Título original: Italian Backgrounds
Autora: Edith Wharton
Editorial: Guillermo Escolar Editor
Traducción: María del Carmen Rodríguez Gil
Prólogo y notas: María del Carmen Rodríguez Gil
Páginas: 171
Fecha publicación original: 1905
Fecha publicación original: 1905
Fecha esta edición: mayo 2019
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 16,50 euros Encuadernación: rústica con solapas
Diseño de cubierta: Javier Suárez
Los largos viajes a Europa, primero con su familia, más
tarde con su marido, representan para Edith Wharton
una alternativa feliz a la vida rutinaria, embotada social
y espiritualmente, de Newport.
Desde muy joven encuentra en Europa los recursos intelectuales idóneos para una sensibilidad artística, literaria y filosófica que decae hasta la depresión, en sentido estricto, cuando su genio tiene que convivir con el día a día burgués de la cotidianidad.
La literatura de viajes de Wharton huye de un fenómeno que ya en su tiempo anunciaba sus rasgos más propios, la profanación que hace el turismo de masas del sentido histórico, estético y cultural de la obra de arte.
Así, estos Paisajes italianos no son una guía de viaje para consumo rápido, esquemático y superficial, de visitantes que saldan sus andanzas por Italia con un “yo estuve allí” que compartir en sus ciudades de origen.
A diferencia de todo ello, las páginas de Wharton son una auténtica crítica de arte, en el sentido moderno de que ofrecen una valoración informada, documentada históricamente, de las piezas pictóricas, escultóricas o arquitectónicas que describe al lector.
Desde muy joven encuentra en Europa los recursos intelectuales idóneos para una sensibilidad artística, literaria y filosófica que decae hasta la depresión, en sentido estricto, cuando su genio tiene que convivir con el día a día burgués de la cotidianidad.
La literatura de viajes de Wharton huye de un fenómeno que ya en su tiempo anunciaba sus rasgos más propios, la profanación que hace el turismo de masas del sentido histórico, estético y cultural de la obra de arte.
Así, estos Paisajes italianos no son una guía de viaje para consumo rápido, esquemático y superficial, de visitantes que saldan sus andanzas por Italia con un “yo estuve allí” que compartir en sus ciudades de origen.
A diferencia de todo ello, las páginas de Wharton son una auténtica crítica de arte, en el sentido moderno de que ofrecen una valoración informada, documentada históricamente, de las piezas pictóricas, escultóricas o arquitectónicas que describe al lector.
Creo que ya lo he dicho muchas veces así que no me repito demasiado: adoro Italia de punta a punta de la bota, he vivido allí, allí volvería a vivir, y me parece un país privilegiado para los que nos gusta viajar y perdernos fuera de rutas turísticas establecidas, porque te metas donde te metas descubres algo que enamora la vista. Así que no se me podía escapar un ensayo con un título tan sugerente como Paisajes italianos, escrito por Edith Wharton (hacía ya tres meses por lo menos que no os hablaba de esta autora, seguro que la echábais de menos xD).
Para entender este ensayo de viajes, las zonas de Italia en que se adentra y el modo en que está escrito, creo que primero hay que conocer algunas cosas a la autora. Edith Wharton era de muy buena familia, sus padres tenían mucho dinero, y volcaban esa prosperidad monetaria en viajes que a veces duraban años por el continente europeo, y que luego continuaron tras casarse. Por esta razón Wharton estuvo en contacto con el Viejo Mundo en general, e Italia en particular, desde que fue muy pequeña. A eso se sumaba que era una mujer extremadamente inteligente, con muchas inquietudes intelecturales y artísticas, y que su sensibilidad por la belleza en sí misma, por la naturaleza y por cualquier manifestación de arte, rayaba en una precisión en el detalle y una comunión con lo que sus ojos observaban que en negro sobre blanco se manifestaban con una prosa poética, exquisita, profusa y detallada en grado sumo. Por otro lado, tantas visitas a lo largo de toda su vida favorecieron que, una vez conocidos los lugares, ciudades y monumentos famosos, esos que todo turista visita, pudiera adentrarse en otra Italia, la que no aparece en las guías y que esconde tesoros maravillosos para el visitante avezado que decida salirse de la rutina. Esa es la Italia que vamos a conocer en Paisajes italianos.
Así pues, que nadie espere que Wharton nos lleve a Venecia, Roma o Florencia, por poner algunos ejemplos de grandes ciudades, salvo para comentar alguna cosa puntual, como el caso de un Presepio de terracota esmaltada que se encuentra en el Museo Nazionale del Bargello de Florencia, perteneciente a la escuela de della Robbia y que allí sigue, cien años después, porque yo misma lo he visto en persona y lo recordé al instante cuando se puso a describirlo (qué ilusión hacen estas cosas... xD). El caso es que lo que hace Wharton es contarnos precisamente sus excursiones desde estas grandes ciudades hacia destinos muy poco transitados por el turista común.
No me voy a adentrar detalladamente en la ruta narrada por Wharton porque es definida en grado sumo y en cierto modo debe descubrirla el lector. Pero no esperéis un relato de viajes convencional, superficial y somero, de esos que se quedan solo en lo evidente y que apenas describen lo que salta a la vista sin adentrarse realmente, de verdad, en lo que se halla ante los ojos. No, Wharton realiza un recorrido exhaustivo, pormenorizado y descriptivo hasta el detalle de todo lo que abarcan sus ojos a lo largo y ancho del paisaje que tiene delante. Y cuando a esa naturaleza se unen la arquitectura, la escultura o la pintura, se adentra también en ellas de un modo casi doctoral analizando sus peculiaridades, historia y circunstancias de tal modo que denota un profundo (profesional, diría yo) conocimiento del arte italiano, ya sea renacentista o posrenacentista. Estamos por tanto ante un ensayo de viajes en el que no solo encontramos una narrativa descriptiva de una riqueza profusa (y a veces hasta apabullante en su exuberancia) en lo que a naturaleza y paisajes se refiere, sino que la autora da toda una muestra de su faceta crítica al adentrarse en el terreno de la historia del arte en todas sus variantes demostrando que sus inquietudes, sus estudios y su formación iban mucho más allá de lo que la simple curiosidad e interés por aprender y conocer exigen.
Paisajes italianos no es un libro que se lea de una sentada a pesar de sus escasas 170 páginas. Al contrario, le exige al lector esfuerzo y mucha atención e interiorización de lo que está leyendo si no quiere cometer el error de leer por leer. Yo lo he disfrutado mucho, paso a paso, buscando los lugares de los que hablaba, las iglesias que nombraba, tal pintura, tal edificio, tal plaza... leía un capítulo y paraba, y si tenía que releer un párrafo porque sentía que había perdido el contenido informativo en el continente profuso, lo releía. Os doy el aviso sobre el estilo en que está escrito porque debo hacerlo, porque sé que no será del gusto de todo el mundo y porque sé que no todos los lectores están interesados en depositar tanto esfuerzo en un libro, pero para aquellos que sí lo estén y quieran viajar por una Italia desconocida, en la que cada particularidad del paisaje tiene su lugar en la visión conjunta que la autora percibe en el camino, visión que despliega a lo largo de las páginas con belleza, conocimiento y sabiduría... que no lo dejen pasar. Lo cerrarán deseando poner rumbo a Italia e intentar mirar el mundo como ella lo hacía.
Por cierto, no puedo despedirme sin nombrar, porque bien se lo merece, a la traductora del ensayo, María del Carmen Rodríguez Gil. Un trabajo simplemente maravilloso de un texto enormemente complicado que no pierde en la traslación ni un ápice de su complejidad ni de su exquisitez y belleza. Un placer.
Para entender este ensayo de viajes, las zonas de Italia en que se adentra y el modo en que está escrito, creo que primero hay que conocer algunas cosas a la autora. Edith Wharton era de muy buena familia, sus padres tenían mucho dinero, y volcaban esa prosperidad monetaria en viajes que a veces duraban años por el continente europeo, y que luego continuaron tras casarse. Por esta razón Wharton estuvo en contacto con el Viejo Mundo en general, e Italia en particular, desde que fue muy pequeña. A eso se sumaba que era una mujer extremadamente inteligente, con muchas inquietudes intelecturales y artísticas, y que su sensibilidad por la belleza en sí misma, por la naturaleza y por cualquier manifestación de arte, rayaba en una precisión en el detalle y una comunión con lo que sus ojos observaban que en negro sobre blanco se manifestaban con una prosa poética, exquisita, profusa y detallada en grado sumo. Por otro lado, tantas visitas a lo largo de toda su vida favorecieron que, una vez conocidos los lugares, ciudades y monumentos famosos, esos que todo turista visita, pudiera adentrarse en otra Italia, la que no aparece en las guías y que esconde tesoros maravillosos para el visitante avezado que decida salirse de la rutina. Esa es la Italia que vamos a conocer en Paisajes italianos.
Así pues, que nadie espere que Wharton nos lleve a Venecia, Roma o Florencia, por poner algunos ejemplos de grandes ciudades, salvo para comentar alguna cosa puntual, como el caso de un Presepio de terracota esmaltada que se encuentra en el Museo Nazionale del Bargello de Florencia, perteneciente a la escuela de della Robbia y que allí sigue, cien años después, porque yo misma lo he visto en persona y lo recordé al instante cuando se puso a describirlo (qué ilusión hacen estas cosas... xD). El caso es que lo que hace Wharton es contarnos precisamente sus excursiones desde estas grandes ciudades hacia destinos muy poco transitados por el turista común.
Marzo es, en algunos aspectos, el mes más exquisito del año en Italia. Es el mes de las transiciones y las sorpresas, de las vehementes lloviznas intermitentes acompañadas de un corazón dorado de luz de solar, de campos desnudos invadidos durante la noche por las flores de los árboles frutales y setos vivos que brotan de forma tan repentina como las flores del bastón de Tannhäuser. Es el mes en el que el viajero del norte, receloso de la prometida clemencia de los cielos italianos y con la amargura del invierno aún en los huesos, al encontrarse con un terreno de prímulas bajo riberas deshojadas o con la continua llama de los tulipanes a lo largo de las acequias de un huerto de olivos, aprende que Italia es Italia, después de todo, y se abraza al pensamiento del negro marzo más allá de los montes.Así, partiendo de los Alpes, en la frontera entre los valles suizos e Italia para remarcar el contraste que supone un mero cruce de fronteras en cuanto a cultura y riqueza paisajística se refiere ("puede perdonársele a un lugar que se encuentra a más de cuatro mil kilómetros de Italia que no sea italiano, pero que aquella aldea en la misma frontera permaneciese tan imperturbable e inamoviblemente helvética era una constante fuente de exasperación. Incluso el propio paisaje había desaprovechado su oportunidad"), ponemos pie en tierras italianas y nos perdemos en esos sitios que no aparecerán en ninguna guía de viaje que se precie. Junto a Wharton visitamos muchos lugares de peregrinación y santuarios en los Alpes peninos, como la iglesia de la Madonna di Tirano (en la Valtelina) o la ermita de San Vivaldo, famosa por su serie de grupos de terracotas y que para mí ha sido uno de los grandes descubrimientos de la narración porque no la conocía pese a estar en la misma Toscana (se remonta al siglo XIV, y alrededor de la ermita comenzaron a construirse iglesias y capillas llegando a formar casi un complejo de edificios que más parece un pequeño pueblo que otra cosa). La pintoresca aldea de Chiavenna, el puerto de Lovere, Tirano ("una de esas ignoradas ciudades sobre las que no se ha historiado, y que reservan para el ojo observador un tesoro de discretas impresiones"), Brescia, Andorno, Oropa, Varallo... También visitamos alguna ciudad más grande, como Parma, pero a modo de reinvindicación de los tesoros que esconde, pues la autora cree que la aparente simplicidad y la ausencia de lo superlativo minimiza su encanto a ojos del visitante, y por ello defiende que hay que esforzarse por conocerla y perderse en ella.
No me voy a adentrar detalladamente en la ruta narrada por Wharton porque es definida en grado sumo y en cierto modo debe descubrirla el lector. Pero no esperéis un relato de viajes convencional, superficial y somero, de esos que se quedan solo en lo evidente y que apenas describen lo que salta a la vista sin adentrarse realmente, de verdad, en lo que se halla ante los ojos. No, Wharton realiza un recorrido exhaustivo, pormenorizado y descriptivo hasta el detalle de todo lo que abarcan sus ojos a lo largo y ancho del paisaje que tiene delante. Y cuando a esa naturaleza se unen la arquitectura, la escultura o la pintura, se adentra también en ellas de un modo casi doctoral analizando sus peculiaridades, historia y circunstancias de tal modo que denota un profundo (profesional, diría yo) conocimiento del arte italiano, ya sea renacentista o posrenacentista. Estamos por tanto ante un ensayo de viajes en el que no solo encontramos una narrativa descriptiva de una riqueza profusa (y a veces hasta apabullante en su exuberancia) en lo que a naturaleza y paisajes se refiere, sino que la autora da toda una muestra de su faceta crítica al adentrarse en el terreno de la historia del arte en todas sus variantes demostrando que sus inquietudes, sus estudios y su formación iban mucho más allá de lo que la simple curiosidad e interés por aprender y conocer exigen.
La frontera, que cruza tierras bajas con sus granjas de tejas rojas y sus huertos de moreras, se eleva gradualmente hasta una región de susurrante verdor. Torrentes de montaña fluyen entre las orillas flanqueadas por alisos, bueyes blancos dormitan entre los setos de acacias y en los huertos de almendros y cerezos las vides tienden sus virgilianas guirnaldas de un floreciente árbol a otro. Esta tierra pastoral se despliega en dirección al oeste hacia los Alpes grayos en forma de ondulante y verde mar; pero hacia el norte se convierte de forma abrupa en la cumbre contra la que se eleva la hilera de casas que compone el esbozo de Biella.Los párrafos que os he ido enseñando dan buena muestra de lo que se puede encontrar en el libro narrativamente hablando. Y os voy a ser muy sincera, como siempre. Yo adoro la prosa de Edith Wharton, creo que he dado pruebas suficientes de ello en el blog porque la traigo cada pocos meses, pero sé que es una autora que a algunos lectores se les atraganta un poco y su estilo narrativo se les hace cuesta arriba (sobre todo en sus novelas). Por eso cuando reseño nouvelles o relatos os digo que os animéis con ellos porque merecen mucho la pena y la lectura es fluida y muy amena. Paisajes italianos está en otra liga, es un ensayo crítico en toda regla redactado con una prosa agradable, casi bella, pero florida y para algunos gustos lectores imagino que excesiva. El ensayo en sí mismo es fantástico, el recorrido que muestra es de esos que te llaman a coger el libro y seguirlo al pie de la letra y, en definitiva, leer a Wharton siempre es un placer por muchos motivos. Pero también es verdad que la narración es de esas que te obligan a leer un capítulo al día; la pormenorización descriptiva es de esas que piden al lector que pare la lectura para asimilar todo lo leído y darse un respiro.
Paisajes italianos no es un libro que se lea de una sentada a pesar de sus escasas 170 páginas. Al contrario, le exige al lector esfuerzo y mucha atención e interiorización de lo que está leyendo si no quiere cometer el error de leer por leer. Yo lo he disfrutado mucho, paso a paso, buscando los lugares de los que hablaba, las iglesias que nombraba, tal pintura, tal edificio, tal plaza... leía un capítulo y paraba, y si tenía que releer un párrafo porque sentía que había perdido el contenido informativo en el continente profuso, lo releía. Os doy el aviso sobre el estilo en que está escrito porque debo hacerlo, porque sé que no será del gusto de todo el mundo y porque sé que no todos los lectores están interesados en depositar tanto esfuerzo en un libro, pero para aquellos que sí lo estén y quieran viajar por una Italia desconocida, en la que cada particularidad del paisaje tiene su lugar en la visión conjunta que la autora percibe en el camino, visión que despliega a lo largo de las páginas con belleza, conocimiento y sabiduría... que no lo dejen pasar. Lo cerrarán deseando poner rumbo a Italia e intentar mirar el mundo como ella lo hacía.
Por cierto, no puedo despedirme sin nombrar, porque bien se lo merece, a la traductora del ensayo, María del Carmen Rodríguez Gil. Un trabajo simplemente maravilloso de un texto enormemente complicado que no pierde en la traslación ni un ápice de su complejidad ni de su exquisitez y belleza. Un placer.
Edith Wharton (Edith Newbold Jones, de soltera) nació en 1863 en Nueva York, en el seno de una familia de la alta burguesía. Pasó gran parte de su infancia en Europa, primero en París y luego Alemania y Florencia. Desde pequeña dio muestras de una inteligencia e imaginación excepcionales. De adolescente escribió poemas y en 1877 un cuento: «Fast and Loose». Con 23 años se casó con Edward Wharton, doce años mayor que ella, con quien no compartía ningún interés intelectual ni artístico (acabó divorciándose en 1913). En 1891 apareció su primer relato, «Mrs Manstey’s View» en el Scribner’s Magazine, donde se recogerían regularmente sus textos. En 1897 publicaría The Decoration of Houses, en colaboración con su amigo el arquitecto Ogden Codman, que tuvo un éxito inmediato. En 1902, se instala en The Mount, la casa que los Wharton habían construido en Lenox, pero pronto regresará a Europa, y en 1903 conocerá en Inglaterra a su «queridísimo maestro» Henry James, con quien mantendrá una gran amistad hasta la muerte de éste en 1916. En 1905 aparece La casa de la alegría; en 1907, se instala en París, y ya nunca abandonaría su querida Francia. Durante la Primera Guerra mundial fundó los American Hostels for Refugees, por lo que fue condecorada con la Legión de Honor. En 1920, La edad de la inocencia obtiene el Premio Pullitzer. En 1923 se convirtió en la primera mujer doctor honoris causa por la Universidad de Yale. El 11 de agosto de 1937 padeció una crisis cardíaca que le causó la muerte. Sus restos reposan en el cementerio de Versalles. Su última novela, inacabada, The Buccaners, se publicó póstumamente en 1938.
Hola, me encanta Edith Wharton y esta obra suya no la conocía, me lo llevo sin dudar. Me gustan esas "guías" que nos llevan a lugares que no son los típicos de los turistas y de una forma desconocida y profunda. La edición además me parece preciosa. Besinos.
ResponderEliminarCoincidimos en la pasión por el país, la verdad es que de Italia me gusta todo, no hay un solo destino que no haya disfrutado en todos sus aspectos, así que por ese lado el libro me atrae, pero no he leído a la autora y ya veo que no es cosa fácil. Ya veremos.
ResponderEliminarBesos.
Tuve la oportunidad de ir a Italia el año pasado y me enamoré del país. Tengo que volver. Y no me importaría nada volver también con esta lectura.
ResponderEliminarBesotes!!!
He leído varias novelas de Edith W. y es una de las autoras clásicas que disfruto leyendo, me gusta como escribe y siempre estoy interesada en leer algo de su obra.
ResponderEliminarEste libro es distinto, pero algún día quiero viajar a Italia y me parece que sería una excelente introducción para conocer de antemano este país. Me lo llevo apuntado.
Bss.
Me repito más que el ajo, pero de su autora tengo en casa otra novela y seguramente pruebe con esa antes. Además veo que esta historia requiere tiempo esfuerzo y quizás no sería la mejor opción para estrenarme con ella ;)
ResponderEliminarBesitos
Me parece una oportunidad muy bonita para viajar desde el sofá de casa ^^
ResponderEliminarSiempre me dejas anonadado con tus reseñas. Me ha encantado lo que nos cuentas, que nos enseñe otra Italia diferente a lo que estamos acostumbrados. Besos
ResponderEliminarHe estado en Italia varias veces y es un país precioso. Recomendaré esta guía a quien viaje allí. Un beso.
ResponderEliminarHola. Edith Wharton me gana con sus relatos; Ethan Frome es mi relato corto favorito de todos los tiempos. Pero en novela me aturde y no puedo. Me da la sensación de que aquí coge ese estilo así que mejor lo dejo pasar. Me da pena porque me encantaba la idea del viaje diferente y con la visión de una escritora.
ResponderEliminarBesos
Como tu dices, la literatura de Edith no es para todo el mundo, aunque yo no llegué a disfrutar en exceso de La edad de la inocencia, sí que me gustó mucho su novela corta de La solterona. En esta obra que nos traes, por un lado me llama la atención el hecho de que sea una guía de viaje de la Italia desconocida, porque como a tí, a mí también me encanta Italia (aunque no he vivido allí), pero me echa algo para atrás que sea tan detallada y me da la impresión que puede ser una lectura algo densa... No descarto leerla, pero creo que la dejaría para cuando estoy de vacaciones. Un saludo!
ResponderEliminarAy, mi historia de amor-odio con la señora Wharton... Pero este sí que creo que me gustaría, sobre todo porque no es novela. Es cierto que nos quejamos mucho del turismo de masas de nuestro tiempo, pero en la época del Grand Tour y del belle monde, tampoco debía ser moco de pavo. Qué maja Edith que nos ofrece paquetes alternativos. Y no me extraña nada que señales la traducción porque Edith Wharton no debe ser precisamente fácil. Besos.
ResponderEliminarHola guapa, me ha gustado muchísimo, pero que muchísimo la reseña. Tanto que me estaba animando a leer el ensayo, pero cuando he llegado a la parte de las advertencias sobre el estilo de la autora he frenado un poco. Así que me plantearé leer alguna de esas pequeñas novelas que nos traes de ella para ver si me convence el estilo. Por otro lado decirte que me da una envidia tremenda la capacidad que tienen algunos autores para poder escribir obras como esta. Esa facilidad para poder hacer bellas descripciones de la naturaleza y de los lugares que visita... ainsss..
ResponderEliminarUn besazo
Pues mira que despistada estaba hoy que no me acordaba que tengo en el kindel Ethan Fromn y que empecé a leer sus primeras páginas... jeje...
EliminarA mí también me gusta Italia, cómo no.. ES tan parecida a España en muchas cosas y tan distinta en otras...
ResponderEliminarEs un libro que me hubiese pasado inadvertido de haberlo visto en una librería, pero desde luego derrocháis tal pasión que es para pensarlo.
Besos.
hola chicas! Vengo de Transilvania y no encuentro que leer. vere en tus recomendaciones. Italia, dices?
ResponderEliminarSin leerte ya me llevaba el libro, pero cómo no leerte si hablas de Edith Wharton e Italia!!
ResponderEliminarSé de tu amor por este maravilloso país, y sé también que no recomendarías nada que no le hiciera justicia.
La edición me parece preciosa, y no voy a perder ocasión para llevarme un ejemplar del libro a casa.
¡Muchísimas gracias por darme a conocer esta editorial y por tu carismática reseña!
Besos <3
A mi me pasa igual con Italia, me encanta toda ella. No conocía el libro y me ha encantado leer tu reseña, pero no creo que sea una lectura cualquiera y por eso me la quedo para cuando llegue "su momento".
ResponderEliminarBesos
Por Dios, no se puede entrar en este blog!!!! Yo más que amante de toda Italia, país que he visitado 3 veces, soy una apasionada de Roma, siempre digo que si ahora me pillara en plena juventud lo de los Erasmus y estas cosas creo que me iría a vivir allí un par de añitos al menos pero claro, solo es un sueño fantasioso ya irrealizable. Pues eso que me lo voy a lleva, también me gusta la autora.
ResponderEliminarBesos