Título original: Schwüle Tage
Autor: Eduard von Keyserling
Editorial: Ediciones Invisibles
Traducción: Clara Formosa Plans
Editorial: Ediciones Invisibles
Traducción: Clara Formosa Plans
Páginas: 112
Fecha de publicación original: 1904
Fecha esta edición: mayo 2022
Fecha esta edición: mayo 2022
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 14 eurosCon la que está cayendo ahí fuera, mientras Ra decide mostrarse inmisericorde y yo me pregunto una y otra vez cómo puede gustarle a alguien el verano mientras caen casi 40º a la sombra (unos cuantos más al sol... ¡qué maravilla, oiga!), nada mejor que sumergirse en una lectura cuyo título promete exactamente lo mismo que la vida real pero sin sufrir las devastadoras consecuencias. Más bien al contrario, leer a Keyserling es siempre un maravilloso placer, y con Aquel sofocante verano le hago huequecillo en Netherfield por tercera vez (y las que quedan, espero).
El narrador de la historia es Bill, un joven de dieciocho años que ha suspendido el examen de bachillerato (la culpa es de los profesores, dice...), provocando el enfado de su padre quien, en lugar de dejarle pasar el verano junto al resto de su familia como siempre, se lo lleva a Fernow, la hacienda familiar. Y si algo desagrada al narrador no es que lo alejen de su familia, si no estar a solas con esa figura paterna ausente la mayor parte del tiempo a la que teme y le resulta totalmente desconocida... pero las penas con promesas de aventuras amorosas en ciernes son menos penas. Cerca de Fernow viven las chicas Warnow: Ellita, la mayor, resulta excitantemente inalcanzable; Gerda, la pequeña, es el objeto de los suspiros del protagonista. Y aunque se supone que Bill debe aprovechar la estancia en Fernow para estudiar, pronto descubre que su verdadero aprendizaje tomará otros caminos muy diferentes y que el verano que tiene por delante cambiará su vida para siempre.
Cuando leer a Keyserling tiene tintes de reincidencia, se perciben enseguida esos temas y esas sendas que tanto le gustaba recorrer en su literatura. La convivencia en el campo entre los señores y sus trabajadores (cuyas existencias se entrecruzan constantemente y cuyos límites de interacción social son difusos y borrosos en muchas ocasiones a pesar de los muchos escalones que los separan), la naturaleza omnipresente en la que siempre zambulle al lector con sus descripciones vivas, visuales y profusas, y sobre todo sus personajes, que parecen sacados de un molde imperfecto bañado en grises que les mueve a buscar su sitio tropezando a cada paso, equivocándose en cada recodo e intentando avanzar como pueden por una existencia que les hastía, les abruma, les enfurece, les confunde y les regala destellos de felicidad y dicha a partes casi iguales.
Cuando se habla muchas veces de un autor se corre el riesgo de hablar siempre de lo que más nos gusta de su estilo, de resaltar siempre las mismas virtudes o de poner siempre el énfasis en las mismas particularidades inherentes a su carácter como literato. Soy consciente de que cuando hablo de Keyserling incido mucho tanto en esos cuadros que pinta con palabras sobre la naturaleza y los paisajes que ponen marco a sus historias como en sus personajes, pero es que estas dos cosas son puntales en su narrativa y en su forma de concebir la literatura, así que me vais a permitir que transite caminos ya recorridos con anterioridad.
Como ya os he comentado en otras ocasiones Keyserling solía usar como escenario la campiña báltico-alemana que él había conocido desde niño y en la que pasaba buena parte de su tiempo ya como adulto, y en ese marco colocaba a sus personajes arcaicos, aristócratas que caminaban a tientas, perdidos y asustados, en la entrada de un nuevo siglo repleto de cambios tan sugerentes como inciertos que, mientras para ellos representaban desconcierto y la pérdida progresiva de su estatus prevalente, para las clases humildes e inferiores supuso el derribo de las murallas que los separaban de sus señores y una libertad para interactuar con ellos que antes resultaba impensable. En las escasas cien páginas que componen este excelente adagio estival llamado Aquel sofocante verano, su autor se las compuso para volver a capturar, desde esa ventana que era su propia experiencia vital, una imagen llena de nostalgia, vulnerabilidad, melancolía, inquietud, turbación y sensualidad, todo silueteado por praderas serenas salpicadas de tilos, olmos y sauces que desprenden aromas y susurros y que, de tanto en tanto, se iluminan durante la noche bajo los relámpagos dorados de las tormentas veraniegas. Keyserling se asoma a la hacienda familiar de Fernow para observar desde allí sus tierras, nos monta en carruaje y nos lleva a visitar a las vecinas, nos invita a comer con ellas, nos pasea por caminos que huelen a rocío y a sol, nos detiene bajo la sombra de altos árboles que son testigos de conversaciones prohibidas y nos transmite la proximidad de cuerpos calientes que buscan, tantean.. pero no siempre encuentran lo que más les conviene.
Aquel sofocante verano está narrado desde el punto de vista de Bill, y esto sí que ha supuesto una novedad para mí, pues ya son unos cuantos los libros que he leído del autor y este es el primero en el que he encontrado una narración en primera persona. Esta perspectiva nos muestra a un Bill todavía inocente a pesar de que él cree saber más de lo que realmente sabe, hasta el punto de que muchas veces ve y escucha pero no entiende, yendo el lector por delante de él a la hora de interpretar conversaciones y hechos de los que él es protagonista o testigo. El caso es que Bill no solo pertenece a la alta sociedad, sino que además tiene apenas dieciocho años, y su voz resulta imprescindible e interesante por dos motivos. Uno es el de la relación que tiene con su padre, la falta de comunicación entre ellos y la rabia que le invade ante cualquier palabra suya, el desasosiego ante lo que se espera de él como primogénito de una familia como la suya, la contención que se le exige, la imagen que tiene de ese progenitor desconocido que se sienta con él a la mesa y que se pierde en mundos y reflexiones que lo alejan, sin prisa pero sin pausa, de su hijo... Pero sobre todo resulta interesante el otro punto de vista, el que desborda al adolescente que quiere saber, conocer, aprender... que cree amar y al tiempo quiere experimentar, y que solo puede hacerlo a través de su relación con la gente humilde de los alrededores o los trabajadores de la hacienda, que por su parte lo respetan poco o nada. Ambos enfoques se complementan y se nutren el uno al otro durante toda la narración, y Bill conseguirá su objetivo: sabrá, aprenderá, experimentará... pero probablemente no del modo que él esperaba al llegar a la hacienda a comienzos de ese sofocante verano.
Lo voy a ir dejando aquí. No creáis que os he contado mucho porque apenas he esbozado la trama, y ni siquiera os he hablado de personajes que resultan cruciales en ella y en los acontecimientos que provocan el final de la historia... porque sí, lo digo siempre: en la obra de Keyserling muchos dirían que no ocurre gran cosa, y nada más alejado de la realidad. Sí que pasa, la misma vida pasa... pero siempre de una manera velada, asomándose por las contraventanas mientras asienta los cimientos de unos desenlaces que nunca dejan indiferente al lector.
Lo digo y lo repito siempre, se habla poquísimo de Eduard von Keyserling, y creo que se merece mayor reconocimiento y llegar a un número mucho más vasto de lectores. Son lecturas sencillas en su forma pero que invitan a la reflexión sobre el mundo interior que escenifican y, como sé que es algo importante para muchos lectores, también son breves en cuanto al número de páginas. Muchas veces me quejo de que hay autores apenas traducidos al castellano y sin embargo tenemos la suerte de poder encontrar buena parte de la obra de Keyserling traducida, así que es cuestión de ponerse. Aquel sofocante verano es una fantástica opción para empezar.
Eduard Graf von Keyserling nació en el castillo de Paddern, cerca de
Hasenpoth (Aizpute), Curlandia, en 1855. Miembro de una antigua y noble
familia alemana del Báltico, y familiar del filósofo Hermann Keyserling,
estudió en la Universidad de Dorpat, pero fue obligado a abandonar sus
estudios debido a un incidente que le alejó de los círculos
aristocráticos. Tras mudarse a Viena, continuó estudiando y empezó a
familiarizarse con las ideas sociales del naturalismo. Fue entonces
cuando comenzó a publicar.
Posteriormente
se trasladó a Múnich, de donde, a excepción de una corta estancia en
Italia, ya no saldría. Allí frecuentó nuevos círculos artísticos, entre
los que se encontraban L. Corinth, M. Halbe, R. Kassner y F. Wedekind.
Durante esta etapa escribiría muchas obras de teatro, pero lo que le
condujo al verdadero reconocimiento fueron sus novelas.
Ya enfermo de sífilis, en 1904 publicó la novela Un ardiente verano (Nocturna, 2010). En 1908 se quedó ciego y hubo de dictar sus últimas novelas a sus hermanas, hasta su muerte en 1918.
¡Hooola!
ResponderEliminarPues no he leído a este autor, pero me quedo con mucha curiosidad.
Este relato ambientado en el campo, con un tono tranquilo, costumbrista, y ese retrato tan magistral que hace el autor de la naturaleza... umm, son cosas que me llaman mucho la atención. Eso sumado a una historia un poco estilo coming of age, con ese toque nostálgico y melancólico... si si, tiene muy buena pinta.
¡besotes!
Tengo el libro apuntado desde que leí la reseña de Undine, pero van viniendo otros y lo van dejando rezagado. A ver si lo pongo en lista de salida, lo que quiere decir de compra.
ResponderEliminarUn beso.
Que interesante esta historia. Me la llevo apuntadísima. Besos
ResponderEliminarBuenos días, MH:
ResponderEliminarSiempre es un placer pasar por aquí a leerte, pero si además reseñas a Keyserling la experiencia es aún mayor. Me encanta leer tus impresiones sobre el autor, y apoyo tus palabras sobre lo injusto que es lo poco que se lee a este grande de las letras germanas.
Un abrazo, y enhorabuena por la reseña!!
Hola HH, no conocía al autor, y me parece muy interesante el libro que nos traes. Lo apuntaré para siguientes lecturas.
ResponderEliminarUn besazo guapa
Hola, yo otra vez. A ver, aquí lo que pasa es que uno quiere todos los libros de esa colección y eso no puede ser. Afortunadamente para mi lista, este ya lo tenía apuntado, y otra obra del autor también, todo por culpa de doña Undine. Me encantan las historias donde los personajes se mezclan y las relaciones padre hijo son tensas y complicadas. Y esos paisajes tan intensos y dramáticos que son el escenario ideal. Apuntada estoy a este viaje.
ResponderEliminarBesos
La culpa siempre es de los profesores y el verano es un invento de Satán. Dicho esto, confieso que no he leído nunca a Eduard Graf von Keyserling, pero que lo conozco porque tú has reseñado varios libros suyos en este blog. Aunque soy más de campiña inglesa y no empatizo demasiado con los autores alemanes, austríacos y bálticos en general, creo que si tuviese que empezar a leer a Keyserling escogería este título que nos traes hoy. Besotes.
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