Título original: 1816. El año que no hubo verano
Autor: Jordi Tello
Editorial: Titania
Páginas: 192
Fecha de publicación: mayo 2019
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 13 euros Diseño de cubierta: Luis Tinoco
Este es un libro de relatos poéticos, de ventanas a la vida donde
asomarse con mirada crítica y piel sensible. Jordi Tello nos regala su
mirada particular, siempre en clave poética…
Imagina la erupción de un volcán en medio de la nada. Imagina una columna de humo y ceniza superior a los 40 km de alto. Los cielos grises, los días nublados. Imagina levantarte por la mañana y que todo esté oscuro, imagina acostarte al atardecer sin que el sol haya despuntado.
Imagina que un volcán explota en Indonesia y que a todo el hemisferio norte le desaparece el verano. Un verano sin sol, un verano sin playa, sin risas. Solo un verano oscuro. Sucedió de verdad. Sucedió en 1816. Aquel verano Mary Shelley escribió Frankenstein.
Yo también he sentido la erupción de un volcán en medio de la nada, la columna de humo y ceniza superior a los 40 km de alto, los cielos grises, los días nublados. He sentido levantarme por la mañana y que todo esté oscuro, acostarme al atardecer sin que el sol haya despuntado.
Te fuiste y dentro de mí estalló un volcán que lo nubló todo. Sucedió este verano. A mí ahora algo me nubla y me hace sentirme perdido por dentro. Mary Shelley creó Frankenstein. Yo sé que, amándote, contigo creé un monstruo. Tu recuerdo, como las cenizas, aún vuelan en el aire. Aún tengo que asumir que, como el verano, te has marchado.
Imagina la erupción de un volcán en medio de la nada. Imagina una columna de humo y ceniza superior a los 40 km de alto. Los cielos grises, los días nublados. Imagina levantarte por la mañana y que todo esté oscuro, imagina acostarte al atardecer sin que el sol haya despuntado.
Imagina que un volcán explota en Indonesia y que a todo el hemisferio norte le desaparece el verano. Un verano sin sol, un verano sin playa, sin risas. Solo un verano oscuro. Sucedió de verdad. Sucedió en 1816. Aquel verano Mary Shelley escribió Frankenstein.
Yo también he sentido la erupción de un volcán en medio de la nada, la columna de humo y ceniza superior a los 40 km de alto, los cielos grises, los días nublados. He sentido levantarme por la mañana y que todo esté oscuro, acostarme al atardecer sin que el sol haya despuntado.
Te fuiste y dentro de mí estalló un volcán que lo nubló todo. Sucedió este verano. A mí ahora algo me nubla y me hace sentirme perdido por dentro. Mary Shelley creó Frankenstein. Yo sé que, amándote, contigo creé un monstruo. Tu recuerdo, como las cenizas, aún vuelan en el aire. Aún tengo que asumir que, como el verano, te has marchado.
En 1816, El año que no hubo verano descubrimos la historia de dos corazones que ya no laten acompasados porque uno simplemente ha dejado de sincronizarse con el otro. Así, de un día para otro y sin verlo venir, lo que antes era un dúo perfecto, un número colectivo que marcaba los ritmos de una melodía perfecta, se convierte en un ente solitario que simplemente toca notas discordantes porque su pareja le ha dejado de querer.
Estamos ante un corazón roto, quebrantado y fracturado emocionalmente que sufre un dolor intenso, tanto emocional como físico, consecuencia de la pérdida, del sentimiento, del vacío y del miedo a encarar un futuro solo.
En este libro recorremos con su protagonista el penoso e insoportable camino del desamor, cuando metafóricamente el suelo desaparece bajo tus pies y obligatoriamente debes transitar por un limbo temporal, un nuevo mundo situado en el borde entre los vivos y los muertos donde han quedado depositados los pedazos de tu destrozado corazón. A partir de ese momento la vida del protagonista entra en un bucle de tiempo donde vuelve a repetir el momento en que esta confortable y previsible existencia estalla, para después pasar a un estado de duelo que debe recorrer y superar con las acciones necesarias que le ayuden a mitigar sus devastadores efectos.
Jordi Tello nos invita a transitar este difícil camino junto a su protagonista, al que vemos en carne viva, descompuesto en mil pedazos y recogiendo todos ellos para volverlos a componer y poder seguir con su vida imaginada. El duelo es una de las experiencias más dolorosas por las que alguna vez pasa el ser humano y, además de a la muerte, este fenómeno también se asocia al momento en que nos rompen el corazón y nos invade el sentimiento de pérdida. Superarlo es complicado, porque para que esto suceda se deben recorrer una serie de etapas que cada persona vive de forma y en tiempos diferentes.
Entrando en la novela, descubrimos que el personaje necesitará todo un verano (su verano oscuro con sus tres largos meses) para atravesar las diferentes etapas que le harán recomponerse e ilusionarse otra vez con su vida. Nos relata cada uno de sus días, conformando un diario donde de alguna manera se nos dice en qué estado se encuentran sus sentimientos, qué cosas y situaciones le emocionan y con qué personas empatiza. Todos los días están más o menos documentados, ya sea reflejando unos sentimientos o simplemente contando una situación o una experiencia vivida. Son anotaciones que pueden parecer discordantes pero, si rascamos un poco, vemos que todas ellas tienen un hilo conductor y una función: superar ese verano para superar su desamor.
La novela evoluciona con el transcurrir de los días y los meses, comenzando cuando la situación presente se traslada al pasado para convertirse en recuerdos, y pasando luego por la añoranza de estos, su amor y desamor, con el fin de comprobar si al final el protagonista es capaz de superarlo todo.
En 1816, El año que no hubo verano se hace un relato descarnado y emocional de la persona que es dejada y abandonada, y de cómo a pesar de sus dolorosos recuerdos, sus pasiones, su incertidumbre, sus miedos y su tristeza, es capaz de seguir con su día a día, de reconstruirse y de fortalecerse sin perder en el camino su personalidad y su arrojo.
Un libro verdaderamente original e interesante donde las emociones son transmitidas maravillosamente con un lenguaje claro, transparente y sencillo, siendo estas siempre su hilo conductor. De hecho ya las sentimos en el emotivo prólogo de Nando Escribano, que introduce de lleno al lector en la situación para que la vislumbre después en cada una de las anotaciones que realiza el protagonista durante su oscuro verano.
Todo está impregnado de sensibilidad y de emoción, y es que no hay nada como una buena lectura donde los sentimientos emanen y discurran sin control gracias a sus personajes, que son lo suficientemente valientes para expresarlos sin reprimirlos ni adulterarlos.
Estamos ante un corazón roto, quebrantado y fracturado emocionalmente que sufre un dolor intenso, tanto emocional como físico, consecuencia de la pérdida, del sentimiento, del vacío y del miedo a encarar un futuro solo.
En este libro recorremos con su protagonista el penoso e insoportable camino del desamor, cuando metafóricamente el suelo desaparece bajo tus pies y obligatoriamente debes transitar por un limbo temporal, un nuevo mundo situado en el borde entre los vivos y los muertos donde han quedado depositados los pedazos de tu destrozado corazón. A partir de ese momento la vida del protagonista entra en un bucle de tiempo donde vuelve a repetir el momento en que esta confortable y previsible existencia estalla, para después pasar a un estado de duelo que debe recorrer y superar con las acciones necesarias que le ayuden a mitigar sus devastadores efectos.
Jordi Tello nos invita a transitar este difícil camino junto a su protagonista, al que vemos en carne viva, descompuesto en mil pedazos y recogiendo todos ellos para volverlos a componer y poder seguir con su vida imaginada. El duelo es una de las experiencias más dolorosas por las que alguna vez pasa el ser humano y, además de a la muerte, este fenómeno también se asocia al momento en que nos rompen el corazón y nos invade el sentimiento de pérdida. Superarlo es complicado, porque para que esto suceda se deben recorrer una serie de etapas que cada persona vive de forma y en tiempos diferentes.
Entrando en la novela, descubrimos que el personaje necesitará todo un verano (su verano oscuro con sus tres largos meses) para atravesar las diferentes etapas que le harán recomponerse e ilusionarse otra vez con su vida. Nos relata cada uno de sus días, conformando un diario donde de alguna manera se nos dice en qué estado se encuentran sus sentimientos, qué cosas y situaciones le emocionan y con qué personas empatiza. Todos los días están más o menos documentados, ya sea reflejando unos sentimientos o simplemente contando una situación o una experiencia vivida. Son anotaciones que pueden parecer discordantes pero, si rascamos un poco, vemos que todas ellas tienen un hilo conductor y una función: superar ese verano para superar su desamor.
La novela evoluciona con el transcurrir de los días y los meses, comenzando cuando la situación presente se traslada al pasado para convertirse en recuerdos, y pasando luego por la añoranza de estos, su amor y desamor, con el fin de comprobar si al final el protagonista es capaz de superarlo todo.
En 1816, El año que no hubo verano se hace un relato descarnado y emocional de la persona que es dejada y abandonada, y de cómo a pesar de sus dolorosos recuerdos, sus pasiones, su incertidumbre, sus miedos y su tristeza, es capaz de seguir con su día a día, de reconstruirse y de fortalecerse sin perder en el camino su personalidad y su arrojo.
Un libro verdaderamente original e interesante donde las emociones son transmitidas maravillosamente con un lenguaje claro, transparente y sencillo, siendo estas siempre su hilo conductor. De hecho ya las sentimos en el emotivo prólogo de Nando Escribano, que introduce de lleno al lector en la situación para que la vislumbre después en cada una de las anotaciones que realiza el protagonista durante su oscuro verano.
Todo está impregnado de sensibilidad y de emoción, y es que no hay nada como una buena lectura donde los sentimientos emanen y discurran sin control gracias a sus personajes, que son lo suficientemente valientes para expresarlos sin reprimirlos ni adulterarlos.
Mi madre siempre dice que yo nací dos veces. No se equivoca. La primera fue cuando ella me dio luz, la segunda fue cuando, sin saber por qué razón ni con qué motivo, comencé a escribir.
Del primer parto no recuerdo nada, pero del segundo he de decir que, por extraño que parezca, nací en una isla totalmente desierta. Yo tenía catorce años.
Desde entonces hasta ahora, me he pasado toda la vida escribiendo porque dicen que los náufragos escribimos mensajes que lanzamos al mar en una botella de cristal para pedir auxilio. Ahora vivo en una gran ciudad, pero a veces regreso a esa isla a escribir. Mucho tiempo me ha costado comprender que los mensajes que tiraba al mar no eran mensajes de socorro sino una invitación para compartir esta isla.
Este verano he leído muchos relatos. Es un género que me gusta pero ahora prefiero aprovechar el verano para novelas que tengo pendiente. Para el próximo otoño no lo tendría en cuenta. Besos
ResponderEliminarMe da mucha pena. No sé, aunque salga adelante pero hay que pasarlo y no estoy ahora para retorcijones de corazón. Pero que si solo le costó el verano, ni tan mal. Aunque supongo que se le haría muy largo. Igual más adelante.
ResponderEliminarBesos
Pues la verdad es que no me apetece sufrir mucho ahora mismo...
ResponderEliminarUn besazo
Los relatos me gustan, pero la temática no me llama mucho, así que por ahora no me animo, más adelante quien sabe... Besinos.
ResponderEliminarbuenas noches:
ResponderEliminarLibro complejo y difícil de reseñar, por lo que imagino de lo leído. Un libro de crecimiento personal "desde menos 0". Hay que leerlo para comprender los motivos del escritor. ¡Cómo me gustan esta historias a mí.
Un abrazo, y muchas gracias por darme a conocer libro y autor!!
No te voy a negar que tiene buena pinta y que podría disfrutarlo, pero me lo anoto para más adelante.
ResponderEliminarBesote!
Quizás para ahora mismo no, pero la temática es de las mías...así que lo tendré en cuenta más adelante.
ResponderEliminarBesitos
Pese a que veo que te gustó, no me termina de convencer. Besos.
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