Título original: Dva priyatelya (Два приятеля)
Autor: Iván S. Turguénev
Editorial: Ediciones Invisibles
Traducción: Marta Sánchez-Nieves
Páginas: 136
Fecha publicación original: 1854
Fecha esta edición: julio 2019
Fecha esta edición: julio 2019
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 14 eurosDiseño de cubierta: Andy Noguerón
Viazovnín, un hombre de mundo al que la fortuna dejó de sonreír hace
tiempo, decide volver a la finca familiar, donde entabla amistad con su
vecino Krupitsyn, a pesar de que poco tienen en común: uno es culto y
legante, rubio y alto, y el otro, descuidado y poco leído, moreno y
regordete. Los dos amigos dejan pasar los días tranquilamente, hasta que
Krupitsyn aconseja a Viazovnín que se case y ponga orden en su vida, y se ofrece para presentarle unas cuantas candidatas que bien
podrían merecer su consideración. Pero ¿cómo elegir a la más
conveniente? Y, sobre todo, ¿qué supondrá la entrada de un elemento
femenino en su amistad, hasta entonces inquebrantable?
Los que lleváis tiempo por aquí sabéis que me apasionan los clásicos rusos, que mi alma lectora es medio rusa y, aun así, tengo la sensación de que nos os traigo todos los clásicos que me gustaría de aquellas tierras. Supongo
que a todos los lectores nos pasa lo mismo: no llegamos a todo lo que
queremos leer y, cuanto más leemos, más pendiente tenemos. Iván Turguénev, protagonista de la entrada de hoy, es un autor al que admiro muchísimo, y sin embargo han pasado ya dos años y medio desde que os hablé de Diario de un hombre superfluo, así que ya tocaba invitarle nuevamente a tomar el té en Netherfield.
Borís Andréich Viazovnín deja el ejército al no poder costearse vivir en la capital y se retira a la hacienda familiar, situada en el centro del país en plena campiña rusa, para hacerse cargo de ella. No es algo que le apetezca especialmente, se aburre en la aldea, pero decide recorrer sus propiedades y hacerse una idea de su situación general. Así es como conoce a Piotr Vasílich Krupitsyn, teniente retirado de caballería y uno de su vecinos más cercanos, con el que comienza una relación de amistad en principio bastante improbable dado lo poco que tienen en común: Viaznovín es de buena familia, instruido, atractivo, elegante y muy limpio, mientras que Krupitsyn apenas coge un libro y, además de poco agraciado, muestra un aspecto bastante descuidado. Se pasan el día juntos durante meses disfrutando de su amistad hasta que Krupitsyn decide que lo que su amigo necesita es una esposa, y se pone manos a la obra con dos requisitos en mente: uno es que la candidata pertenezca a una buena familia de los alrededores, y el otro es que esté a la altura de su amigo en cuanto a educación, modales y conocimientos, pues de otro modo se aburriría enseguida de ella. Y así comienza un peregrinaje de casa en casa en el que los amigos no se ponen nunca de acuerdo al evaluar a las futuras esposas y durante el cual las cosas no saldrán como esperaban ninguno de los dos.
Dos amigos trata principalmente, como no podía ser de otra manera, de la amistad entre estos dos hombres tan dispares, y del modo en que cada uno de ellos entiende y valora esa amistad. Krupitsyn es sin lugar a dudas el gran personaje de la novela, el que lo mueve todo al tomar la decisión de buscarle esposa a su amigo, el que protagoniza algunos momentos muy divertidos y el que, llegado cierto momento, se retira discretamente a un segundo plano para observar los acontecimientos con la mirada de aquel que, a falta de estudios, hace gala de una sabiduría y experiencia a la hora de evaluar la conducta humana que no aparece en los libros. Krupitsyn y su honradez e inteligencia innata se contraponen a los dictados caprichosos, volubles e inmaduros de Viazovnín y, cuando un tercer personaje en forma de mujer hace su aparición en escena, es cuando realmente somos testigos de la evolución de ambos como ejes centrales de la trama. Se suele decir que los autores rusos del XIX tenían un talento especial para plasmar sobre el papel las muy diversas formas que existen de amar, y Dos amigos, dentro de su minimalismo en cuanto a número de páginas, da buena muestra de ello.
Pero, como no podía ser menos, además de la vertiente humana (auténtico leitmotiv de la historia), Turguénev critica tanto la pasividad y la apatía del intelectual cosmopolita de la Rusia de mediados del XIX (representado por Diazovnín, quien, al igual que el superfluo Chulkaturin, anda por la vida vacilante y sin rumbo), como el estilo de vida tradicional en el campo, estancado en unos casos y pretencioso y con ínfulas en otros, empeñados en aparentar lo que no son y en adoptar costumbres de la ciudad que en nada les favorecen. La Rusia zarista de la época se mostraba indolente en todos sus estratos sociales y políticos y, a pesar de las pocas páginas con que cuenta la novela, el reproche prevalece y es manifiesto.
¿Y qué os puedo decir del estilo de Turguénev? Me ha dado por releer la reseña de Diario de un hombre superfluo y creo que podría repetir muchas de las cosas que ya dije entonces palabra por palabra. El estilo de este autor no solo era elegante, preciso y sutilmente bucólico y lírico, sino que además le imprimía una fluidez y un dinamismo que hacen de su lectura una experiencia confortable y muy entretenida. Las páginas vuelan, el humor vuelve a estar presente, y leyendo Dos amigos he vuelto a sonreír ante determinadas escenas igual que sonreí leyendo Diario (sobre todo en las visitas a las aspirantes a esposas y posteriores sentencias sobre ellas). Sí, la pátina lánguida y nostálgica forma parte de la esencia de la obra de este autor (y por extensión de buena parte de la literatura rusa de la época aunque, para mí, Turguénev es de los autores más ligeros en este aspecto), y esa melancolía sobrevuela las páginas sobre todo en el primer y el último tercio de la historia, pero con eso ya contamos cuando nos acercamos a estos lares... yo incluso diría que eso es precisamente lo que buscamos cuando nos adentramos en las páginas de determinados clásicos de la literatura rusa porque, a título personal, esta particular mezcla es la que me hace sentirme como en casa.
Otro detalle que salta a la vista es la admiración que Turguénev sentía por su compatriota Aleksandr Pushkin, cuya presencia a lo largo de la historia es constante ya sea gracias a las incontables referencias a su novela más famosa, Yevgueni Oneguin, como también a ciertos aspectos de la vida del escritor que Turguénev usa en su propia trama y sobre los que, obviamente, nada os puedo decir, pero que son fácilmente reconocibles a poco que se conozca la biografía del que está considerado fundador de la literatura rusa tal y como ha llegado a nuestros días. El homenaje de Turguénev es tan evidente como intencionado, y a mí me ha resultado conmovedora la honestidad con la que lo ejecuta, más teniendo en cuenta que él mismo sufrió el rechazo de grandes escritores y compatriotas suyos tanto por cuestiones políticas como por sus simpatías hacia occidente (llegó a contar entre sus amistades con escritores como Henry James). Sí, fue el escritor ruso del XIX más europeísta, pero jamás dejó atrás sus raíces ni le dolieron prendas en proclamar públicamente su admiración por otros autores (Gógol, por poner otro ejemplo), y eso le honra.
Sé, porque me lo habéis comentado en otras ocasiones, que los rusos clásicos a veces dan mucho respeto, pero os digo lo mismo de siempre: no hace falta meterse un tocho de mil páginas entre pecho y espalda para disfrutar de ellos. Esos mismos autores eran unos maestros del relato y la novela corta, y estos pequeños bocados saben a gloria y cumplen a las mil maravillas la función de acercar al lector del siglo XXI ya no solo a lo que se cocía en la Rusia zarista del siglo XIX, sino al estilo, narrativa, inquietudes y tramas que identifican a estos autores en mayor o menor medida. Y encima tenemos la suerte de contar con editoriales como la que hoy os traigo, Ediciones Invisbles, que están empeñados en que leamos a los grandes rusos poniendo un cariño enorme tanto en la elección de sus obras cortas como en las ediciones (y a los que agradezco que incluyan algo tan denostado por otras editoriales como son las notas a pie de página... en lo que a clásicos se refiere, a veces son imprescindibles para una plena comprensión de lo que se está leyendo). En resumidas cuentas, no hay excusa que valga para no leer y disfrutar de los clásicos rusos. Ya no :)
Borís Andréich Viazovnín deja el ejército al no poder costearse vivir en la capital y se retira a la hacienda familiar, situada en el centro del país en plena campiña rusa, para hacerse cargo de ella. No es algo que le apetezca especialmente, se aburre en la aldea, pero decide recorrer sus propiedades y hacerse una idea de su situación general. Así es como conoce a Piotr Vasílich Krupitsyn, teniente retirado de caballería y uno de su vecinos más cercanos, con el que comienza una relación de amistad en principio bastante improbable dado lo poco que tienen en común: Viaznovín es de buena familia, instruido, atractivo, elegante y muy limpio, mientras que Krupitsyn apenas coge un libro y, además de poco agraciado, muestra un aspecto bastante descuidado. Se pasan el día juntos durante meses disfrutando de su amistad hasta que Krupitsyn decide que lo que su amigo necesita es una esposa, y se pone manos a la obra con dos requisitos en mente: uno es que la candidata pertenezca a una buena familia de los alrededores, y el otro es que esté a la altura de su amigo en cuanto a educación, modales y conocimientos, pues de otro modo se aburriría enseguida de ella. Y así comienza un peregrinaje de casa en casa en el que los amigos no se ponen nunca de acuerdo al evaluar a las futuras esposas y durante el cual las cosas no saldrán como esperaban ninguno de los dos.
Dos amigos trata principalmente, como no podía ser de otra manera, de la amistad entre estos dos hombres tan dispares, y del modo en que cada uno de ellos entiende y valora esa amistad. Krupitsyn es sin lugar a dudas el gran personaje de la novela, el que lo mueve todo al tomar la decisión de buscarle esposa a su amigo, el que protagoniza algunos momentos muy divertidos y el que, llegado cierto momento, se retira discretamente a un segundo plano para observar los acontecimientos con la mirada de aquel que, a falta de estudios, hace gala de una sabiduría y experiencia a la hora de evaluar la conducta humana que no aparece en los libros. Krupitsyn y su honradez e inteligencia innata se contraponen a los dictados caprichosos, volubles e inmaduros de Viazovnín y, cuando un tercer personaje en forma de mujer hace su aparición en escena, es cuando realmente somos testigos de la evolución de ambos como ejes centrales de la trama. Se suele decir que los autores rusos del XIX tenían un talento especial para plasmar sobre el papel las muy diversas formas que existen de amar, y Dos amigos, dentro de su minimalismo en cuanto a número de páginas, da buena muestra de ello.
Pero, como no podía ser menos, además de la vertiente humana (auténtico leitmotiv de la historia), Turguénev critica tanto la pasividad y la apatía del intelectual cosmopolita de la Rusia de mediados del XIX (representado por Diazovnín, quien, al igual que el superfluo Chulkaturin, anda por la vida vacilante y sin rumbo), como el estilo de vida tradicional en el campo, estancado en unos casos y pretencioso y con ínfulas en otros, empeñados en aparentar lo que no son y en adoptar costumbres de la ciudad que en nada les favorecen. La Rusia zarista de la época se mostraba indolente en todos sus estratos sociales y políticos y, a pesar de las pocas páginas con que cuenta la novela, el reproche prevalece y es manifiesto.
¿Y qué os puedo decir del estilo de Turguénev? Me ha dado por releer la reseña de Diario de un hombre superfluo y creo que podría repetir muchas de las cosas que ya dije entonces palabra por palabra. El estilo de este autor no solo era elegante, preciso y sutilmente bucólico y lírico, sino que además le imprimía una fluidez y un dinamismo que hacen de su lectura una experiencia confortable y muy entretenida. Las páginas vuelan, el humor vuelve a estar presente, y leyendo Dos amigos he vuelto a sonreír ante determinadas escenas igual que sonreí leyendo Diario (sobre todo en las visitas a las aspirantes a esposas y posteriores sentencias sobre ellas). Sí, la pátina lánguida y nostálgica forma parte de la esencia de la obra de este autor (y por extensión de buena parte de la literatura rusa de la época aunque, para mí, Turguénev es de los autores más ligeros en este aspecto), y esa melancolía sobrevuela las páginas sobre todo en el primer y el último tercio de la historia, pero con eso ya contamos cuando nos acercamos a estos lares... yo incluso diría que eso es precisamente lo que buscamos cuando nos adentramos en las páginas de determinados clásicos de la literatura rusa porque, a título personal, esta particular mezcla es la que me hace sentirme como en casa.
Otro detalle que salta a la vista es la admiración que Turguénev sentía por su compatriota Aleksandr Pushkin, cuya presencia a lo largo de la historia es constante ya sea gracias a las incontables referencias a su novela más famosa, Yevgueni Oneguin, como también a ciertos aspectos de la vida del escritor que Turguénev usa en su propia trama y sobre los que, obviamente, nada os puedo decir, pero que son fácilmente reconocibles a poco que se conozca la biografía del que está considerado fundador de la literatura rusa tal y como ha llegado a nuestros días. El homenaje de Turguénev es tan evidente como intencionado, y a mí me ha resultado conmovedora la honestidad con la que lo ejecuta, más teniendo en cuenta que él mismo sufrió el rechazo de grandes escritores y compatriotas suyos tanto por cuestiones políticas como por sus simpatías hacia occidente (llegó a contar entre sus amistades con escritores como Henry James). Sí, fue el escritor ruso del XIX más europeísta, pero jamás dejó atrás sus raíces ni le dolieron prendas en proclamar públicamente su admiración por otros autores (Gógol, por poner otro ejemplo), y eso le honra.
Sé, porque me lo habéis comentado en otras ocasiones, que los rusos clásicos a veces dan mucho respeto, pero os digo lo mismo de siempre: no hace falta meterse un tocho de mil páginas entre pecho y espalda para disfrutar de ellos. Esos mismos autores eran unos maestros del relato y la novela corta, y estos pequeños bocados saben a gloria y cumplen a las mil maravillas la función de acercar al lector del siglo XXI ya no solo a lo que se cocía en la Rusia zarista del siglo XIX, sino al estilo, narrativa, inquietudes y tramas que identifican a estos autores en mayor o menor medida. Y encima tenemos la suerte de contar con editoriales como la que hoy os traigo, Ediciones Invisbles, que están empeñados en que leamos a los grandes rusos poniendo un cariño enorme tanto en la elección de sus obras cortas como en las ediciones (y a los que agradezco que incluyan algo tan denostado por otras editoriales como son las notas a pie de página... en lo que a clásicos se refiere, a veces son imprescindibles para una plena comprensión de lo que se está leyendo). En resumidas cuentas, no hay excusa que valga para no leer y disfrutar de los clásicos rusos. Ya no :)
Iván Serguéievich Turguénev nació en Orel en 1818, hijo de un militar retirado y de una rica terrateniente. Se crio en Spásskoie, en la finca materna, educado por tutores; estudió Filosofía en Moscú, San Petersburgo y Berlín, de donde regresó a Rusia convertido en un liberal occidentalista. A partir de entonces su vida transcurrió entre su país y distintas ciudades de Europa, especialmente París, sin que llegara a establecer en ninguna parte residencia fija.
En 1847 inició en la revista El Contemporáneo la serie de Relatos de un cazador, una visión realista de la vida campesina rusa que, según se dijo, influyó en la decisión del zar Alejandro II de emancipar a los siervos de la gleba. Su primera novela, Rudin, se publicó en 1856, cuando el autor gozaba ya de gran notoriedad. Siguieron, entre otras, Nido de nobles (1859), En vísperas (1860), Padres e hijos (1862), Humo (1867) y Tierras vírgenes (1876).
Escribió asimismo excelentes relatos y novelas cortas de tema íntimo y unas memorables Páginas autobiográficas (1869-1883). Sobre el protagonista de Nido de nobles pesa una maldición que parece pensada para el mismo Turguénev: «No harás tu nido en ninguna parte y andarás errante toda la vida». Murió en Bougival, cerca de París, en 1883.
Hola guapísima, pues sí tienes razón, que para leer a los rusos siempre pensamos en tochos enormes, jeje... Me lo apunto. Me ha gustado eso que comentas del sentido del humor (otra característica que creo que no achacamos a los rusos, pobres...)
ResponderEliminarUn besazo
Hola. Ya lo tengo apuntado de varias reseñas. Es curioso, ¿verdad? Los rusos lo mismo te hacen una novela de 2000 páginas como un relato de 10 y en ambas tienen mano y triunfan. Hala, ahí están ellos. La verdad es que abren en canal y sin pudor a los personajes. Y eso a los lectores nos gusta. A ver si cae enseguida. Por cierto, que el de Onegin lo leí hace mucho tiempo, después de ver la peli de Fiennes.
ResponderEliminarBesos
Hola, de Turgenev he leído Padres e hijos y Primer amor, las dos me gustaron mucho. Esta que traes no la conocía, pero tomo nota que yo también soy medio rusa. Besinos.
ResponderEliminarQué maravilla de reseña y yo sin leer a Turguenev, ¡será posible! Y es justo lo que dices tú, que tenemos ese imagen de los rusos románticos de tantísimas páginas y se nos llenan las manos con Tolstoi o con Dostoievski, y luego llega este señor con un librito (por cierto, cómo me gustan las ediciones de "Petits plaers" de Viena) tan brillante como este y parece que como no es tocho se queda en menos. Me ha encantado lo que cuentas de su prosa brillante y concisa, y creo que empezaré con esta novela a conocer a Ivan. Besos.
ResponderEliminar