Título original: Chernobyl 01:23:40. The Incredible True Story of the World's Worst Nuclear Disaster
Autor: Andrew Leatherbarrow
Editorial: Duomo
Traducción: Miguel Alpuente y Marcelo E. Mazzanti
Páginas: 288
Fecha de esta edición: septiembre 2019
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 18 euros Diseño de portada: Clara Pousa / Duró Studio
UN RELATO FASCINANTE. UN HECHO NARRADO CON EL TREPIDANTE RITMO DE UNA NOVELA
Andrew Leatherbarrow, movido por una insaciable curiosidad, reúne en
este libro todos los aspectos para entender qué pasó, qué significó y
qué significa hoy en día Chernóbil: los detalles técnicos, explicados
con claridad; las historias humanas, a través de las biografías de sus
protagonistas y de multitud de detalles que dan voz a las víctimas de
Chernóbil; los aspectos políticos y económicos, profundizando sobre cómo
fue gestionado el desastre nuclear. El resultado es un viaje al lugar y
al tiempo donde todo empezó y todo cambió para siempre.
Chernóbil 01:23:40 nació fruto de una obsesión del autor sobre el desastre nuclear ucraniano y lo imposible que le resultaba encontrar un libro que narrase qué ocurrió para que se produjera el accidente. Y cuando digo qué ocurrió me refiero a la encadenación de mal funcionamiento, errores, fallos, malas decisiones... que favorecieron de alguna manera lo que pasó aquella noche. Leatherbarrow encontraba sobre todo documentación sobre las consecuencias, pero no sobre el accidente en sí mismo, y lo que encontraba sobre el propio accidente era ininteligible y estaba plagado de errores e incongruencias, o encontraba montones de versiones distintas (ya fuese por desinformación o por las muchas versiones que se dieron a lo largo de los años para tapar información). Se dio cuenta de que, varias décadas después, estábamos muy familiarizados con las consecuencias, pero realmente seguíamos sin saber qué había pasado. Y decidió escribir su propio libro. Para él, a modo personal. Y empezó a recopilar datos, a buscar información, a bucear en toda la documentación a su alcance. Y después compartió lo que iba escribiendo en internet, y la respuesta fue masiva. Ingenieros le ayudaron a comprender lo que no llegaba a comprender sobre los procesos que se llevan a cabo en una central nuclear, lectores de nacionalidad rusa le ayudaron a traducir lo que no sabía traducir bien, una correctora se ofreció a ayudarle de manera desinteresada, y muchos lectores le animaron a seguir adelante, a hacerlo más grande, a mejorarlo... y a publicarlo.
Fruto de aquella obsesión tenemos el que probablemente sea el primer relato cronológico y veraz tanto de la cadena de hechos, decisiones y errores que llevaron a la explosión del reactor nuclear como de los minutos, horas, días y semanas posteriores dedicados al intento de control de daños y de estabilización de la planta. Para hacerlo rebaja todo lo que puede los tecnicismos al nivel del lector de a pie de calle, aunque os digo desde ya que el camino del lector no es fácil en absoluto y el funcionamiento de un reactor nuclear, por mucho que se intente explicar claro, es el que es. Pero si realmente os interesa el tema, hacedme caso, leedlo. Os lo dice un cero a la izquierda en física. No vais a encontrar nada mejor ni más adaptado para los lectores medios no especializados en el tema.
Leatherbarrow comienza desde el principio, con una breve historia de la energía nuclear, que va desde la euforia que supuso el estudio pionero de la radiación en el siglo XIX y la despreocupación con la que se trabajaba con ella (Marie Curie defendió hasta su muerte que era inocua a pesar de morir de una anemia aplásica por su exposición constante y desprotegida a ella) hasta los años 30 o 40 del siglo XX, en los que por fin se reconoció la peligrosidad del radio. Y de ahí pasamos al inicio de la era atómica, los estudios secretos de la fisión nuclear, las bombas atómicas, etc... y la comprensión posterior de que toda esa energía nuclear podría derivarse en crear energía para el planeta, y de ahí la creación de centrales nucleares a lo largo y ancho del globo. Tras un desglose de muchos accidentes nucleares ocurridos en algunas de estas plantas a lo largo de los años (muchos los conocemos, pero otros muchos se ocultaron al público en su momento), llegamos a Chernóbil y a la noche en que ocurrió todo.
Esta reseña es complicada porque, o no os cuento apenas nada y me quedo en la superficie, o me adentro un poco y, si me adentro, hay tanto (TANTO) que contar que esto puede quedar muy largo. Así que, aunque no os voy a dar demasiados detalles técnicos (porque por mucho que lo intente no conseguiría nada salvo hacer el ridículo), sí voy a intentar explicar en modo dummie (el mío, vamos) los factores que propiciaron el accidente (o lo que yo he entendido que favoreció el accidente), aunque solo sea para demostrarme a mí misma que me he enterado de algo. Soy consciente de que a muchos esta parte os interesará un comino, sé que no gustan mucho las reseñas largas, así que si queréis ir a la versión más breve (no breve... "más" breve xD), saltaos los tres párrafos en cursiva entre los asteriscos :)
Los reactores nucleares usan el proceso de fisión nuclear para generar electricidad, y al proceso responsable del calor que se genera en un reactor se lo denomina reacción en cadena por fisión. Realmente la energía nuclear se basa en la misma reacción atómica que la bomba nuclear, solo que está diseñada para que sea físicamente incapaz de provocar una explosión atómica. Aun así, para impedir emisiones radiactivas, en cualquier instalación nuclear existe una filosofía de seguridad llamada defensa en profundidad, que a modo de una muñeca rusa, tiene varias capas de seguridad, y si falla un elemento, queda otro, y si falla este, todavía hay otro funcionando, etc...
Bueno, pues voy con algunas de las claves para entender lo que pasó. A causa del extremo calor que genera la fisión, el núcleo del reactor debe mantenerse frío a toda costa. Por ello, en occidente se usan reactores de agua a presión (más caros, menos potentes pero más seguros); Chernóbil descartó este mecanismo para ahorrar costes y usaba un moderador de grafito, altamente peligroso porque aun faltando el agua refrigerante, la reacción de fisión en lugar de detenerse, continúa (o incluso se incrementa), y hasta pueden formarse cavidades o huecos de vapor altamente peligrosos (esta es precisamente una de las cosas que ocurrieron aquella noche fatal). Además, para controlar la liberación de energía del reactor nuclear, se usan barras de control. Cuantas más barras de control, menos potencia. Chernóbil tenía nada menos que 211 barras de control. Para que no se produzca una explosión o una fusión nuclear, el núcleo debe recibir constantemente agua refrigerada, y las bombas que hacen posible ese flujo constante de agua dependen de la electricidad de la propia central y, por tanto, de que funcione bien dicha potencia. Para colmo de males, y también para ahorrar costes, el RBMK (el modelo de reactor de la unidad 4 de Chernóbil) no usaba dos de las barreras de contención absolutamente esenciales para la seguridad (ni la vasija a presión, una barrera de blindaje de metal casi irrompible, ni un edificio de contención estanco, última barrera ante la rotura de la vasija a presión). En definitiva, tal y como se dice en cierto momento en el libro, el reactor RBMK estaba condenado a explotar y a provocar una catástrofe nuclear, y de hecho, antes del gran desastre, en Chernóbil ya se produjeron un accidente previo y numerosos fallos que avisaron en vano porque nadie hizo ni caso (y aquí empezaron los errores humanos).
Entonces, ¿qué pasó en Chernóbil el 26 de mayo de 1986? Aquella noche se iba a realizar una prueba en el reactor 4. Había que que comprobar que funcionaba correctamente el hardware que controlaba que, si se producía un fallo en el suministro de energía, siguiera produciéndose eletricidad residual suficiente que impulsase las bombas de agua refrigerante para controlar el exceso de calor. Desde el principio del test empezaron a salir mal las cosas y, en lugar de detenerlo, el ingeniero jefe a cargo decidió seguir adelante. Y, al insertar conjuntamente las 211 barras de control de la unidad 4 se produjo una sobrecarga de energía, lo que derivó en el fallo del sistema de refrigeración. Y después, simplificando que es gerundio, se hicieron muchas cosas mal. A la larga, con una primera explosión, el núcleo quedó al descubierto. En una segunda explosión, el propio núcleo explotó. Estas explosiones no quedaron contenidas al no existir las dos barreras últimas de contención y, en última instancia, derivó en la emisión de decenas de toneladas de combustible radiactivo vaporizadas a la atmósfera. Diez bombas de Hiroshima, dejando aparte el grafito del reactor y demás partículas radiactivas de la periferia del reactor.
Os podría hablar de las personas que sabiendo que morirían, permanecieron en sus lugares de trabajo aquella noche; de las que sabiendo que morirían, se metieron hasta las rodillas en agua radiactiva para girar una compuerta que había que girar o comprobar algo que había que comprobar; de los médicos, enfermeros, camilleros, conductores de ambulancia que, aun sabiendo que a la larga morirían, atendieron sin descanso a decenas de personas que contenían tanta radiación en sus cuerpos como para producir quemaduras a otras personas por mero contacto; os podría hablar de bomberos que, sabiendo o no a lo que se enfrentaban y que morirían, consiguieron controlar los 40 incendios que se produjeron en la central; de los mineros que, sabiendo que a la larga morirían, a pecho descubierto y sin protección, se metieron bajo tierra a hacer lo que tenían que hacer; de los pilotos que sobrevolaron la zona para contener la emisión de material radiactivo desde el aire teniendo que colocarse justo encima del desastre; os podría hablar de los biorrobots (llamados así, pero eran personas de carne y hueso) que, en contra de su supervivencia y sabiendo que morirían, se subieron al tejado e hicieron lo que tenían que hacer... Muchos de todos estos profesionales recibieron dosis mortales de radiactividad en apenas 40 segundos de exposición. También os podría contar que los habitantes de Prípiat estuvieron expuestos a radiactividad durante casi cuarenta horas antes de que les dijeran que se montasen en un autobús con lo puesto sin que nadie les informase de la gravedad del asunto ni les avisase de que no volverían más a sus casas... os podría decir que las autoridades rusas ni siquiera informaron de lo que había pasado en Chernóbil, y que solo se descubrió el pastel cuando los niveles de radiactividad se dispararon varios días después en centrales nucleares situadas a miles de kilómetros de distancia y tuvieron que admitir la mayor. Os podría contar muchas cosas que ponen los pelos de punta, como los síntomas que sufrieron muchas de estas personas y el modo en que murieron. Hubo muchas muestras de heroísmo que no sirvieron para nada, porque los que podían hacer algo cometieron un error detrás de otro.
Lo que todavía no os he dicho es que el autor también nos narra en el libro su viaje en 2011 a Chernóbil, Prípiat y Kiev. Y sé que para muchos lectores esta será la parte más interesante (la más digerible, por así decirlo), pero a mí me ha pasado una cosa muy curiosa. Conforme lo leía agradecía muchísimo la estructura elegida por Leatherbarrow alternando los capítulos meramente técnicos (en los que el intrincado funcionamiento de los reactores nucleares son arduos de leer y comprender para los legos en la materia) con esos capítulos que os comento mucho más relajados en los que narra su viaje a Ucrania para visitar la central nuclear, la ciudad abandonada de Prípiat y Kiev (en los que, además de narrar sus sensaciones y lo que para él significó ese viaje, se le escapa un tufillo a bloguero aventurero y friki de la fotografía que tira para atrás). Lo agradecía porque me ha facilitado mucho la lectura y esos capítulos casi turísticos destensaban el esfuerzo que suponía leer y comprender los capítulos del accidente... Pues bien, he terminado el libro sabiendo que lo voy a releer en algún momento de los próximos años, y es una sensación que no todos los libros me producen por mucho que me gusten... pero también sé que solo releeré los capítulos del accidente. Me he dado cuenta de que por mucho que esos capítulos de transición faciliten la lectura, al final no me han aportado gran cosa y no deja de ser su experiencia (que me ha parecido a ratos más superficial de lo que debería y demasiado pendiente de buscar la foto ideal), mientras que los capítulos del accidente me parecen fascinantes, y sé que con una relectura la información que he asimilado se asentará mejor y comprenderé todo desde una perspectiva más amplia. Seré un bicho raro, pero me gusta aprender cosas, entenderlas, y si algo no lo entiendo, persisto. Lo mismo acabo por no entenderlo de ninguna de las maneras, pero lo intento.
Comento al principio que el autor dice que ha intentado simplificar al máximo toda la parte técnica... bueno, creedme, este libro es un arduo viaje a las entrañas de la física nuclear, y muchas veces no sabréis de lo que os están hablando. Da igual, seguid adelante, no os dejéis intimidar, porque aunque resulte imposible comprender todos los detalles, todos los procesos, todos los tecnicismos, lo que importa es el todo, el conjunto, el efecto de todas esas causas, y os aseguro que eso se comprende, se asimila y ayuda a tener una perspectiva mucho más clara y comprensiva de lo que ocurrió aquella noche y en jornadas posteriores. Me ha parecido un libro fantástico en el que he terminado apreciando y valorando más lo que pensaba que se me iba a hacer cuesta arriba (el accidente) que la parte más light y fácil de leer (el viaje del autor). Lo que Andrew Leatherbarrow cuenta en este libro no se había contado hasta ahora de este modo por muy raro que parezca, y aunque no puedo decir que lo haya disfrutado porque este tipo de libros no se pueden disfrutar (lo que cuenta es terrorífico), el libro está planteado de tal manera que hasta el lector más negado para el tema (mi caso) entiende (unas cosas más y otras menos, pero las entiende)) qué pasó aquella madrugada recién estrenada del 26 de mayo de 1986 en el reactor de la unidad 4 de la central nuclear de Chernóbil.
Por favor, leedlo si os interesa el tema. No os arrepentiréis. Yo, si no pasa nada, veré la serie en cuanto pueda, aunque priorizo bastante más la lectura de Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich, que he estado postergando y ahora se ha convertido en una necesidad.
Fruto de aquella obsesión tenemos el que probablemente sea el primer relato cronológico y veraz tanto de la cadena de hechos, decisiones y errores que llevaron a la explosión del reactor nuclear como de los minutos, horas, días y semanas posteriores dedicados al intento de control de daños y de estabilización de la planta. Para hacerlo rebaja todo lo que puede los tecnicismos al nivel del lector de a pie de calle, aunque os digo desde ya que el camino del lector no es fácil en absoluto y el funcionamiento de un reactor nuclear, por mucho que se intente explicar claro, es el que es. Pero si realmente os interesa el tema, hacedme caso, leedlo. Os lo dice un cero a la izquierda en física. No vais a encontrar nada mejor ni más adaptado para los lectores medios no especializados en el tema.
Leatherbarrow comienza desde el principio, con una breve historia de la energía nuclear, que va desde la euforia que supuso el estudio pionero de la radiación en el siglo XIX y la despreocupación con la que se trabajaba con ella (Marie Curie defendió hasta su muerte que era inocua a pesar de morir de una anemia aplásica por su exposición constante y desprotegida a ella) hasta los años 30 o 40 del siglo XX, en los que por fin se reconoció la peligrosidad del radio. Y de ahí pasamos al inicio de la era atómica, los estudios secretos de la fisión nuclear, las bombas atómicas, etc... y la comprensión posterior de que toda esa energía nuclear podría derivarse en crear energía para el planeta, y de ahí la creación de centrales nucleares a lo largo y ancho del globo. Tras un desglose de muchos accidentes nucleares ocurridos en algunas de estas plantas a lo largo de los años (muchos los conocemos, pero otros muchos se ocultaron al público en su momento), llegamos a Chernóbil y a la noche en que ocurrió todo.
Esta reseña es complicada porque, o no os cuento apenas nada y me quedo en la superficie, o me adentro un poco y, si me adentro, hay tanto (TANTO) que contar que esto puede quedar muy largo. Así que, aunque no os voy a dar demasiados detalles técnicos (porque por mucho que lo intente no conseguiría nada salvo hacer el ridículo), sí voy a intentar explicar en modo dummie (el mío, vamos) los factores que propiciaron el accidente (o lo que yo he entendido que favoreció el accidente), aunque solo sea para demostrarme a mí misma que me he enterado de algo. Soy consciente de que a muchos esta parte os interesará un comino, sé que no gustan mucho las reseñas largas, así que si queréis ir a la versión más breve (no breve... "más" breve xD), saltaos los tres párrafos en cursiva entre los asteriscos :)
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Los reactores nucleares usan el proceso de fisión nuclear para generar electricidad, y al proceso responsable del calor que se genera en un reactor se lo denomina reacción en cadena por fisión. Realmente la energía nuclear se basa en la misma reacción atómica que la bomba nuclear, solo que está diseñada para que sea físicamente incapaz de provocar una explosión atómica. Aun así, para impedir emisiones radiactivas, en cualquier instalación nuclear existe una filosofía de seguridad llamada defensa en profundidad, que a modo de una muñeca rusa, tiene varias capas de seguridad, y si falla un elemento, queda otro, y si falla este, todavía hay otro funcionando, etc...
Bueno, pues voy con algunas de las claves para entender lo que pasó. A causa del extremo calor que genera la fisión, el núcleo del reactor debe mantenerse frío a toda costa. Por ello, en occidente se usan reactores de agua a presión (más caros, menos potentes pero más seguros); Chernóbil descartó este mecanismo para ahorrar costes y usaba un moderador de grafito, altamente peligroso porque aun faltando el agua refrigerante, la reacción de fisión en lugar de detenerse, continúa (o incluso se incrementa), y hasta pueden formarse cavidades o huecos de vapor altamente peligrosos (esta es precisamente una de las cosas que ocurrieron aquella noche fatal). Además, para controlar la liberación de energía del reactor nuclear, se usan barras de control. Cuantas más barras de control, menos potencia. Chernóbil tenía nada menos que 211 barras de control. Para que no se produzca una explosión o una fusión nuclear, el núcleo debe recibir constantemente agua refrigerada, y las bombas que hacen posible ese flujo constante de agua dependen de la electricidad de la propia central y, por tanto, de que funcione bien dicha potencia. Para colmo de males, y también para ahorrar costes, el RBMK (el modelo de reactor de la unidad 4 de Chernóbil) no usaba dos de las barreras de contención absolutamente esenciales para la seguridad (ni la vasija a presión, una barrera de blindaje de metal casi irrompible, ni un edificio de contención estanco, última barrera ante la rotura de la vasija a presión). En definitiva, tal y como se dice en cierto momento en el libro, el reactor RBMK estaba condenado a explotar y a provocar una catástrofe nuclear, y de hecho, antes del gran desastre, en Chernóbil ya se produjeron un accidente previo y numerosos fallos que avisaron en vano porque nadie hizo ni caso (y aquí empezaron los errores humanos).
Entonces, ¿qué pasó en Chernóbil el 26 de mayo de 1986? Aquella noche se iba a realizar una prueba en el reactor 4. Había que que comprobar que funcionaba correctamente el hardware que controlaba que, si se producía un fallo en el suministro de energía, siguiera produciéndose eletricidad residual suficiente que impulsase las bombas de agua refrigerante para controlar el exceso de calor. Desde el principio del test empezaron a salir mal las cosas y, en lugar de detenerlo, el ingeniero jefe a cargo decidió seguir adelante. Y, al insertar conjuntamente las 211 barras de control de la unidad 4 se produjo una sobrecarga de energía, lo que derivó en el fallo del sistema de refrigeración. Y después, simplificando que es gerundio, se hicieron muchas cosas mal. A la larga, con una primera explosión, el núcleo quedó al descubierto. En una segunda explosión, el propio núcleo explotó. Estas explosiones no quedaron contenidas al no existir las dos barreras últimas de contención y, en última instancia, derivó en la emisión de decenas de toneladas de combustible radiactivo vaporizadas a la atmósfera. Diez bombas de Hiroshima, dejando aparte el grafito del reactor y demás partículas radiactivas de la periferia del reactor.
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Dicho todo esto (y bienvenidos aquellos que os hayáis saltado los tres párrafos anteriores xD), la política de reducción de costes soviética fue la primera culpable de lo que pasó en Chernóbil, pero después vinieron muchos, muchos fallos humanos, tanto los previos al accidente (al ocultar y negar los fallos que se estaban produciendo en la central, al firmar como realizadas revisiones que nadie hacía...) como los que se produjeron durante y posteriormente. El más grave, la negación por parte de Diátlov, ingeniero jefe adjunto de Chernóbil, a creer que el reactor había quedado destruido desde el mismo principio del accidente a pesar de decírselo varios trabajadores que lo habían comprobado in situ; horas después del accidente seguía pensando que "no era para tanto", lo que propició que siguiera tomando malas decisiones, una detrás de otra, durante las horas clave para minimizar daños...Os podría hablar de las personas que sabiendo que morirían, permanecieron en sus lugares de trabajo aquella noche; de las que sabiendo que morirían, se metieron hasta las rodillas en agua radiactiva para girar una compuerta que había que girar o comprobar algo que había que comprobar; de los médicos, enfermeros, camilleros, conductores de ambulancia que, aun sabiendo que a la larga morirían, atendieron sin descanso a decenas de personas que contenían tanta radiación en sus cuerpos como para producir quemaduras a otras personas por mero contacto; os podría hablar de bomberos que, sabiendo o no a lo que se enfrentaban y que morirían, consiguieron controlar los 40 incendios que se produjeron en la central; de los mineros que, sabiendo que a la larga morirían, a pecho descubierto y sin protección, se metieron bajo tierra a hacer lo que tenían que hacer; de los pilotos que sobrevolaron la zona para contener la emisión de material radiactivo desde el aire teniendo que colocarse justo encima del desastre; os podría hablar de los biorrobots (llamados así, pero eran personas de carne y hueso) que, en contra de su supervivencia y sabiendo que morirían, se subieron al tejado e hicieron lo que tenían que hacer... Muchos de todos estos profesionales recibieron dosis mortales de radiactividad en apenas 40 segundos de exposición. También os podría contar que los habitantes de Prípiat estuvieron expuestos a radiactividad durante casi cuarenta horas antes de que les dijeran que se montasen en un autobús con lo puesto sin que nadie les informase de la gravedad del asunto ni les avisase de que no volverían más a sus casas... os podría decir que las autoridades rusas ni siquiera informaron de lo que había pasado en Chernóbil, y que solo se descubrió el pastel cuando los niveles de radiactividad se dispararon varios días después en centrales nucleares situadas a miles de kilómetros de distancia y tuvieron que admitir la mayor. Os podría contar muchas cosas que ponen los pelos de punta, como los síntomas que sufrieron muchas de estas personas y el modo en que murieron. Hubo muchas muestras de heroísmo que no sirvieron para nada, porque los que podían hacer algo cometieron un error detrás de otro.
Lo que todavía no os he dicho es que el autor también nos narra en el libro su viaje en 2011 a Chernóbil, Prípiat y Kiev. Y sé que para muchos lectores esta será la parte más interesante (la más digerible, por así decirlo), pero a mí me ha pasado una cosa muy curiosa. Conforme lo leía agradecía muchísimo la estructura elegida por Leatherbarrow alternando los capítulos meramente técnicos (en los que el intrincado funcionamiento de los reactores nucleares son arduos de leer y comprender para los legos en la materia) con esos capítulos que os comento mucho más relajados en los que narra su viaje a Ucrania para visitar la central nuclear, la ciudad abandonada de Prípiat y Kiev (en los que, además de narrar sus sensaciones y lo que para él significó ese viaje, se le escapa un tufillo a bloguero aventurero y friki de la fotografía que tira para atrás). Lo agradecía porque me ha facilitado mucho la lectura y esos capítulos casi turísticos destensaban el esfuerzo que suponía leer y comprender los capítulos del accidente... Pues bien, he terminado el libro sabiendo que lo voy a releer en algún momento de los próximos años, y es una sensación que no todos los libros me producen por mucho que me gusten... pero también sé que solo releeré los capítulos del accidente. Me he dado cuenta de que por mucho que esos capítulos de transición faciliten la lectura, al final no me han aportado gran cosa y no deja de ser su experiencia (que me ha parecido a ratos más superficial de lo que debería y demasiado pendiente de buscar la foto ideal), mientras que los capítulos del accidente me parecen fascinantes, y sé que con una relectura la información que he asimilado se asentará mejor y comprenderé todo desde una perspectiva más amplia. Seré un bicho raro, pero me gusta aprender cosas, entenderlas, y si algo no lo entiendo, persisto. Lo mismo acabo por no entenderlo de ninguna de las maneras, pero lo intento.
Comento al principio que el autor dice que ha intentado simplificar al máximo toda la parte técnica... bueno, creedme, este libro es un arduo viaje a las entrañas de la física nuclear, y muchas veces no sabréis de lo que os están hablando. Da igual, seguid adelante, no os dejéis intimidar, porque aunque resulte imposible comprender todos los detalles, todos los procesos, todos los tecnicismos, lo que importa es el todo, el conjunto, el efecto de todas esas causas, y os aseguro que eso se comprende, se asimila y ayuda a tener una perspectiva mucho más clara y comprensiva de lo que ocurrió aquella noche y en jornadas posteriores. Me ha parecido un libro fantástico en el que he terminado apreciando y valorando más lo que pensaba que se me iba a hacer cuesta arriba (el accidente) que la parte más light y fácil de leer (el viaje del autor). Lo que Andrew Leatherbarrow cuenta en este libro no se había contado hasta ahora de este modo por muy raro que parezca, y aunque no puedo decir que lo haya disfrutado porque este tipo de libros no se pueden disfrutar (lo que cuenta es terrorífico), el libro está planteado de tal manera que hasta el lector más negado para el tema (mi caso) entiende (unas cosas más y otras menos, pero las entiende)) qué pasó aquella madrugada recién estrenada del 26 de mayo de 1986 en el reactor de la unidad 4 de la central nuclear de Chernóbil.
Por favor, leedlo si os interesa el tema. No os arrepentiréis. Yo, si no pasa nada, veré la serie en cuanto pueda, aunque priorizo bastante más la lectura de Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich, que he estado postergando y ahora se ha convertido en una necesidad.
Andrew Leatherbarrow nació en la apartada campiña del norte de
Escocia, donde estudió Informática en la universidad y trabajó como
diseñador gráfico. Apenas recuerda la primera vez que sintió fascinación
por Chernóbil. Ya de niño llegaban a sus oídos pequeños fragmentos de
historias sobre aquella ciudad fantasma tras un accidente nuclear. Ni
siquiera sabía qué era un accidente nuclear, pero sonaba a ciencia
ficción. Sin embargo, no era el accidente lo que llamaba su atención,
sino la existencia de una ciudad real, tangible, que permanecía desierta
en algún lugar del mundo. Se preguntaba cómo sería caminar por un lugar
así, familiar y vacío, e imaginar cómo era antes de que la tragedia
azotara.
Los años pasaron, creció y lo olvidó. Hasta llegar a la universidad,
donde encontró una colección de fotografías de la zona de exclusión de
Chernóbil. Después vino Fukushima y Andrew empezó a buscar en la red
imágenes del reciente desastre. La casualidad hizo que se topara con el
anuncio de un viaje programado a Prípiat, a la zona de exclusión, y que
encontrara una plaza de última hora.
Con 26 años, Andrew se unió a la expedición que le permitió acabar escribiendo este libro preciso y revelador sobre lo ocurrido el 26 de abril de 1986.
Con 26 años, Andrew se unió a la expedición que le permitió acabar escribiendo este libro preciso y revelador sobre lo ocurrido el 26 de abril de 1986.
La serie está muy bien, es muy "inclusiva" por decirlo de algún modo. Digamos que te hace partícipe de todo lo que ocurre y genera mucha angustia. Eso sí, yo me perdía un poco con las explicaciones de los reactores y demás. A mí también me gustaría leer el libro de Svetlana. A ver cuándo. Besos
ResponderEliminar¡Holaaa!
ResponderEliminarPues no sabía que este libro existía, pero viendo que lo de la física no es un problema y que igualmente merece la pena aunque no sepas ni papa del tema, igual me lo pienso. También es que hace poco vi la serie -que no se si la habrás visto- y me encantó, me impactó muchísimo y creo que relata muy bien todo lo que pasó punto por punto. Así que bueno, después de eso no me apetece volver al tema en un tiempo jajajaj
Eso sí, el de Voces de Chernobyl también lo tengo super pendiente.
¡besos!
Desde niña me obsesiona Chernobyl, así que le tengo el ojo más que echado ^^
ResponderEliminar¡Genial opinión!
He leído mucho de Chernobyl,tanto novela como testimonios o docus, y no me hartaré nunca; aún recuerdo cuando se dio la noticia por televisión 🤪
ResponderEliminarAnotadísimo.
Besitos 💋💋💋
EL libro de Svetlana lo tengo pendiente en la estantería desde hace tiempo. Así que caerá antes que éste, que también es tentador. La serie aún no la he visto.
ResponderEliminarBesotes!!!
Interesante sin duda, pero no es el tipo de lectura con el que suelo animarme.
ResponderEliminarBesos.
Hola,
ResponderEliminartenía previsto ver la serie más pronto que tarde y ahora me has creado la necesidad de que sea ya; me apetece más el libro de Svetlana que este, ya veremos si el tiempo y las demás lecturas lo permiten, pero la serie cae sí o sí.
Un beso
Yo leí en su día Voces de Chernobil y una de las cosas que critiqué del libro es que no explicaba qué pasó. Yo leía un conjunto de voces sin saber lo que había pasado, por lo que al final desaprovechó su lectura... al ver la serie entendí mucho más esa catástrofe y me dije que tenía que volver a leer el libro de Voces porque ahora lo entendería mucho mejor, pero tu reseña me ha hecho cambiar de idea... creo que leeré este estupendo libro ahora, porque el tema de Chernobil me parece muy interesante. Magnífica reseña como siempre!
ResponderEliminarNO me importaría nada leerlo. Me gustan las historias sobre este desastre así que me lo llevo bien apuntado.
ResponderEliminarBs.
Lloré tanto con "Voces de Chernóbil", me horrorizó tanto, que ni siquiera fui capaz de hacerle reseña. Ese compendio de testimonios me dolió profundamente, me señaló una faceta humana monstruosa y terrible que parecía no conocer ningún límite. Y me dio mucho miedo. Pero tienes razón con lo que señalas al principio de esta reseña, que seguimos sin saber prácticamente nada de por qué se produjo el desastre. Cada vez conocemos más las consecuencias (poco a poco ha ido llegando la información que tanto trabajaron para ocultar), pero me pasa como a ti, que no sé por qué explotó el reactor. Por eso me apunto el libro, pero para más adelante, cuando se me pase un poco lo de Svetlana.
ResponderEliminarPor cierto, que Chernóbil nos pilló pequeñas y seguramente se nos pasó desapercibida en su momento, por eso cuando este verano visité la Laponia Finlandesa me quedé de piedra en el Museo de Historia Natural de Romanievi: al estar tan cerca de Rusia, la radiación hizo enfermar los bosques y los animales lapones. Gracias a la pronta reacción de Finlandia se recuperaron en apenas diez años, pero los anillos de los árboles contaban la historia de horror.
Besos.
El tema siempre me ha llamado mucho la atención por eso lo tengo entre mis pendientes desde que se publicó; espero sacar tiempo para poder ponerme pronto.
ResponderEliminarUna reseña genial, besotes!
Reseñón!! Bueno, el desastre de Chernóbil es un tema que da para mucho, que indigna, que suscita interés; en mi caso por lo menos siempre ha sido así, hasta el punto de, como ya sabrás, hacerle un guiño en mi último libro, aunque solo fuera como contexto o telón de fondo para un relato.
ResponderEliminarEste año además, no hace mucho, vi la serie, y me enteré de más cosas que no sabía. Desde luego en ella no da a entender que los profesionales y fuerzas de seguridad que ayudaban en las labores de rescate y salvamento estuviesen al corriente de la peligrosidad que entraba adentrarse allí, sino más bien todo lo contrario, la mayoría no tenían ni idea de la gravedad del asunto, siendo engañados y manipulados. Y la verdad, por algún que otro documental que vi, también yo estoy más en esa teoría. Al margen de lo fidedigno o interpretado en los hechos narrados, la serie me encantó. Ya me contarás qué tal si la ves un día de estos.
Un beso ;)
Yo he visto la serie... y me encantó, así que supongo que la novela más aún. Besos
ResponderEliminarMira que lo recomiendas mucho y el tema me gusta pero...no me dejas convencida. La parte técnica me echa mucho para atrás. Sí, soy de las que se ha saltado esos tres párrafos, para que veas el interés. Por lo demás, a mí lo que me interesa es la parte más humana, y leí Voces de Chernóbyl y me pareció una maravilla. En cuanto a la parte de crónica de lo ocurrido, vi la serie y me pareció fantástica. no veo que este libro pueda aportarme nada más allá de lo técnico. Pero gracias por la reseña de todas formas.
ResponderEliminarUn saludo,
Laura.