Título original: The Great Train Robbery
Autor: Michael Crichton
Editorial: Círculo de lectores
Traducción: Aníbal Leal
Páginas: 365
Fecha de publicación original: 1975
Fecha esta edición: 1976
Encuadernación: Cartoné
Precio: descatalogado (disponible en varias ediciones, todas de segunda mano)
Quien bien me conoce sabe que me apasiona la literatura sobre true crimes (tengo una balda dedicada a eso en mis estanterías), y que me quejo siempre mucho de que no nos llega apenas nada traducido sobre true crimes de época (crímenes cometidos sobre todo en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX). No sabéis la de material original que hay en inglés, pero aquí no nos llega casi nada, y aunque este género casi siempre habla sobre asesinatos (y en un alto porcentaje sobre asesinos en serie), también da cabida a otro tipo de crímenes (tomándolos como delitos graves), y ahí entra en liza el gran robo del tren ocurrido en 1855 en Inglaterra. Yo conocía la película protagonizada por Sean Connery porque la vi hace muchos, muchísimos años, cuando lo de investigar cosas en Internet todavía no estaba muy a la orden del día. Por cuestiones varias me puse a indagar sobre ella hace un par de meses, y no solo descubrí que el guion y la dirección corrían a cargo de Michael Crichton (sí, el de Parque Jurásico), sino que ese guion era un adaptación de su propio libro publicado en 1975. Y vamos, me faltó tiempo para buscarlo... como muchos otros que llaman mi atención está requetedescatalogado, pero todavía se pueden encontrar ediciones de segunda mano (yo lo he leído de la biblioteca pero, como quería tenerlo, después lo he comprado).
Bueno, vamos a meternos en el meollo del asunto. ¿Conocéis el hecho real que ficciona esta novela? Os cuento. En la época en que tuvo lugar el robo, se despachaban miles de libras en plata y oro desde Londres hasta París, principalmente de comerciantes ingleses que mandaban ese dinero a sus homólogos franceses, y la primera parte del trayecto la realizaban trenes que salían tres veces al día desde la estación de London Bridge hasta Folkestone (desde Folkestone hasta Boulogne el trayecto se realizaba en una locomotora de vapor y a partir de Boulogne ya se hacía cargo la compañía naviera de Messagerie Maritimes). Los lingotes de oro viajaban dentro de tres cajas fuertes patentadas para este tipo de transporte que necesitaban de dos llaves para su apertura (con las mismas dos llaves podían abrirse las tres cajas fuertes). Parecían inexpugnables por el peso (no se las podían llevar sin más y en aquella época todavía no existía la dinamita), por la seguridad (hacían falta esas dos llaves, y no solo no se guardaban juntas sino que una de las medidas de seguridad era que ninguna persona podía tener las dos llaves en sus manos al mismo tiempo), el robo debía realizarse en un tren en movimiento (tenían que bajarse en marcha con un peso de varios cientos de kilos), con vigilancia dentro del vagón y además el robo debía permanecer indetectable hasta que abrieran esas cajas fuertes ya en Francia y se descubriese el pastel. Y aun así, a pesar de todo esto, la noche del 15 de mayo de 1855 se llevó a cabo el robo de 12.000 libras esterlinas en oro en uno de esos trayectos hacia Folkestone (un millón y medio de libras esterlinas actuales... ahí es nada). Hoy en día os puede parecer que no es para tanto, pero imaginad una sociedad como la victoriana: aquello se convirtió en el delito del siglo, la hazaña más increíble de la época moderna, y ocupó titulares durante muchos, muchos meses, más todavía porque no se sabía quién había llevado a cabo el robo, la policía estaba totalmente perdida...y bueno, cosas varias que no os voy a contar por si no queréis saber mucho más sobre este tema.
Hasta aquí los hechos reales.
¿Qué hace Crichton con esta historia en El gran robo del tren? Ajustarse en muchas cosas a la realidad, pero también ficcionar muchas otras, y aparte lo hace como si de un documento periodístico se tratase. Realmente, si no indagas mucho sobre el libro, la impresión inicial es que hace una novela testimonio al estilo de A sangre fría, de Truman Capote: es decir, un híbrido que conjuga una novela tradicional con una narración que se nutre de los documentos históricos, extractos judiciales y las crónicas periodísticas reales contemporáneas a la época (en este caso prescindiendo de las entrevistas a personajes reales por razones obvias). Y eso es lo que parece que hace Crichton durante toda la novela, contarte los hechos reales, apoyarse en declaraciones de la época y ficcionar todo aquello que necesita ser ficcionado en aras de la propia narración y avance de la historia... pero NO. Cuando te pones a indagar descubres que ha cambiado ligeramente los nombres de los personajes (y su historia personal, sus antecedentes, orígenes, etc...), que ha modificado detalles relativos al propio oro y su transporte, que ha ampliado cuestiones concernientes a la preparación y organización del robo, y que incluso ha cambiado el modo en que se descubrió todo el pastel y lo que ocurrió con los ladrones. Es decir, que sí, la novela se ciñe todo lo posible a los hechos reales y se basa en documentos reales, pero desde el momento en que cambia los nombres de los personajes para poder inventar e imaginar con libertad, el libro se convierte, al fin y al cabo, en una novela tradicional, una representación ficticia de los hechos reales, aunque asemeje una novela testimonio. Crichton rizando el rizo... y le sale de maravilla.
La novela está dividida en cinco partes, a saber: Preparativos (mayo-octubre de 1854), Las llaves (noviembre de 1854-febrero de 1855), Dilaciones y dificultades (marzo-mayo de 1855), El gran robo del tren (mayo de 1855) y Arresto y proceso (noviembre de 1856-agosto de 1857). Dentro de estas divisiones el autor nos va llevando de un personaje a otro, de una situación a otra, de un objetivo a otro, dedicándoles capítulos muy cortos que van al grano y que, página tras página, nos van acercando hasta el momento cumbre de la novela. Si miráis las fechas veréis que toda la organización, planificación y ejecución del robo llevó cosa de un año, y eso sí que se ajusta a lo tiempos del robo real del tren. Tal y como el propio Crichton dice en su prólogo, esto era algo habitual en aquella época: cualquier delito importante y de envergadura necesitaba unos preparativos muy meticulosos si quería realizarse con éxito porque había que tener muchas cosas en cuenta y los medios para conseguirlo eran limitados y peliagudos. Hacía falta mucho ingenio, mucha inteligencia, el control de muchos elementos distintos y también mucha, mucha suerte. Y a partir de aquí aviso: no voy a hacer ninguna alusión más al robo real ni voy a hacer comparaciones entre lo que ocurrió realmente y lo que cuenta Crichton, porque tendría que escribir una tesis que os aburriría y que nadie me va a pagar (¡ojalá! xD), así que quien quiera saber, Google esta a su disposición. Me ciño a la novela y a la ficción salvo en un par de detalles muy puntuales (dijo MH cuando ya llevaba escritos cuatro párrafos larguísimos... xD).
¿Quién es la mente maestra detrás del robo en esta novela? Edward Pierce, un caballero de unos treinta años, pulcro, elegante, alto, esbelto y de barba rojiza. Sus modales y su vestimenta son (en apariencia) los de un joven respetable y de buena posición, pero lo mismo se mueve con soltura entre gente de bien que se adentra en el bajo mundo delictivo y hace imponer su ley. Tiene amigos muy importantes y nadie que lo conozca en su papel de gentleman sospecharía jamás a lo que se dedica realmente y de donde le viene su posición acomodada. Él es quien piensa en todos y cada uno de los pasos y detalles de este robo, quien sortea las adversidades, quien decide cómo y de qué manera deben moverse todas las personas de las que depende para conseguir sus objetivos, a quien no le tiembla la mano cuando alguien parece flaquear y quien piensa siempre a lo grande durante el largo año que transcurre entre el comienzo de los preparativos y el robo en sí. Y con todo esto, no penséis que es de los que se quedan mirando en la barrera mientras los demás ponen en riesgo su libertad (o sus vidas) para no involucrarse demasiado, no... él mismo se mete en todos los berenjenales que hacen falta e incluso quien lleva a cabo la escena más peligrosa de toda la novela, de la que depende el éxito o el fracaso. No es un mindundi cualquiera, este Pierce, ni tampoco un cobarde. Sabe lo que quiere y tiene células grises de sobra para llevarlo a cabo.
Pero Pierce necesita de la ayuda de varias personas más, entre las que destacan sobre todo su amante, que regenta un burdel y que (en vista de los acontecimientos) nació para actriz, y Agar, un experto en manipular y abrir cualquier tipo de cerraduras. El gran desafío de este golpe es conseguir las cuatro llaves (sí, en el libro son cuatro) que se necesitan para abrir las cajas fuertes de metal (que en esta novela contienen el oro que va a Francia para financiar la guerra de Crimea), porque esas cuatro llaves están separadas en tres lugares distintos y bajo medidas de protección extremas, y claro, ellos no quieren robar las llaves porque eso haría saltar las alarmas: lo que quieren es tener acceso a esas llaves, hacer copias y volver a dejarlas donde estaban para que nadie se percate de que la seguridad de esas llaves se ha visto comprometida, y eso limita mucho, muchísimo, las oportunidades, el tiempo y las posibilidades de éxito. A partir de aquí se encontrarán con dificultades enormes por causas tan verosímiles en unos casos como sorprendentes en otros, cambios de última hora que lo complicarán todo aún más, escenas de acción que han sido muy copiadas en multitud de películas (dicho sea de paso), un ingenio fuera de toda duda para ir sorteando todo lo que se va cruzando en el camino y un ritmo impecable que se mantiene durante toda la novela, página tras página, mientras nos movemos de un cuadro a otro de este tablero de ajedrez siguiendo a cada una de sus piezas.
Y luego está la ambientación, que es una protagonista más de la novela. Muchas de las cosas que ocurren en la novela necesitan su contexto ya no solo dentro de la era victoriana en que tuvieron lugar, sino en los bajos (muy bajos) fondos de un Londres que en aquella época era el centro del planeta Tierra para todo lo bueno y para todo lo malo (y de esto último había mucho). En la novela se nos explican cosas muy sórdidas (prostitución infantil, prácticas nauseabundas relacionadas con niñas...), pero el autor sabe muy bien lo que está narrando y que no necesita de parafernalia barata y manipuladora para escandalizar al lector; lo cuenta porque lo tiene que contar, pero con sensibilidad, al grano, ironía incluso y a otra cosa. No se recrea, no hace espectáculo y no pone en duda la inteligencia del lector, que ya sabe perfectamente lo que está leyendo sin que nadie intente mangonearlo. Luego hay cosas mucho menos truculentas pero que también eran inherentes a estos sectores de la sociedad, como la jerga ininteligible que usaban todos estos delincuentes (romaní llamaban a este lenguaje delictivo). Claro, yo os hablo de skippers, salchicheros, culebras, cerrajeros, escenas, campanas, traductores, palomeros... y os viene a la cabeza la definición normal o habitual, pero no, cada una de estas cosas significaba algo muy concreto en el mundo criminal, y poco a poco lo vamos descubriendo conforme avanza la novela porque todo y todos intervienen de alguna manera en la elaboración del crimen. Y salpicando todo esto, un retrato magnífico de una época, mediados del siglo XIX, en la que la estrictas costumbres victorianas convivían con una tecnología que avanzaba a la velocidad de la luz, un modo de vida que hacía lo que podía para adaptarse al cambio incesante y constante de los tiempos, una sociedad que iba de moralista y a la que deslumbraban los crímenes y los criminales (asistían a los ahorcamientos como quien va a un concierto y sentían fascinación por criminales apuestos y atractivos como el tal Pierce) y, en fin, una época victoriana que se sustentaba en la contradicción, las ambivalencias y la adaptación a innumerables cambios que lo pusieron todo patas arriba.
Debo decir (y digo xD) que El gran robo del tren se ha convertido en uno de mis dos libros favoritos de Crichton junto con Parque jurásico. Lo he disfrutado un montón y no sé si lamento haber tardado toda una vida en llegar a esta historia o alegrarme de haberla leído al fin. Llevo un par de años dedicada a leer y releer la obra de este autor y la versatilidad que tenía en cuanto a sus libros y guiones es impresionante, no lo encasilléis en ciencia ficción porque su bibliografía incluye muchos géneros y subgéneros. En el caso de El gran robo del tren, no solo es una novela trepidante e inteligente que te hace rascar un hueco en cuanto puedes para poder seguir leyendo, sino que la documentación de la época victoriana en la que transcurre (sobre todo de los bajos fondos) es impresionante: una masterclass en tantos aspectos y variadas esferas que resulta imposible no aprender algo durante la lectura. Crichton en estado de gracia, la verdad. La única pega que se le puede poner es que, en un hecho muy concreto, quizás fue todavía mejor y más apasionante la realidad que la ficción, pero vamos, que es por ser quisquillosa en grado sumo. Me ha gustado muchísimo, por forma y por fondo. No sé si lo he dicho ya. Tampoco sé si para que guste tanto te tienen que apasionar muchas cosas diferentes que a mí me chiflan y confluyen en la novela (época victoriana, ferrocarriles, true crime...) pero el caso es que para mí es una joya (entiendo que para otros no lo sea en absoluto, también os digo. Cada cual con sus filias)
Como os comentaba al principio, el propio Crichton se hizo cargo del guion y la dirección de la adaptación de su novela en 1979. El papel de Pierce lo protagonizó Sean Connery y, después de haber leído el libro, me parece un acierto de diez, porque es un personaje con mil aristas (de las buenas y de las malas) y Sean Connery lo mismo podía interpretar a un gentleman que a un sinvergüenza sin que se le moviera el peluquín. Os dejo el trailer por si os interesa:
John Michael Crichton (1942-2008) fue un escritor, guionista, director,
productor de cine y médico estadounidense. Es especialmente célebre por
sus trabajos en los géneros de la ciencia ficción, la intriga y la
ficción médica. Entre su extensa obra destacan las novelas Parque Jurásico, Latitudes piratas, El mundo perdido, Dientes de dragón, Micro, El guerrero número 13 y Estado de miedo. Sus libros han vendido más de 200 millones de ejemplares en todo el mundo, han sido traducidos a cuarenta idiomas y han servido de base para quince largometrajes. Escribió y dirigió Westworld, El primer gran asalto al tren y Coma, y creó la exitosa serie de televisión Urgencias.
Esta vez no me atrae la historia, pero gracias por la información.
ResponderEliminarUn beso.
Hola guapísima, pues a mí me has picado, tanto para el libro como para la peli, me encanta Connery, así que voy a buscar ambos a ver si me puedo hacer con ellos.
ResponderEliminarUn besazo