Título original: The Wind in the Rose-Bush, and Other Stories of the Supernatural
Editorial: La Biblioteca de Carfax
Traducción: Shaila Correa
Prólogo: Ana Morán Infiesta
Páginas: 202
Fecha publicación original: 1903
Fecha esta edición: enero 2021
Encuadernación: rústica con solapas
Precio: 17 euros
Ilustración de cubierta: Rafael Martín Coronel
Mary E. Wilkins Freeman utiliza estas historias sobrenaturales, en las que suelen abundar las casas encantadas, para tratar temas mucho más espinosos como son el dolor, la pérdida, la frustración femenina e incluso el abuso de menores. Se sirve de tranquilas y reconfortantes localizaciones regionales y domésticas para adentrarse en terrenos inexplorados y perturbadores.
Los relatos son los siguientes: «El viento en el rosal», «Las sombras en la pared», «Luella Miller», «La habitación sudoeste», «El solar vacío» y «El fantasma perdido».
Poco a poco me voy haciendo con todas las antologías de relatos góticos o sobrenaturales que La biblioteca de Carfax está publicando de autoras clásicas, y de hecho en leído en pocos días dos de esos volúmenes: Relatos sombríos, de Edith Nesbit, y El viento en el rosal y otras historias de lo sobrenatural, de Mary E. Wilkins Freeman. En formato de reseña larga solo os voy a hablar de este último porque no me da la vida, pero del de Nesbit ya os hablaré en las reseñas minus cuando pueda y corresponda (que menudo atasco llevo también por ese frente...).
En realidad esta es la segunda antología de relatos que leo de esta autora, aunque la otra, Algunas mujeres, publicada en 2018 por La isla de Siltolá, no llegué a traerla al blog (creo que este libro se le escapó a la autora de la introducción, porque dice que hasta la publicación de El viento en el rosal solo se había traducido un relato de Freeman al castellano incluido en una antología de la editorial Valdemar). En todo caso, y por si a alguien le interesa, Algunas mujeres incluye historias costumbristas protagonizadas por mujeres de todo tipo y condición ambientadas en su Nueva Inglaterra natal, y me gustó mucho, igual que el que traigo hoy. ¿Quién era Mary E. Wilkins Freeman? Pues empezó a ganarse la vida como escritora desde adolescente publicando historia y poesías juveniles, y además del tipo de relatos costumbristas que os comento arriba, también se adentró en territorio sobrenatural, que es el que hoy nos ocupa. Solo escribió una novela, Pembroke, que cruzaremos los dedos para poder leer en algún momento en castellano. Su obra suele ambientarse en Nueva Inglaterra, la región estadounidense donde nació, y aunque en realidad su producción no fue demasiado extensa, en 1926 llegaron a concederle la primera medalla William Dean Howellss (otorgada por la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras) para honrar toda su carrera. Soltera hasta los cuarenta años, se casó con un señor del que pronto se divorció porque empinaba el codo más de la cuenta (y este dato, el de la prolongada soltería, lo introduzco porque era un tema muy presente en su obra y sus protagonistas eran en muchas ocasiones mujeres solteras de diversas edades).
Dicho todo esto, os cuento brevemente sobre cada uno de de los relatos.
El viento en el rosal. Tras fallecer su cuñado, Rebecca va a recoger a su sobrina Agnes al hogar donde vive para llevársela con ella. Allí le recibe la segunda esposa de su cuñado, que se comporta de una manera extraña. Rebecca intenta ser paciente y no darle importancia... de no ser porque dos cosas ocurren desde el primer momento: una es que hay un rosal en el patio delantero que se mueve azotado por un viento inexistente que no sopla en ningún otro sitio; la otra es que en varias ocasiones le parece ver llegar a su sobrina, incluso la oye, pero nada, nunca llega, siempre está en casa de otra persona, visitando a alguien, de viaje a algún sitio... Agnes no aparece y su madrastra no deja de dar excusas sin parecer demasiado preocupada.
Las sombras en la pared. Tres hermanas se reúnen en la casa donde viven dos de ellas ante la muerte de su hermano Edward. Al parecer Edward había discutido con otro de sus hermanos, Henry, la noche antes de morir. De hecho las tres hermanas se comportan de manera muy rara ante su hermano Henry, como si le tuvieran miedo, y además está esa sombra que ha comenzado a aparecer en el estudio en cuanto anochece y encienden las lámparas... y esa sombra se parece sospechosamente a la de su hermano fallecido, Edward.
Luella Miller. Luella Miller es una joven que jamás en su vida ha hecho nada porque todo aquel que la conoce, sea hombre o mujer, la idolatra de tal manera que dedican su vida por y para ella, matándose a trabajar y hacer todo tipo de tareas para que no mueva un dedo. Y no solo eso, es que todas esas personas, en pocos meses, acaban muriendo totalmente consumidas mientras Luella cada vez está más sana y radiante. Comienzan las habladurías en el pueblo, Luella sigue engatusando a la gente para que hagan todo por ella y mueran en el proceso, pero finalmente da con la horma de su zapato: una vecina que ha sido testigo de todo y está decidida a poner fin a la situación.
La habitación sudoeste. Las señoritas Gill han heredado una casa familiar y deciden alquilar las habitaciones para ganarse la vida. Ya tienen tres inquilinos cuando llega una maestra a pasar el verano, y solo pueden darle la habitación donde murió su tía Harriet. Una hermana tiene pavor a entrar en ese dormitorio porque ha visto cosas raras; la otra es más descreída y no cree en esas cosas. Sea como fuere, lo cierto es que desde el primer momento empiezan a suceder cosas en esa estancia, y uno por uno todos los inquilinos deciden probar suerte y demostrar que ahí no pasa nada... que tengan éxito o no es otra cosa.
El solar vacío. Una familia decide mudarse a la ciudad y compran una casa que sorprendentemente está a la venta por un precio mucho menor de lo que debería. En esa casa hay un solar donde se tiende la ropa y pronto empiezan a suceder cosas extrañas tanto en el solar como dentro de la casa: espejos que se rompen, cuadros que se caen, olores que no se sabe de donde vienen, cortinas que se mueven solas... Hasta que una noche, mientras todo están en el salón, se llevan el susto de su vida.
El fantasma perdido. Dos ancianas están con su costura cuando empiezan a hablar de casas encantadas y una le cuenta a la otra una experiencia que tuvo de joven cuando se hospedaba en casa de dos hermanas. Llevaba allí unas semanas cuando empezó a ver a una niña que aparecía de la nada buscando a su madre y que volvía a desaparecer. Las hermanas ya la habían visto aunque no hubiesen dicho nada, y sabían que algo había pasado en esa casa antes de que ellas la compraran, pero el vendedor de la inmobiliaria se lo había ocultado... y ese algo estaba relacionado con una madre y su hija.
Aunque se cree que fueron escritos en el siglo XIX, estos seis relatos se publicaron juntos en un solo volumen en 1903. Si os fijáis, las protagonistas son casi siempre mujeres, y se
repiten ciertas pautas: suelen ser hermanas (dos, tres...), en ocasiones esas hermanas comparten un negocio juntas (que consiste en alquilar habitaciones en la casa en la que viven), se repite la situación de que estas hermanas son solteronas y jamás se han casado, suelen tener apuros económicos o no andan demasiado holgadas en ese aspecto... en realidad, el único relato que rompe un poco con toda esta tónica es El solar vacío, que no solo está protagonizado por un matrimonio y sus hijos, sino que viven holgadamente y en la opulencia. Luella Miller también va por otros derroteros pero por motivos muy diferentes, y aun así sus protagonistas también son mujeres. Y es que en casi toda su obra Freeman buscaba representar a mujeres excepcionales con vidas ordinarias, que salían adelante a pesar de las dificultades, que no tenían miedo a buscarse la vida ni a salirse de la norma que exigía la sociedad. Freeman construyó su propio arquetipo de heroína literaria y tanto en estas historias sobrenaturales como en las costumbristas que también he leído esquiva cualquier tipo de sentimentalismo o ñoñería.
Esta es de esas antologías de relatos en los que no hay ninguno malo, ninguno de relleno, ninguno para "cubrir un cupo". Freeman escribía muy bien, sabía cómo ambientar sus historias y trabajaba mucho la tensión y los diálogos (algo que resulta muy evidente en Las sombras en la pared, que no cuesta nada imaginar sobre las tablas de un escenario teatral). Tenemos hechos sobrenaturales, fantasmas tanto adultos como infantiles, una vampira muy peculiar que no chupa sangre pero sí la energía vital de aquellos que deciden acercarse a ella... Puedes anticipar más o menos lo que está pasando o lo que va a ocurrir (eso ya depende mucho de cada tipo de lector), pero eso no influye absolutamente en nada en la experiencia lectora. Siempre os digo lo mismo, los relatos góticos o sobrenaturales clásicos hay que leerlos en su contexto, no busquéis lo que ofrece el horror literario actual, porque en muchas ocasiones las escritoras lo usaban para dar visibilidad a la situación de las mujeres en la época que en fueron escritos.
Freeman es una autora muy recomendable. Tenemos poco para elegir en español pero lo poco que tenemos es variado y da muestra de su versatilidad. Tanto en sus relatos costumbristas como góticos destaca, y es una muestra más del talento femenino que existía a finales del XIX y principios del XX en la narrativa corta.

Se educó en el Seminario Femenino Mt. Holyoke. Tras la muerte de sus padres y su hermana, en 1883 decidió volver a Randolph a vivir con una amiga de la infancia. Fue en esta época cuando comenzó a desarrollar profesionalmente su carrera literaria. Obtuvo una gran acogida, tanto de crítica como de lectores, a los que encandiló con su estilo costumbrista y sus tramas ambientadas en Nueva Inglaterra. Fue una escritora prolífica: quince volúmenes de relatos, tres obras de teatro, tres volúmenes de poesía y ocho libros infantiles.
A través de sus personajes Mary Wilkins Freeman buscó demostrar sus valores feministas y desafiar las ideas preestablecidas de su tiempo respecto a los roles femeninos. En 1926 le fue otorgada la medalla William Dean Howells de la Academia de las Artes y las Letras de EE. UU.
Murió en Metuchen, Nueva Jersey, a la edad de setenta y siete años.