lunes, 16 de septiembre de 2024

RESEÑA (by MH) ::: TRES HOMBRES EN UNA BARCA (POR NO MENCIONAR AL PERRO) - Jerome K. Jerome


 
Título original: Three Man on a Boat (To Say Nothing of the Dog)
Autor: Jerome K. Jerome
Editorial: Blackie Books
Traducción: Juan Carlos Silvi
Introducción: Stella Gibbons
Páginas: 256
Fecha publicación original: 1889
Fecha esta edición: junio 2015
Encuadernación: cartoné
Precio: descatalogado (disponible en edición de bolsillo de la misma editorial)
Ilustración de cubierta: Patrick Faricy



Una hilarante excursión en barca por el Támesis. Un clásico de culto británico. «Éramos cuatro: George, William Samuel Harris, yo y Montmorency. Estábamos sentados en mi habitación, fumando y charlando sobre lo mal que nos encontrábamos; mal desde el punto de vista médico, naturalmente. Todos nos sentíamos enfermos, y eso nos estaba poniendo bastante nerviosos. Harris dijo que a veces le daban unos mareos tan extraordinarios que apenas sabía lo que hacía, y después George dijo que también él tenía mareos y apenas sabía lo que hacía. En mi caso, lo que no funcionaba era el hígado». En consecuencia, los tres hombres (la opinión del perro Montmorency no cuenta) deciden embarcarse en un crucero por el Támesis, en busca de paz espiritual y de vida sana. Lo que ignoran estos mártires de la hipocondría es que a veces pasan cosas que pueden transformar el más modesto de los viajes en una aventura cuando menos pintoresca. «Mi intención no fue la de escribir una obra cómica», declaró Jerome K. Jerome sobre "Tres hombres en una barca". Por lo visto, lo hizo sin querer. 
 
Una de las 100 mejores novelas de todos los tiempos, según The Guardian. Una de las 3 novelas más divertidas de todos los tiempos, según Esquire. Más de 50 millones de ejemplares vendidos desde su publicación.
 
Os he dicho alguna vez que suelo guardar los tickets de compra dentro de los libros para que, cuando me decido a leerlos, la vergüenza me invada de arriba abajo por el tiempo que los he dejado muertos del asco en la estantería... bueno, pues
Tres hombres en una barca (por no mencionar al perro) tenía su recibo dentro y, milagrosamente, la tinta todavía era legible... y digo milagrosamente porque según ese recibo lo compré allá por 2017. Siete años esperando a ser leído... y no será porque no tenía claro que me iba a gustar. No sé, de verdad, esto de las lecturas pendientes es un misterio por descubrir. Ya podían hacer estudios sobre esto en lugar de cuantos huevos se pueden comer a la semana (que además cambian la cantidad cada dos meses xD).
 
En fin, que os cuento un poco sobre el argumento y arrancamos. 

George, Harris y el narrador son, entre otras cosas, un poco (bastante) hipocondríacos y se pasan las horas preguntándose cuanto tiempo les queda de vida. Una noche, entre achaque y achaque, deciden que tienen que cambiar de aires y se les ocurre hacer un trayecto en barca por el Támesis durante dos semanas: remontarán el río desde Kingston hasta Oxford (y vuelta a Kingston), dormirán al sereno, trabajarán duro, comerán y dormirán bien, contemplarán el paisaje... Está claro: es justo lo que necesitan. Ya solo queda la odisea de organizarse, preparar lo que se van a llevar, intentar que todo quepa en un número de maletas que no hunda la embarcación, comprar la comida, salir a tiempo, no hundirse antes de la primera media hora... Vamos, lo normal. ¿Qué opina de todo esto Montmorency, el perro? Pues no gran cosa, pero si ellos van, él también. Faltaría más.
 
Dice Jerome en el prólogo del libro que la belleza de su libro no radica en la calidad literaria, el estilo de su prosa ni en la profundidad de los temas que trata, sino en que todo lo que se narra en él ocurrió en realidad y él se limitó a darle color y vidilla al asunto, y que, por tanto, en la veracidad de los hechos está su mayor virtud. Y es que los tres personajes del libro son reales, aunque aparezcan con el nombre cambiado: el narrador es el propio autor, Jerome el tal George era George Wingrave y, el así llamado Harris en la novela, era realmente Carl Hentschel (el perro, al parecer, era inventado xD). Este trío de amigos solía hacer muchas salidas en barca y todas las anécdotas de esos viajes muy exageradas y ficcionadas para el propósito del libro son las que adornan esta obra cómica que, según dicen, nació en la cabeza de Jerome con ínfulas de guía de viajes mientras disfrutaba de su propia luna de miel por el Támesis. Y lo cierto es que esa primera idea, esa base, resulta evidente a lo largo de la lectura porque trazos de explicación para turistas salpican toda la narración, pero resulta obvio que durante el camino el tono y el fin de la obra se encaminaron por otros derroteros.
 
Entonces, ¿qué podemos encontrar en
Tres hombres en una barca? Pues eso el viaje de tres amigos y su perro por el Támesis viviendo despropósitos varios mientras su inoperancia resulta evidente y la vida les pone zancadillas constantes para que queden queden en ridículo cada quince minutos. A todo esto se añade que Jerome usa esas vicisitudes para contarnos anécdotas de su pasado (o el de sus amigos) que enlazan directamente con la situación ridícula en cuestión y que en el pasado es igualmente ridícula y divertida (que van desde perderse en el laberinto del palacio de Hampton Court a la idea de que va morir joven que tiene desde niño pasando por el empeño por cantar canciones cómicas cuando no se saben la letra). Y para seguir sumando tenemos ese recorrido turístico que os comentaba arriba, ya que en la ribera del Támesis hay montones de ciudades y pequeñas localidades y siempre hay algo curioso que contar sobre ellas, ya sea arquitectónico, histórico o de comer/beber/livinglavidaloca, que es lo que mejor se les da (o directamente dicen que esas localidades son feas y que no hay que contar, que también alguna hay). Por si esto fuera poco de vez en cuando el autor despliega párrafos bucólicos y poéticos describiendo el paisaje, de los que despierta enseguida para volver a la chanza y el diario de viaje, que sus compañeros no están para la lírica (vamos, que son párrafos que están ahí para pitorrearse un poco de la engolada prosa victoriana, o para demostrar que si quisiera escribir así, podría... o para lo que él quisiera. El caso es que están ahí xD).

El punto que quizás ha hecho que este libro siga leyéndose hoy en día y se siga vendiendo como churros más de cien años después cuando ni es un ejemplo claro de alta literatura (ni lo pretende) está en su humor, en no tomarse en serio y al mismo tiempo en ser más inteligente de lo que pretender mostrar a primera vista (este libro, aquí donde lo veis, lleva vendidos más de un millón de ejemplares desde su publicación inicial). Y es que Tres hombres en una barca tuvo muy malas críticas en una sociedad tan purista y estricta como la victoriana y fue tachada, entre otras muchas cosas, de vulgar y fútil. ¿Por qué? Porque el humor es muy (en apariencia) de estar por casa, de ese tipo de humor tonto que hemos vivido (y producido) todo el mundo con nuestro grupo de amigos en el que cada cual conoce las peculiaridades de los demás y te descojonas (con perdón) de sus tonterías, meteduras de pata y equivocaciones y parece que hay un concurso para ver quién es más patán. Es un tipo de humor que te tiene que gustar, navega entre lo absurdo y la avispada  ironía inglesa. Reconozco que no es para todo el mundo, y si no soléis conectar con este tipo de humor, huid hacia otro lado (a mí a veces me venían los Monty Python a la cabeza mientras leía, pero no quiero que esto despiste a nadie, no vaya a ser que luego me lo echéis en cara. Para mí, sí; para los demás, a saber). Si a todo esto se suma que resulta una oda evidente a una existencia sin estrés, responsabilidades ni complicaciones, a la holgazanería y a la desidia mientras te pegas la vida padre comiendo, bebiendo y tumbado a la bartola, pues se entiende que los hacendosos y austeros victorianos se llevasen las manos a la cabeza.
 
La gran Stella Gibbons dice en el prólogo que incluye esta edición que este libro fue publicado en una Inglaterra que ha desaparecido para siempre, y aunque sí es cierto que muchos de los lugares que se describen en él ya han desaparecido, y que
Tres hombres en una barca es de esas historias que pertenecen eminentemente a su época y es victoriana hasta la médula (lo que se narra en ella es difícil imaginarlo en cualquier otro contexto que no sea el de la Inglaterra de finales del XIX), tiene en su narración, en la relación entre los tres amigos y en el propio espíritu de la novela un algo atemporal que hace que hoy en día sigas riéndote y sintiendo complicidad con lo que te están contando. No es un libro perfecto, pierde ritmo hacia el último tercio de libro (era muy complicado mantener el nivel de humor durante toda la narración) y aparece una escena casi al final que no solo no es graciosa, sino que chirría muchísimo y corta de cuajo el tono que ha mantenido hasta ese momento (todavía me pregunto en qué estaba pensando Jerome para incluirla en la novela), pero esas imperfecciones no deben opacar ni menoscabar los logros de una aventura que, si conectas con ella, te arranca unas cuantas carcajadas (de esas que se escapan en voz alta, nada de sonrisillas).
 
Yo me he reído mucho, sobre todo en la primera mitad, y eso me sucede tan de uvas a peras con un libro que, bueno, poco más puedo decir al respecto. Me encantaría subirme a una barca de esas y surcar el Támesis camino de Oxford haciendo paradas para visitar muchos de los lugares que pueblan su ribera. Me encantaría navegar y no hacer nada más que disfrutar del lento discurrir en las aguas y me encantaría que la estresante vida que vivimos hoy en día nos permitiese bajarnos del tobogán diario... vivir momentos como estos de vez en cuando para resetear el cerebro y descansar de este modo supervivencia en el que nos vemos enjaulados. Vaya, que adoro este libro por muchas de las razones que los victorianos criticaron. Diría que ojalá lo hubiese leído antes, pero los libros se leen cuando les llega su momento, sin más.
 


Jerome Klapka Jerome fue un escritor inglés de vida azarosa, maestro de la narrativa cómica. Nació en la localidad de Walsall, cerca de Gales, en un período de moral victoriana y plena efervescencia industrial. Al mes de cumplir doce años, en 1971, el padre falleció. Su madre lo haría tan solo unos años más tarde, cuando Jerome cumplió los dieciséis. A la edad de catorce, la situación económica familiar era ya acuciante, y Jerome abandonó sus estudios y comenzó a ejercer una ristra de variopintos trabajos por los que pasó sin pena ni gloria: desde empleado de ferrocarriles hasta maestro de escuela, pasando por el periodismo y la interpretación teatral.

Inspirado por unos versos del poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow, empezó a escribir sus experiencias sobre el escenario en clave de humor, publicadas a modo de entregas en la revista The Play, y finalmente compiladas en un único volumen. Dos años después de la publicación en 1886 de The Idle Thoughts of an Idle Fellow, una recopilación de ensayos humorísticos, contrajo matrimonio con Georgina Elizabeth Henrietta, Ettie. Su viaje a lo largo del Támesis a manera de luna de miel fue la semilla de su obra narrativa más aclamada: Tres hombres en una barca. Con la publicación en 1889 de esta novela cómica llegó la fama y el éxito para el Jerome escritor. Aunque nunca volvió a conseguir alcanzar las cotas de éxito que obtuvo gracias a Tres hombres..., en los años sucesivos a su publicación escribió una secuela, Three Men on the Bummel, entre otras novelas, relatos y ensayos. Sus dramaturgias también obtuvieron el favor del público londinense. Entre ellas, la más celebrada fue The Passing of the Third Floor Back (1908), en cartel de manera recurrente hasta bien entrada la década de 1960. Fue también editor de las revistas satíricas The Idle y To-Day, la última fundada por él mismo en 1893. La Primera Guerra Mundial llegó a Europa cuando Jerome contaba con 57 años, y se alistó en el ejército francés como conductor de ambulancia. Murió en 1927, legó una autobiografía, My Life and Times, y solo dejó un objetivo por cumplir: convertirse en miembro del parlamento inglés.

jueves, 12 de septiembre de 2024

RESEÑA (by MH) ::: POR EL BIEN DEL COMANDANTE - Constance Fenimore Woolson


 
 
Título original: For the Major
Autora: Constance Fenimore Woolson
Editorial: Ardicia
Traducción: Julia Osuna Aguilar
Páginas: 208
Fecha publicación original: 1883
Fecha esta edición: agosto 2015
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 17,50 euros
Ilustración de cubierta: Ulrika Kestere
En Far Edgerley, un pequeño pueblo en las montañas de Carolina del Norte, vive una pacífica comunidad tutelada por la respetada figura del comandante Carroll, alrededor de la cual orbita también la existencia de su familia -su segunda esposa y el hijo de ambos-. Pero con el regreso a casa de Sara, hija de su primer matrimonio, y de un joven artista de pasado desconocido, empezará a tejerse toda una trama de lazos, secretos y enredos, que vendrá a rizar la plácida superficie de la aldea... 
 

Por el bien del comandante es una de tantas publicaciones de la desaparecida editorial Ardicia que tenía pendiente en la estantería y que poco a poco os voy trayendo por aquí. La cubierta es tan bonita que quizás es el que más ganas tenía de leer sin haberle echado siquiera un vistazo a la sinopsis (no suelo leer sinopsis si conozco a la editorial y sé qué tipo de literatura suele publicar, sobre todo cuando son clásicos. Con literatura contemporánea sí que miro más de qué va el libro. Manías). El caso es que el libro me ha gustado mucho, pero por la cubierta (que para mí es muy cuqui) me esperaba otro tipo de libro… otro tono. Os cuento.

Sara vuelve a casa después de varios años de ausencia. Huérfana de madre desde que era muy pequeña, se fue a vivir con un tío que acaba de fallecer, posibilitando su regreso al hogar. Ahora es una jovencita de veinte años que está deseando volver a vivir con su padre, un hombre al que tiene completamente idealizado, al que adora y que en su cabeza es la perfección personificada. Pero esta idea sobre la magnificencia del comandante (pues el padre de Sara es el comandante del título) no solo es suya, sino que todo el pueblo de Far Edgerley donde vive lo considera el hombre más eminente de la localidad, y su hogar, Las Fincas, es el eje de la sociedad del pueblo. Allí vive el comandante con su segunda esposa, la señora Carroll, mucho más joven que él, y el recibimiento que recibe Sara no es el que esperaba. Su padre ni siquiera la espera despierto la noche que regresa, y después apenas parece querer pasar tiempo con ella. Su madrastra no hace más que poner excusas para este comportamiento y todo lo achaca a una reciente enfermedad y su convalecencia. Sara es muy infeliz, no entiende nada, y cuando sepa la realidad que se esconde tras todo esto, su mundo cambiará para siempre.
 
Os decía arriba que la cubierta me había llevado a imaginar un tono muy distinto para la novela, pero es que el comienzo de la narración me llevó por los mismos derroteros, porque la autora comienza describiendo el pueblo de Far Edgerley, sus vecinos y la rivalidad con un pueblo situado más abajo con una ironía, un cierto humor, que me hicieron pensar incluso en Cranford. Y claro, yo estaba ya haciéndome ilusiones con una historia parecida cuando el golpe que se lleva Sara y todo lo que viene a continuación me convencieron de que no, que en esta historia no se alternaban escenas divertidas con escenas tristes como ocurre en la novela de Gaskell, sino que aquí, en Por el bien del comandante, la cosa era seria sin espacio para el humor (salvo alguna pincelada más relajada muy, muy puntual). Es decir, que si la cubierta os da la sensación de novela cuqui y cozy… no, no van por ahí los tiros.
 
Tampoco penséis que esto es un dramón del quince, pero sí que trata temas muy serios y que, además, yo no había visto expuestos de manera tan explícita en ninguna novela clásica. Y la cosa está en que no puedo deciros qué ocurre con el comandante y por qué está su esposa intentando encubrir la situación porque os estaría haciendo un spoiler tremendo… si en alguna otra reseña os lo dicen, no deberían (de hecho, después de terminar el libro sí que he leído la sinopsis por si acaso es de las destripadoras…  y no, afortunadamente los editores también fueron muy prudentes al respecto). Y os prometo que me duele no poder hablar sobre ello porque me encantaría explayarme sobre este problema y cómo se afrontaba en el siglo XIX, pero es algo que debéis descubrir al leer el libro. Así que lo dejaremos en que sí, ocurre algo, y todo lo que su esposa hace (y más tarde su hija su hija también cuando descubre el percal) es por el bien del comandante y su bienestar. De ahí el título de la novela.

Ya que no os puedo hablar sobre esto os hablo de otra subtrama que tiene lugar a lo largo de la narración, de la que tampoco puedo desvelar mucho pero que sí os desgloso por aquí. El caso es que al pueblo llega un forastero que dice ser artista y que no solo despierta la curiosidad de todos sus habitantes, sino que se le abren las puertas de Las Fincas de par en par, cosa sorprendente cuando la situación en la casa no es la más apropiada para recibir a gente nueva. Pero bueno, por la razón que sea, a la señora Carroll le cae en gracia este joven y él se pasa los días en la casa familiar… y eso que su hijastra, Sara, no lo soporta, y es un sentimiento peculiar que solo comparte el reverendo Frederick Owen , soltero y codiciado por todas las señoritas en edad de merecer de los alrededores, y que también gusta mucho de visitar Las Fincas. Owen admira enormemente a la señora Carroll, pero parece que poco a poco, y sin que él se dé cuenta, esa admiración se va trasladando a Sara… hasta que los nubarrones empiezan también a aparecer por este lado de la historia, siempre con el joven forastero artista como núcleo de los problemas.

Y luego está la señora Carroll en sí misma, otro de los misterios de esta novela, un misterio que será desvelado a su debido tiempo. Por lo pronto solo sabemos sobre ella que es mucho más joven que su marido, que se casó con él cuando apenas contaba unos 23 años y él rondaba los 55, que tenía una hija pequeña que falleció poco después de casarse con el comandante, y que desde que se instalaron en Las Fincas es la señora del lugar. No se celebra una fiesta en el pueblo si no es en Las Fincas, todo el mundo sabe que ella recibe visitas y no está obligada a devolverlas, es el modelo a seguir por cualquier mujer de la zona y, en fin, que es lo más parecido a la alta sociedad que existe en el pueblo sin tener realmente mucho dinero ni grandes posibles. Es bella, casi como una muñeca, y todos los hombres del Far Edgerley la admiran profundamente. En el momento en que comienza la historia no ha cumplido todavía los cuarenta, adora a su marido y se desvive por él, su bienestar y su felicidad. La relación con la hija de su marido, Sara, es cordial y, aunque esta la llama madre, realmente no se intuye una relación madre-hija. Y así, en estas condiciones, comenzamos la novela… lo que viene después, la maleta que la señora Carroll lleva a la espalda, se irá abriendo poco a poco conforme pasan las páginas.

Me ha gustado el estilo de Woolson, y narrar todo lo que narra, todos los temas que toca, en tan pocas páginas, dice mucho de lo claro que tenía lo que quería contar y cómo hacerlo. Y además es de la escuela de mostrar en lugar de contar, y de muchas de las cosas que están pasando en esa casa y con esos personajes nos damos cuenta por el modo en que se comportan, por cómo se miran, por lo que dicen y sobre todo por lo que no dicen, por sus reacciones… no necesita explicitar lo que ocurre para que el lector sepa en todo momento donde tiene que centrar su atención. Y luego está Far Edgerley y sus habitantes, que no son mojigatos pero sí tienen unos valores morales muy altos, y que van de intelectuales cuando no lo son ni falta que les hace. Solo conocemos a unos pocos de esos vecinos y realmente, en profundidad, la historia gira en torno a los residentes de Las Fincas y el reverendo Owen, pero el espíritu del lugar, el modo en que estas gentes se conducen, piensan y viven, se transmite perfectamente a través de las páginas.

Por todo esto me ha molestado un poco el tono del posfacio de mi adorado Henry James, a quien admiro mucho como autor (sé que esto no es compartido por mucha gente, que no lo soporta… podría mirar a alguien que leerá la reseña, pero no lo haré xD). En sus palabras sobre Woolson muestra una condescendencia hacia ella y su obra que me parece bastante fuera de lugar (yo al menos lo he percibido así… he empezado a leer pensando que encontraría una opinión más amable, pero con muy buenas palabras a mí me ha transmitido esa sensación de mirar por encima del hombro, no sé si me entendéis). Realmente este posfacio nunca fue escrito como tal para el libro, sino que pertenece a Partial Portraits, un libro de crítica literaria que James publicó en 1888, cinco años después de la publicación de Por el bien del comandante. En este libro recopiló ensayos sobre escritores americanos e ingleses y entre ellos se incluía la semblanza sobre Woolson… y bueno, la cosa es que ellos tenían una historia personal, una relación complicada en la que se dice, se cuenta, se rumorea que James no estuvo a la altura de esa amistad. No voy a entrar aquí a detallar más sobre este tema que me está quedando largo, pero bueno, ahí queda el apunte.

En definitiva, Por el bien del comandante me ha gustado mucho. Es una historia costumbrista en algunos de sus aspectos, pero dura en otros. Trata temas sobre los que hoy en día hay mucha información y se ha escrito mucho sobre ellos, pero que en un libro de 1883 sorprende encontrarlos (yo al menos no lo esperaba). También ahonda en temáticas más habituales de la literatura de la época añadiendo una pizca de secretos y melodrama de por medio. Y por si fuera poco, habla sobre las expectativas que vuelcan sobre nosotros los seres que amamos, de cómo queremos hacer honor a esas expectativas, cumplirlas y ser ante ellos un tipo de persona que realmente no somos, y de cómo esos engaños, esos artificios, tienen las patas muy cortas y tarde o temprano caen por su propio peso.

Creo que no hay nada más publicado de Woolson en castellano. A ver si alguna editorial se anima.

 


 
Constance Fenimore Woolson nació en 1840 en Claremont, New Hampshire, pero su familia pronto se trasladó a Cleveland. En 1870, habiendo recorrido ya buena parte del país, comenzó a publicar relatos y artículos en revistas como The Atlantic Monthly y Harper´s Magazine. Sus cuentos y novelas narran en su mayoría historias ambientadas en la región de los Grandes Lagos, o en los estados del Sur, o bien retratan la vida de los expatriados estadounidenses en el Viejo Continente. Con casi cuarenta años, ella misma se trasladó a Europa, donde residió en una serie de hoteles de Inglaterra, Francia, Suiza, Alemania e Italia. También fue allí donde conoció a Henry James, con quien establecería una larga y compleja relación. En 1893, Woolson alquiló un apartamento en el Gran Canal de Venecia, donde al año siguiente, aquejada de una severa depresión, moriría al caer desde una de sus ventanas.

lunes, 9 de septiembre de 2024

RESEÑA (by MH) ::: EL CASTILLO DE WINDSOR - William Harrison Ainsworth


 

Título original: Windsor Castle
Autor: William Harrison Ainsworth
Editorial: Ático de los Libros
Traducción: Joan Eloi Roca
Páginas: 352
Fecha publicación original: 1843
Fecha esta edición: febrero 2019
Encuadernación: cartoné
Precio: 24,50 euros 
Ilustración de cubierta: King Henry and Anne Boleyn Deer Shooting in Windsor Forest (William Powell Frith, 1903)



La gran novela clásica sobre Enrique VIII y Ana Bolena Año 1529. Enrique VIII ha hecho público su amor por Ana Bolena y quiere divorciarse de su esposa, Catalina de Aragón, a pesar de que son muchos los que se oponen a tal decisión. Cuando Mark Fytton, vecino de Windsor, muestra públicamente su rechazo a la relación del rey con Ana Bolena, Enrique ordena ahorcarlo. Sin embargo, antes de su ejecución, Fytton recibe en su celda la visita de un misterioso personaje que le ofrece salvar su vida a cambio de unirse a la banda de Herne el Cazador, que merodea por los bosques de Windsor y atemoriza a quienes se adentran en él. A partir de entonces, las vidas de los habitantes del castillo cambiarán para siempre. 
 
Con una pluma elegante y una combinación perfecta de elementos históricos, juegos de seducción e intriga, Ainsworth nos descubre las luces y las sombras de la corte de Enrique VIII en una exquisita novela que ha sido comparada con las mejores obras de Lord Byron y Matthew Lewis.
 
Hace años (unos cuantos, siete nada menos, cuando el blog estaba en sus horas buenas) os traje un libro cuya visibilidad en el mundo reseñil es inversamente proporcional a la ilusión que a mí me hizo leerlo (es decir, que salvo en el blog de mi querida Mónica Gutiérrez, no recuerdo haberlo visto en ninguna parte). Ese libro fue
Cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena, y en él me explayé a gusto sobre mi interés por la historia de Inglaterra en general, la de los Tudor en particular y la del psycho de Enrique VIII afinando ya muchísimo. Huelga añadir que un libro como el que os traigo hoy, El castillo de Windsor, me llamó con luces de neón y trompetas desde que se publicó, y si no lo he leído hasta ahora ha sido por las reticencias que tengo con la editorial que lo publicó y sus traducciones de clásicos. En cualquier caso, he decidido que ya era el momento de adentrarme en él con valentía, y aquí estamos. Eso sí, después de darle vueltas, y como no tengo intención de daros la chapa sobre la historia de Enrique VIII y Ana Bolena (otra vez), si me lo permitís (y si no lo hacéis da igual, ya estará hecho cuando me leáis xD) voy a copiar un párrafo que escribí en esa reseña de las Cartas que os comento arriba, porque enlaza a nivel cronológico con lo que ocurre en este libro que os traigo hoy. Es decir, en aquellas cartas se daba una situación muy concreta, y justo después de esa situación tienen lugar los hechos que se narran en El Castillo de Windsor, así que os copio ese párrafo (repito, es un párrafo de mi reseña donde contextualicé el por qué de las cartas de Enrique a Ana) y sigo:
Por situar en contexto al trote, Enrique VIII llevaba años casado con Catalina de Aragón; mujeriego impenitente, cambiaba de amante como de servilleta, y un día se cruzó en su camino Ana Bolena, quien le dijo que nanai de la china, que ella no iba a ser su amante como las otras (amante carnal, para que nos entendamos), ella quería más, quería boda... y claro, Enrique, a quien ninguna cortesana le decía que no, ante tamaña osadía, cayó rendido a sus pies (iba a utilizar una palabra más vulgar y moderna, pero me la ahorro. Echadle imaginación). Cuando los rumores del enamoramiento del rey inundaron la corte, Ana tuvo que marcharse a la casa familiar de Hever durante cosa de un año y medio con la amenaza de no volver jamás (esto ocurrió entre los años 1527 y 1529). A ese periodo corresponden estas cartas, únicos meses que estuvieron separados los dos tortolitos (la separación definitiva llegó cuando el enamorado Enrique ordenó decapitar a su querida Ana, pero claro, esa es otra historia).

Bien, como veis, esas cartas se escribieron hasta cierto momento de 1529, porque a partir de entonces Enrique tomó la decisión de apartar oficialmente a Catalina de su lado y pasearse con Ana Bolena como si ella ya fuera su esposa oficial. Pero claro, no lo era... y es que en aquella época el cardenal Wolsey se hallaba en plenas negociaciones con Roma para que a Enrique le concediesen la anulación del matrimonio con Catalina y le dejasen casarse con Ana (inciso: Catalina se casó en 1501 con el hermano de Enrique, Arthur, que falleció cinco meses después de la boda, y fue años después, en 1509, cuando ya era requeteviuda, que Enrique se casó con ella porque le convenía por motivos políticos. Para divorciarse alegó que el matrimonio no era válido porque, al haberse casado con la mujer de su hermano, Dios le había castigado con la ausencia de hijos varones vivos... se inventó esto como se podía haber inventado que Catalina tenía sangre de dragón). En fin, todo esto para contaros que la trama de El castillo de Windsor comienza cuando en abril de 1529, se reúnen en el castillo los interesados con el cardenal Lorenzo Campeggio, enviado de Roma para mediar en la solicitud de anulación. Ese es el contexto histórico de esta novela, justo después de esas cartas de amor (por no llamarlo otra cosa) que Enrique envió a Ana cuando tuvieron que permanecer separados y mientras movían los hilos para solicitar la anulación en Roma.

Y ahora sí, dicho todo esto, os hago una breve sinopsis.

El 21 de abril de 1529 hacen su entrada en el castillo de Windsor Enrique VIII, Ana Bolena, el cardenal Wolsey y el cardenal Campeggio, todos ellos acompañados por sus respectivas comitivas, lo que convierte al castillo en un hervidero de cientos de personas que hacen de su presencia en la corte su modo de vida. Pero este no es un momento histórico cualquiera: Enrique VIII está decidido a anular su matrimonio con Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena, pues ella le ha dicho que no será suya (en todos los sentidos y aspectos) hasta que no sea su esposa legítima. Pero claro, la anulación de este matrimonio tendría muchas repercusiones políticas y religiosas, y Roma no está por la labor. Esa es la misión del cardenal Campeggio, enviado de Roma para tomar parte en un tribunal que decida qué hacer en este espinoso asunto, y esta es la peliaguda situación en la que se encuentran los notables del reino. Pero también tenemos a los miembros de la corte, sus simpatías hacia al rey (o su disconformidad con su decisión de tomar como amante a Ana Bolena y deshonrar a Catalina, lo que conduce a la mano que tan suelta tenía Enrique para condenar a muerte) y, sobre todo sus amoríos, y aquí es donde entra en escena una segunda subtrama: la que concierne al duque de Richmond (único hijo ilegítimo que Enrique VIII reconoció), al duque de Surrey y la bella Geraldina. Y luego tenemos la tercera subtrama, que en realidad llega un punto que se come a todas las tramas anteriores, que es la aparición en los bosques de Windsor de su famoso e infame fantasma, Herne el Cazador, que tendrá mucho que ver en el devenir  de varios de nuestros protagonistas y sus decisiones, porque este demonio sabe perfectamente lo que quiere y cómo conseguirlo. Mucha tela que cortar, vaya.

Antes de seguir, quizás debería hablaros de la leyenda de Herne el Cazador, porque la mitad de libro gira en torno a ella. En la propia novela se cuenta una versión de esta leyenda (ya sabemos que estas historias siempre suelen tener varias fuentes y distintas versiones), pero en pocas palabras y haciéndome eco de la versión más extendida, solo es necesario saber que es un fantasma del folclore inglés asociado al bosque de Windsor (donde era guardabosques) que suele acechar un roble en particular a medianoche durante el invierno. Se le describe siempre montado a caballo, con astas en la cabeza, arrastrando cadenas y cazando y atormentando al ganado. En El castillo de Windsor vemos que el autor expande este mito más allá, añadiéndole una pandilla de secuaces tanto vivos como muertos (en unos casos le venden su alma antes de morir y le acompañan en el inframundo; en otros le venden su alma en vida a cambio de que les haga favores y les conceda aquello que más desean). En el libro también lo vemos a pie (y no solo a caballo) introduciéndose en varias estancias del castillo o disfrazado engañando a guardas y demás para pasearse por donde quiere. Es decir, que en esta historia puede salir del bosque y acceder al castillo a voluntad, así que el personaje es más complejo y con más posibilidades que la leyenda original. Que por cierto, la primera mención escrita de este personaje la vemos en Las comadres de Windsor, de ese maravilloso hacedor de historias sobre la condición humana que fue William Shakespeare. No se sabe qué fuentes usó para su versión o si era una leyenda local, pero 1597 supone la primera aparición negro sobre blanco de Herne, y no hubo muchas más hasta este mismo libro que hoy os traigo, publicado en 1842.

Hablando de El castillo de Windsor propiamente dicho, fue publicado por entregas a lo largo de casi un año, entre julio de 1842 y junio de 1843 (y como novela en tres volúmenes ese mismo año de 1843). Ainsworth llevaba en la cabeza desde tiempo atrás que quería escribir una novela con Enrique VIII entrando en Windsor el día de San Jorge de 1529 junto con Ana Bolena, Wolsey y Campeggio, e incluso sabía quien quería que fuese el héroe de su historia (cuya identidad no desvelaré aquí, of course), pero siempre estaba inmerso en la escritura de uno u otro libro y tardó unos meses en darle forma. Y para que os hagáis una idea del enorme éxito del libro en su día, vendió unas 30.000 copias solo en el momento de su lanzamiento (desde entonces no ha dejado de reimprimirse). ¿Cuantos escritores darían lo que fuese hoy en día por vender 30.000 ejemplares? También es verdad que había menos competencia, pero 30.000 libros  a mediados del siglo XIX son muchos libros. Bien por él. Lo de las buenas críticas lo dejamos aparte, porque le pusieron pegas... con razón.

Y es que a ver,  esta novela es un popurrí, cuando menos curioso, de muchas cosas. Esta dividido en cinco libros, cada uno dedicado a un aspecto diferente. Por ejemplo, el primer libro está dedicado a Ana Bolena, y en él se nos narra la llegada de las comitivas al castillo (puntualizando de manera pormenorizada y un poco cansina como va vestido cada bendito miembro de esas comitivas...), los estragos que Ana provocaba entre los corazones de algún que otro miembro de la corte, los celos de Enrique, la perspectiva bastante obvia del autor que deja clara que Ana no estaba en absoluto enamorada de Enrique y solo buscaba su ascenso al poder y al trono, etc... Se hace alguna alusión a la leyenda de Herne el Cazador, pero esta es una parte de la historia que reclama su protagonismo en el segundo libro, y es entonces cuando nos metemos de lleno en esta leyenda, en la participación de miembros de la corte en la persecución de Herne, en otros miembros de la corte que venden su alma a Herne para conseguir lo que quieren, en la aparición de nuevos personajes que serán los que moverán esta parte de la trama (incluida una hermosa doncella por la que Enrique beberá los vientos... él sí puede picotear, Ana no, como bien veis). Y luego viene el libro tres, que rompe totalmente con la novela, se convierte en un ensayo y el autor nos narra a lo largo de varios capítulos la historia del castillo de Windsor, los reyes que han habitado en él y las muchas reformas que ha sufrido según quien estuviese en el trono. Y cuando nos ha contado todo esto vuelve a la novela, donde seguimos con Herne y sus fechorías, algunas apariciones de Catalina (muy digna ella), la rivalidad entre Wolsey y Ana... y bueno, no os digo donde acaba la cosa por si alguien me dice que es spoiler, pero tampoco hay mucha pérdida porque el autor da unos cuantos saltos en el tiempo para llegar hasta donde quiere llegar y el final de todo esto es el que es (el que fue, vaya).

¿Cómo es la narrativa de Ainsworth? Pues muy vívida, descriptiva (a veces demasiado, como ya he dicho), se le notan sus preferencias cuando habla de ciertos personajes (Ainsworth era de Catalina de Aragón sin ningún lugar a dudas.... no era precisamente del #teamBoleyn), se defiende muy bien en esta mezcolanza de novela histórica con toques de fantasía gótica y, sobre todo en la segunda mitad del libro, atrapa al lector cuando Herne se convierte en el meollo principal y corremos aventuras varias tanto en el castillo como fuera de él. Es decir, que entiendo perfectamente el éxito que tuvo en su día... pero también creo que se desvía a veces demasiado de lo que está contando, que se pierde en caminos que no aportan nada y que toma decisiones (como contarnos la historia del castillo de Windsor de manera muy, muy pormenorizada) que son un poco peculiares y que cortan por completo el ritmo de la narración. Vamos, que tiene cosas buenas, pero otras que no lo son tanto.

En fin, que es un libro entretenido que cumple su función sin más, no esperéis alta literatura (tampoco creo que fuese la intención del autor). Ficción histórica sobre hechos reales, fantasía gótica, ensayo de casi treinta y cinco páginas sobre la historia del propio castillo... no me digáis que no es un libro peculiar. Y claro, esa peculiaridad hace que me cueste recomendarlo alegremente, porque no solo te tiene que gustar el periodo histórico que trata y todo lo que rodea en concreto a la relación entre Ana y Enrique, sino que encima tiene fantasía de por medio y una parte de no ficción que no pega ni con cola (por muy interesante que sea para quienes gustamos de estas cosas). Vaya, que te tienen que gustar muchas cosas distintas para disfrutar del libro y ser también condescendiente con los caprichos del autor. Porque además me ha dado la sensación de que Ainsworth dio por hecho que el lector sabría de quien estaba hablando en cada momento, como si tuvieses que conocer a toda la corte de Enrique VIII antes de empezar (cosa que probablemente en aquella época era de esperar), e introduce a los personajes con las mínimas explicaciones. En mi caso no ha sido un problema (a ver, no conozco a toda la corte, obvio, pero sí a un cierto grupo de personajes relevantes en ella de tanto leer sobre el tema), pero no sé yo hasta qué punto echarán en falta un poco más de presentación de personajes quienes no los conozcan de antemano. 

No me enrollo más. Aquí lo dejo y ya cada cual sabrá si le hace tilín o no xD

Ah, y hubiese sido de agradecer que la edición incluyese las ilustraciones originales de la novela. Las cuatro primeras fueron del ilustrador francés Tony Johannot, y a partir de ahí continuó con el trabajo George Cruikshank, ilustrador y caricaturista. Me da mucha pena ver cómo muchos de estos libros clásicos, que en sus ediciones originales estaban ilustrados (esas ilustraciones están libres de derechos, igual que los propios libros), son publicados hoy en día sin una parte tan importante de la experiencia lectora que vivieron los lectores originales de la obra. A ver, es que son una maravilla, y casi ninguna editorial hace el esfuerzo.

Scanned image and text by Philip V. Allingham

 
 

William Harrison Ainsworth (1805-1882) fue un popular escritor británico de novelas históricas, autor de cerca de cuarenta obras. Nacido en Manchester, cursó estudios de Derecho, que ejerció brevemente antes de dedicarse enteramente a la literatura a partir de 1826, con la publicación de su primera novela. Obtuvo su primer gran éxito con la novela Rockwood (1834), que narra las aventuras de Dick Turpin, un célebre bandolero del siglo XVIII. La obra llevó a muchos a considerar a Ainsworth como el sucesor de Walter Scott. La gran acogida de su siguiente obra, Jack Sheppard (1839), lo afianzó como uno de los mayores representantes de la llamada «escuela de Newgate». El estilo tenía muchos detractores, entre ellos el escritor William M. Thackeray, por considerar que glorificaba la vida de los criminales que retrataba y, tras una airada polémica suscitada por un asesinato supuestamente inspirado por la novela de Ainsworth, este decidió abordar otras temáticas. A partir de 1840, la obra de Ainsworth se centró en la novela histórica, entre las que destacan La torre de Londres, Old St. Paul’s o El castillo de Windsor. Fue un autor de gran éxito durante su vida, siendo muchas de sus obras auténticos best sellers. Muchas de ellas iban acompañadas de dibujos de George Cruikshank, el célebre ilustrador de las novelas de Charles Dickens. Ainsworth combinó su trabajo literario con la labor de editor, participando en numerosas publicaciones como autor, editor y director y fundando su propia Ainsworth’s Magazine 1842. A pesar de sus grandes esfuerzos, no alcanzó como editor cotas de éxito similares a las de su carrera de escritor.