Así pues tenemos a Louisa que, guiada por el joven Thomas Saunders, ha adquirido una nueva afición, la jardinería; además es consciente de su libertad en la mansión y siente que debe reconstruir la historia familiar, sea cual sea. Con todo el tiempo del mundo, y junto a su nuevo amigo Thomas, comienza a recorrer los viejos pasillos de Larkswood para averiguar qué le susurran. Atando cabos de un lado a otro e intuyendo que existe un terrible secreto que después de tantos años sigue atormentando a su cada vez más querido abuelo, veremos si será capaz de describir las causas que separaron hace más de cuarenta años a los privilegiados y jóvenes hermanos.

En Sucedió en Larkswood, Valerie Mendes construye con un lenguaje claro y cristalino una historia donde dos tramas paralelas entretejen dos ambientes y atmósferas distintas: una perturbadora y oscura, que emana de un secreto enterrado en el tiempo, y que sigue atormentado a Edward por la culpa y el remordimiento, y otra procedente de la libertad y seguridad del nuevo hogar adquirido por Louisa, su nieta, quien siente que debe recomponer la historia familiar para que su abuelo sea capaz de perdonarse al tiempo que ella siente que ha encontrado su misión y su sitio en Larkswood.



Valerie Mendes empezó a escribir sus primeros relatos cuando tenía seis años. Setenta años después, aún se siente muy joven, y sigue obsesionada con escribir a diario y contar buenas historias.


Tras graduarse en la Universidad de Reading, trabajó un tiempo como periodista y luego como editora, hasta que decidió dedicarse en exclusiva a la escritura. Se trasladó entonces de Londres a Oxfordshire, su lugar de residencia actual.


Durante un tiempo publicó novelas juveniles, y Sucedió en Larkswood fue su primera novela para adultos, que enseguida se tradujo al alemán que aparece ahora en su versión en castellano.