Editorial: Pàmies
Traducción: María Antonia Menini
Páginas: 256
Fecha esta edición: abril 2009
Encuadernación: cartoné
Estamos en el año de nuestro Señor de 1137. La cuestión de las reliquias de santos se ha convertido en un tema de suma importancia en las abadías, lo que hace que exista una intensa rivalidad por hacerse con ellas y sumar prestigio al templo que las cobija. La abadía de San Pedro y San Pablo de Shrewbury, a la que pertenece Fray Cadfael, no es ajena a esta situación, y su prior ha puesto los ojos en las reliquias de Santa Winifreda, enterrada en un pequeño pueblo de Gales llamado Gwytherin, donde al parecer se han producido muchos milagros atribuidos a la santa. Una serie de circunstancias y milagros sospechosamente afines a este proyecto hacen que una delegación de varios monjes viaje a esta región de Gales para conseguir que sus gentes les permitan trasladar los restos de la doncella a la abadía. En esta delegación también viaja Cadfael porque él mismo es galés y necesitarán de él para comunicarse con los habitantes de Gwytherin, pero una vez allí las cosas no resultarán fáciles para los benedictinos. Cuando se produce un asesinato, Cadfael solo contará con sus dotes de observación y sus conocimientos de la naturaleza humana para resolver el crimen y evitar que una persona inocente sea juzgada.
Quizás debería empezar hablando de Fray Cadfael, ¿verdad? Pues Cadfael es un recio galés de cincuenta y siete años, pecho abombado, piernas torcidas y andares de marinero que en su día luchó en las Cruzadas y estuvo en muy diversos lugares, de donde siempre se traía en los bolsillos semillas y hierbas que ahora florecen y dan vida en el esplendoroso huerto de donde es rey y señor en la abadía. Y es que el hábito benedictino de Cadfael no lo es por vocación, sino un buscado retiro después de muchas batallas, aventuras y mujeres. Se sienta en un rincón de la sala capitular y se duerme cuando algo le aburre y, aunque sabe que tiene obligaciones asociadas a la vida clerical, lamenta interrumpir sus quehaceres en el huerto cada vez que tiene que cumplir con ellas, porque a él lo único que le gusta es pasarse el día entre hierbas y preparando remedios medicinales. El resto de la congregación no ve con buenos ojos su pasado, pero a él le da igual: es de los de vive y deja vivir, pero eso no quita para que sea muy consciente de todo y todos los que le rodean. Y eso incluye a Fray Juan, el joven novicio que le ayuda en su huerto y su herbario; Juan se metió a monje por el rechazo de una mujer (como tantos otros en aquella época) pero no está hecho para la vida monástica, así que Cadfael intuye que dejará los hábitos tarde o temprano y decide que le acompañe en el viaje que da comienzo a toda esta historia para que vea un poco de mundo y vaya encontrando su camino.
No sé si esto que os estoy contando, lo de un fraile y un novicio en pleno medievo que llegan a un lugar donde tiene lugar una situación un tanto tirante y acaban teniendo que resolver un asesinato a modo de Sherlock Holmes y Watson, os hará sonar campanas de El nombre de la rosa. Y sí, tal vez caigáis en la tentación de pensar que la autora, Ellis Peters, tuvo la osadía de intentar emular la joya de Umberto Eco... y estaríais cometiendo un error, porque esta novela, Un dulce sabor a muerte, es anterior en varios años a la novela de Eco, así que de existir inspiraciones varias, serían en el sentido contrario, aunque no seré yo la que tire la primera piedra. En todo caso, la similitud es curiosa, pero la originalidad de usar a un monje en la Edad Media como investigador por primera vez en la literatura, es sin lugar a dudas de Ellis Peters.
Si empiezo por lo segundo, la investigación, no debemos olvidar algo que ya he dicho un par de veces: que la novela se ambienta en 1137, en plena Edad Media. Así que no esperéis una trama llena de efectos, giros, investigaciones apasionantes y montones de pruebas que estudiar y examinar. De hecho se pasa un buen porcentaje de libro antes de que llegue el esperado asesinato porque la autora se detiene mucho en presentar tanto a los personajes como a la propia situación. Pero es que, cuando llega la muerte, lo único de lo que dispone Cadfael para resolver el asunto es de su capacidad para observar el cadáver y el escenario del crimen, su conocimiento del alma humana, su empatía a la hora de comprender las relaciones humanas y lo que motiva a las personas para hacer lo que hacen y su destreza con las hierbas y sus usos (al menos en este primer libro).
En cuanto a la ambientación, la autora nos lleva desde Inglaterra a Gales buscando una tensión que no hubiese existido en tierras inglesas. Para que os hagáis una idea (sin extenderme mucho), en la época en la que se sitúa la novela, los galeses no solo tenían que enfrentarse a luchas internas y entre clanes, sino también a las presiones externas (que en aquellos tiempos provenían de los conquistadores normandos), así que los ingleses no solo no eran bien vistos, sino que eran considerados forasteros en el país. Teniendo todo esto en cuenta, la delegación benedictina es recibida con hospitalidad, curiosidad y gentileza por parte de las gentes del lugar porque no les queda otra, pero también con cierta desconfianza y sin olvidar que son un hatajo de monjes ingleses que quieren llevarse a una santa galesa, y por mucho que los benedictinos tengan la bendición de la iglesia y de la monarquía de esas tierras, no quieren perder la protección de una santa que ellos consideran que les pertenece. La tensión va in crescendo y, cuando todo culmina en el asesinato, las sospechas recaen tanto sobre posibles rencillas familiares como sobre esos monjes que han llegado para sembrar discordia.
Y por encima de todo esto revolotea un hecho que la autora pone varias veces en boca de Cadfael: que los monjes son también hombres, que se dejan llevar por la ambición igual que cualquier otro mortal y que hay hombres buenos y malos tanto fuera de la fe cristiana como dentro de ella. Que unos son mejores que otros, pero que todos en la viña del Señor están cortados por el mismo patrón ya lleven hábitos, túnicas o harapos. Y sin dar demasiados datos porque he evitado hablaros de cualquier personaje que no sea Cadfael (y, en muy menor medida, Juan), todo esto lo vemos en varios personajes que forman parte de la delegación benedictina. Cada cual tiene sus motivaciones en ese viaje, unos lo demuestran de manera evidente y otros de manera más soslayada, pero lo que resulta claro es que algunos actúan para mayor gloria suya, por mucho que digan hacerlo en nombre de la Orden... y no todos realizarán el viaje de vuelta a la abadía de San Pedro y San Pablo, pero los motivos tendréis que averiguarlos si leéis el libro.
La verdad es que he disfrutado mucho de esta primera novela de Fray Cadfael, me ha parecido muy entretenida y fácil de leer entre lecturas más exigentes con un muy buen personaje principal y una estupenda ambientación, así que el año que viene seguiré sin duda con este personaje. Ah, y por si queréis ver algo de la serie, os dejo el tráiler por aquí
Hola guapísima, ay madre Fray Cadfael... tengo tres o cuatro libros de esta serie, ahora no recuerdo cuando llegue a casa lo miro. Los leí hace mil... igual un par de décadas, jeje... pero me los has recordado y veo que el primero entra dentro del reto de los clásicos, así que igual el año que viene aúno tu reto y el mío y lo leo como libro olvidado, porque casi ni me acuerdo, jeje...
ResponderEliminarUn besazo