jueves, 25 de julio de 2024

RESEÑA (by MH) ::: ELOGIO DEL CAMINAR - Leslie Stephen

 

 
Título original: In Praise of Walking
Autor: Leslie Stephen 
Editorial: Nórdica
Traducción: Andrés Catalán
Páginas: 70
Fecha publicación original: 1901
Fecha esta edición: febrero 2024
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 18 euros
Ilustración de cubierta e interiores: Manuel Marsol


 
Cuando caminas, mueves más que el cuerpo: mueves la mente, el espíritu, todo el sistema del ser. A medida que atraviesas la distancia espacial, ganas una distancia espiritual vital con la que puedes ver de nuevo los problemas que acechan tu día, tu trabajo, tu vida. En esta obra breve y honesta, acompañada de las magníficas ilustraciones de Manuel Marsol, Leslie Stephen defiende una de sus pasiones: «Es posible que me arrepienta en algún momento de algunos placeres que no merecen tal calificación, pero el placer que aquí me ocupa es señalada y fundamentalmente inocente. Caminar es a las actividades lúdicas lo que labrar y pescar son a la industria: es primitivo y simple; nos pone en contacto con la madre tierra y la sencilla naturaleza; no requiere de un equipo complejo ni de un entusiasmo fuera de lo común».
 
La editorial Nórdica tiene en su colección de Ilustrados muchas joyitas breves en páginas, interesantes en contenido y excelentes en formato y edición. Creo que todos conocemos estas delicatessen que en su concisión e ilustraciones lucen su mejor baza y son en sí mismas un auténtico regalo (ya sea para uno mismo o para otra persona).
Elogio del caminar es uno de las últimos ensayos que se han añadido a esta serie de libros, y antes de entrar en materia sobre él, quizás convendría presentar primero a su autor.

Quien se acerque de cualquier manera a esta obra lo primero que escuchará es aquello de que Leslie Stephen fue el padre de Virginia Woolf, como si ese fuera su mayor mérito... y no, oigan, el señor Stephen tiene muchos méritos personales e independientes de su famoso vástago. A nivel académico es sobre todo conocido por ser el editor (entre 1885 y 1991) del Dictionary of National Biography, que a nosotros nos sonará a chino pero fue una obra mastodóntica de 63 volúmenes publicados entre 1885 y 1901 en la que aparecían en orden alfabético por apellido, las biografías de eminentes personalidades que vivieron en el Reino Unido. Participaron en su elaboración más de 700 personas durante todos aquellos años y se ha reeditado muchas veces desde entonces. Pero además de esto, Stephen fue periodista, editor, crítico y autor de más de doscientos ensayos publicados a lo largo de unos cuarenta años en publicaciones de todo tipo. En estos ensayos hablaba de todo tipo de temas y dio forma a un subgénero, el llamado "ensayo peripatético". Sin extenderme mucho ni adentrarme en filosofías varias, os explico esto de "peripatético", porque este término se remonta a Aristóteles y a la escuela griega del mismo nombre que fundó en el 335 a.C.. Lo que más nos interesa para lo que venimos a comentar hoy aquí es esto: que el término peripatético proviene de la palabra griega "ambulante" o "itinerante", y que esta escuela asociaba el pensamiento con andar o caminar: es decir, que caminar activaba la mente. Veis ya por donde van los tiros, ¿verdad? Pues ese es el tipo de ensayo que Leslie Stephen impulsó: uno que usaba como estructura la caminata en sí misma, que era una de sus pasiones, y partiendo de ese armazón plasmaba sus pensamientos y teorías como pensador, filósofo y empirista. Entre esos ensayos escribió Elogio del caminar, del que hoy he venido a hablaros y que fue publicado por primera vez en agosto de 1901 en la revista Monthly Review.

Sumado a todo esto, debo hablaros también de su faceta como senderista todoterreno, porque si no esto se quedaría cojo. Y es que claro, podéis pensar que cuando se habla del "caminar como pasión", hablamos de un señor que se iba al monte a andar veinte millas de vez en cuando si tenía tiempo y se volvía a su casa. Y sí, también, qué duda cabe que tendría muchos, muchísimos días así, pero es que en este aspecto Stephen también hizo historia. Estaba considerado en su día un atleta debido a su fantástica forma física y fue uno de los primeros montañeros en coronar todas las cumbres de los Alpes en la edad de oro del alpinismo (que engloba los años comprendidos entre 1854 y 1865); también cofundó el Club Alpino en 1857 y fue su presidente entre 1865 y 1868 y editó el Alpine Journal entre 1868 y 1871. Para Stephen ir andando de Cambridge a Londres (ida y vuelta en apenas unas horas) para asistir a una cena era lo más normal del mundo y, en fin, que lo de caminar fue para él un estilo de vida, no un pasatiempo ocasional.

Y es que todos estos datos sobre Stephen son imprescindibles para entender de donde viene el libro que os traigo hoy, porque sin todo esto que os he contado, sin toda esta contextualización, faltaría una de las patas de la mesa. En cualquier caso, y dicho todo esto, entramos en materia, y es que, al leer este breve ensayo resulta evidente que tiene dos vertientes o dos enfoques que se van intercalando durante toda la narración: uno es el que habla del caminar en sí mismo, y otro es el que resulta netamente literario y asocia autores y su obra con su pasión por caminar. Os comento brevemente las dos.
 
Cuando Stephen habla del caminar lo hace alejándose de ello como un deporte profesional en busca de conseguir unas marcas o unos récords y el aplauso del público. No, lo reduce hasta su misma esencia, la  del contacto con la tierra, con la naturaleza y con uno mismo, en un binomio en el que precisamente el esfuerzo físico y muscular estimula el ejercicio mental e intelectual, propiciando una fluida armonía entre cuerpo y mente. Stephen lo explica (obviamente) mucho mejor que yo, así que comparto con vosotros unos breves extractos:

El verdadero caminante es alguien a quien el empeño le resulta en sí mismo placentero; que ciertamente no es tan petulante como para sentirse por encima de cierta complacencia en la capacidad física necesaria, pero que subordina el esfuerzo muscular de las piernas a las "elucubraciones" que este le suscita, a las tranquilas reflexiones e imaginaciones que surgen de forma espontánea al caminar, y que producen la armonía intelectual que es el acompañamiento natural del ruido monótono de sus pasos [...] el verdadero paseante ama caminar porque, lejos de distraerle, propicia la uniforme y abundante fluidez de una meditación apacible y semiconsciente.

Con todo esto en mente, asegura que todo lo asociado a esos paseos permanece siempre vívido en la memoria muy por encima de momentos y hechos que se desvanecen en lo efímero del tiempo. Así, aquellas paradas que se realizan durante estas caminatas, las personas con las que te cruzas o personas a las que conoces, conversaciones, lugares, edificios, visitas... instantes señalados que dotan al caminar, como actividad, de una memoria propia e independiente. Tienen fecha, están ligados a tiempos y espacios muy concretos, son hilos conductores de otros recuerdos y conforman imágenes permanentes en ese complicado cuadro que es la experiencia vital. Stephen recuerda perfectamente el momento en que comenzó su vida como "caminante", ese día en el que conoció de primera mano la independencia y la libertad que daban los viajes a pie, en los que te adentrabas donde querías, cogías los atajos que te apetecían descubriendo lugares hermosos y fuera de circuito, caminabas campo a través para descubrir todo aquello que no estaba a la vista en caminos ya marcados, sin horarios, sin tener que amoldarse a lo ya establecido siguiendo un plan ajeno a él. Y este espíritu, esta felicidad que otorga el convivir con uno mismo y tomar las decisiones sobre la marcha disfrutando de su albedrío y su autonomía, impregnan todo el ensayo.

Pero lo que también hace Stephen, tal y como comento arriba, es asociar esta comunión entre cuerpo y mente a muchos grandes hombres de la época que, está demostrado, gustaban mucho de andar grandes distancias, anexionándose así la idea, ya comentada también arriba, de la pensamiento peripatético, que afirmaba que andar activaba la mente. En realidad Stephen lo que afirma es que caminar es la actividad idónea para todo aquel que quiera dar vía libre a su intelecto, estimularlo, liberarlo... y que, por todo ello, (casi) todos los grandes hombres de letras han sido (fueron) entusiastas caminantes (y de hecho asocia ciertos movimientos literarios al entusiasmo recuperado o efervescente del paseo en ciertas épocas como una ventaja moral y no solo física). La lista de todos los humanistas, filósofos, poetas, novelistas... que aparecen en estas página es demasiado larga para reproducirla aquí, pero van dsede Shakespeare a Jonathan Swift pasando por Henry Fielding, Samuel Johnson o Thomas de Quincey... todos devotos del pedestrianismo (como Stephen denomina a esta actividad al final de la obra), de cuyas buenas artes se beneficiaban sus obras y creaciones.
 
Aunque Stephen habla durante buena parte del ensayo sobre las caminatas en la naturaleza, o en zonas alpinas, e incluso manifiesta su adoración por la zona de los Fens (una zona natural de marismas en el este de Inglaterra), también afirma que para él incluso caminar por Londres resultaba igualmente fascinante... y ha sido en ese momento cuando, curiosamente, he echado de menos que entre tanto literato y tanto genio no se acuerde de Charles Dickens, caminante entre los caminantes, y que para mí es uno de los claros ejemplos de lo que Stephen argumenta en este libro (Dickens llegaba a caminar 30 kilómetros diarios solo por las calles de Londres para poder plasmar todo lo que veía en sus libros, y cuando vivía en el campo hacía exactamente lo mismo casi de madrugada antes de desayunar). En fin, una es que es muy dickensiana y tira para lo suyo :)
 
Sin extenderme mucho más, que me va a quedar esto más largo que el propio libro, comentaba arriba el parentesco de Leslie Stephen con Virginia Woolf, y por muy relevante que pueda parecer este dato biográfico, a mí lo que me ha llamado la atención es la conexión entre padre e hija en el asunto del "caminar". Son ya varios párrafos los que he dedicado al padre, pero es que Woolf heredó su pasión por esta actividad y su asociación con el intelecto y el pensamiento  (padre e hija, como ya ha quedado explicado, consideraban esta actividad más allá de la mera experiencia física), y daba grandes caminatas ya fuese por la campiña como por Londres, sobre lo que escribió mucho y compartió mucho también (e incluso si habéis leído sus obras habréis visto que sus personajes suelen disfrutan de caminar, como la señora Dalloway). Por cierto, que sin tener nada que ver con esto, si queréis ver un detallado retrato psicológico de Leslie Stephen escrito su hija podéis leerlo en el señor Ramsay de
El faro (y a la señora Stephen en la señora Ramsay).

No puedo terminar sin comentar lo fantástica que es la edición y la buena compañía para el texto que son las ilustraciones de Manuel Marsol, que dan vida, potencian y enriquecen un texto que ya de por sí, a pesar de su sencillez y de que muchas de las cosas que dice puedan parecer manifiestas y obvias, tiene en la pasión subyacente, en la fe sobre un modo de concebir la vida, su mayor virtud y su mejor carta de presentación. Leslie Stephen adoraba caminar, disfrutaba reflexionando sobre las virtudes de la actividad misma y estaba convencido de su conexión con el trabajo intelectual. En cierto momento dice que no siempre se puede estar todo el tiempo pensando en los enigmas del planeta (que tampoco es cuestión de ir por la vida resolviendo los arcanos del universo, vaya), pero que la mente agradece y se lucra del compás, la simetría y la cadencia de los pies caminando libres por la vida, y eso no creo que admita tampoco demasiadas discusiones.


 

 


Leslie Stephen (Londres, 1832-1904), padre de la famosa escritora Virginia Woolf, fue una de las más eminentes figuras de la Inglaterra victoriana. Entre sus muchos trabajos sobre pensamiento político y literatura, destacan especialmente History of English Thought in the Eighteenth Century (1876), The Science of Ethics (1882) y su contribución al monumental Dictionary of Na­tional Biography (1885-1891).
 
Además, fue editor del Alpine Journal, cofundó el Alpine Club y fue uno de los primeros en coronar, durante la edad de oro del alpinismo, todas las altas cumbres de los Alpes.

2 comentarios:

  1. Hola guapísima, pues no conocía al autor y no sabía que era el padre de Viriginia Woolf. La temática parece interesante y además el estar ilustrado es un plus. A mí últimamente me ganan...
    Lo tendré en cuenta.
    Un besazo

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  2. Hola, la edición de Nórdica me parece preciosa y muy interesante tu reseña; apenas conocía nada de Leslie Stephen más allá de que era el padre de Virginia Woolf. Besos.

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