Lo jugábamos cuando éramos chiquillos. Nos poníamos en fila. Preguntas y respuestas corrían a lo largo de la hilera: «¡La señora McGinty ha muerto!». «¿Cómo murió?». «¡Con la rodilla en tierra como yo!». «¿Cómo murió?». «Con la mano tendida, como yo». Y henos allí todos, con una rodilla en tierra y el brazo derecho alzado y tieso. Y, de pronto, la puntilla: «La señora McGinty ha muerto». «¿Cómo murió?». «¡Así!». «¡Paf!». El primero de la fila caía de lado, derribándonos a todos como si fuéramos bolos. —Rio ruidosamente al recordarlo—. ¡Me siento niño otra vez!
Ya metidos en harina, al comienzo del libro tenemos a un Poirot muy muy aburrido y muy muy solo. Su único entretenimiento es disfrutar de la buena comida, pero como él mismo razona, eso solo puede hacerlo tres veces al día (lo de la hora del té no va con él). ¿Qué hacer el resto del tiempo? No tiene aficiones ni pasatiempos (salvo investigar qué nuevo restaurante visitar ), se siente viejo y hasta se acuerda del bueno del capitán Hastings, pero lo hace de un modo... peculiar:
Si al menos tuviese a mano a ese cher Hastings [...] El primer amigo que tuve en este país y el más querido de todos, todavía. Cierto que con frecuencia me enfurecía. Pero ¿acaso me acuerdo de eso ahora? No. Recuerdo tan solo su incrédulo asombro, su boquiabierta apreciación de mis talentos... la facilidad con que le engañaba sin decir una sola palabra que no fuera cierta, su frustración, su estupenda sorpresa cuando, por fin, percibía una verdad que, para mí, había resultado clara desde el primer instante. Ce cher ami! Es mi debilidad, siempre ha sido mi debilidad desear lucirme, darme importancia... Esa debilidad, Hastings nunca la comprendió. Pero un hombre de mis habilidades necesita admirarse y que le admiren... Y para ello precisa de un estímulo exterior. No puedo, en verdad que no puedo, pasarme el santo día sentado en una silla pensando en lo admirable que soy. Es necesario el amigo, el aguijón que espolee, la vaina, el contraste...
Vamos, que lo echa de menos porque no tiene a nadie que lo mire con la boca abierta impactadísimo por lo inteligente que es. Ver para creer xD En cualquier caso, a lo largo de la novela hay constantes alusiones a la vejez de Poirot, al hecho de que la gente joven ante quien se presenta como un pavo real no lo reconoce... es un Poirot en horas bajas. Si él supiera que aún le quedaban más de dos décadas de vida literaria...
Vaya, que Poirot está muy aburrido y accede a lo que le pide Spence, así que aquí ya se abre la trama. Al principio Poirot afirma que el interés de este caso parece estar en el asesino, no en la víctima, aunque luego se demuestra que anda muy errado.. La pobre señora McGinty era viuda, se ganaba un dinero alquilando una habitación al señor Bentley y además era la señora de la limpieza de varias casas de los alrededores. Al parecer le gustaba un poco fisgonear donde no debía y era algo sabido por sus empleadores, pero es tan difícil encontrar una buena mujer de la limpieza que lo dejaban pasar. Bentley, por su parte, es un tipo tan antipático y desabrido que se quitan las ganas de buscar a otro sospechoso para liberarlo a él. Poirot tiene un par de entrevistas con él (solo asistimos a una, la otra tiene lugar fuera de página) y la impresión que se lleva no es demasiado buena. En todo caso resulta curioso que de Bentley oímos hablar constantemente como sospechoso, sobre su personalidad, sus motivaciones, sus rarezas, todo gira alrededor de salvarle el cuello... pero solo aparece en una escena en todo el libro. Y lo cierto es que Poirot se pasa buena parte de las páginas dudando si Bentley es realmente culpable y si está perdiendo el tiempo. Solo está seguro de que está tras la buena pista cuando sucede algo (que no os cuento) en una estación de tren después de visitar todas las casas donde trabajó la señora McGinty. Ahí confirma que ha removido el avispero y una de las avispas está asustada y cabreada, así que hay motivos para pensar que alguien lo organizó todo para inculpar a Bentley.
A todo esto, tenemos una aparición estelar en la novela, porque no solo recuperamos al superintendente Spence, sino que Ariadne Oliver (la excéntrica escritora de novelas de misterio sin igual que se pone muchas flores como si fuera ella quien resuelve los misterios cuando coincide con Poirot), también está en el pueblo (a Ariadne la conocemos de Cartas sobre la mesa y suele actuar dando voz a lo que Agatha piensa como escritora). ¿Qué sería de las novelas de ficción sin las casualidades? Pues ahí está Ariadne, que está trabajando codo con codo con uno de los habitantes del pueblo para adaptar una de sus novelas al teatro, y no solo hace sus pesquisas independientes de las de Poirot, sino que casi enseguida tiene claro quien es el culpable (según ella) y no entiende por qué el belga pierde tanto tiempo si está todo a la vista (...). Pero quizás lo más importante de la inclusión de Ariadne Oliver en esta novela es que Agatha, por lo que sea, tenía ganas de rajar un poco sobre el mundo editorial. ¿Qué hace? Pues ante todo reírse de sí misma y de las críticas que reciben sus libros, pero también le lanza alguna pulla a su Poirot sobre la edad que se supone que tiene a estas alturas y deja entrever algo que yo llevo diciendo desde hace tiempo en las reseñas: que a partir de cierto momento resulta evidente que Agatha usaba al belga porque se lo exigían, porque era lo que los lectores querían, pero en muchas novelas está metido con calzador y apenas tiene presencia salvo al final. Puro márketing para poder decir que es una novela del detective. Leyendo estos pasajes he confirmado que no me lo estaba inventando ni imaginando, porque además parece que Agatha no le tenía ya ningún cariño al personaje. Por otro lado, también da su opinión sobre cómo se reparte el dinero que da un libro y las adaptaciones que se hacen de ellos (que tome nota Kenneth Branagh, porque parece que esto está escrito pensando en él xD):
Que me ahorquen si sé por qué me dejé meter en jaleo semejante. Mis libros me dan ya dinero suficiente... es decir, los chupasangres se llevan la mayor parte, y si ganara más, más se llevarían; por lo tanto no me mato demasiado. Pero no tiene usted la menor idea de lo angustioso que resulta que le tomen a uno de sus personajes y le hagan decir cosas que jamás hubiesen dicho ellos, y hacer cosas que no hubieran hecho jamás.
Por ir cerrando, en La señora McGinty ha muerto Poirot tarda mucho en dar con la solución del misterio, no es de esos libros donde sabe que lo tiene todo más o menos claro cuando aún falta mucho para el desenlace y solo se está haciendo el interesante y recabando pruebas. Aquí no, le cuesta, el caso es difícil. Para compensar, nos ofrece al final de la trama su típico corrillo con todos los sospechosos donde se dedica a poner nudos en el estómago indiscriminadamente hasta que señala al verdadero culpable (anda que no se ha imitado/homenajeado esto en múltiples historias de detectives). Me ha gustado mucho, si lo había leído antes lo había olvidado por completo. No os he hablado de absolutamente ninguno de los personajes que habitan ese pueblo y son potenciales sospechosos porque hay muchos y salvo liaros, poco os ayudaría a entender la trama, Ya los conoceréis si os animáis a leerlo, pero tened por seguro que hay mucho secreto escondido (de hecho se vuelve a aludir a cómo era la vida en la campiña en la posguerra, la desconfianza ante quien no se conocía y como muchos reinventaron sus pasados y biografías aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid). Tampoco os he habado de lo mal que le dan de comer a Poirot en ese lugar y lo mucho que sufre por ello porque bastante se queja ya él en la novela xD.