lunes, 8 de septiembre de 2025

RESEÑA (by MH) ::: LA VIRTUD DE CHECCHINA - Matilde Serao


 
Título original: La virtù di Checchina
Autora: Matilde Serao
Editorial: Ardicia
Traducción: Pepa Linares
Posfacio: Natalia Ginzburg
Páginas: 92
Fecha publicación original: 1884
Fecha esta edición: marzo 2015
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 14 euros
Ilustración de cubierta: Alice Provensen 
Checchina, esposa de un grosero médico romano, ve transcurrir sus días en la discreta monotonía de una apacible vida burguesa, ajena a cualquier preocupación que no sea el mantenimiento de la casa y lidiar con su incapacidad para imponerse a su criada, la beata Susanna, y a las confidencias amorosas de su amiga Isolina. Pero su aletargada feminidad irá despertando al descubrir el encanto de lo mundano a raíz de un encuentro casual con el seductor marqués d'Aragona. En La virtud de Checchina (1883), Matilde Serao consigue que la bondad innata de su protagonista, con todos los reparos y vacilaciones que condicionan continuamente sus acciones, establezca una inmediata empatía con el lector, que no puede más que dejar escapar una sonrisa y conspirar con esta peculiar Emma Bovary italiana en la siempre postergada realización de sus deseos.
 


 
 
Sigo con mi proyecto de leer todo lo que pueda de la desaparecida editorial Ardicia, y le ha tocado el turno a
La virtud de Checchina, de la autora italiana Matilde Serao, a la que últimamente está recuperando la editorial Libros de Seda pero de quien ya se publicó este relato largo (o novela corta, cortísima) allá por 2015. Y digo relato largo porque aunque constan noventa y dos páginas en la edición, la historia abarca unas sesenta y cinco como mucho; la autora va muy al grano, la trama está muy clara desde el principio, los personajes solo necesitan una pinceladas para estar perfilados y, en fin, que es de esas historias breves que no necesitan mucho más para ser contadas.
 
Checchina vive en Roma y está casada con Toto Primicerio, un médico cirujano de segunda categoría que trabaja en el hospital de Santo Spirito y tiene una consulta privada en la que apenas atiende a nadie. Un día comunica a su mujer que ha invitado a comer al marqués d'Aragona, un atractivo noble que se codea con la aristocracia y con el que entraron en contacto en un viaje reciente. A partir de este momento comienzan las preocupaciones de Checchina, no solo porque su casa es una casa burguesa con muchas limitaciones económicas por culpa de la tacañería de su marido y le da vergüenza no estar a la altura, sino porque el marqués no se corta un pelo y en cuanto se quedan solos le besa el cuello y la invita a un encuentro en su pisito de soltero. Le da incluso fecha y hora. Ella en un principio reniega de boquilla, pero luego dice que sí, que acudirá a la cita... pero ya veremos como van saliendo las cosas.
 
Pues esta es ni más ni menos que la historia que se plantea en esta breve narración. ¿Qué tenemos en ella entonces? Pues un matrimonio en el que resulta evidente que no hay ningún tipo de pasión ni muestras de cariño. No es que se porten mal el uno con el otro, simplemente están casados y conviven en una rutina apática y sosa sin fin que no lleva a ninguna parte. Él es un avaro de cuidado y lleva la economía de la casa a rajatabla, está muy orgulloso de su mujercita pero poco más. Ella... bueno, ella está considerada una esposa modelo, pasa sus días encerrada en casa con sus quehaceres y ya, esa es toda la salsa de su vida. ¿Con quién se relaciona entonces a excepción de su marido? Por un lado con su amiga Isolina, que es todo lo contrario a ella: una libertina que va de amante en amante a pesar de estar casada y que anda siempre pidiendo dinero o endeudándose porque se gasta un dineral en acicalarse para sus citas secretas; por el otro, con
 su criada, Susanna, una beata romana de pies a cabeza que refunfuña mucho, critica cualquier cosa que considera inmoral y no pierde a su señora de vista. Este es todo el mundo de Checchina, así que no debe extrañar que cuando el marqués le pide que sea su amante, a ella, que jamás se le había pasado nada parecido por la cabeza, se le enciendan las entrañas y decida que necesita esa aventura, esa salida del tiesto... ese soplo de aire distinto en su vida.
 
Pero claro, una cosa es decidirse a ser infiel y otra que se alineen los chakras y todo salga como es debido. Entre coser, limpiar el polvo y barrer, la pobre Checchina empieza a tener ensoñaciones con ese pisito de soltero, con la voz del marqués, su olor, lo bien que estaría acurracada entre sus brazos... pero muchas cosas se complican. ¿Lo primero? El dichoso dinero. No tiene nada que ponerse, lo que tiene está muy desgastado, pero a ver de donde saca liras para todo eso. La ropa rica y elegante otorga belleza a la mujer, pero ella va a tener que apañarse sin eso. Ni se le pasa por la cabeza pedirle dinero a su marido. Mira que si tiene que endeudarse como su amiga Isolina... ¿Lo segundo? Evitar la vigilancia intensiva de Rottweiler a la que le tiene sometida Susanna, porque ella, que nunca sale de casa, a ver qué se inventa para salir de ella y que su criada no le haga preguntad recelosas o insista en acompañarla. ¿Lo tercero? Detalles, muchos detalles: cuanto tarda en llegar al pisito, la mejor ruta para no encontrarse con nadie conocido, estar pendiente del tiempo por si llueve, y encima se da cuenta de que el día de la cita es viernes trece, con el mal fario que da eso.. Lo de ser infiel es muy complicado cuando tienes marido, criada y eres pobre, pero Checchina está dispuesta a todo.
 
¿Consigue llevar a cabo su infidelidad?
 Pues no seré yo quien os lo diga, obviamente. Esta es de esas historias en las que aparentemente no pasa nada o muy poca cosa (como bien dice Natalia Ginzburg en el epílogo que incluye la edición al final.). Tan solo asistimos a todo lo que se le pasa por la cabeza a Checchina mientras planifica acudir a esa cita, y si os dais cuenta en ningún momento os he dicho que haya cuestiones éticas o morales por medio porque a Checchina no se le pasa por la cabeza que lo que hace está mal ni tiene remordimientos; todos los impedimentos y las dificultades son de tipo funcional y práctico. Es decir, que no estamos ante una historia con moralina ni pretende Serao sermonearnos sobre la fidelidad; no, la narración rezuma ironía, austeridad y concreción. 
 
Las frases mordaces de Susanna y la cháchara descarada y atrevida de Isolina contrastan con la sencillez de Checchina a la hora de comunicarse con todo el mundo. Serao necesita muy poco para contarnos mucho, no escatima en detalles a la hora de describir todo cuanto rodea o hace Checchina, pero esas descripciones eluden cualquier tipo de artificio y nos ubican de lleno en ese hogar. Nada más comenzar la novela ya conocemos a todos los personajes, sabemos como son, están perfectamente trazados, y a quien menos conocemos, al dichoso marqués, queda al margen porque ese es su papel: ser el motor de la historia, la excusa para sacar a Checchina de su desidia vital y marital, pero como personaje en sí mismo da igual. La virtud de Checchina se lee con una sonrisa, es breve como un suspiro y mantiene la intriga sobe ese encuentro hasta el final. Un parpadeo y estamos en la Roma de finales del siglo XIX donde el beaterío y el virtuosismo femenino se daban la mano con la curiosidad sexual, y todas tan amigas y cubriéndose las espaldas.
 
En la sinopsis se habla de una peculiar Emma Bovary italiana, y bueno, con todo lo que estoy diciendo puede parecer que sí, que algo tiene que ver... pero no, no del todo. Tenemos una aspirante a Bovary, eso sí. Pero hay que leer el relato para descubrir si consuma la infidelidad o todo se queda en un quiero y no puedo.  

 



 
Matilde Serao (Patras, Grecia, 1857-Nápoles, Italia, 1927) fue una periodista y escritora italiana nominada al Premio Nobel en al menos seis ocasiones. Autora de una treintena de novelas y de múltiples relatos, su obra permanece prácticamente inédita en nuestro idioma. En su faceta periodística, fundó junto a su marido, Edoardo Scarfoglio Il Corriere di Roma, que pretendía ser un periódico al estilo de la prensa que entonces se publicaba en París. Tras esta aventura fallida, se mudó a Nápoles, donde editó, Il Corriere di Napoli y más tarde fundó Il Mattino, que acabaría por convertirse en el diario más leído del sur de Italia.

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